jueves, 23 de diciembre de 2021

367/ Las bondades del Budismo

A Pepa Delgado, budista de corazón.

A Agostina Lute, budista sin pretenderlo... 


No me cansaré de airear las bondades del Budismo. Yo no sé si acaparará o no algunas maldades en su seno. Bondades, de todo rango, sí. Y muchas. Quien no haya experimentado en su propia carne la conveniencia de, al menos, conocerlas no sabrá nunca lo que su espíritu e inteligencia se pierden. Conviene no echar en olvido la inspiración lógica (racional) del Budismo. Yo no hablo de religión. Yo hablo de filosofía. Yo hablo de filosofía de vida. No me mueve la fe sino las ideas. Todo, aquí, principia y concluye en la meditación. No existe nada en el mundo más pacífico y profundo (sabio) que la meditación. Estas son, a juicio de José Antonio Marina y de Javier Rambaud (Biografía de la humanidad. Ariel. Barcelona, 2018. Pág., 167), las razones de su existir:

     a) Liberar la mente.

     b) Poder tratar a todos con dulzura y amabilidad.

     c) Convertir la compasión en el pilar central de la concentración mental.

     d) Considerar el amor como una realidad expansiva: a todo y a todos puede (a todo y a todos debe) llegar.

     Cuatro aspectos fundamentales, por último, cultiva el Budismo:

     1. La amistad.

     2. La empatía.

     3. La eliminación sistemática de la envidia.

     4. La trascendencia, de un modo consciente, del placer y del dolor.

     Pregunto: ¿Qué tiene que suceder para que el hombre se percate de ello y lo adopte como modelo de vida?...

     Sic erat. Y namasté

viernes, 26 de noviembre de 2021

366/ El escritor, ¿un ser evolucionado?

El novelista (también el cuentista), en su trabajo diario, activa mecanismos de evolución cultural. Un riesgo conlleva esto: no acertar al decidir. La incertidumbre que deriva de la ignorancia acerca de la pertinencia, o impertinencia, de nuestras decisiones tomadas en frío o en caliente es tan antigua como la historia de la humanidad. Nadie se fustigue por ello. Nadie crea que es babieca por algo así. Si el hombre conociera, a priori, las consecuencias de sus pensamientos y actos dos extremos se extenderían por el ancho mundo: el bien y el mal sin medias tintas. O tanto monta: la perfección y la imperfección sin puntualizar. Es decir: el blanco y el negro. Pero no el gris. 

     José Antonio Marina y Javier Rimbaud defienden la idea de <<El algoritmo evolutivo>>. “La evolución de las culturas se rige por un mecanismo análogo [al de la evolución de las especies, de Darwin]. Hay una fuerza impulsora, que mueve y dirige la acción: las necesidades, deseos, expectativas y pasiones humanas; hay un mecanismo que proporciona soluciones a los problemas planteados por esos deseos; hay un sistema de selección que elige una de las soluciones y rechaza las restantes>> (Biografía de la humanidad. Ariel. Barcelona, 2018. Pág., 24). 

     Pues bien: en pos de la búsqueda de seguridad, al decidir, el pobrecito novelista (también el pobrecito cuentista) puede acabar siendo mordido por la locura. Legión son los escritores que han conocido de cerca las fauces desencajadas de esa perra rabiosa. Alguno hasta se ha defendido de ella amparándose en la fuerza. Devolvámosle, ahora, el don de la palabra a Marina y a Rimbaud: "En todos los seres humanos hay un deseo de seguridad (fuerza impulsora), que plantea el problema de cómo conseguirla. (…) Lucien Febvre estudió este deseo por el papel capital que ha jugado en la historia de las sociedades humanas. A lo largo del tiempo se han propuesto muchas soluciones: la cooperación para defenderse, la destrucción del enemigo, la organización política, los sistemas normativos, el retiro al desierto, la búsqueda interior de la pasividad, las religiones" (op. cit., Pág. 27). 

     Nada de esto le es ajeno al novelista (ni al cuentista). Borges se alió con Bioy para escribir, a cuatro manos, algunas piezas que no son lo mejor de su producción literaria (acaso sí de la de Bioy. Yo no sé): ambos cooperarían para defenderse. De qué o de quién no me es dado saberlo. Fernando Sanchez Dragó trataría de destruir, metafóricamente hablando, a Millás porque este habría expuesto una opinión contraria a la suya en materia de yo no sé qué (la destrucción del enemigo). Góngora y Quevedo representan un buen ejemplo de esto último. Las editoriales deciden qué texto debe ser publicado y qué texto no con base en criterios comerciales más que estilísticos (la organización política). El canon literario es conocido por todos pero nadie sabe justificar, con argumentos de peso, su rigidez (los sistemas normativos). El escritor, exhausto, se retira a su cubil cuando no entiende según qué cosas (el retiro al desierto). El escritor medita (la búsqueda interior de la pasividad). El escritor tiene fe en su obra (las religiones).

     Moraleja: Quien escriba refanfinflándosela todo, y todos, escribirá siempre. 

     No lo hagas (escribir), escritor amigo, para publicar. No cometas ese dislate. Que tu motivación sea otra. Y si aquella (la publicación) llega algún día, recíbela con alegría (perdón por la rima). ¡Y a otra cosa!

jueves, 11 de noviembre de 2021

365/ "Selva de mi silencio"

Cuando la <<joven de la perla>> me mostró aquel poema de Dulce María Loynaz yo quedé, del todo, atrapado en la contundente emotividad de la poetisa cubana. Veinte calendarios han pasado desde entonces. Hoy recuerdo, como si fuera ayer, el brutal contraste habido entre la pseudo-alegría de aquellos versos y la melancolía de una relación que tocaba a su fin antes de comenzar. (Dulce puso el acento sobre la <<i>> del amor). 

    Ayer en la tarde volví ha toparme de bruces con otros versos, que yo no conocía, de la poetisa cubana. Y lo mismo de antaño: emoción a raudales. Es indiferente la temática del verso, de la estrofa, del poema. Lo que verdaderamente emociona de la poesía de Dulce es la <<limpieza>> que atesoran sus poemas sin caer en la <<simpleza>> en que caen (y hasta se despeñan) los poetas posmodernos que se enroscan bajo la teta dadora de alimento de (por poner un ejemplo) Cangrejo Pistolero y demás sellos pamplinosos, cuya apuesta sevillana-gongorina o barroca-a-todo-trapo o de-retorcida-y-hueca-semántica cierra filas ante la excelencia (provenga esta de donde provenga. Ay). Ellos apuestan por la juventud. Vale. Ellos creen en una vanguardia actual (actualizada). ¡¿Perdón?! Sí, sí, legión son los ilusos…

     <<Aunque parezca mentira, me pongo colorado cuando me miras, Mari Carmen...>>. Quiero decir: juventud y vanguardia no van necesariamente de la mano.   

     En fin. Ya he despotricado bastante. Los versos de que hablo son estos:


     SELVA


     Selva de mi silencio,

     apretada de olor, fría de menta.

 

     Selva de mi silencio, en ti se mellan

     todas las hachas; se despuntan

     todas las flechas;

     se quiebran

     todos los vientos.

 

     Selva de mi silencio, ceniza de la voz

     sin boca, ya sin eco; crispadura de yemas

     que acechan el sol,

     tras la espera

     maraña verde... ¿qué nieblas

     se te revuelven en un remolino?

     ¿Qué ala pasa cerca

     que no se vea

     succionada en el negro remolino?

 

     (La selva se cierra

     sobre el ala que pasa y que rueda.)

 

     Selva de mi silencio,

     verde sin primavera,

     tú tienes la tristeza

     vegetal y el instinto vertical

     del árbol. En ti empiezan

     todas las noches de la tierra;

     en ti concluyen todos los caminos.

 

     Selva apretada de olor, fría de menta.

 

     Selva con tu casita de azúcar

     y su lobo vestido de abuela;

     trenzadura de hoja y de piedra,

     masa hinchada, sembrada, crecida toda

     para aplastar aquella,

     tan pequeña,

     palabra de amor…


     Juzgue, ahora, por sí mismo el lector.

jueves, 4 de noviembre de 2021

364/ Pro Sandra Golpe

<<Mucho más que un cuarto poder, la prensa española es durante el siglo XIX una vía de acción política al servicio de los partidos: sus proclamas, editoriales y polémicas llegarán a oscurecer, incluso, las mismas sesiones del parlamento. En manos de los grupos separados del gobierno se transformaría en la mejor arma de oposición a los diferentes ministerios, en tanto que el Estado encuentra en ella el medio ideal para justificar sus acciones, amparado en la falacia de la opinión pública>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 425).

     ¡Oh, Krishnamurti, he aquí la madre del cordero!: la prensa como arma de oposición. Deleznable. Asqueroso. Infumable e insufrible. Una vergüenza. Inútil quejarse. Es lo que, lamentablemente, hay. Y lo hay hoy. No es necesario retroceder al XIX. No, no, en pleno XXI la prensa se erige en Ministro de Interior o de Exterior o en Vicepresidenta o Presidenta (para qué vamos a andarnos con chiquitas) del gobierno de turno. Con todo, a mi juicio, no hace bien su trabajo (para el que nació): informar y controlar los desmanes del poder político, atiborrado de politicastros, sin un empuje ideológico sino humanista de fondo.

     Luego querrán sacrificar a una periodista (Sandra Golpe) que se atreve a declarar públicamente que no ejerce su derecho al voto por una cuestión de prurito profesional. ¡Bravo, Sandra! En este país de lenguaraces acompañados de charanga y pandereta no habrá nadie de la profesión de la pluma a sueldo que se atreva a seguir tus pasos decididos y honestos. Parece que depositar la papeleta en la urna de metacrilato cada equis tiempo obliga a una serie de futuras estupideces, y si no se deposita, no: en este caso quedaría uno (si es periodista) libre de todo influjo pseudo-inconsciente y por lo demás de raíz ideológica. La confesión se la afeó por lo bajini una colega con el coco comido (supongo) y felizmente casada con la Izquierda: Mamen Mendizábal. Lo hizo delante de toda España, a la torera, incluso sacando pecho: pobre. Tú vota, Mamen, que ya habrá quien te siga `periodísticamente´… (véase aquí).

     ¡Bah!, cuánta chusma en la piel de toro. Entre periodistas politizados y politicastros bocachanclas anda el juego del calamar… Yo, por si las moscas de Machado, volveré una y mil veces a mi Unamuno y a mi Juan Ramón y a mi Federico y a mis poetas esteticistas y a mis novelistas imaginativos e intuitivos que nada (o casi nada) quieren saber ni de la política ni de los discursos supuestamente envalentonados y pro humanistas de los que tanto presume el periodismo actual y de los que tanto debería desquitarse de una santa vez para hacer aquello a lo que debería sentirse obligado: informar (y opinar y analizar y reportear y…) sin una intención ideológicamente envenenada de base.

     He dicho.        

jueves, 28 de octubre de 2021

363/ La soberbia de Mr. Calatayud

OPINIÓN


<<En comunión con sus colegas europeos, los ilustrados españoles comprendieron que la mejora de la enseñanza era un paso previo a cualquier reforma política y confiaron al estado el encargo de dirigir la empresa pedagógica>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 384).

     Dejar en manos del Estado la educación, per se, no reporta beneficios. Dependerá más del tipo de Estado que la ostente (o detente) que de otra cosa. Que se lo digan, si no, a nuestros padres o abuelos: ellos tuvieron que soportar el paso, poso y peso, de unos años vividos en Dictadura en cuya nómina habría que incluir el lavado de cerebro. He de decirlo sin rebozo: tampoco tengo claro que hoy no nos laven el cerebro. Ponerse a salvo del maquiavélico fregoteo, a veces, ni es tan fácil como a priori pudiera pensarse ni tan hacedero. No hay mejor educación, en términos motivacionales, que la autodidacta. Es lo que pienso y, pues, lo digo. Llevo toda la vida posicionado en el autodidactismo. Esa es mi religión y esa es mi ideología. Rechazo de plano el principio de autoridad como inductor del aprendizaje. Yo furrulo de otro modo: el axioma <<dadme una palanca y moveré el mundo>>, en mi caso, se llama: `aprendizaje por descubrimiento´ y/o `aprendizaje por ensayo y error´. También (en un sentido figurado): `Hostia con la mano abierta´ y `golpazo contra un muro de hormigón´ si uno anda despistado. No conozco mejor manera de aprender que las dos arriba mentadas. El error está infravalorado. La sociedad actual lleva el éxito a un nivel que, a mi juicio, no le corresponde: el de la emoción dura y pura. ¡Bah!, el éxito no emociona, solo rinde réditos. Equivocarse, sí: aparece la frustración, la ira, el encono… Tres puertas abiertas a la acción. ¿Acaso no es actuar aprender? Acabemos con esta loca lacra. Dejemos que el niño se equivoque y resuelva, luego, acertar. Démosle el beneficio del error. Abro paréntesis. Al docente ideologizado: ¡Cállese y rectifique de una puñetera vez! Cierro paréntesis. Bendito desahogo.

     La educación habría que dejarla en manos del Anarquismo Espiritualista. Aquello que criticaba el señor Juez de menores de Granada, Emilio Calatayud (un iluminado de todas todas), `aprender a aprender´, es justamente lo que habría que procurar. Y, de paso, dar menos cancha a un togado metido a marisabidilla y más a un docente no ideologizado y partidario de la libertad de pensamiento y de expresión y de estilo de aprendizaje (minoría, por desgracia, hoy). Si Juan de Mairena levantara la chorla… Torres Villarroel, por su parte, no emulaba a Calatayud: criticó el dogmatismo de la vieja cultura y responsabilizó a esta del fracaso del reino. Calatayud critica el nuevo estado de cosas movido por una supuesta beneficencia derivada de la vida de antaño. Qué carca el señor Juez... Mr. Calatayud debería aprender a aprender a no meterse en jardín espinado sin pretender salir de él todo llenito de púas... Ay, señor juez de menores de Granada, cuándo aprenderá a aprender usted…

     Dejemos, ya, tranquilo a Mr. Calatayud. Yo quería hablar de educación. Giner de los Ríos y Ortega agradecerían cenáculos en torno a lo educacional a todo trapo y rato y razón no les faltaría. Debatimos poco, en general, y de educación menos. Esto no es recomendable. Dialoguemos (incluso tirémonos los trastos a la cabeza, si con ello logramos sacar algo en claro, y hablemos de una maldita vez de lo que importa. Por ejemplo: ¿El talento debería sobreponerse a la condición social? O: ¿Contradecir al profesor debería reportarle a este un estímulo para seguir mejorando e investigando y no lo que, usualmente, le reporta: la idea de ego minusvalorado? O: ¿El docente debe desgajarse, por completo, de su yo discente?…

     Para qué seguir).

     Aprendizaje autodidacta, con  cierto auxilio, sí. Lavado de cerebro, porque el Estado lo ordena, no. Mil veces no.

viernes, 22 de octubre de 2021

362/ Imbecilidad congénita

No hay institución más absurda, e inoperante, que la Monarquía. El cuento de la lechera de la clamoreada diplomacia y de la marca España supuestamente gestionadas en el extranjero por nuestro Borbón es macabeo y ya no se lo cree, que dirían donde yo me sé, naide. No es algo nuevo. Venimos arrastrando la imbecilidad congénita desde tiempos (casi) inmemoriales. Entretanto seguimos sin voz en el himno porque Izquierdas y Derechas no se avienen a acordar una melodiosa y armoniosa y hasta lustrosa letrilla que atribuya sustancia a esa voz rota por la brecha ideológica. Ridículo. Sin embargo, como digo, nada supera la estulticia de la Monarquía. Tendríamos que hacérnoslo mirar.

     En pleno siglo XVIII se sucedieron cambios en el Estado español que beneficiaron a la sagrada (nótese la ironía) institución, <<pero el poder político siguió sujeto a la voluntad real, zarandeada a menudo por desequilibrios mentales de Felipe V y la apatía de Fernando VI>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 330). A buen entendedor…

     Alguien (¡olé por él o ella!) concibió, por entonces, una décima sin desperdicio que viene a cuento y cuya letra dice:

     

     <<Al rey tenemos demente,

     una reina con temor,

     un infante cazador,

     y los tres no saben niente;

     un Consejo irresolvente,

     con los ministros de Estado,

     cada cual más apocado;

     unos grandes sin grandeza:

     ¡pobre reino sin cabeza,

     que te verás acabado!>>.


     Hoy el reino español vive y colea. Barrunto que más pronto que tarde acabará por no hacerlo...

     Sic erat scriptum.

jueves, 7 de octubre de 2021

361/ El martirio

Los perseguidos serán, siempre, perseguidos. Ay. Y, ¿cómo sacudirse de encima tan desalentadora certeza? Negros y gitanos fueron repudiados en España, a fines del XV, <<so pena de cien azotes y destierro la primera vez y que les corten las orejas cuando los tornen a desterrar la segunda vez>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 267).

     Hoy, gitanos y negros siguen padeciendo desvelos en forma de micro-racismo o racismo a secas, maquillado con el empaste de estadísticas oportunistas y no sé si falsas que uno que otro partido político (¿secta maquiavélica?) y uno que otro escritor (¿zoom politikón?) y también uno que otro periodista (¿bocachancla ilustrado?) ensalzan y elevan a los altares de la socorrida (digo por sus rendimientos políticos) alarma social.

     No las orejas, ciertamente, pero sí las manos y los senos fueron cortados a Santa Olalla. Federico se hizo eco del brutal episodio. Lo estampó en Romancero gitano. Le atribuyó (no sé si él o su editor o quién) el nº 16 II bajo el título El martirio. Y dice así:


 EL MARTIRIO    

     

     Flora desnuda se sube

     por escalerillas de agua.

     El Cónsul pide bandeja

     para los senos de Olalla.

     Un chorro de venas verdes

     le brota de la garganta.

     Su sexo tiembla enredado

     como un pájaro en las zarzas.

     Por el suelo, ya sin norma,

     brincan sus manos cortadas

     que aún pueden cruzarse en tenue

     oración decapitada.

     Por los rojos agujeros

     donde sus pechos estaban

     se ven cielos diminutos

     y arroyos de leche blanca.

     Mil arbolillos de sangre

     le cubren toda la espalda

     y oponen húmedos troncos

     al bisturí de las llamas.

     Centuriones amarillos

     de carne gris, desvelada,

     llegan al cielo sonando

     sus armaduras de plata.

     Y mientras vibra confusa

     pasión de crines y espada,

     el Cónsul porta en bandeja

     senos ahumados de Olalla.


     A los orgullosos de la raza y, ya de paso, de la patria y su disparatada idolatría: ¡Ptrrr!

miércoles, 22 de septiembre de 2021

360/ ¡Ueeeh!

Quiero confesar que he estado a punto de cometer una injusticia con un escritor al que había colocado en el punto de mira de mi crítica mala: Lorenzo Silva. Había leído algún artículo suyo que yo había juzgado simplón y sin demasiado gracejo literario. Con eso ya me sentía empoderado para convertirlo en blanco de mi diatriba no de amor sino de intolerancia y, ya que estamos, no contra un hombre sentado sino de pie. Abro paréntesis. Por su éxito editorial. Cierro paréntesis. No sé por qué acabo imaginándome al escritor de éxito de pie. Será porque yo ando todo el rato sentado… Pues bien: he de anunciar públicamente mi error (casi) de bulto. No solo he descubierto a un autor capaz, también a un libro digno, sin menoscabo de la parte mala que todo libro digno arrastra tras de sí: soporífero aburrimiento. Aunque más que el libro en sí sospecho que el causante de semejante sensación, nada inaudita últimamente, es el género al que el libro todavía no explicitado aquí está adscrito: el policíaco. Y es: Lejos del corazón (Booket). Novela policíaca. Novela extraordinariamente escrita. Sí, sí, pero novela coñazo a fin de cuentas. Mejor diré: coñazo, con “cañamazo”. Ignoro si como todas las de su especie.

     A lo que iba: su prosa no emociona, y con ello no me estoy refiriendo a algo impropio del género policíaco, ni que ver. Con ello me estoy refiriendo al estilo narrativo y al otro: el redactor. No emociona. Correctos ambos, sí. Ninguno emociona. Así que acabaré de leerla y pasaré a otra cosa con la cabeza, el corazón y el espíritu insatisfechos pero colmados de palabras y palabras, las cuales conforman una perfecta novela policíaca. Nada más que eso.

     Addenda: finiquitada mi lectura de la susodicha novela coñazo, con cañamazo, y días después de escribir el párrafo que a esta addenda precede no he conseguido aislar el modus operandi de los investigadores para poder dar por fin con el culpable del horrendo crimen. ¿Seré el responsable único de este disparate (no enterarme de nada)?

     Ay. Desagradable convicción.

     ¡Bravo, Lorenzo, mereces una ola!

lunes, 23 de agosto de 2021

359/ "Intemperie"

Describir con palabras la emoción que siento cuando me doy de bruces con una obra maestra de la literatura no es hacedero. Si esa obra maestra ha sido fabricada por un escritor joven (41 años por aquellos días) entonces lo juzgo, ya, inverosímil. No hay más que ver cómo escriben, hoy, esos especímenes poco añosos (risas). Lo sé, lo sé, los hay hiper-premiados. A veces proliferan rosas rojas en un trigal. Voy, con todo, a tratar de describir la emoción de que hablo. Ahí va: una efervescencia genérica acompañada de deseos de gritar a toda la chusma: ¡Todavía quedan en el mundo escritores geniales! (No conozco otra sensación igual. Lástima que solo se manifieste de tarde en tarde). Habría que apresar y encerrar a estos autores en un paraíso, con todas las comodidades habidas y por haber, para que no renunciaran jamás a escribir lo que tan acertadamente escriben: sutilezas. Y no esas creaciones del populacho. A saber: mediocridades que, con un poco de suerte, pasarán por piezas sin par. Editores y publicistas tendrán algo que decir al respecto. Permíteme, lector, un consejo: no pierdas nunca la perspectiva, piensa y experimenta por ti mismo, y que te la repampinfle las cátedras que sienten los demás. Incluida la mía. Bucea en textos y extrae tus propias conclusiones sin recurrir a nadie con poder de modificar tu visión de las cosas. Tú decides cuándo cambias de opinión. Una finalista del Premio Planeta no debería permitirse una sola página mediocre. ¡Basta! Hay que denunciar este rebaje de la literatura.

     No quiero exaltarme. ¡Vade retro, Satana!

     Esto lo digo a colación de la aparición en las librerías del libro Intemperie, de Jesús Carrasco, cuya calidad literaria es rayana con la más absoluta genialidad. Una obra maestra con todas las de la ley (y aún sin ellas). ¡Bravo por Seix Barral y su “Biblioteca Breve”! No bromeo. Ya era hora de que viniese al rescate del pobrecito lector, rodeado de historias banales, un autor cuya imaginación y maestría del oficio deja sin aliento al más elitista y sibarita. A mí me ha recordado a Miguel Delibes o a Azorín no por el estilo, sino por la elevada técnica narrativa y descriptiva, sobre todo. Y justo aquí es donde hallo una disonancia: el exceso descriptivo de la novela. ¿Gusto personal? Es posible. Lo cierto es que la descripción del entorno llega a hacérsele al lector algo plomiza. La continua interrupción de la acción en pos del cuadro resta, a mi juicio, un valor a la historia que luego será recuperado gracias a su valía intrínseca. Cosa distinta es que el entorno se erija en protagonista de la misma. ¿Lo es en esta novela? Yo no sé. Resulta imposible no dejarse atrapar y conmocionar por lo que acaece al niño, eje central de la historia, sin duda. La empatía del lector con el chiquillo es inminente desde la primera línea hasta la última. Con el niño y, luego, con ese otro niño un punto salido de madre: el pastor.

     Hay un acierto delicado y sublime: la recurrencia a las virtudes del cuento clásico. Un niño perdido que da con un adulto malvado que lo conduce hasta su casa para engatusarlo y procurarle mal. La literatura infantil es, con diferencia, muy superior a la de adultos. Esto es “requetesabido”. Que un autor como un castillo dé cabida a aquella en su obra es algo maravilloso para el lector nostálgico de tales mundos. Puede comprobarse en el siguiente pasaje:

     “El chico se resistía a acompañarle. Le daba miedo que hubiera alguien esperando en la casa, pero el tullido hablaba de pan y de dulces con una alegría que lo engatusaba. El interior de sus mejillas se humedeció por la visión. Recordó el turrón que comían en Navidad y tuvo el arranque de acompañar al hombre, pero se contuvo. Pensó que aquel ser, con sus cuatro dedos entre las dos manos, era incapaz de hacer dulces. Decidió que llenaría las garrafas sin perder de vista al tullido y luego se marcharía por donde había venido”.

     Esta acción le costaría cara al niño. Ay. 

     Historia dura donde las haya. Muy muy dura. Un niño maltratado, abusado, que escapa de casa y halla a un viejo pastor benevolente que le prestará auxilio en todo momento y mostrará el camino a seguir en su evolución y salvación personal. Otra vez esos mundos maravillosos de los cuentos clásicos. Otra vez la invitación a soñar el espacio y el tiempo en que el narrador hace sufrir de lo lindo al lector. Sufrir, hay que apuntarlo, para suspirar de alivio al final. O no. Nada de realismo “espejo”. En esta novela se respira invención, ficción pura y dura, verosimilitud de alta literatura en suma. Que aprendan quienes ensalzan el Realismo inflexible (rígido) por encima de toda otra forma de escribir. Insisto: espacio sin nombre y tiempo sin marco. Un Realismo maleable. 

     Podemos finiquitar este texto con una frase que viene que ni pintada a la ópera prima de Jesús Carrasco: “Dios aprieta, pero no ahoga”. Aunque en esta historia apriete demasiado y aún, casi, ahogue. Pero solo casi.                      

martes, 10 de agosto de 2021

358/ Leer para creer

OPINIÓN


Quiero, hoy, romper una lanza a favor del hombre que decide permanecer desinformado. ¡He aquí, oh Sancho, la libertad! Lo diré con toda claridad (y perdóneseme la rima): la mayor parte de la información actual proveniente de los Mass Media la juzgo adulterada o, si no, retocada. Manufactura mediática se llama tal fechoría. Yo no refiero algo tan burdo como las Fakes News. No, no, más al contrario: yo refiero algo del todo sutil. Léase: poner parapeto al pensamiento libre y a la no menos libre investigación que todo periodista decente (¿hay alguno?) debería acatar como el Padre Nuestro por la feligresía católica, apostólica y romana, básicamente. En el universo mental del periodista decente no tendría que tener cabida ninguna ideología. Solo ideas. No son la misma cosa por más que el diccionario de la RAE y el uso y abuso lingüístico se empeñen. Ninguna idea debería ser, per se, acallada. Las hay tremebundas. Las hay diabólicas. Las hay perniciosas. Dígasenos cuáles son y conozcámoslas hasta los mondongos para saber rechazarlas y, en su caso, combatirlas. Quien así desee proceder, quien no, que no proceda de esa guisa: fácil y sencillo. Sin embargo todo esfuerzo en este sentido es (ay, Buda) inútil. No hay periodista que se precie que no hable por boca de este o de aquel partido político. Parece, incluso, recompensado por ello (¡puagh!). ¿Es esto lo que enseñan en la Facultad de Comunicación? No. Algo así deriva de la necesidad que tiene el periodista de pagar la hipoteca (o el alquiler) de la casa donde malvive y la letra del coche (o la de la burra) que utiliza para dirigirse a la playa como todo buen españolito hace en verano. ¿Y quien no lo haga? Un desgraciado. De modo que ya tenemos a un periodista cuyo afán primordial es hacerle la cama al partido político cuyas ideas aceitan el engranaje del grupo empresarial al que pertenece el medio para el que él o ella trabaja (o viceversa). Ah: este suele tener algún cargo de responsabilidad en el mismo (¡me río yo de esa responsabilidad!). Y, después de todo, ¿pretenden que me crea lo que los Mass Media sueltan por esa “convenida” boquita? A medias, a medias, Maquiavelito...

     Y digo más: ningún periodista, decente, debería votar. Ea: ¡dicho y re-dicho queda!

     Solo anhelo que no suceda como en el segundo tercio del siglo XIX. Entonces, nos lo recuerdan Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga en el libro Breve historia de España (Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 43), los periódicos gozaban de un gran poder político. Hoy es el poder político el que goza de un “gran” periódico (o de varios) siempre a su servicio…

     Leer para creer.

martes, 27 de julio de 2021

357/ "Mente clara, corazón tierno..."

A mi Pepa, fantastic six

por `no dudar´ (eso espero. Risas

de mí ni de tan esenciales cosas…


El Dalai Lama hizo un comentario al libro Las etapas de la meditación, de Kamalashila, que acabó convirtiéndose en este otro libro: La meditación paso a paso (Debolsillo). Este último lo leí hace varios años. Hoy, lo releo. Repetidamente constato la busca de la felicidad que profesa el Budismo desde una perspectiva racional, lógica, científica. No hallo fuegos artificiales en la doctrina budista. Más al contrario: raciocinio puro hallo. Yo me alegro de que así sea. La espiritualidad no es la ciencia de los necios sino la `esencia´ de una razón bien anclada en la sima más profunda del mar de los fenómenos abstractos.

     El siguiente pasaje de Las etapas de la meditación deleitará al más escéptico:

     “Si cada uno de nosotros se dedicase a cultivar el deseo de ayudar a los otros desde el fondo de su corazón, experimentaríamos un sentimiento de confianza que pondría nuestra mente en un estado de tranquilidad. Cuando nuestra mente goza de esta clase de tranquilidad, el mundo entero podría volverse contra nosotros y hacérsenos hostil, y eso no afectaría a nuestra calma mental. Por el contrario, cuando nuestra mente está agitada y perturbada o mostramos mala voluntad hacia los otros seres, nuestra propia actitud nos hará que los percibamos como negativos y severos con nosotros. Esto es el reflejo de nuestra actitud interior, de nuestros sentimientos íntimos y de nuestra manera de sentir. Por esta razón viviremos constantemente en el miedo, la contrariedad, la ansiedad y la inestabilidad. Podremos ser prósperos y disponer de muchas comodidades materiales, pero mientras seamos presa de las perturbaciones, no encontraremos la paz. Podremos estar rodeados de nuestros allegados y de nuestros mejores amigos, pero nuestra actitud interior nos impedirá ser felices. Por lo tanto, nuestra actitud profunda desempeña un papel extremadamente determinante. Si poseemos la calma y el control sobre nosotros mismos, aun cuando todo se vuelva hostil a nuestros alrededor, nada nos perturbará. De hecho, para una persona así, todo el entorno es amistoso y contribuye a su calma mental” (Dalai Lama. Op. Cit. Pág., 69-70).

     Llevar a la práctica lo más arriba apuntado es tan difícil como “llevar a la vida lo que se aprende en la Eucaristía” (palabras, las entrecomilladas, del párroco de mi diócesis). Pero también se trata de algo tremendamente sutil. Toda sutileza (creo) engendra verdad en cantidades industriales. Y, a su vez, toda templanza es un acopio de sutilezas que de otro modo pasan desapercibidas para el espíritu y la conducta acaba resintiéndose. Esto lo aprendemos en el Eneagrama de la personalidad (traído a la luz por Claudio Naranjo. Traído a mi luz por ti, querida amiga, pues ambos teníamos que cruzarnos en el jardín de senderos que `no´ se bifurcan…). En el fondo somos un saco, sin fondo, de sutilizas. En ocasiones ni nos enteramos. Ellas están, no obstante, ahí: dentro del saco. Atendamos, pues, al detalle (a lo sutil) si ambicionamos la calma mental. He dicho: `ambicionamos´. Mejor diré: `valoramos´. La ambición no pertenece a la órbita budista. Siddhartha Gautama pronunció una frase que vale tanto para un roto como para un descosido y todavía más que el oro de Moscú: “Mente clara, corazón tierno…”. Yo no conozco mejor filosofía. 

lunes, 19 de julio de 2021

356/ Las máscaras

A mi amiga querida, Agostina Lute, 

sin cuya complicidad y compañía 

yo andaría un poco cojo. 

A riesgo de poder caerme...  


Dar con una novela existencialista de talla sublime no es del todo excepcional. Tampoco, acostumbrado. La caída, de Albert Camus, no deja indiferente ni al más novato en la tarea de leer y comprender novelas existencialistas. El motivo: un discurso humano y humanístico que cualquiera compraría para sí. El lector, aquí, se convierte en narratario. O sea: ese a quien va dirigido el discurso del narrador. Sirva como ejemplo el vuesa merced del Lazarillo de Tormes. No hay libro de Camus que no me rente un reguero de reflexiones humanísticas y un regusto a excelente literatura en el paladar del alma. La caída sembró polémica cuando fue publicada el año 1956. Camus sabía que estaba colocando ante la sociedad europea de posguerra un espejo atiborrado de reflejos que no todos sabrían identificar. Recordadora de El inmoralista, de André Guide, quizá no llegue a extremos de un pensamiento perverso y repugnante pero sí demencial. La psicopatía y el síndrome obsesivo-compulsivo no quedan demasiado lejos del narrador-protagonista. Se afana, este, en auto-analizarse hasta llegar a un cinismo rayano en indolencia. De ahí que sienta una mezcla entre repulsa hacia sí mismo y vanagloria de ser como es. Un caso típico de desequilibrio interior generado por un sentimiento de culpa que, en el fondo, él rechaza. La culpa vuelve vulnerable al poderoso. Los demás no deben saber esto.

     Pero hete aquí que, de golpe y porrazo, cambia de estrategia y pasa a confesarlo todo. Todo lo confiesa al lector. Lo confesado es una descripción de la cara oculta del hombre: su psicología más lunática. El siguiente paso consiste en sustituir el “yo” por el “nosotros”. Y lo hace para recordar a todo quisque que ellos son como él: despreciables. Algo le sobrepone al resto: el conocimiento pleno de la naturaleza humana. Esto le otorga derechos. Por ejemplo: a criticar y juzgar al prójimo. El narrador-protagonista es abogado y un mal día no auxilió a una suicida. Tal vez esto explique semejante mentalidad tóxica y, a la vez, certera. O no. Camus volvió a dar en el clavo de la condición humana. O de una de las condiciones humanas: la manía, tan nuestra, de usar máscaras.

     Léase el siguiente pasaje:

     “(…) Ejerzo mi útil profesión en el Mexico-City. (…) Consiste en primer lugar en practicar la confesión pública lo más frecuentemente posible. Me acuso a mí mismo de arriba abajo. (…) Pero yo no me acuso (…) con grandes golpes de pecho. Yo navego con ligereza, multiplico los matices, las digresiones también, y, en suma, adapto mi discurso a mi oyente y le llevo a que suba la apuesta. Mezclo lo que me concierne a mí con lo relativo a los demás. Tomo rasgos comunes, experiencias que hemos padecido juntos, debilidades que compartimos, el buen tono (…). Con eso fabrico un retrato que es el de todo el mundo y el de nadie en particular. Una máscara, en resumen, bastante parecidas a las de carnaval, a la vez fieles y simplificadas (…). Cuando he terminado el retrato, como esta noche, se lo muestro lamentándome: `¡Ay! ¡Así es como soy!´. La acusación está terminada. Pero, al mismo tiempo, el retrato que presento a mis contemporáneos se convierte en un espejo.

     Cubierto de cenizas, arrancándome lentamente el cabello, con el rostro rasgado por las uñas pero con la mirada penetrante, me alzo frente a la humanidad entera, recapitulando mi vergüenza, sin perder de vista el efecto producido (…). Entonces (…) paso en mi discurso del `yo´ al `nosotros´. Soy como ellos (…). Sin embargo yo tengo una superioridad, la de saberlo, lo cual me otorga el derecho a hablar. Cuanto más me acuso, más derecho tengo a juzgarle. (…) Somos unas extrañas y maderables criaturas, y, por más que reflexionáramos sobre nuestras vidas, no faltarían las ocasiones de asombrarnos y de escandalizarnos a nosotros mismos” (Albert Camus. La caída. Debolsillo. Barcelona, 2021. Págs., 118-119).

     Y, pues, amén.  

jueves, 8 de julio de 2021

355/ "[Melancolía], tú que tienes la luz..."

Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.

(Melancolía. Rubén Darío).


Un conflicto existe, creo, entre la información y la esperanza. O tanto monta: entre el poder y la felicidad. Dicho así pudiera parecer exagerado. En modo alguno lo es. La información puede menoscabar la inteligencia emocional. Precisaré y repetiré, ahora, un punto: un exceso de información puede menoscabar la inteligencia emocional. Todo hijo de vecino no está preparado para procesar un número de datos que excede de lo previsible. Y el que sí lo esté que se dé con un canto en los dientes: ese no sabe lo que tiene. Sin rechifle: entre saber demasiado y entristecer no hay un gran trecho. Y si el torrente informativo cae de golpe sobre la tierra reseca del hombre masa, entonces apaga y vámonos, y sécate con el albornoz sin que se te vean las casas colgantes de Cuenca… 

     José Enrique Ruiz Domènec ha escrito: “La sociedad europea se precipita sobre la información, que es tanto como decir en aquellos años sobre el bulo o el rumor, y, si eso no basta, sobre la calumnia, sostén de la mentira; y a la vez confía en el saber médico para que este le libere de las supersticiones y de las enfermedades. Dos líneas de acción paralelas durante cien años, que dan lugar a la gran paradoja del `largo siglo XX´ que sitúo entre la gripe de 1918 y el coronavirus del 2020: el siglo del más importante desarrollo científico de la historia de la humanidad es, al mismo tiempo, el de las mayores atrocidades en política con los totalitarismos, en las relaciones internacionales con las guerras civiles, y en el orden moral con el holocausto” (El día después de las grandes epidemias. De la peste bubónica al coronavirus. Taurus. Barcelona, 2020. Pág., 88).

     Sigue sin satisfacerme la actitud de los Medios y, menos aún, la de los políticos. Los (con hache) hunos inventando datos e informaciones o bien conduciendo a un extremo la semántica del titular de turno. ¡Puag! Los otros, tomando decisiones sin consultar suficientemente a expertos en la materia y saltándose a piola restricciones y recomendaciones porque yo lo valgo. ¡Doble puag!

     ¡Ven, Mafalda, arregla tú el mundo! Pero, ¡¿dónde te has metido, Mafaldita?! Ay. 

lunes, 28 de junio de 2021

354/ Imprevisible aburrimiento

Hasta ahora no había tenido la dicha o la desdicha de leer, en libro, a Enrique Jardiel Poncela. Desdicha, digo, por aquello del imprevisible aburrimiento. Se trata del libro La Tournée de Dios (Blackie Books. Barcelona, 2019). Todo principió bien. Se torció, luego, todo. En este preciso momento todo parece volver a su sino: el interés, la alegría y la risa, a secas. Interés: en el argumento de la novela. Alegría: en el tono. Risa: del alma. Esto del alma va quedando, ya, un punto cursi. Mejor diré: de la inteligencia. Lo que en esta novela mueve a reír no es la anécdota (una cualquiera) sino lo absurdo de la misma. David Trueba asegura que el lector se va a dar de boca con el capricho, el destello y la anarquía, pero no dice cómo. 

     Lo diré yo: bostezando. 

     Hay un diálogo digno de Groucho Marx, cuya literatura expongo a continuación, que salva la novela entera. Es este (pág. 64):

     

     "FEDERICO (cogiéndose al brazo de Perico Espasa y enfilando la calle de Alcalá hacia Cibeles). ¿Qué hay de nuevo por tu periódico?

     –Hoy se le han roto dos teclas a una máquina de escribir.

     –¿Dais la noticia?

     –En primera plana. ¿Y tú? ¿Qué haces ahora?

     –Una novela.

     –¿Buena?

     –Más buena que san Ezequiel.

     –¿San Ezequiel? No conozco la historia de san Ezequiel.

     –Yo tampoco.

     –Pues tienes razón; fue un santo admirable. ¿Y de qué se trata, de una novela “de amor y de placer”?

     –No. De una novela “de dolor y de reúma”. 

     –Me agrada ver que enfocas temas filosóficos. ¿Muy larga?

     –Lo imprescindible: ochocientas páginas.

     –¿Y el asunto tiene tesis?

     –No. Pero el protagonista tiene tisis.

     –Es una compensación importante. ¿Cómo acaba?

     –Con la palabra FIN.

     –¿Y empieza?

     –En la primera página.

     –¿Sabes que ya me va interesando tu novela?

     –Lo creo.

     –Acabaré leyéndola.

     –Es una cosa que no haré yo.

     (…)".

     

     No me negarán que el arriba copiado tiene traza de diálogo de besugos, maravillosos, similares a Groucho y Arpo Marx. Lo entablan Federico Orellana y Perico Espasa, ambos periodistas de pro, amigos inseparables ambos. ¿Por qué no continuó Jardiel por esa senda `marxiana´? ¿Quizá para evitar la copia burda? Es posible. Lo cierto es que ese nivel humorístico del absurdo no vuelve a encontrárselo en lector, al menos, hasta la página doscientos sesenta y ocho. Si habrá de encontrárselo más adelante, sinceramente, lo ignoro: aún no he dado el salto a las doscientos sesenta y nueve. 

     Una aclaración: no digo que la novela sea mala (¡Buda me libre!) sino que, a pesar de su construcción buena y de hacer un uso técnicamente correcto del espacio-tiempo y de estar pululada por personajes redondos, cae en anacronismos un punto insoportables hoy. Por ejemplo: el brutal machismo (propio de la época en que fue escrita, 1932). Pero esto es harina de otro post (o no. Veremos). Vaya aquí una píldora (pág. 30): “El individualismo duro y heroico de otros tiempos ha sido sustituido por un colectivismo blando, cómodo, femenino y fácil”.   

     De otra parte la novela viene a parar en actualísima actualidad (pág. 29): “A derecha e izquierda encuentra uno gentes que están a disgusto con su Destino, que desdeñan lo que han logrado, que desean lo que no tienen y que, en el fondo, querrían que nadie tuviese nada.

     Se respira descontento, se vive en plena desadaptación. Todos los nervios están a flor de piel. Se ha arrumbado la amabilidad. Hablar es discutir. Discutir es pegarse. Se opina con el bastón y se razona con la Browning”.

     Exceptuemos de lo actual “la Browning”.

     ¿Habré de ir más allá de la mentada página doscientos sesenta y ocho?…


     Hartazgo.

     O sea, no.

domingo, 16 de mayo de 2021

353/ El Mesías no era esto

El hombre es vaina. Siento ser tan directo (o no). Toda la vida esperando la llegada de un salvador para luego darse de bruces con el uso y abuso de poder. Yo no hablo de la venida de Dios. ¡Líbreseme de ello! Tampoco, de la venida del profeta. Yo hablo de un hombre de mucha carne y poco hueso, con uno que otro cartílago, y atributos divinos y proféticos cuya principal capacidad consistiría en dirigir a la masa hacia su bienestar o su perdición independientemente de permanecer situado en la moralidad o en la inmoralidad o en la amoralidad. ¡Quita! Lo sustancial es la venida del supuesto líder. Es decir: alguien superior al resto de la humanidad, por carácter, por personalidad, por saber hacer. ¡Ptrrr!

     En esto soy contrario al dictamen de los noventayochistas. 

     Veamos… 

     Maeztu: “Sí, es preciso que surja un hombre-idea que sea al mismo tiempo el hombre-voluntad: el hombre omnipotente, mago hipnotizador que agrupe en torno suyo a cuantos anhelamos una vida más grande”.

     Ortega: “Pudo ocurrírsenos acaso, tras de alguna lectura, la sospecha de si habría en nosotros dos de esos grandes hombres que fabrican historia, señeros y adamantinos, más allá del bien y del mal”.

     Pío Baroja: “Para llegar a dar a los hombres una regla común, una disciplina, una organización, se necesita una fe, una ilusión, algo que, aunque sea mentira salida de nosotros mismos, parezca una verdad llegada de fuera”.

     Salaverría: “Todo el turbio ondular del río de la muchedumbre se dirige a un solo fin, que es el crear un hombre cúspide, como César, como Cristo, o como Borgia, bueno o malo, pero siempre alto. Pero toda idea de mejoramiento, de aristocracia, de dominio y perfección requiere un impulso de combate. El hombre es un animal de guerra”.

     Estas pamplinas pueden degenerar y acabar produciendo monstruos…     

     Hitler: “La providencia me ha designado para ser el gran libertador de la humanidad. Yo librero al hombre de la opresión de una razón que quería ser un fin en sí misma; lo libero de una envilecedora quimera que se llama consciencia o moral y de las exigencias de una libertad individual que muy pocos hombres son capaces de soportar”.

     Nota: las citas arriba copiadas han sido extraídas, sin piedad, del libro Biografía de la humanidad (Historia de la evolución de las culturas).

     En resolución: Sumo cuidado con lo que decimos y con lo que escribimos. Los escritores (y algunos periodistas) solemos soltar bastantes lindezas porque nos dejamos influir por el sacrosanto estilo. La forma nos forma y nos conforma. ¡Craso error! Pero, ¡divino error! Cuidado, pues, con ir uno por ahí de intelectual cuando es creativo e imaginativo sin podas ni añadidos. No crean nada de lo que digo sin contrastarlo una miaja. Contrástenlo y, posteriormente, si hallan algo de autenticidad (quiero creer que esto no es improbable) asimílenlo o deséchenlo con libertad.

     Abel Martín tenia razón cuando, según Juan de Mairena, dijo: “Limpiemos nuestra alma de malos humores antes de ejercer funciones críticas”.

     Pues eso.               

viernes, 2 de abril de 2021

352/ La crueldad

Una manera enormemente eficaz que tiene el ser humano de conseguir aquello que se propone es empleando la fuerza. La desembocadura de esta no está lejos de la crueldad. Pocos asfaltos no fueron barrizales. Las criaturas vivientes del fango se ven, a sí mismas, inmaculadas. Sin embargo exhiben un aspecto horrible en según qué contextos (un conflicto armado, un calabozo, un parque solitario a media noche…). Desde la mitra papal hasta el bastón de mando del Emperador, pasando por la retribución del correveidile de turno, han contribuido a la crueldad en algún momento de nuestra evolución. O de nuestra involución. Hoy la vaina es idéntica. La nacionalidad no influiría. Ni la religión. Ni la raza. Ni la condición sexual. Conclusión: el hombre no conoce escrúpulo cuando de emplear la fuerza se trata. Hasta en la época más fructífera, en términos de avance cultural (el Renacimiento), cometió actos repugnantes en nombre de Dios o de yo no sé qué. 

     Hay quien atribuye al papel y al metal la responsabilidad de esos hechos. Algún desarreglo genético (conjeturo) prima. La perversión no entiende de finanzas. Habríamos de “reiniciar” al hombre para librarnos de su fuerza, de su violencia, de su crueldad. Esta sería inducida por la negación más horrible de que el mismo es capaz: la de su propia humanidad. Barrington Moore escribió (rescato la cita de Biografía de la humanidad. Historia de la evolución de las culturas. Ariel): “(…) En términos de sus efectos sobre el sufrimiento humano, lo más significativo (…) fue el proceso global de creación de una aprobación moral de la crueldad. Para ello, es necesario definir al enemigo contaminado como elemento no humano o inhumano (…)”.

     Aprobación moral de la crueldad. Dantesco. Refiere Moore, creo, el infiel. O aquel que no abraza un credo determinado sino otro distinto. Lo cual viene sucediéndose desde que el mundo es mundo y seguirá sucediéndose hasta que el mundo deje de ser mundo. “Los alborotadores franceses de 1572 arrojaban criaturas por las ventanas en medio de explosiones de rabia. En 1942 los soldados alemanes disparaban contra niños a sangre fría”. 

     Javier Rambaud, en el libro arriba citado, ha escrito: “Los ingleses cazaban a los tasmanos como deporte. (…) Robespierre aprobó el Terror para conservar la pureza revolucionaria. (…) En 1560 los calvinistas condenan a Miguel Servet a ser quemado vivo juntamente con sus libros. (…) Hale, en la Europa del Renacimiento, piensa que el trato continuo con la violencia produce insensibilidad. Se mutilaba y descuartizaba a los criminales en público, ante los espectadores excitados. En 1488 los ciudadanos de Brujas aullaban para que el espectáculo se prolongara tanto tiempo como fuera posible. Huizinga cita el caso de los habitantes de Mons, que `compraron un bandido a un precio muy elevado por el placer de verlo descuartizado, ante lo cual el pueblo disfrutó más que si un nuevo cuerpo sano hubiera surgido del muerto´”.

     Todo fundamentalismo (del tipo que este sea) acarrea comportamientos humanos reprobables. He dicho: “humanos". Y no: “inhumanos”. La cara be de la humanidad no es la inhumanidad sino otra humanidad menos afable. Un reverso mitológico. Pregunto: ¿Cuantos seguidores tiene, hoy, Tarantino? ¿Y cuántos la película, de Stanley Kubrick, La naranja mecánica? El hombre sigue regocijándose en la crueldad cuyo valor intrínseco dista mucho de la principal virtud del Budismo: la compasión. Solo cabe reconocerlo y no pasar a otra cosa. É, sencilla y lamentablemente, cosí.

viernes, 26 de marzo de 2021

351/ Del gobernante (y de la guerra)

Siempre he sostenido que el conductismo no ha muerto. El premio y el castigo siguen siendo animadores o estorbadores de la acción del hombre. Debiera decir del Zóon Politikón (animal político). El tipo (me niego a aceptar, en esto, una generalidad) abunda y por ello es necesario reconocerlo a vistazo fugaz. Lo mismo acontece con el Macho Alfa. Otro espécimen, este, que prolifera en casi todas las geografías del mundo. El Zóon Politikón no es peor que el Macho Alfa. En su poder está arruinarle la vida a alguien si en ello le va algún beneficio disfrazado de altruismo. ¡Ojo! A menudo viste traje y nudo y exhibe una verborrea rayana en lo afable y en lo inefable. Le gusta sobremanera el poder. O hacer creer al otro que no le gusta nada el poder. Que, incluso, lo desprecia. En este caso suele ostentarlo (el poder) sin ostentación alguna. Es más: hasta puede llegar a renunciar a él. 

     Todo es inútil: el Zóon Politikón nunca deja de ser Zóon Politikón. En ocasiones se junta, en un solo individuo, esta doble naturaleza: la de Zóon Politikón y la de Macho Alfa. Permítanme, ahora, un consejo. Aléjense de ambos tipos cuando los vean merodear su hacienda. Créanme: no traen (ni llevan) nada bueno aunque, a vista primeriza, parezca lo contrario. 

     Esa doble (pero no noble) naturaleza de que hablo suele concurrir en los gobernantes. Sobre todo en aquellos que por alguna extraña (o no tan extraña) razón tienen seguidores a mansalva. También en las redes sociales pululan estas aves de rapiña. Y en los blogs. Y en los cenáculos periodísticos. 

     Lo dicho: tengan mucho cuidado con ellos.

     Nada prefiere más un Zóon Politikón y/o Macho Alfa que guerrear. Esto les fascina. Javier Rambaud (pues considero suyo el estilo redactor abajo mostrado, y no de J. A. Marina, coautor de la obra) escribe en Biografía de la Humanidad. Historia de la evolución de las culturas (Ariel) lo siguiente: “Hoffman propone una fórmula propia de la psicología conductista para saber si un gobernante irá a la guerra: el importe del beneficio que se espera obtener, dividido por el coste político que le va a suponer. Si el premio es grande, y el coste es pequeño, por ejemplo, porque ha conseguido movilizar emocionalmente a sus súbditos, iniciará una conflagración. Este planteamiento, que nos parece acertado, exige una aclaración: ¿Quién resulta premiado en una guerra victoriosa? No parece que sea el pueblo. Solo queda como beneficiario un personaje concreto –el soberano– o un personaje abstracto –el estado, la nación, la religión, etc.–. Es una de las paradojas de la evolución cultural que el interés de los soberanos esté con frecuencia tan separado del interés de la gente, y que se haya conseguido muy poco para evitarlo”.

     Sobran añadidos.

miércoles, 24 de marzo de 2021

350/ Interdependencia o cultura del "amae"

En España (en Occidente) nos enfrentamos a un problema de difícil resolución. A saber: el itinerario seguido por nuestra evolución cultural. Este ha podido ser equivocado. Un periodo extraordinario para comprobarlo es la infancia. Pensemos en nuestros niños. Cómo son. Cómo no son. Cómo llegan a (y salen de) la escuela. A ella llegan, creo, con un bagaje cultural heredado de sus ancestros. De ella salen, creo, con ese bagaje cultural (reforzado, en unos casos, en otros remodelado) todavía más "agarradote" a sus constantes vitales. Desde el Australopithecus hasta el Sapiens, pasando por el Homo habilis, han influido en la cosmovisión y en la manera de ser de nuestros niños y niñas. O del futuro hombre y la futura mujer. 

     En Oriente aconteció de otro modo. Me corrijo: aconteció de igual modo pero el resultado fue diametralmente opuesto. Esto aseguran los expertos en Historia de la Evolución de las Culturas. Un españolito no resolverá, siempre, un conflicto cualquiera como un niponcito o un chinito o un tailandesito. Ni que ver. Comparar ambos procederes sería como comparar el agua fresca y caudalosa de la fuente natural de la Sierra Nevada con el agua escupida, no hace mucho, por la grifería marchenera. O el aceite de oliva virgen extra (de Jaén. De dónde si no) con el aceite de palma. ¡Puagh! Qué despropósito. 

     La diferencia afloró cientos de años atrás. Hoy sigue en la superficie de una sociedad acaso errada en su evolución. Yo no doy crédito. En tanto nosotros (occidentales todos. No se escapa ni uno. ¡Ni uno!) nos afiliamos al partido de Maquiavelo, un japonés hace lo propio con Confucio, cuyas enseñanzas habrían generado más beneficio que perjuicio a la humanidad entera. Takao Murase, al parecer, escribió: “Al contrario que en Occidente, no se anima a los niños japoneses a enfatizar la independencia y la autonomía individuales. Son educados en una cultura de la interdependencia: la cultura del amae: el ego occidental es individualista y fomenta una personalidad autónoma, dominante, dura, competitiva y agresiva. Por el contrario, la cultura japonesa está orientada a las relaciones sociales, y la personalidad tipo es la dependiente, humilde, flexiva, pasiva, obediente y no agresiva. Las relaciones favorecidas por el ego occidental son contractuales, las favorecidas por la cultura amae son incondicionales” (Marina J. A. y Rambaud J.: Biografía de la humanidad. Historia de la evolución de las culturas. Ed: Ariel. Barcelona, 2018. Pág., 277).

     Con esto, me parece, todo queda dicho.          

jueves, 18 de marzo de 2021

349/ Una aclaración búdica

Lo he pronunciado en público muchas veces: para mí el Budismo es una escuela filosófica inmejorable para no tener necesidad de ser feliz. O mejor aún: para no tener necesidad de nada en la vida. Eliminemos de la cuenta de resultados el deseo y hallaremos el balance, por fin, equilibrado. Y diremos: ya soy feliz. No estoy ironizando. Lo apunto con total rectitud: sin deseos somos inmensamente felices. José Antonio Marina atacaría de frente la frase anterior. Y concluiría: La carencia de deseos es similar a la muerte. Y yo: No, no, sin deseos se vive como un rey. Nada de muerte. Vivo y bien vivo está (y hasta colea) quien no desea más que no tener deseos. Y Marina: Pero ese ya estaría deseando algo. Y yo: No, no, con eso pasa como con la meditación budista. Meditar consiste en “pensar en no pensar”. O con el “aprender a aprender” de la pedagogía actualísima: nunca sabe uno cuándo se da de boca (para más concreción: contra las dos paletas) con el primer aprendizaje. El principio de algo (aprendizaje, meditación, felicidad) a menudo cuestiona lo sustantivado. Eso no le resta un ápice de valor. Eso contribuye a que no desaparezca de nuestro plano espiritual (el del ser humano). Y entonces Marina (con cierto hartazgo): ¡La historia de la humanidad es la historia del deseo de hombres y mujeres a lo largo de miles de millones de años! Y yo (despelucado): ¡Que no, que no, o sea: que sí, que sí, pero eso no es lo que yo estoy hablando! 

     Y así podíamos estar hasta mañana.

     Lo cierto es que el Budismo no es una escuela sino un conjunto de escuelas. Yo, sin duda, diferenciaría entre Budismo laico y Budismo religioso. El primero no obliga a formar parte de ninguna comunidad monacal. El segundo, sí, además coquetea con los ritos y acoge en su seno una jerarquía profesionalizada. Alabo el primero. Sus pilares son: bondad generalizada, compasión ilimitada, amabilidad instaurada y acrecentada. También, alegría infinita, siempre y cuando el practicante logre chafarse de las garras del deseo. Nota: excluyo de la nómina el deseo sexual. Yo solo refiero el aprendido. No el natural. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Perdón por la rima.


     Addenda. Lo anterior ha sido una aclaración in extremis. No me gustaría pasar a la historia de mis congéneres con el sambenito de lo antinatural pegado a mi espalda como lapa inmisericorde. Más al contrario: ni un solo hombre en todo el mundo se sentirá más tendente a lo natural que un servidor de nadie (salvo, pero solo quizá, en el arte). Con “natural” vengo a significar esto: aquello que cae por su propio peso. Creo que va siendo hora de naturalizar el Budismo laico, de anunciar por activa y por pasiva su belleza, su humanidad. Y, de paso, desear que el Budismo no sea pesimista sino optimista. Tremendamente optimista.

     Esto último me ha sublevado cuando en la mañana he abierto el libro Biografía de la humanidad. Historia de la evolución de las culturas (Ariel), de mi querido y admirado José Antonio Marina, por la página 217. En ella se lee: “Los `optimistas´ ideales confucianos de activa vida social y servicio a la familia y a la comunidad parecían oponerse al mensaje budista, aparentemente pesimista, de retiro de un mundo lleno de miserias (…)”.

     El subrayado de la palabra "pesimista" es mío.

     Nada más. O mejor: Namasté.

lunes, 15 de marzo de 2021

348/ Amor erróneo

El hombre, a veces, se cree Dios. Huidobro habló del “pequeño Dios”. Juan Ramón, del Dios “deseado y deseante”. Huidobro nació el 93 del s. XIX. Juan Ramón, el 81 del mismo siglo. Creerse el hombre Dios podría juzgarse vulgar. Pero no es vulgar. Es primigenio. Es antediluviano. Como, por cierto, lo es el machismo. Podría pensarse que quien afirma lo aquí afirmado exagera un punto. Pero no exagera un punto. Acierta de largo. Lo peor de todo, conjeturo, es que la mujer junto con el hombre ha contribuido a que el estado de cosas actual sea el que es y no otro (y no otro mejor). Podría pensarse, repito, que lo traído aquí a escena no es más que una antigualla a la que no hay que prestarle atención. Con toda franqueza: lo dudo. Un fogonazo de asombro con mala sombra me ha cegado el pensamiento esta mañana. Léanse estos versos: 


     Soy tu amada, la mejor,

     te pertenezco como la tierra

     que he sembrado de flores.

     Tu mano reposa sobre mi mano,

     mi cuerpo es feliz,

     mi corazón se llena de alegría,

     porque caminamos juntos.


     Refiero lo siguiente: el sentimiento de pertenencia a otros que algunos seres humanos experimentan con independencia de su estatus social.

     El poema arriba copiado data de 2.000 años antes de nuestra era. Se encastilla en el papiro Harris 500. Su autor (o autora) es anónimo. Su actualidad, pasmosa. 

     Nadie pertenece a nadie. Digámoslo con claridad, sin arrogancia, sin miedo. Ni siquiera los hijos pertenecen a sus padres. El ser humano no es una trozo de carne (aunque lo parezca en ocasiones. Y añadiéndole ojos…) con que poder traficar. Ni un objeto arrojadizo. El ser humano (cada ser humano) es, sencillamente, un milagro. 

     Pues eso.      

martes, 9 de marzo de 2021

347/ Filosofía que ni pintada...

Ortega divagó sobre las relaciones existentes entre `marco´, `traje´, `adorno´.  Y yo, lector de tales divagaciones (¿habemus extravagancia?) me he quedado pensando. El filósofo tituló su escrito así: Meditación del marco. Meditar no es equivalente a pensar sino todo lo contrario: a no pensar para, luego, mejor pensar. Cita obligada aquí: "Mente clara, corazón tierno" (Buda dixit). Ramiro Calle ha utilizado estos cuatro términos para titular uno de sus libros. Yo lo celebro. Y, a los cuatro vendavales, grito: ¡Albricias! Pasemos por alto el despiste de don José Ortega y Gasset. Idéntico, por cierto, al de la Real Academia Española. Meditar (según la RAE) significa: `Pensar atenta y detenidamente sobre algo´. Como a menudo dice Jodorowsky: “Para qué seguir”...  

     Escribió Ortega: “Viven los cuadros alojados en los marcos. Esa asociación de marco y cuadro no es accidental. El uno necesita del otro. Un cuadro sin marco tiene el aire de un hombre expoliado y desnudo. Su contenido parece derramarse por los cuatro lados del lienzo y deshacerse en la atmósfera. Viceversa, el marco postula constantemente un cuadro para su interior, hasta el punto de que, cuando le falta, tiende a convertir en cuadro cuanto se ve a su través.

    La relación entre uno y otro es, pues, esencial y no fortuita; tiene el carácter de una exigencia fisiológica, como el sistema nervioso exige el sanguíneo, y viceversa; como el tronco aspira a culminar en una cabeza y la cabeza a asentarse en un tronco” (F. Lázaro y E. Correa: Antología Literaria Española Contemporánea. Ediciones Anaya. Pág., 250. Salamanca, 1967).

     Cabe, en este punto, pararse y ejemplificar. No caigamos en la simpleza: evitemos pensar en el alma y el cuerpo. Yo me inclino más hacia este otro ejemplo: libertad individual y colectiva Vs. ley (o marco legal ¿ético?). Barroco asunto. Solo apto (quiere decirse: su desentrañamiento) para políticos en ejercicio. Nuestra clase política, ahora, se ha metido a filósofa moralista. En este caso juzgo mejor el lenguaje no inclusivo. Pues eso: a filósofa moralista. Y, claro, así nos luce.

     Es la grandeza de la literatura. Sí, he dicho: literatura, no filosofía. La filosofía es un género literario `peculiarísimo´. Ortega fue, creo, un gran literato. Esto lo traslucen sus escritos menos heterogéneos que estéticos.

     El texto de Ortega continúa de este modo tan suyo: “La convivencia de marco y cuadro no es, sin embargo, pareja a (…) la del traje y el cuerpo. No es el marco el traje del cuadro, porque el traje tapa el cuerpo, y el marco, por el contrario, ostenta el cuerpo. (…)

     Pero tampoco es el marco un adorno. (…)

     Todo adorno (…) atrae sobre sí la mirada, pero es con ánimo de hincarla sobre lo adornado. Ahora bien: el marco no atrae sobre sí la mirada (…) No solemos ver un marco más que cuando lo vemos sin cuadro en casa del ebanista; esto es, cuando el marco no ejerce su función, cuando es un marco cesante” (Op. cit. Pág., 250-251).

     Me reitero en lo apuntado más arriba. Sé que Ortega situó su texto en la órbita del arte y de la estética. Yo entreveo una suerte de nostalgia normativa en él. Un deseo de ley acatada y no de ley quebrantada. Un convencimiento de Ordenamiento Jurídico moral y no de Desorden Jurídico inmoral (o, incluso, amoral). 

     Acaso este texto de Ortega no haya siquiera cumplido los dieciocho...