miércoles, 13 de marzo de 2024

444/ El espejo (II)

¡Turno, ahora, de Ramón María del Valle Inclán! Quiere decirse: una nueva reminiscencia he hallado en <<Poesía en prosa y verso…>> (Diputación de Huelva), de Juan Ramón Jiménez, que apunta directamente al gallego. Se trata, cómo no, del <<Esperpento>>. Ya saben: esa deformación sistemática de la realidad cuando ésta es vista a través de un espejo cóncavo (o convexo; según…). Escribe Juan Ramón en la obra arriba mentada (o sugerida): <<Y como el panadero de casa se llamaba Fernando, y era raro, desgarbado, borrachín, negrucio, sordo, clavado para soñar en él y trastornarlo, yo veía a Fernandillo en los sueños de mi sueño como un Fernando el panadero “visto en la bola de cristal azul de la escalera, pequeño y deformado”, y a propósito para escurrirse por el adorno vano del sostén de la lámpara del comedor y entrárseme por el rabillo del ojo>> (pág., 49). 

     Y, de nuevo, salta a los ojos la pregunta de rigor: ¿Quién lo <<concibió>> antes?: el <<Esperpento>>. ¿Fue Ramón o Juan Ramón? La Historia de la Literatura aboga por el primero (¿1920?). Pero, ¿y si fuese Juan Ramón (la obra mentada congrega poemas escritos entre 1902 y 1932), contemporáneo de aquél, quien se aventuró a concebir (sin saberlo. O sabiéndolo…) como recurso literario la deformación de la realidad que es vista a través de un espejo cóncavo (o convexo; según…) y hubiese dejado constancia de ello en este poema prosístico (que no prosaico) de <<Fernandillo>>? Nunca lo sabremos. Imaginarlo, no obstante, es tan tan sugerente…

jueves, 7 de marzo de 2024

443/ El espejo (I)

Hay poetas que guardan reminiscencias de otros poetas. Poetas, no: poesías. Quiere decirse: la obra poética de algunos poetas contiene reminiscencias de la obra no menos poética de otros poetas. Uno nunca sabe cómo tomárselo: ¿Bien? ¿Mal? ¿Ni lo uno ni lo otro? Lo cierto es que uno, quisquilloso lector, en tales casos siente una especie de zamarreo turbador dentro de su ser quisquilloso. Como si de una <<impureza literaria>> se tratara. O como si algo (¿un cepo?) restase intensidad y valor a la lectura. Todo resulta muy extraño.

     Juan Ramón y Lorca convergieron en un sintagma. Yo ya lo sabía. Yo, hoy, lo he rescatado del fondo negro del olvido. Ha acontecido ello en plena lectura de <<Poesía en prosa y verso (1902-1903) de Juan Ramón Jiménez “escojida” para los niños por Zenobia Camprubí Aymar>> (Diputación Provincial de Huelva, 2008). Y, al rescatarlo, he pensado: ¿Quién lo escribiría antes? Entonces me he puesto, eléctrico, a buscar en la red la fecha de ambos sintagmas no hallando (¡oh tempora, oh mores!) más que una: la del poema de Lorca. Y es: 1928. La de <<El pajarito verde>>, poema también titulado por su autor de esta otra guisa: <<La verdecilla>>, no la he encontrado.

     Tras tanto trajín indagador me ha dado en pensar que, a lo mejor, la cosa carece de importancia. Sin embargo, algo dentro de mí alza su voz y dice que no es así, que la cosa sí reviste importancia…: <<La que uno quiera darle>>.

     Poesía en espejo. O espejo en verso. Tanto monta.

     El sintagma: <<Pelo verde>>.

     Lorca (<<Romance sonámbulo>>): <<Con la sombra en la cintura,/ ella sueña en su baranda,/ verde carne, "pelo verde",/ con los ojos de fría plata>>.

     Juan Ramón (<<El pajarito verde>>): <<Verde es la niña. Tiene/ verdes ojos, "pelo verde">>.

     Una conjetura: el joven halla inspiración en el viejo, y no al revés… 

     En fin.

viernes, 1 de marzo de 2024

442/ La mudanza

Un poema de Julio Numhauser, cantautor chileno, lo cambia todo. Su título: <<Todo cambia>>. Y dice así…


     TODO CAMBIA


     Cambia lo superficial 

     cambia también lo profundo 

     cambia el modo de pensar 

     cambia todo en este mundo 


     Cambia el clima con los años 

     cambia el pastor su rebaño
     y así como todo cambia
     que yo cambie no es extraño 


     Cambia el más fino brillante

     de mano en mano su brillo 

     cambia el nido el pajarillo 

     cambia el sentir un amante 


     Cambia el rumbo el caminante 

     aunque esto le cause daño
     y así como todo cambia
     que yo cambie no es extraño 


     Cambia, todo cambia 

     Cambia, todo cambia 


     Cambia el sol en su carrera 

     cuando la noche subsiste 

     cambia la planta y se viste 

     de verde en la primavera


     Cambia el pelaje la fiera 

     cambia el cabello el anciano

     y así como todo cambia
     que yo cambie no es extraño 


     Pero no cambia mi amor
     por mas lejos que me encuentre 

     ni el recuerdo ni el dolor
     de mi tierra y de mi gente 


     Y lo que cambió ayer 

     tendrá que cambiar mañana 

     así como cambio yo
     en esta tierra lejana. 


     (Julio no acierta, de pleno, de chiripa). 

     ¿A qué, Julio, con eso del sempiterno amor? No, hombre, no. El amor, como cualquier otro ente parapsicológico, está (no podía ser de otro modo) sujeto a cambio. No idolatremos lo que es susceptible de mudarse más temprano que tarde. 

     El amor, Julio, muda. El amor evoluciona (o involuciona). Y no debemos, conjeturo, sentirnos culpables por el hecho en sí; léase: detonar el explosivo de la evolución (o involución) del amor. La mente humana no está hecha de cables sino de neuronas. Cierto que, a veces, éstas echan humo… Vale, y qué. 

     Lo importante es: la libertad de fluir con el amor sin ponerle grilletes ni anexionarle con goma de fijar alas. Se trata, ay, de fluir (y no de volar) con la vida. ¡Con la vida!   

martes, 13 de febrero de 2024

441/ Un gesto basta

Siempre he sostenido en esta bitácora (y en otros ámbitos de uso) que el poeta que más admiro, por encima de todos, no es otro que Juan Ramón Jiménez Mantecón. Pero hoy, más; no a él, a su obra. Habría que hacer una distinción clara y rotunda entre poeta y obra a sabiendas de que el uno nutre a la otra y ésta, a su vez, refleja tornasoladamente al artífice que la parió. ¡Un guirigay de no te menees! 

     A lo que iba: la calidad humana puede producir calidad artística (no todo va a ser nefasto en estos juanramonianos lares…). Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta (y legataria) del poeta, da cuenta de ello en el Prólogo: <<Sus dos hijos>>, al libro: <<Poesía en prosa y verso (1902-1932) de Juan Ramón Jiménez, “escojida” para los niños por Zenobia Camprubí Aymar>> (Diputación Provincial de Huelva, 2008. Facsímil de la edición de Signo, Madrid, 1932). Y lo hace con una prosa un punto deliciosa, un punto afectada, un punto equidistante… 

     Botón de muestra: <<De todos es sabido el enorme amor que Juan Ramón sintió siempre por su familia, que ha quedado reflejada en toda su obra como un estigma, como una impronta indeleble. Él, que siempre buscó lo más alto, lo más idílico, lo más perfecto, supo alcanzar en el amor a los suyos el sumo grado, y lo mantuvo por encima de todo: ruina, distancia, guerra y ausencia. El poeta, que había gozado del mayor amor de su familia, quiso corresponderles inmortalizándolos en su obra y regalándoles sus frutos>>.

     Uno de esos frutos, obrados por la obra y la gracia de la pluma del mejor poeta que ha existido jamás, es este librito <<simpaticote>> a la vez que alegre y triste y también lleno de la nostalgia y la melancolía que siempre rezumó el Nobel onubense. Basta corroborar la dedicatoria en cuerpo mayor (y rojo): <<A Juan Ramón Jiménez Bayo y Paco Hernández Pinzón-Jiménez, primos amigos inseparables. En Moguer (1932)>>.

     He dicho: <<Basta corroborar la dedicatoria>>. ¿Por qué? Dejemos que responda la propia Carmen Hernández-Pinzón (hija de uno de los primos de la dedicatoria: Paco Hernández Pinzón-Jiménez): 

     <<El Nobel siempre sintió una gran devoción por los niños, y estos sobrinos, que no habían quedado inmortalizados en su más famoso libro: <<Platero y yo>>, como los otros, por haber nacido después que él escribiera tan bella elegía, se convirtieron para él en los hijos que nunca tuvo, y siempre siguió sus pasos, sus estudios, sus ideales>>. Y todavía más adelante: <<El día 15 de febrero de 1938, en el frente de Teruel, muere uno de estos niños, Juan Ramón Jiménez Bayo, a los 22 años. Al igual que su primo íntimo, Paco, había dejado la carrera de Leyes, para alistarse en el ejército, imbuidos de unos ideales, que aunque no compartía el poeta, siempre admiró, como lo hacía con todos aquellos que luchaban por un idea de vida y muerte. La muerte de Juanito Ramón, sumió a Zenobia y Juan Ramón en una profunda pena>>.

     Fabricar un libro (pergeñar un libro) para alguien es uno de los gestos más nobles que puede acometer el ser humano. Quien manufactura un libro para un otro concreto tiene, a priori, la entraña limpia. O eso quiero pensar yo. Juan Ramón, seguro estoy, la tenía. Sí, con sus trifulcas y su neurosis, pero la tenía: limpia de polvo y paja la entraña…   

jueves, 18 de enero de 2024

440/ ADN cultural

Por extraño que parezca hay quien sostiene que la cultura (más precisamente: la <<pátina de cultura>> que cubre el cuerpo social) es inútil, superflua, baladí. Yo le compro lo de <<inútil>> y <<baladí>> en según qué circunstancias: a todos se nos ocurre algún caso <<cultural>> que exhibe tan maravillosos atributos… Yo no le compro lo de <<superflua>>; no, por una científica razón: el <<efecto Baldwin>>. 

     Este <<efecto>> se materializa en todo lo que rodea al ser humano desde que emite el primer vagido hasta el último (o sea: durante toda su existencia) y que podría denominarse: <<Creencias y objetos que representan esas creencias>>. Por ejemplo: la salud, el azar, Dios… 

     El niño (la niña) crecería bajo el influjo de todo ello. Hasta aquí cualquier hijo de vecino podría aducir: <<Yo esto ya lo sabía>>. Y nosotros, en tal caso, tendríamos que congraciar con esa afirmación y agachar la cerviz e irnos por donde habíamos venido con las orejas gachas y un ánimo de perros… 

     Pero hete aquí que hay algo más; algo que pocos conocen; algo cuya mera verbalización podría llegar, incluso, a perturbar al más pintado (léase: al más versado en esta materia). Lo diré sin tapujos, y es que… <<Los niños crecen ya entre creencias y objetos que encarnan esas creencias (amuletos, danzas, historia, imágenes). Los estudiosos de la evolución consideran que la “construcción del nicho”, es decir, el revestimiento cultural de la realidad, es un mecanismo que consigue a la larga cambiar el genoma humano (…) De una manera indirecta, lo aprendido acaba influyendo en nuestro genoma>> (José Antonio Marina y Javier Rambaud. <<Biografía de la humanidad>>. Ariel. Barcelona, 2018. Pág., 69).   

     ¡La pátina de cultura que cubre el cuerpo social consigue, con el correr (y corroer) del tiempo, cambiar el <<genoma humano>>! 

     Qué, lector, cómo te has quedado… Ya…, como me quedé yo cuando lo descubrí (mejor dicho: cuando lo leí; no es lo mismo leer que ver, como no lo es ver que sentir, ni sentir que… ¡Basta!). 

     Atiéndase, por favor, al statu quo: el <<genoma humano>> modificado por la cultura. ¡¿Dónde se ha visto semejante dislate?!

     Y así podríamos seguir hasta mañana…

     Una última justificación baldwiniana: la religión. Pregunto: ¿Ha contribuido la religión (el hecho religioso) a la humanización de nuestra especie? ¿O justo al revés: a la deshumanización?…

     En fin.