viernes, 29 de diciembre de 2023

439/ Carmen Castellote y yo

No sé cómo he llegado hasta Carmen Castellote (Bilbao, 1932). Algo aconteció la otra tarde; algo que, ahora, soy incapaz de poner en pie. Yo estaba leyendo…; o, tal vez, no. Tal vez yo veía TV: el programa de Antonio Gárate (con todo y que veo poquísima TV). Aunque, ahora que divago un punto, puede que no fuera el programa de Gárate sino un mero informativo. Seguramente en la sección de <<Cultura>> de éste, denostada (por relegada), alguien mencionó el nombre y el apellido de rigor: <<Carmen Castellote>>; y a continuación: <<La última poetisa del exilio>>. 

     Sufrí un sopitipando. 

     Me puse, loco, a buscar en la red; y hallé (<<Quien busca, halla…>>). 

     La poesía de Carmen es hermosa (como ella: Carmen Castellote. Pocas sonrisas he visto en mi vida tan francas y bonitas como la de Carmen. Una la supera: la de M.J. Bullock; no hay más). La poesía de Carmen Castellote es comprometida. Conste que no soy un asiduo del compromiso lírico; pero este caso bien merece un punto de pasión lectora.

     Carmen escribía como los ángeles. Y, ¿cómo es posible que <<un servidor de nadie>> no tuviera noticia de su obra?; algo…, una mínima mención…, no sé: un leve destello de la luz de algún comentario…

     Nada. Ocurre tantas veces…

     Botón de muestra:


     LA GUERRA Y YO


     Caminos, kilómetros de tiempo,
     nada puede apartarme de la guerra,
     de sus muertos escondidos en mi infancia.


     Y la vida nada sabe de este hoyo,
     abierto aquí, en mi corazón.
     Beben tierra los ríos como antes,
     las estrellas se persiguen en el mar,
     el monte se hace altar para la nieve
     y el sol deja que la sombra juegue contra el árbol.


     Todavía los niños juegan a la guerra
     y la flor es asombro y soledad.


     Es tarde y quiero dormir,
     pero la noche está llena de muertos.


     Iza el miedo sus alas nocturnas.


     ¿Acaso es la guerra?
     Quiero ser manos, muchas manos,
     para matar la obscuridad.


     Un rocío de luz entra en mi mañana.


     Los árboles se embriagan de aurora,
     los hombres cruzan el pasto húmedo de la noche,
     madrugan los caminos, bosteza la calle.


     Una mujer quiere barrer el nuevo día
     con su vieja escoba,
     y en la orilla de un colegio dos niños luchan
     mientras los otros ríen.


     Ya nadie habla de la guerra.


     ¿Qué hago con los muertos?”.


     Hasta aquí.

martes, 19 de diciembre de 2023

438/ "Las almas huyen para dar canciones"

La madre (biológica) de Ana ha muerto. Yo lo he sentido mucho. Ana es de las pocas personas en quien confío la ambrosía y las toxinas de mi carácter (sin duda alguna). Se llamaba (la madre biológica de Ana) Ana Molina. Nombre y apellido, éstos, unidos para siempre a mi <<biografía no novelada>> por una cuestión que no viene a cuento ahora… Lo que sí viene, aquí y ahora, a cuento son los versos de Antonio Machado que dicen: <<No me pidáis presencia./ Las almas huyen para dar canciones./ Alma es distancia y horizonte: ausencia>> (versos pescados en el caladero de Fernando Sánchez Dragó; concretamente en: <<El camino del corazón>>. Planeta. Barcelona, 2003. Pág., 12).

     Así la vida, así la muerte, Ana: <<Alma es distancia y horizonte: ausencia>>. 

     Por eso creo (por eso intuyo) que vuestra distancia (no vuestra ausencia. Ésta no ha existido, ni existirá, nunca) es Alma. Yo la llamaré (a Ana Molina), a partir de ahora, de este modo sutil: Ana Alma.

     Otro poeta que escribió sobre la <<evanescencia fundamental>> fue Joan Margarit (<<fundamental>> la <<evanescencia>> y <<fundamental>> el poeta); lo hizo respecto de sí mismo; yo lo juzgo aplicable a toda partida eterna de un ser querido… 

     Refiero el poema titulado…


     CONMOVEDORA INDIFERENCIA


     Pensé que me quedaba todavía 

     tiempo para entender la honda razón

     de dejar de existir. Lo comparaba

     con el desinterés, con el olvido,

     con las horas del sueño más profundo,

     pensando en esas casas donde un día vivimos

     y a las que no hemos vuelto nunca.

     Pensaba que lo iba comprendiendo,

     que me iba liberando del enigma.

     Pero estaba muy lejos de saber

     que yo no me libero. Me libera la muerte:

     permite, indiferente,

     que me vaya acercando hasta alguna verdad.

     Inexplicablemente, esto me ha emocionado.


     Ella está evanescida; es decir: liberada. Quédate, Ana, con eso; y tranquila: Sic erat scriptum.

lunes, 4 de diciembre de 2023

437/ Francina y "La espera"

Francina Armengol, presidenta del Congreso de los Diputados, en su discurso de apertura de la XV Legislatura mencionó a mi añorado (y admirado) Joan Margarit. Varias veces he traído a colación en esta literaria bitácora (a veces, sólo a veces, bitácora con ínfulas filosóficas; excúseme Buda), la obra buena del no menos bueno poeta catalán: Joan Margarit. Pocos contemporáneos suyos (quizá ninguno) escriben tan hondamente como lo hacía él. Su poesía raya en lo portentoso; léase: en lo pragmático. Sí: poesía para la vida cotidiana. 

     Y cómo con un lenguaje sencillo, plástico y musical (también universal, o casi: el castellano aspira a serlo), fue capaz de ridiculizar sin pretenderlo toda la vanguardia de chichinabo que se agazapa tras los adminículos de micrófono y sombrero en lo alto de las tablas de un garito (por así decir: <<macareno>>...) de la noche sevillana.

     (Risas).      

     Cualquier poema de Joan Margarit (léanlos. No se arrepentirán) representa un mundo en sí mismo. Una vida en sí misma. 

     He dicho: Cualquiera. Botón de muestra: 


     LA ESPERA 


     Te están echando en falta tantas cosas.

     Así llenan los días

     instantes hechos de esperar tus manos,

     de echar de menos tus pequeñas manos,

     que cogieron las mías tantas veces.

     Hemos de acostumbramos a tu ausencia.

     Ya ha pasado un verano sin tus ojos

     y el mar también habrá de acostumbrarse.

     Tu calle, aún durante mucho tiempo,

     esperará, delante de tu puerta,

     con paciencia, tus pasos.

     No se cansará nunca de esperar:

     nadie sabe esperar como una calle.

     Y a mí me colma esta voluntad

     de que me toques y de que me mires,

     de que me digas qué hago con mi vida,

     mientras los días van, con lluvia o cielo azul,

     organizando ya la soledad.


     Resuena tanto tanto a Joana…

     Joan, doquiera que estés (¿acaso con Joana?), mi gratitud. Ojalá naciesen más poetas que siguieran tu ejemplo humanista y humanístico. Francina te nombró (sin abuso ideológico; no como sostienen algunos filibusteros de la <<Derechita>> y la <<Derechona>> cobardes en lo político como en lo mediático: qué vergüenza de políticos y de periodistas que les hacen la cama…) y eso la eleva al pedestal de la gente inteligente con un extraordinario sentido literario de la vida. Francina, conjeturo, saboreará la buena literatura… 

     Vaya también para ti, Francina, mi gratitud. 

     Entretanto (y sin que sirva de precedente) yo seguiré aquí: <<Echando en falta tantas “tantas” cosas>>…

viernes, 17 de noviembre de 2023

436/ Aira o el volteo del mundo

OPINIÓN


Leer a César Aira se me antoja una experiencia inigualable. Lo digo con todo convencimiento. En 2004, por primera vez, leí una obra suya: <<Varamo>>; en 2005, la releí. Desde entonces varios títulos de Aira han ido, de apoco, engrosando las baldas de mi librería. Existe una curiosa particularidad: en cada volumen de Aira se encastillan varios títulos de Aira. Esto siempre (o casi siempre) es así. ¿El motivo? La inmensa mayoría de los textos de este autor se enmarca en el género <<novela corta>> (para el caso que nos atañe: unas ochenta o noventa páginas… A veces más; a veces menos). Al adjetivo <<inigualable>> del principio añadiría yo, ahora, este otro: <<excitante>>. <<Excitante>> sería la palabra justa para designar la cualidad principal de la obra del de Coronel Pringles (Argentina). Al lector, eso sí, tendrá que atraerle la Filosofía. O mejor aún: filosofar. No está claro que César Aira sea un filósofo sino algo parecido y diferente al mismo tiempo: especie de novelista pseudo-filósofo o filósofo pseudo-novelista. Un escritor con todas las letras, desde luego, sí es. 

     Un escritor con todas las letras y, también con todas las letras, un desconocido. <<¡Qué iracundia de hiel y sin sentido!>> (Juan Ramón dixit). En los tiempos que corren no le auguro a César Aira demasiada venta ni tampoco demasiada <<mano de obra lectora>>. Para leer las novelitas de Aira, en efecto, hay que arremangarse y doblar el espinazo del intelecto con una intensidad rayana en abuso. El lector debe convertirse en un <<currante>> de la búsqueda del sentido textual. El lector aburguesado, acomodado en el sillón <<H>> de la Real Academia de la Holganza (<<¡que me lo den todo hecho!>>), no se hallará a gusto leyendo a César Aira. Éste tiene la inestimable capacidad de hacerle creer (al lector, que tanto presume de ojo literario...) tonto. Además: inmensamente. Pero tranquilícese el lector: esa sensación de <<necedad>> acabará diluyéndosele en sucesivas lecturas del texto (¡correcto!: tendrá que aficionarse a releer y no sólo a leer. Esto si pretende, es claro, desentrañar los mimbres de la literatura de Aira).

     Veamos… 

     Días atrás comencé a leer <<Las curas milagrosas del doctor Aira>> (refiero el libro, <<Literatura Random House>>, Barcelona, 2015; y también la novela homónima en él encastillada). Y cuál no sería mi sorpresa cuando comprobé que las veinte o treinta primeras páginas se me escapaban de entre las manos como culebrilla de río... No había forma humana (ni divina) de arrancarles el sentido. Pensé: <<No es raro, tratándose de Aira; vuelve a leerlas y, esta vez, amárrate los machos por lo que pueda venir>>. 

     Y así lo hice. 

     La segunda lectura (o primera re-lectura. Tanto monta...) arrojó algo más de luz. Pero siguió siendo insuficiente, ésta, para alumbrar los vericuetos más oscuros e inaccesibles del texto. Pensé: <<Habrá que poseer unos mínimos conocimientos filosóficos para entender plenamente lo que el autor me está queriendo decir>>. Y ahí, justo ahí, radica el quid de la cuestión: pensar tal cosa. Camino, el mentado, que conduce al lector lego en Aira al abandono de la lectura. ¡Craso error! 

     <<De modo que hay que buscar un camino alternativo>>, me dije. <<El literal, obstruido. El figurado, más libre, pero demasiado corto. Resta el académico: gris y, de ordinario, bastante soporífero>>. ¿Cuál camino elegir, entonces, para captar el sentido de los textos de Aira? Respuesta más válida que se me ocurre: todos los mentados y ninguno de ellos. O tanto monta: el sacrosanto (y venerado por este servidor de nadie) camino lúdico. O sea: el del juego. Un juego, quizá, psicológico. 

     Hay que jugar (¡hay que jugar!) con el texto de Aira. Hay que regresar, cuantas veces sean necesarias, a la ilusión del niño lector; a la pasión que el niño lector ponía en todo aquello que emprendía; a la capacidad que tenía el niño lector para dejarse obnubilar por el mundo… 

     El mundo está demasiado cargado de Realismo para dormirse en los laureles y dejar pasar la oportunidad de imaginar y fantasear a troche y moche. <<Las curas milagrosas del doctor Aira>> versa sobre esto (entre otras especies). Acuda al texto y enfréntese a él desprejuiciado y libre quien desee conocer in situ una forma original de hacer literatura. Ojo, he dicho: original. No es, pues, moco de pavo. Y recuérdese: desprejuiciado y libre. La mejor forma, ésta, de leer a César Aira. ¡La mejor!               

martes, 14 de noviembre de 2023

435/ Universalidad en el tiempo

La literatura abunda en correspondencias. Es decir: en semejanzas que, a veces, el lector juzga insólitas; otras veces, sólo curiosas (por casuales). Se engaña quien piense esto último: la casualidad, desde Jung, no existe. Yo, hoy, he sido testigo de una correspondencia generalizada (quiero pensarlo así) durante mi lectura matutina. Ha aparecido ésta, de súbito, en un artículo (o cuento. Sí, más bien cuento) de Rosario de Acuña y Villanueva: <<El mejor recuerdo>>. 

     Yo no conocía a esta escritora. Yo no había leído ninguno de los múltiples textos de esta escritora del XIX (y principios del XX). Llegué a ella (y a su texto) de pura <<ca(u)salidad>>. Después de leer una breve biografía suya recalé en el artículo (en el cuento) mentado y… ¡Oh tempora, oh mores! Duro. Contundente. Denunciante, éste, de una realidad social pavorosa. El lector puede indagarlo aquí: http://www.rosariodeacuna.es/obras/articulos/mejor.htm.

    En el cuerpo de ese artículo (de ese cuento) hallé la correspondencia que refiero. Y la disfruté. Y me regodeé en ella. Y la universalicé en el tiempo… Los dos términos que la conforman son sencillos y aparentemente distantes entre sí: <<libros>> y <<nichos>. La correspondencia es esta: <<(…) Mis ojos recorrieron [dentro del cementerio] la larga galería, o más bien librería, en donde, como si fueran volúmenes preciosos, se ven recopilados tantos y tantos ejemplares de nuestro fragilísimo cuerpo, bajo una encuadernación de jaspe, de alabastro o de granito>>.

     Quién no ha equiparado, alguna vez, ambas imágenes. Quién no ha pensado, alguna vez, que las portadas (o los lomos) de los libros recopilados en las baldas de cualquier librería son similares a las lápidas de los nichos apilados en los muros de cualquier cementerio… ¿Y hay que recordar el título de aquella serie…, <<El cementerio de los libros olvidados>>, de Ruiz Zafón? 

     Borges hablaría de <<desgaste>>… 

     Quizá lo universal, como los clásicos, no se desgaste nunca. Quizá.

viernes, 3 de noviembre de 2023

434/ Oportunidad extraviada (para algunos)

El teatro no estaba lleno. Quizá, por la mitad… 

     <<Esperando a Godot>> (Samuel Beckett, 1953) no convenció a un público acostumbrado a que se lo den todo hecho. Conjeturo; no sé… No le culpo (al público). Yo lo entiendo (al público). Lo engrosé y, como a todos (o a casi todos), tampoco me satisfizo la obra. El elenco (Atalaya) estuvo sobresaliente. Ni un pero que valga en ese sentido. Un solo fallo detecté: uno de los componentes del elenco equivocó el orden de dos palabras de una frase de su parlamento pero, lo digo en su propio descargo, rectificó inmediatamente y la pifia no pasó a mayores. Denotó oficio. Nadie se percató de lo ocurrido. La ovación final del público fue breve. Demasiado. El público, conjeturo, aplaudió (abúlico) a la obra; no al elenco. Único sentido, éste, que hallo a tan vergonzoso hecho.

     La representación tuvo lugar en el <<Teatro de la Villa>> de San José de La Rinconada, el viernes 27 de octubre, a las 20:00 h. Duró noventa minutos aproximadamente. Noventa  aproximados y fugaces minutos. Repito: el trabajo interpretativo del elenco lo juzgo extraordinario. 

    La traducción del texto original, al parecer, corre a cargo de Ana María Moix. Signo éste de suficiente calidad literaria. Suficiente y necesaria. Destacar, además, el trabajo de Rocío Ponce (<<Maquillaje, peluquería y estilismo>>). 

     El elenco era el siguiente: Jerónimo Arenal, Manuel Asensio, Marga Reyes, Aurora Casado y Tomás de los Reyes. Todos hicieron una labor verdaderamente soberbia. Mi gratitud.

     La palabra <<absurdo>> asustará a muchos. Algo habría que hacer para evitar esto.

     El teatro no estaba lleno. Quizá, por la mitad…

miércoles, 11 de octubre de 2023

433/ El desencanto

Ya no. Ya no tengo dudas. Los planteamientos encastillados en el post anterior a este son del todo erróneos. Así de claro y contundente. Ramón J. Sender extravió absolutamente el norte del escritor literario en el libro <<Por qué se suicidan las ballenas>> (Ediciones Destino. Barcelona, 1979). Lo hizo, seguro estoy, a expensas de la confesión vertida en la página 42: <<Yo no soy hombre de ciencias>>. Conque no, eh… 

     ¡Tararí que te vi! 

     Soporífero botón de muestra: 

     <<En nuestro sistema nervioso hay billones de generadores magnéticos que se combinan haciendo coincidir los ejes de las órbitas helicoidales en una misma dirección. Esa dirección la determina la “voluntad de existir” de nuestros genes. Pero a su vez suscita en las neuronas una respuesta adecuada ya que a veces si hemos tropezado durante el sueño en una piedra al despertar nos duele el pie. O si hemos hecho el amor con una hembra codiciable tenemos el orgasmo eyaculatorio. Ésta es la prueba más escandalosamente evidente de la misión rectificadora de nuestros sueños>> (op.cit. Pág., 110).

     Y así todo el rato… Uf.

     (Nota: No tengo nada en contra de la ciencia ni de los científicos. ¡Buda me libre! Es más: los seres humanos sobre la Tierra que más admiro, mejor aún: los únicos que verdaderamente admiro, son aquellos que logran salvar vidas y mejorar el mundo <<haciendo>> ciencia. Quede esto claro. Pero no apruebo la tomadura de pelo al lector).  

     Exceptuando lo de la <<hembra codiciable>>, el resto huele a chamusquina cientificista (que no científica), y no a los azahares melosos de la literatura. Como dije en el post anterior a este: No sé si me explico… Arduo texto y, a mi juicio, dudosamente divulgativo el pergeñado por Sender el año 1979. Indescifrable. Infumable. Hiper-tecnificado. Muy alejado, por cierto, de las inquietudes del hombre de letras medio. Apto, tal vez, para mentes analíticas de pseudo-ciencia y ¡pare usted de contar! Uno de los peores ensayos que he leído en mi vida de anacoreta antisocial extraviado en los vericuetos del idealismo estético. Tal cual. Obtuso. Neblinoso. Artificialmente densificado. Quizá hasta sofístico… Yo no sé. 

     Alguna pavada también he hallado en él…

     <<Una observación que me ha intrigado siempre es que todos los analfabetos (…) que he conocido eran personas tranquilas, nobles, de buenos sentimientos y con tendencias naturales de ayuda y de cooperación (…).

     (…). Lo que quiero decir es que los criminales que he conocido (…) todos sabían leer y escribir. En cambio no he conocido un solo analfabeto criminal ni suicida.

     Ni paranoico.

     Ni esquizofrénico. Ni maníaco depresivo>> (op.cit. Págs., 133-134).

     Y, tras mucha matraca cientificista, esto:

     <<No te asustes, lector, que no voy a tomar otra vez acentos doctorales>> (op.cit. Pág., 147). 

     De nuevo: ¡Tararí que te vi!

     Excúseme, don Ramón, allá dónde se halle usted. Pero yo he de exclamar ¡basta! y, a partir de aquí, pasar raudo a otra cosa. ¡Dicho y hecho! 

lunes, 2 de octubre de 2023

432/ Conjeturando un punto

Ayer escribí lo que sigue…

     

     Es el ensayo un género que, por momentos, me seduce más y más. Refiero el literario. Lo apostillo porque no todos los ensayos devienen literatura. Muchos participan más de la naturaleza científica que de la literaria. Y eso acaba hastiándome. O aburriéndome. O, incluso, irritándome. No me sucede esto con aquel cuyo lenguaje deleita y cuyas bases de composición son la creatividad y el afán divulgativo filosófico (o de cualquier otro tipo) pero sin caer nunca el autor en la obsesión científico-técnica. No sé si me explico. Montaigne es, como todo el mundo sabe, el Hombre Hecho Ensayo. No digo: el Ensayista (así, en mayúsculas). Digo: el Hombre Hecho Ensayo. Signo, el suyo, de absoluta calidad literaria. Pero con Montaigne no principia y termina el ensayo. Fernando Sánchez Dragó también fue un ensayista de pro. Igualmente Rosa Montero se echó al monte del ensayo con mayor o menor fortuna. Lo atestigua, en parte, su libro <<El peligro de estar cuerda>>. Esto en lo que respeta a escritores patrios próximos al aquí y ahora. Hay, por supuesto, otros. Otros muchos hay. Virginia Woolf, Franz Kafka o Charles Baudelaire (junto a otros), no desmerecen en lo relativo a ensayistas foráneos. Sucede que pocas veces escritores de tan alta alcurnia sorprenden, al alza, al lector cuando ensayan. Sus novelas superan de largo sus ensayos. Y como el lector ya es avezado en esas lides narrativas del novelista de turno, no queda ojiplático, entusiasmado ni arrebatado por el genio ensayístico de ese o esa plumífera de alto vuelo. Pero la vida siempre se guarda un naipe bajo la manga ancha del <<mal>> menor. Sería (este) el caso. Por ello exclamo ¡hurra! a los cuatro vendavales. Sería este, como digo, el caso de Ramón J. Sender. Y el ensayo en cuestión: <<Por qué se suicidan las ballenas>> (Ediciones Destino. Barcelona, 1979). Título a priori repulsivo, a posteriori (quiero yo suponerlo así) lleno de sentido filosófico o humanístico. Comienza Sender hablando de León Tolstoy y acabará haciendo lo propio con yo no sé qué todavía. Y en medio todo un maremagno de frases directas y plenas de sentido hasta donde se me alcanza (pág. 55 de un total de 155). El sentido de este libro, en efecto, se me antoja arduo. <<Dadme una frase ajustada y moveré el mundo>> parecía querer decirnos J. Sender. O bien (esto ya lo digo yo): <<Las cosas claras y el chocolate espeso>>. Más aún: a qué tanto circunloquio si lo que se desea expresar cabe, al fin y a la postre, en un renglón. Yo, sinceramente, no lo entiendo. Uno de los mejores ejemplos de derroche verbal sería el reflejado en el libro <<El ser y la nada>> de Jean-Paul Sartre. Otro ensayista (Sartre) de pro. Probablemente llamar ensayista de pro a Sartre constituya herejía. El grupo de filósofos puros, creo, no lo acepta entre los suyos sin algún remilgo. Intuyo que a Ramón J. Sender no le sucedió esto jamás. El de Chalamera de Cinca (Huesca) no abandonaría bajo ningún concepto su rol de literato. <<Yo no soy hombre de ciencias (…)>> (op.cit. Pág., 42). La diferencia entre un literato y un sabio estriba en la cuota de búsqueda de deleite que emplea el primero a la hora de enunciar una idea por escrito y la imaginación que, de suyo, impulsa el lenguaje empleado por éste. Habrá especímenes híbridos. Rara vez el literato va a hacer concesiones al conocimiento en detrimento del deleite lector (y, por ende, escritor). O sea: en detrimento del estilo. Einstein: <<La imaginación es más importante que el conocimiento>> (somera explicación: la imaginación sería ilimitada en tanto que el conocimiento no). A Sender le ocurriría algo así. De lo que yo, con franqueza, me alegro. 

     Nada como leer un texto divulgativo en buen castellano manejado por un literato y no por un científico-técnico que hará del lector alguien más sabio (esto sin duda) pero también más infeliz. O, al menos, no más feliz de lo que ya era antes de descifrar el texto de marras. Cuando arribe al final de <<Por qué se suicidan las ballenas>> comprobaré si estoy o no en lo cierto. 

     Ejercicio arriesgado este de escribir un post previo a la lectura (salvo por esas 55 páginas cursadas) del libro que se desea comentar. Y qué. El ars scribendi no entiende de tiempos. 

     Pues eso.

     

     Hasta aquí. Hoy me desdigo, en parte, de lo arriba apuntado y atisbo una inminente posibilidad de error en mis planteamientos de ayer…

     

     Continuará.                    

lunes, 25 de septiembre de 2023

431/ Una matrioska sintáctica

Jorge Edwards era, hasta hace una miaja relativamente, un desconocido para mí. Sigue siéndolo en parte. Quiere decirse: nunca he tenido el placer (o displacer) de tratarlo en persona. Sí lo he tratado (dos veces) en libro. Primera vez: <<El museo de cera>> (año de lectura: 2018). Segunda vez: <<El origen del mundo>> (año de lectura: 2023). Por cierto: señas de este último volumen: Tusquets Editores, S. A. 1997. Ignoro el motivo de mi férreo desconocimiento acerca de la persona y la obra de este plumífero (de Jorge Edwards y de sus novelas básicamente) en un mundo tan globalizado como el actual en que unos más que otros pervivimos. Qué ha podido fallar lo ignoro. Nadie me ha metido jamás por los ojos los libros de Edwards. ¡Nadie! Ni publicista, ni editor, ni periodista. Ni siquiera el propio Edwards se ha consagrado jamás a la tarea de meterme por los ojos su obra literaria. Pero, ¡bien empieza lo que bien acaba! Yo solito he dado con ella (con la obra de Edwards). ¿Cómo? Una tía mía me regaló hace unos años un par de cajas repletas de libros. Entre esos libros abandonados por mi tía, recibidos en buena lid por un servidor de nadie que es ávido lector, se hallaba uno cuyo título reza: <<El museo de cera>> (Bibliotex, S. L., 2001). Novela, esta, que me aburrió someramente cuando la leí aún comprobando su buena factura. Edwards era un gran novelista. Vale. Pero entonces llega el turno de <<El origen del mundo>> y cuál no será mi sorpresa cuando compruebo que no sólo no me aburre sino que, además, me induce a seguir leyendo cuando cada jornada doy por concluida mi sesión de lectura. Un puro hallazgo literario. Eso creo. Y todo a pesar de la dificultad que entraña la lectura de esta (digámoslo así) orfebrería rusa sintáctica. Un texto plagado de subordinadas y complementos que demanda una atención plena al lector para no errar este en la interpretación de su sentido último. Botón de muestra: <<LE HABÍA DICHO al mediodía, es decir, hacía muy poco rato, después de levantarse, de entrar en su cocina y DE PREPARARLE, con lo poco que había, abriéndose paso a tientas en medio del desorden, del más inaudito despelote, sin preguntar dónde se hallaban la cafetera, las tazas, el azucarero, etcétera (detalle que le había parecido de una notable y, por eso mismo, alarmante sutileza, de persona que lo conociera de toda la vida y que supiera, ¡con sabiduría de geisha!, dar satisfacción a sus más mínimos caprichos), UN RICO DESAYUNO, con tostadas perfectas, pasadas por un resto de mantequilla y realzadas con un punto de mermelada de mandarina que se le había olvidado que existía en su alacena, LE HABÍA DICHO, pues, al final de aquella habilidosa y meticulosa preparación, lo siguiente: (…)>> (op.cit. Pág., 47). Ahí arriba puede verse lo que sostengo aquí abajo. El despropósito que supone el hecho de que para saber el lector lo que alguien <<le había dicho>> a alguien tendrá que leer dieciséis renglones; y para saber qué le ha preparado alguien a alguien, nueve. El pasaje con lo preparado (el <<rico desayuno>>) está dentro del pasaje en donde se revela lo <<dicho>>. Es la técnica de la <<Matrioska>>. Difícil técnica, más bien, tanto para el autor que la emplea como para el lector que la desentraña. Pregunto: ¿Qué necesidad hay de semejante dislate? Una razón bien fundada existe para desplegar esta técnica narrativa: el deseo del autor de reflejar un tipo de pensamiento menos cotidiano (multiforme) que neurótico. Pero el deseo del autor y el del lector no siempre convergen. Concluyo ya. Que cada quisque escriba como le dé la gana y lea lo que buenamente quiera o pueda. Yo, aquí, sólo doy fe de lo leído. Yo aquí sólo doy fe de la dificultad inútil y, por qué no, hasta hermosa de lo leído. Sólo eso.

     Jorge: mi gratitud. 

viernes, 15 de septiembre de 2023

430/ "Oz" (o La Fuerza de Adentro)

A mi pequeña <<superluminova>>.

A Ana, a quien quizá la luz <<parental>> del cielo se lo dijo...



Giulia, te contaré algo, una historia que bien conoces. Pero tal vez no la conozcas bien. Escucha. ¿Te dicen algo estas tres palabras: <<Winkies>>, <<Munchkins>>, <<Quadlings>>? ¿No? ¿Y estas otras: <<Ciudad Esmeralda>>, <<Oz>>, <<Kansas>>? ¿Estas sí? Y si te hablo de un <<Espantapájaros>>, un <<Leñador de Hojalata>>, un <<León>> y una niña llamada <<Dorothy>>… ¿Qué se te viene, entonces, a la cabeza? ¡Exacto!: <<El mago de Oz>> cuyo título original es: <<The Wonderful Wizard of Oz>>. ¿Adónde quiero yo, Giulia, ir a parar con todo esto? Muy fácil: a animarte a <<leer>> este magnífico cuento (L. Frank Baum: <<El mago de Oz>>. Diario EL PAÍS, S.L. Madrid, 2004). No sólo iguala el mismo en calidad a la película del año 1939 protagonizada por Judy Garland: de lejos, la supera.

     Giulia: déjame que te diga dos cosas… 

     Una: que el poder es un arma amenazadora, pero en manos bondadosas, puede convertirse en una magnífica oportunidad de mejorar la vida de los demás. 

     Y dos: que la compañía (¡y te lo dice un solitario!) es, en líneas generales, mejor que la soledad. Una excepción hay: cuando la compañía que eliges es perjudicial para ti. Esto último es muy importante saberlo.  

     Ahora, profundizaré un poco en ello…

     Primera cosa (el efecto del poder en según qué manos recaiga éste). Mira: el Espantapájaros sin seso, el Leñador de Hojalata sin corazón y el León sin valentía, en ocasiones poseen una buena cuota de poder. ¿Y cómo lo usan? Con bondad y generosidad (sin egoísmo ni deseos de hacer daño a nadie). ¿Resultado? Que ayudando a los demás velan por sus propios intereses. En sentido contrario también es válida la idea: mirando por sus intereses acaban, todos ellos, ayudando a los demás. Esto a un adulto le suena a horroroso <<buenismo>> (todavía es pronto para que tú sepas qué es eso del <<buenismo>> horroroso). A una niña de tu edad podría servirle de estímulo y guía para llegar (como Dorothy) a la Tierra de Oz: un lugar maravilloso en que de una farsa (de un engaño) se derivan tres oportunidades valiosísimas: la capacidad de pensar, la de sentir, la de ser valiente. El mago no es tan honesto como había hecho creer a los <<Munchkins>> (los <<Munchkins>>: el primer pueblo con que se topan en su viaje nuestros cuatro amigos. Más tarde llegarían al de los <<Winkies>> y, todavía más tarde, al de los <<Quadlings>>). El mago es un hombrecillo de carne y hueso que, aunque mago, no es nada honrado (nada honesto). Tampoco tiene superpoderes como había hecho creer a todo el mundo. 

     Más: el Espantapájaros (sin llegar a tener nunca un cerebro) al final cree que lo tiene y actúa en consecuencia: inteligentemente. El Leñador de Hojalata no tendrá jamás un corazón pero, como al final cree que lo tiene, acaba comportándose como lo haría alguien con un corazón <<bueno>>. El León cobarde ha ingerido un bebedizo mágico que no es otra cosa que valentía en estado líquido, y le ocurre lo mismo: cree que ese bebedizo que injirió es realmente valentía y a partir de entonces actúa como lo haría un león valiente: de manera arrojada y generosa. ¿Moraleja? Fácil: <<Cree en ti y conseguirás todo lo que te propongas>>. Ah, un consejo, Giulia: no dejes que ningún adulto corrija esta frase nunca. La voy a repetir para que la leas (o te la lea tu madre) dos veces: <<Cree en ti y conseguirás todo lo que te propongas>>. Cuando seas mayor tú misma corregirás la frase y se te ocurrirá algo que decir al respecto… Por lo pronto seguirás mucho tiempo aún viviendo en el tiempo más maravilloso de la existencia humana (salvo en algunos casos que no voy a mencionar para que no te pongas triste): la niñez. 

     Segunda cosa (caminar por la vida acompañada en vez de hacerlo sola; con la única excepción que he apuntado antes): el Espantapájaros, el Leñador de Hojalata y el León (también Dorothy) nunca habrían conseguido superar los obstáculos que encontraron en su camino de baldosas naranjas y otros caminos y áreas selváticas por que discurrieron sus pasos si hubiesen caminado solos. Las virtudes de unos sirven para suplir las carencias de otros. Te pondré un ejemplo. El Espantapájaros está hecho de paja. Nada ni nadie puede hacerle daño porque la paja amortigua todo tipo de golpes y de caídas (su único temor es que alguien con mala baba le arrime una cerilla encendida: el fuego, en ese caso, acabaría con él en un santiamén). Pues bien: un día, Dorothy, el Leñador de Hojalata y el León tuvieron que saltar desde una altura considerable hasta el suelo. ¿Y sabes qué pasó? Que, en esas, el Espantapájaros se tumbó en el mismo suelo y ninguno de sus amigos se hizo daño en su caída libre… La virtud del Espantapájaros (estar hecho de paja) sirvió para suplir la carencia principal de los otros tres en este sucedido (estar hechos de carne y hueso y de latón). ¿Y qué habría pasado si los cuatro hubiesen ido solos? No quiero imaginarlo…

     Sin embargo, Giulia, hay algo un poso inquietante en toda esta historia que no sé si contarte o silenciarte. Te lo contaré (con el permiso de tu madre). Y es: que en varias ocasiones nuestros amigos recurren a la violencia para salir vencedores de una dificultad.

     Pondré dos ejemplos ilustrativos de esto que te digo. 

     Uno: (op.cit. pág., 91): <<El Leñador de Hojalata le dio un hachazo y le cortó la cabeza, matándolo en el acto. Tan pronto como pudo alzar el brazo llegó otro lobo, y también cayó bajo el cortante filo del arma del Leñador de Hojalata. Cuarenta lobos había, y cuarenta veces murió un lobo, de modo que al final yacían todos en un montón delante del Leñador>>.     

     Y dos (op. cit. pág., 91): <<(…) el Espantapájaros (…) lo agarró por la cabeza y le retorció el pescuezo hasta matarlo, y entonces otro cuervo voló hacia él, y el Espantapájaros le retorció asimismo el pescuezo. Cuarenta cuervos había, y cuarenta veces el Espantapájaros retorció los pescuezos, hasta que al final yacían todos muertos junto a él. Entonces llamó a sus compañeros para que se levantaran, y otra vez reanudaron su viaje>>.

     Tendremos que investigar acerca del número 40…     

     Ahora, Giulia, te pregunto: ¿Qué hacemos con la violencia? Yo (seguro que tú también) estoy en contra de todo tipo de violencia. En defensa de nuestros amigos debo apuntar que ellos sólo la utilizan cuando creen que sus vidas corren verdadero peligro. Hay algo que se llama <<defensa propia>> que es muy recomendable emplear llegado el caso (los adultos lo hacen. Los niños también deberíais hacerlo pero, como sois niños, mucho me temo que algunos de vosotros no habéis aprendido todavía a asimilarla y utilizarla correctamente). ¿Moraleja? Fácil también: <<Nunca dejes, Giulia, que nadie te falte al respeto>>. Que nadie ose, jamás, <<acosarte>>. Y si alguien lo hace…: defiéndete con uñas y dientes y pide ayuda a tus padres y a tus profesores (también a tus amigos). Ea, ya está, los asuntos delicados hay que enfrentarlos cuanto antes y éste ha quedado debidamente enfrentado aquí. ¿Sabes? Este asunto me preocupa mucho… 

     Ahora, Giulia, quédate tranquila: Dorothy (como sucede en la película) consigue regresar a casa con su tía Em y su tío Henry. ¿Y sabes qué? Que los mayores (y algunos niños y niñas) añoramos la tierra que nos vio nacer o crecer o desarrollarnos como niñas y niños, mujeres y hombres, o lo que seamos. También podemos llegar a añorar la tierra de nuestros padres. La de nuestros abuelos. La de nuestros bisabuelos. La de nuestros tatarabuelos. La de… Todo, para saber de dónde venimos. Y quiénes somos. Este tema está muy presente en <<El mago de Oz>>. 

     Mira, Giulia, lo que escribe L. Frank Baum en la pág. 30 de la edición que yo manejo…

     <<El Espantapájaros escuchó atentamente, y dijo:

     -No puedo entender cómo puedes estar deseando dejar este hermoso país y regresar a ese lugar árido y gris que llaman Kansas.

     -Eso te pasa porque no tienes seso -contestó la niña-. Por muy grises y tétricos que sean nuestros hogares, nosotros, la gente de carne y hueso, viviríamos allí antes que en ningún otro país, por hermoso que fuese. No hay nada como estar en casa>>.

     Pues eso: nada como estar en casa. Lo que sucede es que, a veces, nuestro hogar está lejos de nuestra casa… ¡No es tu caso!

     Para finalizar este post lingüísticamente desacostumbrado (he rebajado todo lo que me ha sido posible el lenguaje para que tú lo entiendas) te diré tres últimas cosas:

     Una. Que el Espantapájaros acabó siendo Gobernador de la <<Ciudad Esmeralda>>.

     Dos. Que el Leñador de Hojalata acabó siendo Gobernador del país de los <<Winkies>>.

     Y tres. Que el León, por su parte, acabó convertido en Rey de la Selva.

     Recuerda ahora, Giulia, lo que te dije sobre el poder…

     Nada más, pequeña <<superluminova>>, activa y siempre libre. 

     Achuchones, pequeñita genial, y besos para tus padres.


Aires de infancia…

Septiembre, 2023.  

                            


viernes, 8 de septiembre de 2023

429/ Problemática imaginación

Confesaré algo: no soy asiduo lector de ciencia ficción. Ello no impide que, de vez en vez, picotee de lo que sin rebozo podría denominarse <<excesos de la imaginación verosímiles>>. Habrá quien tenga por herejía considerar que la imaginación pueda excederse en algo. Y no le faltará razón. Pero también habrá quien considere que cuando la imaginación va demasiado lejos se activa un mecanismo de defensa en el imaginativo que lo exime del miedo. No podría ser, por cierto, de otra manera. Hablaríamos, aquí, de un miedo atroz a lo inmoral. Más concretamente: al deleite (del tipo que sea) que pueda derivarse de la inmoralidad pura y no menos dura. Por ejemplo: regodearse en la sangre de un cerebro animal o humano abierto de par en par. Otro ejemplo: amistarse con un ser mitad hombre mitad animal que habla y, además, exhibe una actitud entre amistosa y repulsiva. Otro: considerar la locura un tipo de cordura (Foucault, creo, coqueteó con esta horrible y esperanzadora idea). La ciencia ficción (o la <<ficción científica>>) en ocasiones lleva al lector a traspasar sus propios limites éticos. El quid de la cuestión es que a la imaginación, como al campo, no se le pueden encajar puertas. Por suerte. 

     Bioy Casares no se las encajó. Escribió una obra maestra de la ciencia ficción (<<Plan de evasión>>. Penguin Random House. Barcelona, 2023) aprovechando para poner al lector en un quisquilloso aprieto. A saber: decidir si modificar la percepción de la realidad en un sujeto a priori sano y con el no menos sano objetivo de mejorar su deficiente vida es moral o inmoral. El sujeto imaginado por Bioy se halla preso en una isla. Un científico trastornado (responde este al nombre de Castel) es quien, con ayuda de otro personaje siniestro (De Brinon), se encargará de ejecutar semejante dislate. Y justo ahí es donde me quedo anclado yo: en el conflicto moral. El libro presenta y desarrolla mínimamente (es novela corta) diversidad de temas. Todos interesantes. Todos puntiagudos. Todos, susceptibles de ser matizados. La ética que engloba el conflicto habido entre lo inaceptable socialmente y la buena disposición en mejorar las cosas de ciertos individuos difícilmente sea ignorada por el lector medio.

     Instrumentos para cambiar la percepción de las cosas hay varios. Música. Literatura. Cine. Meditación. El trabajo (sí, el trabajo)… Pero cuántos de estos subvierten el orden natural del mundo. Corregir no es subvertir. Me quedo pensando en ello y hallo una respuesta un punto verosímil: los maquiavélicos. Es decir: aquellos que quedan justificados por los fines. 

     La experimentación con animales en laboratorios avanzados estaría justificada por la ventaja que supone para la sociedad, por ejemplo, la curación del cáncer. El Budismo preconiza la no violencia contra cualquier ser vivo. Qué hacemos entonces. Cierto grado de maquiavelismo resultaría beneficioso… Si el bien que se desea preservar (siguiendo con el ejemplo anterior: la vida humana) se posiciona por encima de ese otro bien (siguiendo con el ejemplo anterior: la vida animal) no habrá quien reproche con absoluto convencimiento semejante praxis. Pero, qué ocurriría sin adquiriésemos el punto de vista del ratón de laboratorio (caso de que este animalejo disponga de punto de vista). Es un poco lo que plantea Bioy en <<Plan de evasión>>. 

     Bien y mal, libertad y esclavitud, no serían términos opuestos absolutos sino relativos. Pregunto: ¿Somos tan libres como creemos que somos? ¿De verdad nada ni nadie nos manipula? ¿Cuál es la línea divisoria que separa lo moralmente aceptable de lo inmoral? ¿Es que el <<amor>> no nos vuelve a todos locos de remate? Más bien, tontos de capirote…

     Escribió William Blake (cita rescatada de la novela de Bioy. Pág., 156): <<¿Cómo sabes que el pájaro que cruza el aire no es un inmenso mundo de voluptuosidad, vedado a tus cinco sentidos?>>.

     Y, entretanto, Bioy…: <<Admitimos el mundo como lo revelan nuestros sentidos. (…) Si miramos a través del microscopio la realidad varía: desaparece el mundo conocido y este fragmento de materia, que para nuestro ojo es uno y está quieto, es plural, se mueve. No puede afirmarse que sea más verdadera una imagen que la otra (…) Si cambiaran los sentidos cambiaria la imagen. Podemos describir el mundo como un conjunto de símbolos capaces de expresar cualquier cosa; con solo alterar la graduación de nuestros sentidos, leeremos otra palabra en ese alfabeto natural>> (op.cit. Págs., 156-157).

     Todo inquietante. Todo, a su vez, verosímil. ¿Moral o inmoral? Decida cada quisque.                   

miércoles, 30 de agosto de 2023

428/ "Menosprecio de corte y alabanza de aldea" (II)

Pueblo igual a invariabilidad vital. Ciudad igual a vida amena. Pero esto no será del todo así. El narrador de <<Las hermanas coloradas>> lo juzga de otra forma (es decir: la vida en el pueblo sería <<monótona>>. Punto) a juzgar por el siguiente párrafo sin concierto y un poco abigarrado:

    <<Todos los días la misma torre, el mismo poniente e igual música de saludos en cada esquina. Todo quieto y lúcido. Sólo la carne padece. Sobre igual paisaje las carnes adoban y resecan hasta emprender la muerte. Todo es un juego de pequeñas vueltas, de idénticos círculos, de parejas sombras, palabras, caras, fachadas, historias y torre. La plaza, con el Casino, la Posada de los Portales y el Ayuntamiento es el eje de esa ruleta de luces isócronas, de parejos saludos, de risas, campanadas, ladridos, y petardeaos de coches. Don Isidoro se asoma a su balcón a las doce, poco más o menos. Manolo Perona que llega al Casino. El relevo de los guardias, la gente que viene de la compra. Todos los días a la compra. Don saturnino, que va de visitas, al pasar por la plaza saca la cabeza por la ventanilla del coche para ver la hora. Los señores curas pasean por la glorieta con revuelo de sotanas. Si se muere uno, o se va, viene otro y luego otro, pero siempre hay a la caída de la tarde curas paseando entre pliegues de sotana. Las tinajas de vino cada año se llenan, cada se vacían. Las lonas del mosto cada año se manchan, cada se lavan. Ya llega la noche, la plaza se queda vacía y todos a la cama con cara modorra. <<Sus mujeres duermen>>. La Gregoria suspira. ¿Y su hija, la Alfonsa? ¿Hasta qué hora mira el rayo estrecho de luz que filtra la ventana?>> (op.cit., biblioteca El Mundo. BIBLIOTEX, S.L., 2001. Pág., 184).

     Ese <<rayo estrecho de luz que filtra la ventana>> es el mismo que vieron las hermanas coloradas mientras permanecían retenidas en un inmueble de Madrid, que es ciudad y no pueblo, por mucho que algunos ideólogos de la vieja escuela se empeñen en parangonarla (a Madrid) con un inmenso pueblo manchego. No, no. Madrid es urbe en toda regla. Vale que su idiosincrasia consista en una mezcolanza entre lo sofisticado y lo sencillo. Vale que su población fluctúe entre lo moderno y lo castizo. Vale que su historia literaria rezuma clasicismo y romanticismo. Todo eso, insisto, es válido. Pero aquel que osa identificar Madrid con un poblachón manchego o no sabe lo que dice o dice lo que no sabe. Madrid no es sino urbe angustiosa, colapsada, alienante. La <<monotonía>> que sufrieron las hermanas coloradas es exactamente la misma que sufrió el sujeto poético de aquel poema de Machado (<<Las moscas>>) que empieza…

    

     Vosotras, las familiares,
    
inevitables golosas,
    
vosotras, moscas vulgares,
    
me evocáis todas las cosas


     …y acaba así:


     Inevitables golosas,
    
que ni labráis como abejas,
    
ni brilláis cual mariposas;
    
pequeñitas, revoltosas,
    
vosotras, amigas viejas,
    
me evocáis todas las cosas.


     Monotonía de la evocación. Monotonía de la memoria. Monotonía de la nostalgia de un pueblo. Nostalgia: inductora de literatura. El pueblo, aquí, es el protagonista. Eso, amigos, es todo.    

viernes, 18 de agosto de 2023

427/ "Menosprecio de corte y alabanza de aldea"

Existe una pugna histórica entre pueblo y ciudad que no deja indiferente a <<naide>>. Yo la juzgo una pugna necesaria. Conciencia al populacho de determinados hábitos… Sin quitar ni poner, sin prejuzgar ni sojuzgar nada ni a nadie, lamentándolo mucho (o no) he de tomar partido por el pueblo. ¡La duda, al cabo, ofende! Y es que donde se ponga un pueblo, con su campanario y su riachuelo, su bosquecillo silvestre (o roquedal arenoso. Ya puestos…) y sus <<rapaces>> jugueteando en las calles… La ciudad también ofrece credenciales: oferta notable (más aún: sobresaliente) de cultura y ocio, intimidad, anonimato. No es lo mismo. Perdóneseme la insistencia e intransigencia. No es, en absoluto, lo mismo. La vida en el pueblo deviene natural. En la ciudad, un cúmulo de artificios. La gente en los pueblos es (somos) de otra ralea: mejor pensados y formados (sobre todo en civismo y cortesía). Luego está la inocencia buena (que no buenista) de los pueblerinos. Cosa esta que los urbanistas desconocen por completo. Ellos (los urbanistas) se arriman al calor del buenismo, malo por definición, en vez de hacerlo al de la bondad pura y poco (muy poco) dura. En esto del buenismo me malicio que hay una gran carga ideológica. La ideología en los pueblos permanece menos encorsetada que en las ciudades. Yo esto lo juzgo negativo y positivo a la vez. Negativo: porque uno puede fluctuar sin demasiado esfuerzo ni fundamento entre un extremo y otro y todo ello con base en criterios de dudosa potencia filosófica (amiguísimo, compañerismo, favoritismo… Digámoslo de este otro modo: inapropiado sentido común). Positivo: porque el ciudadano de a pie, en los pueblos, ha aprendido a respetar al contrario ideológico como Dios manda y no a despotricar (por despotricar; así funcionan los <<ideologizados>>) y criticar lo muchas veces difícilmente criticable. 

     Esta cantilena me la ha inducido la lectura de la novela <<Las hermanas coloradas>> de Francisco García Pavón (biblioteca El Mundo. BIBLIOTEX, S.L., 2001). Y, por encima de todo, el siguiente párrafo (pág. 60): 

     <<En los pueblos (…) cada persona es un ser redondo, completo, parte de otra cosa más gorda, también completa, que es una familia. Allí a todo el mundo se le conoce de cuerpo entero, de familia entera. Pero aquí en las capitales a la gente se la columbra a cachos, a refilones. Y a las familias enteras tal vez nunca. En los pueblos puedes enterarte en un rato de la biografía completa de cada sujeto. Aquí tienes que componerla como un rompecabezas. Allí, la vida de cada persona es como una novela que vas abultando cada día con las noticias que él mismo te da o los próximos te allegan. Aquí a lo más sólo se sabe el título de los capítulos. Allí, te sientas en la terraza del San Fernando, y apenas cruza un individuo, la cabeza reina toda su historia, sus dichas y desdichas, sus cojeras y demasías, sus cuernos y sus muertos, sus ganancias y pedriscos, la fecha de cuando se rompió el brazo, le mordió el mastín o tuvo la nieta con apendicitis. Y si me apuras, hasta recuerdan dónde tienen el nicho, en qué lonja compran y qué barbero les raspa la cuerda cada sábado. Aquí no se ven más que sombras, gentes que no se miran ni se hablan, carteles de hombres sin noticia caliente. Mujeres que sólo te llaman la atención por la colocación de sus carnes y el respingo del caderamen… Por eso en Madrid, ser policía es una cosa científica y mecánica. Hay que empezar por averiguar quién es quién. En el pueblo ser policía es ejercicio humanísimo, porque hay que rebuscar aquel rincón último de los que conocemos. Los pueblos son libros. Las ciudades periódicos mentirosos…>>.

     El monólogo interior arriba copiado corre a cargo de Plinio, el Policía pueblerino averiguador de tramas criminales que inventara García Pavón, a quien hoy nadie conoce (digo: a Plinio). Pero no menos a García Pavón. Ganó el de Tomelloso el Premio Nadal con esta atractiva novela policíaca. Yo acabo de descubrirlos (al autor y a su novela) y me doy, por ello, con un canto en los dientes. La mentada obrita fue escrita con un lenguaje elaborado (algo casposo. Año 1970) propio de un literato de altura y no como suele acontecer hoy: haciendo uso de un lenguaje en exceso llano y sin apenas aciertos sintácticos que bien se precien.

     Todavía no sé <<qué se hicieron las "hermanas coloradas">>. El motivo de su misteriosa desaparición, ¿<<qué se hizo?>>… 


     Continuará.

martes, 8 de agosto de 2023

426/ "Ora, labora et praedicare"

Quién no se ha preguntado alguna vez cómo sería llevar una vida monástica de motu proprio. Una vida monástica con sus sabores y sinsabores. Sin idealismos. Y todo desde la pura objetividad. Para dar ese paso (para acceder a llevar esa vida), conjeturo, se ha de recurrir irremediablemente a la subjetividad. Así pues: <<¡Habemus probleman!>>. Un monje (una monja) no experimentará lo que ven sus ojos (o no sólo) sino también aquello que se sitúa más allá de lo meramente objetivable. Entiéndaseme: esto, junto con lo otro (lo que ven sus ojos: lo objetivable). Entre un hito y otro transcurrirá la vida del encerrado entre cuatro muros conventuales. Bien mirado es similar a lo que acontece con la vida del resto de la humanidad. De ordinario todos los homo sapiens fluctuamos entre ambos extremos. La diferencia, quizá, estribe en que el monje se deja menos arrastrar por lo superficial de la vida cotidiana que por lo profundo habido en ella. Se adentrará más (digo: el monje) en el terreno del pensamiento y la emoción que en ese otro terreno de visceralidad siempre (o casi) a flor de piel. La vida conventual azuzará (vuelvo a expresar una conjetura en toda regla) una inclinación personal y transferible mediante la palabra a indagar en uno mismo traspasando, ¡ojo al dato!, todos los límites. Y justo ahí, en el traspaso de todos los límites, estará el quid del drama. Sólo entonces hará su aparición providencial la duda de fe en el corazón del monje. O cualquier otro tipo de duda, antes certeza, convicción inobjetable antes; duda <<como un Diablo>> ahora. 

     Pombo ha escrito: <<(…) no amábamos a Dios lo suficiente ninguno. Amábamos nuestra vida conventual, nuestro yo huidizo, desdeñado, quebrantado, pero también dejado en paz. Sin mujeres, sin hijos, sin hipotecas, sin operaciones quirúrgicas graves o leves, contando con la simpatía más o menos difusa de todo el mundo. No éramos frailes rompedores, no echábamos a los mercaderes del templo, no denunciábamos las injusticias que se cometían en torno nuestro, porque todos los días rezábamos y trabajábamos. Ensimismados, no amábamos a Dios sino a una imagen vicaria de Dios en nuestras obras, narcisos. No nos hacían falta espejos, bastaba con contemplar nuestras propias vidas discurriendo santamente (…) para sentirnos justificados ante Dios>> (<<Quédate con nosotros, Señor, porque atardece>>. Destino. Barcelona, 2013. Pág., 194).

     Desoladora idea esta del monje, en el caso que nos ocupa, trapense cuya regla no es otra que la de San Benito. De estricta observancia esta. Un monje, pues, narciso. Quién lo diría. Creo a pie juntillas que es verosímil. Y, por otro flanco, alentadora idea esa que aboga por dejar en paz al yo. Esto para poder el yo centrarse en lo que de verdad importa en la vida: el mundo de adentro. El suyo. El del propio yo. Y, ¿no es esto narcisismo puro y duro? Si no es así…, ¡que venga Dios y lo vea!

     Luego hay otra forma de verlo. Solidaridad, desprendida, con el mundo de afuera. Amor a todo trapo incondicional. En definitiva: camino derechito a la santidad. Al <<Ora et labora>>. Pero el monje no deja, por ello, de predicar. Habría que decir entonces: <<Ora, labora et praedicare>>. 

     Pues eso. Y, ahora, a otra cosa.

jueves, 27 de julio de 2023

425/ En la linde

Tiempo hacía (mucho) que no leía a Pombo. Pombo: autor predilecto mío. Por tantos tantos motivos. Pergeña textos que justifican de sobra el interés que gente <<de no todos los perfiles>> recaba en ellos. Y, también, que esa gente <<de no todos los perfiles>> acabe leyéndolos. La lectura de cualquier texto de Pombo se me antoja una gozada para el intelecto. Sí, para el intelecto, no para el <<kokoro>> (`corazón´, en japonés). La literatura de Álvaro Pombo está, a mi juicio, más próxima a la filosofía que a una experiencia estética (sin más) producida por un uso concreto (léase: literario) del lenguaje. Yo lo experimento cada vez que un texto rubricado por el santanderino cae en mis manos. La mente vuela entonces. La mente (se me) vuela entonces. Y quién es el guapo que, luego, consigue darle alcance… 

     Plantea Pombo diversas controversias filosóficas en sus libros. Lo que hace de él un novelista no es el uso (sin abuso) del lenguaje sino la forma de la forma en que maneja la ambigüedad textual. Y cómo gestiona esta. No es tanto la propia de un filósofo cuanto la de un literato impuro y duro. ¿Por qué? Porque en los escritos de Pombo anida la sencillez envuelta en complejidad. Y la complejidad de alma sencilla (digámoslo así), sencillamente, no es materia de filosofía sino del menos común de todos los sentidos… No sé si me explico. En todo caso, y sin que sirva de precedente, diré que lo que refulge en Pombo y el lector relaciona con el intelecto echando humo y no con el corazón desfallecido en la hondonada más profunda que quepa imaginar es un vaivén mareante a modo de grises (im)pertinentes que no le permiten sosegarse un punto. Nadie espere encontrar en Pombo una literatura de afuera. No. Lo que de verdad interesa al autor no es nada distinto del adentro de las cosas. Sólo que se trata de un adentro intelectualizado; no sensibilizado.

     Escribe Pombo: <<De pronto parece que ahí fuera queda atrás, a un lado, un mundo monótono. Aquí dentro hay, al parecer, un mundo excepcional. Contra lo que pudiera pensarse, lo excepcional sucede dentro y lo ordinario fuera. Contra todos pronóstico, la originalidad viene de la anulación del yo, procede de la anulación del yo, y la vulgaridad de la exaltación del yo. ¿Son nuestros seis monjes originales, genuinos, únicos? Ninguno de los seis reclamaría para sí semejante gansada. Dirían, supongo, que forman parte de la Iglesia, una y única, y que sus voces litúrgicas son anónimas. Esta es la gracia del relato: que lo anónimo sea de pronto singular y que regrese, en plena extrañeza, día tras día, al anonimato, en la liturgia de las horas>> (<<Quédate con nosotros, Señor, porque atardece>>. Booket. Barcelona, 2014. Pág., 17).  

     En las líneas arriba transcritas puede verse lo que, aquí, vengo sosteniendo todo el rato. Que los textos de Álvaro Pombo coquetean con la filosofía sin poder ser tildados de filosóficos (sin más). Y, al mismo tiempo, toman apariencia de literarios cuando en realidad tampoco se ajustan al canon de belleza que la literatura exige para sí (tan excedidos de conceptos se hallan). El mostrado es un ejemplo banal. Los hay a montones en su obra. Y con más enjundia que el traído hoy, aquí, a colación. Pero no voy a explayarme en digresiones arduas y soporíferas que a estas alturas a nada conducen ya. Pongo, pues, el punto y final a este post tras una última frase sentida pero no por ello menos sencilla. La de abajo. 

     Álvaro: mi gratitud.

viernes, 14 de julio de 2023

424/ La "Tanka"

¿<<Tanka>>, `canción corta´? <<Tanka>>: `Poema de origen japonés que consta de cinco versos, pentasílabos el primero y el tercero, y heptasílabos los restantes´. Así define el DRAE el término que hoy nos ocupa. Yo los he descubierto (digo: los <<tankas>>) en acto de lectura. O tanto monta: leyendo a Haruki Murakami. Aparecen ejemplos de <<Tankas>> en el cuento <<Áspera piedra, fría almohada>> encastillado en el libro <<Primera persona del singular>> (Tusquets). Me han, literalmente, fascinado. ¡La poesía en frasco pequeño, siempre! No es que la otra (la extensa) merezca minusvalorización alguna. Esa, no obstante, no alcanzará nunca la contundente brujería de esta otra (breve) que va directa a la maltrecha (o no) conciencia del lector. Por ello: a qué marear tanto la perdiz del deleite. Ocurre lo mismo con la novela. Permítaseme un desahogo. Dejen, señores novelistas, de complicar innecesariamente la trama y el argumento de sus obras con base en un notable número de páginas y en pos de yo ya no sé qué… Convierten la lectura de un libro (de una novela) en algo inextricable e interminable y eso (créanme) no hace lectores. O no demasiados. Pónganle el bocado a su indómita verborrea como si de un alazán, entero, se tratase... 

     Aquí van algunos ejemplos de <<Tankas>> recogidos del libro de Murakami arriba mentado. Uno: <<Un largo trecho/ se interpone entre ambos,/ mar infinito. ¿Fue acaso sensato/ volar hasta Júpiter?>>. Otro: <<Áspera piedra,/ en ti mi sien apoyo,/ fría almohada, y el flujo palpitante/ de mi sangre escucho>>. Otro: <<Ahora o nunca,/ este será el momento,/ que no escape. Unamos nuestras manos,/ que no se nos derrame>>. Otro: <<Brisa del monte,/ guillotina silente,/ lluvia de junio que pertinaz se vierte/ sobre flores de hortensia>>. Otro: <<¿Qué sucederá?,/ ¿Volveremos a vernos?/ Nada está escrito. Caprichoso el destino,/ de mil ínfulas ebrio>>.    

     Hoy le ha tocado a la <<Tanka>> (y, de refilón, a la novela). El <<cuento murakamiano>> tendría que ser, también, un género en sí mismo. Tan maravilloso se me antoja. ¡Bravo, Haruki! Así, sin cortapisas, se hace. <<Imaginativamente>>.         

martes, 4 de julio de 2023

423/ "¡Todo por la patria!" (o un hartazgo)

No hace mucho sostuve, aquí, que Mario Vargas Llosa nunca defrauda. Con <<nunca defrauda>> quise decir: la obra literaria de Mario Vargas Llosa nunca defrauda. No así el autor: Mario Vargas Llosa. Aquel día hablaba yo del <<genio creador de Vargas Llosa>>. Pues bien: me reafirmo en lo manifestado en esta bitácora no hace mucho... Juzgo <<Pantaleón y las visitadoras>> (Alfaguara) obra maestra del escritor peruano. Confiesa este en el <<Prólogo>> de la misma que no le costó trabajo escribirla. El lector medio no le cree. Yo, lector ávido, no le creo. ¿Por qué? Porque la novela rezuma dificultad en el lenguaje, en el tono, en la construcción de los personajes y no menos de la trama y en el espacio-tiempo manejado por los distintos narradores de esta historia políticamente incorrecta e incorrectamente (¿acaso existe la corrección política en algo así?) machista. Ojo: de un machismo brutal. Contextualizado, de un realismo brutal, también. No obstante se trata de una historia basada en hechos reales. De igual modo el autor confiesa su intención de, al principio, escribirla <<en serio>>. No lo logró finalmente. El lector no lo tiene tan claro. Yo, lector voraz, no lo tengo tan claro. No veo el humor por ninguna parte (salvo en contadísimas ocasiones). Sí veo, con ojos de hoy, la ridiculez (diré mejor: el absurdo) de las situaciones narradas a lo largo y ancho de la novela. Lo uno, desde luego, no quita lo otro. Una historia puede ser absurda y realista al mismo tiempo a más no poder. No todo lo absurdo mueve a risa al lector. Es más: la mayoría de anécdotas de la novela mueven a disgusto al <<pobrecito>> lector. Y a repulsa. Incluso, a impotencia. También, a aventura. A instintiva humanidad. A naturaleza acaso varonil y heterosexual… Creo que esta obra, hoy, no pasaría el filtro de la corrección política. Quizá ni se publicaría. Vayan ustedes a saber… ¡Muy mal por los tiempos que corren! El tema estrella y acaso estrellado es el que sigue: la prostitución femenina financiada con fondos públicos por el Ejército del Perú para el desfogue de sus <<soldados>> y <<clases>>. Algunos críticos tendrán como tema principal los límites de la obediencia. O tanto monta: de la lealtad. Todo en la vida tiene (eso dicen) un límite. Me mojaré: yo creo firmemente en el límite de la lealtad que, de ordinario, es marcado por la ética personal del leal (el mismo que pasa a convertirse en desleal desde el momento en que decide salirse del redil). O sea: yo creo en el valor de la deslealtad. Deslealtad y libertad de acción, de pensamiento o de expresión, desde mi punto de vista no quedan demasiado lejos. Así de simple y así de llano lo digo. Y llana y simplemente diré, ahora, lo que sigue: hay que ser muy valiente para escribir algo así. Sobre todo habría que serlo hoy, cuando el feminismo trasnochado (Monteros y Belarras haciendo de las suyas, a golpe de soberbia) campa a su libre albedrío. El machismo trasnochado (Abascales jodiendo la marrana a todo trapo y quisque) no es, ¡conste en acta!, menos rechazable desde las tripas. Y, ¿Vargas LLosas, haciendo por doquier humor de un tema tan sensible hoy…? Lea y juzgue el lector de la novela. Yo ya no me mojo más. Yo ya estoy, para los restos, mojado. Yo, pese a quien le pese, pienso con y desde la libertad. Y eso no me lo va a quitar ya <<naide>>. Conque…

     Atención a este diálogo entablado entre el general Scavino y el capitán Pantoja (protagonista de la novela) miembros en la ficción, ambos, del ejército peruano:

     <<–¿Diez mil semanales?– arruga la frente el general Scavino–. Es una exageración delirante, Pantoja.

     –No, mi general– se colorean las mejillas del capitán Pantoja–: Una estadística científica. Mire estos organigramas. Se trata de un cálculo cuidadoso y, más bien, conservador. Aquí, vea: diez mil prestaciones semanales corresponden a la “necesidad psicológico-biológica primaria”. Si intentáramos cubrir la “plenitud viril” de clases y soldados, la cifra sería de cincuenta y tres mil doscientas prestaciones semanales>> (Op. cit. Pág., 140).

     Huelga aclarar que <<prestaciones>> equivale a: <<servicios de prostitución>>. Y así todo el rato. Uf.

jueves, 29 de junio de 2023

422/ El cielo homérico

El sol, la luna, las estrellas…

     Cuando uno lee acerca de las cosas del cielo se percata de que existe un mundo más allá del conocible manifestado, sólo (o no tanto. Esto es discutible), en negro sobre blanco. Hoy, voces crueles no cejan en su empeño de querer hacernos creer que el libro es algo pasado de moda, un instrumento anticuado cuyo valor real ha enflaquecido hasta extremos de una pura anorexia intelectual. Y yo exclamo: ¡Nada más lejos de la realidad! Y digo: Pocas injusticias hay en este mundo que superen la de considerar al libro una fuente de conocimiento (o de lo que sea) segunda y no primera. ¡Barbaridad de barbaridades! Esto llevamos tiempo viéndolo en el ámbito educativo. Llegó, alegre, la pedagogía de los <<proyectos>> y todo se fue al traste. Vino la nueva (e ilusionante, por qué no decirlo) forma de enseñanza a decirnos que la investigación y el trabajo en equipo se sitúan por encima (pero muy por encima) del libro. Como si para investigar no fuese necesario (no fuese conveniente) acudir a los libros. Como si la investigación experimental (la ejecutada en laboratorio, la de campo…) no sustentase firmemente su existencia en teorías hechas carne en cientos y cientos de libros…  

     No, el libro no es un instrumentos caído en desgracia. Quiere decirse: caído en desgracia per se. Obviamente la comunidad educativa del nuevo milenio intenta, por todos los medios, que caiga en ese hondo pozo oscuro. No lo conseguirá. Mientras existan lectores ávidos de conocimiento (no tratamos aquí la otra arista del tronco del <<árbol del bien y del mal>>. A saber: la pura fantasía literaria que tan grandes dosis de felicidad aporta al lector) el libro permanecerá encajado en esa otra realidad, sé, archiconocida: la verdadera. Fíjense en el valor supremo de lo que ocurre. Algo perfectamente real y verídico (el libro) ocupándose de algo, a priori, incognoscible: la astronomía <<homérica>>. Se ve, esto, en <<El enigma de “La Ilíada”>> (Círculo de lectores, 2008), de Florence Wood y Kenneth Wood. Homero y su arte al servicio del cielo, ¡ojo!, siglos antes de Cristo. Y los lectores de <<La Ilíada>> creyendo a pies juntillas que el griego les estaba narrando épica histórica y nada más. Pero al final, miren ustedes por dónde, había algo más. Matemáticas. Astronomía. ¿Fantasía acaso?… 

     <<No está claro en qué momento llegaron los griegos a poseer un sistema de escritura que les permitió poner por escrito su poesía, pero es posible que fuera en tiempos de Homero o poco antes. En fechas anteriores, los poemas y relatos se transmitían de forma oral; así, el papel desempeñado por al memoria era de una importancia enorme. Y lo que valía para la poesía se podría aplicar también al conocimiento astronómico. Nuestro libro intenta mostrar que la “Ilíada” fue compuesta para preservar el antiguo conocimiento del firmamento, y que no es sólo un poema acerca del cerco de Troya, sino también un informen exhaustivo sobre el conocimiento de los cielos. Se trata de un recurso mnemotécnico de gran complejidad que utiliza su inolvidable narración para fijar en la mente datos astronómicos. Los cantores-poetas, o rapsodas, que aprendían las historias de memoria y las transmitieron a lo largo de los siglos prehoméricos no eran meros animadores de actos festivos, sino los conservadores de una amplia cultura astronómica. La conjunción del genio poético de Homero con el invento de una escritura refinada permitió conservar de manera más perdurable tanto la épica como la astronomía>> (op. cit. Pág., 16).   

     ¿Es, la traída a colación, una fantasía con visos de realidad o una realidad con visos de fantasía? Léase: la Astronomía <<homérica>>. Desde niño intuí que algo había en el cielo que influía directamente en nuestros humores (el de los hombres y mujeres que poblamos la Tierra). Sigo intuyéndolo. Lástima que se trate sólo de eso: de una mera intuición. Harto difícil será, creo, que la intuición (esa concreta intuición y no otra cualquiera) se convierta en certeza...

     <<En pleno calor del verano, mis hermanas y yo solíamos retirar los colchones de las camas y tenderlos en el suelo. (…) Nos quedábamos tumbadas allí con los pies, la cabeza, los brazos y los hombros descubiertos, y contemplábamos las estrellas (…)>> (Edna Florence Leigh. Op. cit. Pág., 17).

     Yo también me quedaba dormido en las noches de verano observando el estado del cielo, echado sobre la cama del dormitorio de nuestro piso en San José. Yo era un niño soñador. Soñaba con el sol, la luna, las estrellas…                   

viernes, 16 de junio de 2023

421/ El tiempo obliterado

El tiempo obliterado. El tiempo obstruido. El tiempo, sí, detenido. ¡Pero de todas todas! Miren… Abro <<El hablador>> de Mario Vargas Llosa (autor que no defrauda nunca. No ya la persona. No ya el personaje. El autor, digo, sólo. Afinaré un punto: el genio creador de Vargas Llosa) editado por Alfaguara (Madrid, 2011) y empiezo a leer: <<Vine a Firenze para olvidarme por un tiempo del Perú y de los peruanos y he aquí que el malhadado país me salió al encuentro esta mañana de la manera más inesperada>> (me agencio el subrayado de <<tiempo>>). De igual manera (inesperadamente) me salió al encuentro a mí la idea de tiempo obliterado conforme avanzaba en mi lectura de la mentada novela de Vargas. Miren… La fecha de publicación de <<El hablador>> es 1987. Treinta y seis años, pues, hace. Ni uno más ni uno menos. ¡36! Va. Lo importante del asunto: la novela trata un tema de potentísima actualidad. A saber: el <<Desarrollo sostenible>>, el medioambiente terciando… Y, yo me pregunto, ¿cuándo no es de oportunísima actualidad este tema? Pues eso. 

     En la página 34 (visión aristocrática de la cuestión) leo: <<¿Qué proponía, a fin de cuentas? ¿Que, para no alterar los modos de vida y las creencias de unas tribus que vivían, muchas de ellas, en la Edad de Piedra, se abstuviera el resto del Perú de explotar la Amazonía? ¿Deberían dieciséis millones de peruanos renunciar a los recursos naturales de tres cuartas partes de su territorio para que los sesenta u ochenta mil indígenas amazónicos siguieran flechándose tranquilamente entre ellos, reduciendo cabezas y adorando a la boa constrictor? ¿Debíamos ignorar las posibilidades agrícolas, ganaderas y comerciales de la región para que los etnólogos del mundo se deleitaran estudiando en vivo el potlatch, las relaciones de parentesco, los ritos de la pubertad, del matrimonio, de la muerte, que aquellas curiosidades humanas venían practicando, casi sin evolución, desde hacía cientos de años? No, Mascarita, el país tenía que desarrollarse. ¿No había dicho Marx que el progreso vendría chorreando sangre? Por triste que fuera, había que aceptarlo. No teníamos alternativa. Si el precio del desarrollo y la industrialización, para los dieciséis millones de peruanos, era que esos pocos millares de cálanos tuvieran que cortarse el pelo, lavarse los tatuajes y volverse mestizos –o, para usar la más odiada palabra del etnólogo: aculturarse–, pues, qué remedio>>.

     En la página 37 (visión ecologista de la materia), por contra, leo: <<Me habló largamente de las prácticas de los viracochas y serranos bajados de los Andes a conquistar la selva, de desbrozar el bosque mediante incendios que carbonizan inmensas extensiones de tierras, que, luego de una o dos cosechas, por la falta de humus vegetal y la erosión causada por las aguas, se volvían estériles. Y nada se diga, compadre, del exterminio de animales, la codicia frenética de cueros que, por ejemplo, había hecho de jaguares, lagartos, pumas, serpientes y decenas de animales, rarezas biológicas en vías de extinción. (…). De los árboles y los peces volvía siempre en su perorata al motivo central de sus alarmas: las tribus. También ellas, a este paso, se extinguirían>>.

     Concluyo. Que me digan a mí, ahora, si es o no es de actualidad este tema. Si estamos o no estamos ante el tiempo obliterado. Si hemos avanzado o no hemos avanzado una miaja en aquello que en estas páginas se defiende, a capa y espada, o se denuncia con la fruición propia de un chamán ebrio. Y nada: eso. Que me digan a mí.