domingo, 28 de mayo de 2017

264/ ¡Literatura infantil de mi vida!

¿Pere Gimferrer firmando en un stand?
¿Una poetisa (imagino) post-moderna 
recitando algunos de sus poemas?
¿Un novelista promocionando su última obra
que toca (¿y no retoca?) el “poco tocado" tema 
de la Guerra "Incivil" Española del 36?
¡Bah! Libros. Solo libros. Cuantos más mejor. 
Libros olorosos a papel y con lomo. 
Los escritores (poetas incluidos) 
que los han escrito, al parecer,
nos la refanfinfla… 

El pasado domingo visité la feria del libro de Sevilla. No fui solo. Me acompañó Ana. Ambos nos allegamos a todos los puestos con la intención de buscar (y capturar) obras maestras. Ella adquirió cuatro o cinco ejemplares y me regaló uno fantástico: 12 poemas de Federico García Lorca (Kalandraca). Abro paréntesis. La mini antología referida está enfocada al niño pero se deja leer por el adulto. Cierro paréntesis. 
     Ana y yo somos aficionados a la literatura infantil de altos vuelos. Nuestro unánime parecer es el siguiente: “estas obras son artísticas más que literarias y divinas más que artísticas”. De sobra lo demuestran su lenguaje sencillo y sonoro y precioso y sus originales e inigualables y, en definitiva, geniales ilustraciones. Por no hablar de su humanismo (no humanitarismo) visible desde lejos. Jamás pecan (a diferencia de otras muchas pensadas y escritas para adultos) de inútiles: todos los temas sensibles son abarcados por ellas. Por ejemplo: las pérdidas nocturnas de orina. O: la discapacidad física y/o mental. O: mil y una maneras de gestionar las emociones. 
     Concluyo ya: la literatura infantil (no digo “juvenil”. Digo “infantil”) merece engrosar la lista de cosas necesarias para vivir plena y felizmente durante toda la vida. 

jueves, 11 de mayo de 2017

263/ ¿Evolución o involución?

Que “un hombre es todos los hombres” me parece idea errónea (hoy. Ayer le di crédito). Todos los hombres compartimos esencia. Más allá de ésta podemos encontrar desemejanzas no siempre llamativas. Algunas permanecen ocultas. Por exquisitas. Por frágiles. Por leves. Por sutiles. Por vaporosas. Por insignificantes. La lectura ilustra esto. Cada hombre lee de un modo que tiene que ver más con él mismo que con el Otro. Habría tantas lecturas como hombres hay. La interpretación de un texto no es para tomarse a la ligera. Muchas consecuencias pueden derivarse de ella. Y a todos los niveles (social. Psicológico. Artístico). Susan Sontag decía que “la interpretación es la venganza del intelecto contra el arte”. O algo así. Cito de memoria. No estoy de acuerdo (hoy. Ayer lo estuve). Distinto es leer El Quijote como una novela picaresca que como una de aventuras que como una burladora de las de caballerías que como una mezcla de todos esos tipos. Un lector instruido no leerá igual que uno embrutecido o que uno atontado o que uno alocado: no verán ni oirán las mismas palabras (aunque éstas sean las mismas). La mente de un hombre solo refleja un cosmos: el suyo. Que lo acabe compartiendo con el prójimo tampoco goza de demasiada relevancia. El prójimo está en sí mismo como yo estoy en mí y tú, querido lector, estás en ti. Argumentar lo contrario podría significar la muerte de la literatura. Si “un hombre es todos los hombres” también una novela es todas las novelas o un poema todos los poemas. El parecido entre obras de diferentes autores y de una misma época (y género) parece claro. De ahí a establecer que todas ellas (todas las obras) son una sola va un trecho sobresaliente. O eso quiero creer yo. A veces lo descreo. Apelo a la esperanza si creo, al miedo, si descreo. Ejemplo de lo primero: los De regimine principum de Santo Tomás de Aquino y los de Gil de Roma. Ejemplo de lo segundo: el 90% y el 50% de todas las novelas y poemarios post-modernos escritos y publicados (o no) en España respectivamente.