lunes, 27 de marzo de 2017

258/ Un mal prólogo

Leer prólogos resulta costumbre perniciosa. Escribirlos es un arte. Pocos conocen las aberraciones de ese arte. Unos yerran al procurar quedar por encima del autor del texto que prologan. Otros se jactan falsamente de conocer la obra prologada y su hacedor. Otros traicionan al lector: revelan el argumento cuando se trata de una novela o de un relato. ¡Horror de horrores!
     Peri Rossi forma parte del último grupo. Un libro prologado por ella es: Moderato cantabile. Autora: Marguerite Duras. No voy a irle en zaga. No me asomaré a la balconada de este extraño edificio de la Duras. Peri Rossi detona los cimientos fácticos del mismo con un explosivo prólogo. Transcribiré dos pasajes del mismo. Uno: “Moderato Cantabile es el relato de una fascinación. Como toda fascinación, se resiste al análisis racional, a la lógica (…)”. Por esto deviene significativo el argumento de la obra. Peri Rossi lo revienta. También revela el contenido simbólico de los personajes. ¡Mon dieu! Un texto “ilógico” y carente de argumento es poético y es surrealista. Allá donde haya surrealismo (literario. El pictórico me embelesa) no estaré yo. Y el otro: “En esta novela sobre los deseos más ocultos y reprimidos, no sobra ni falta una palabra”. Acaso en ella no. En el prólogo sobran muchas. Lo certifico. 
     Días atrás empecé a leer Moderato cantabile. Lo hice por el prólogo. Dos después abandoné mi lectura. Corrijo, ahora, la frase del principio: leer "malos" prólogos resulta costumbre perniciosa. 

miércoles, 15 de marzo de 2017

257/ Los cerdos de Orwell

El principito es uno de mis libros de cabecera. Muchas veces lo he frecuentado. Leído ha sido por mí como un niño y como un hombre. La primera lectura me encandiló. La última la cursé ayer. Y me salió al paso esto (Cap., IV): “Si intento describirlo aquí es para no olvidarlo. Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo”. También esto otro (Cap., XXI): “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Y todavía esto (Cap., XXV): 
     “–En tu tierra –dijo el principito– los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín… Y no encuentran lo que buscan…
     –No lo encuentran…– respondí. 
     –Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua…
     –Seguramente– respondí. 
     Y el principito agregó:
     –Pero los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón”.  
     Hay una sentencia que aireo y que hallé, a modo de rótulo del pórtico del templo de El camino del corazón (Fernando Sánchez Dragó. Éste la rescata del Popol-Vuh), que dice: “Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca”. Cierto. Doy fe. Puede ocurrir, además, que el amigo no elija el mentado camino. Lo desprecie. Opte por otro. El de la propia conveniencia. El de la tranquilidad inter pares. El del ocultamiento de sentimientos (e ideas) en aras de esa tranquilidad inter pares. Alguien sufre. Sí. Alguien sufre. Ese alguien puede reaccionar y abandonar el camino del Popol-Vuh. Obviarlo. Elegir uno distinto... 
     Ouroboros. 
     Y así transcurren horas. Días. Semanas. Meses. Años. Y así llega a término una amistad.
     ¿Quién es culpable de ello? Yo no sé. Pero acción-reacción-repercusión es tríada con, me parece, sentido. Enuncio: nos revolcamos por el piso de la porqueriza de nuestras ideas y de nuestros sentimientos como los cerdos de Orwell.

miércoles, 8 de marzo de 2017

256/ Galimatías

Solo una nota estamparé hoy, aquí, a modo de trampolín especulativo. Y es: Mercedes Torrevejano (Razón y metafísica en Kant. Narcea, S. A. de Ediciones. P, 12. Madrid: 1982) sostiene que el pensador de Königsberg diferenciaba entre razón y entendimiento: la primera “es caracterizada como`la facultad de los principios´” en tanto que la segunda “es caracterizada como`la facultad de las reglas´”. Nada nítido. Y más abajo: “Si el entendimiento es la facultad de la unidad de los fenómenos según reglas, la razón es la facultad de la unidad de estas reglas del entendimiento según principios”. Ergo (¿obvio?): la regla es ulterior al principio. Pregunto: ¿cabe una inferencia del tipo: si la razón es la facultad de la unidad de las reglas del entendimiento según principios, ¡oh my God!, Dios es la facultad de la unidad de los principios de las reglas del entendimiento según Él Mismo?       

lunes, 6 de marzo de 2017

255/ La filosofía poética de Parménides

El archiconocido poema de Parménides da alas a la paradoja. Nadie puede negarle lo que tan poco abunda hoy entre los post-modernos: profundidad. Vuelas, si lo lees, hacia abajo. Aquélla era otra época. Una en que la filosofía se mezclaba con la poesía (acaso la primera sea una suerte de literatura fantástica. Borges dixit). Una en que el vocablo genérico que abrazaba a poeta y filósofo era “creador”. El mentado poema debiera ser (como el If. Como el Bhagavad Gita. Como el Tao Te King) por cada quisque leído. No digo comprendido. Digo leído. Toda lectura deja un reguero de posibilidades… 
     El pasaje (a mi juicio) más significativo y digno de elucubración es este:   
     “(…)
     Pero ven, y te diré, y tú retén las palabras oídas, qué únicos caminos de busca son pensables. El uno, que es y que no es posible que no sea, es la vía de la Persuasión, pues sigue a la Verdad. El otro, que no es y que necesario es que no sea, éste, te digo, es un sendero ignorante de todo. Porque ni puedes conocer lo que no es, pues no es factible, ni expresarlo. 
     Pues una misma cosa es la que puede ser pensada y puede ser.
     Necesario es que aquello que es posible decir y pensar, sea. Porque puede ser, mientras que lo que nada es, no lo puede. Esto te pido consideres. De este primer camino de busca, pues, te aparto, pero también de aquel por el que mortales que nada saben yerran bicéfalos, porque la inhabilidad dirige en sus pechos el errante pensamiento, y así van y vienen, como sordos y ciegos, estupidizados, raleas sin juicio, para quienes es cosa admitida que sea y no sea, y lo mismo y no lo mismo, y de todas las cosas hay una vía de ida y vuelta.
     Pues jamás domarás a ser a lo que no es. Pero tú, de este camino de busca aparta el pensamiento que pienses.
     Una sola posibilidad aún de hablar de un camino queda: que es. En este hay muchísimos signos de que lo que es no se ha generado y es imperecedero, pues es de intactos miembros, intrépido y sin fin. Ni nunca fue, ni será, puesto que es, ahora, junto todo, uno, continuo. Porque ¿qué origen le buscarás? ¿cómo, de dónde habría tomado auge? De lo que no es, no te dejaré decirlo ni pensarlo, pues no es posible decir ni pensar que no es. Y ¿qué necesidad le habría hecho nacer después más bien que antes, tomando principio de lo que nada es? Así, necesario es que sea totalmente, o que no sea.
     (…)”.
     El término “estupidizado” no lo recoge el DRAE. ¿Existe? Practiquemos a Parménides. Si puede ser pensado, obviamente, existe. También persuade. ¿Se ha generado? ¿Es que nunca fue (ni será) porque es? ¿Y qué es? ¿Un todo? ¿Un continuo? Pero el lenguaje, ay, no existió en un tiempo (¿o siempre existió?): habemus, sí, habemus (¡bendita sea ésta!) paradojam.