lunes, 22 de septiembre de 2014

159/ La joven de la perla y septiembre

A Ella. A ti.

Septiembre es La joven de la perla. La joven de la perla es septiembre. Siempre ha sido así. Y, por de pronto, seguirá siendo. Los poetas estamos de enhorabuena. Septiembre es nuestro mes. Con él llega la melancolía. Es decir: la nostalgia. Es decir: el recuerdo. Es decir: La joven de la perla. Ella acapara el recuerdo y la nostalgia y la melancolía ¿y? Y septiembre. Haciéndolo suyo. Estrangulándolo. Exprimiéndolo. El jugo que sale es melancolía. La joven de la perla no tiene los ojos azules de Ella ni el turbante que aduce figura su cabello de sol. Pero es Ella. Hay quien habla de las caras de Bélmez. Yo, de la cara de Vermeer: la de La joven de la perla. En sueños. Probablemente de otro modo no me sea posible ya. No digo que sea imposible. Digo que es improbable que la vea más allá de cómo la retuvo en su retina Vermeer. Septiembre se personaliza en La joven de la perla y la joven se vuelve septiembre con cada pincelada de Vermeer. Si Ella supiera que La joven de la perla es Ella... Que posee su efigie. Este es un post al mar. Acaso llegue (o no) a su destino. Que no es otro que Ella: La joven de la perla. Llegaría encapsulado. Tras el cristal líquido de la pantalla de su teléfono móvil o tableta o computador. Es indiferente. Todos los septiembres de mi vida serán (me recordarán a) La joven de la perla. La luz septembrina envolviéndola, cómo olvidar eso, y el olor septembrino en su cara redondita y en sus axilas embriagadoras. Ahora me arrugo. Miro al horizonte. Armo el brazo ejecutor y lanzo este post al mar. A un mar virtual. A ver si las olas del azar me secundan y La joven de la perla lo recoge. ¿Para qué? Para que sepa que su efigie permanece apuntalada (a machamartillo) en mi memoria, gracias a Veermer, lo que juzgo extraordinario. E inmensamente bello. Como, en efecto, es ella: La joven de la perla.

martes, 16 de septiembre de 2014

158/ Nadie es uno solo

La vida nos aboca a una batalla desgarradora. En un flanco está la razón. En otro radica el delirio. Ambos (razón y delirio) interactúan y… ¡Hágase el desastre! Nuestra perspectiva de las cosas no es única. Con no serlo, ¿será diferenciada?, pregunto. Los españolitos representamos el cero coma no sé cuánto por ciento de la población mundial. Conque, ¡échensele guindas al pavo! Cuento este cuento a cuento de que he descubierto algo insólito. Me ha acontecido leyendo a Eduardo Punset. Y por citar éste a Stuart A. Kauffman en El viaje al poder de la mente. Se trata de una explicación racional sobre lo que Millás plantea en Lo que sé de los hombrecillos. He aquí mi descubrimiento: que “el primer sistema viviente `surgió a partir de un conjunto auto-catalítico de reacciones que cruzó, en una transición de fase, cierto umbral de complejidad, haciendo posible el automantenimiento y la autorreplicación del sistema, en un rango plausible de tiempo que puede concebirse como aceptable´”. Ha dicho Kauffman: haciendo posible el automantenimiento y la autorreplicación del sistema. (Obviaré la pregunta del millón: ¿quién o qué crea lo primero que vive del primer sistema viviente?) Los hombrecillos de Millás se auto-replican. El principal de ellos es una copia física del protagonista razonable de la historia (un profesor de universidad). Nace de él. De su cuerpo. Contingencia que no impide que sea idéntico al resto de hombrecillos. Los cuales afloran de huevos que expulsa por la vagina una mujercilla. La misma cuya célula reproductora se une a la del hombrecillo réplica del profesor provocándole ésta la fecundación. La novela de Millás deslinda la frontera que separa la razón del delirio. O lo real de lo ficticio. Un Rubicón que nuestra tradición literaria no se atreve a cruzar y desestima. Voy a tomarme la libertad de estallar: ¡Tanto realismo empacha! Yo extraje del libro de Millás mi propia moraleja (la de todos los budistas): que los deseos acaban destruyendo al hombre. Y a su vida. De esa destrucción (la del hombre y su vida) se deriva un gran placer. No hay mal sin hedonismo. Marcos Ana ha escrito: “Era un ser hecho de sol/ y otro ser hecho de luna./ ¡Cómo se amaban los dos!// La sombra del uno era/ sombra del cuerpo del otro:/ sus dos bocas una entera.// En cada vena desnuda/ sangre del otro latía:/ eran dos vidas en una”. Lo escrito y descrito por el poeta y por mí transcrito puede aplicarse al protagonista y su réplica de Lo que sé de los hombrecillos. Con una diferencia: que uno (el profesor. O sea: la razón) llega a odiar al otro (el hombrecillo. O sea: el deseo). Lo que me obliga a concluir que nuestra perspectiva de las cosas es diferenciada. Pero también compartida. ¿Por qué? Porque la materia cambia siempre. Y nadie es uno solo. 

lunes, 8 de septiembre de 2014

157/ Mr. Vaina

¿Una obra osada y prepotente? Sea: Adiós a la utopía. Ya es siglo XXI (Espasa Calpe. Madrid. 1991). Y, ¿no equivocada? Psssch: más un oráculo fiable que alguna vez se escacharró y la lió parda. La trajo a la luz José María Carrascal. Maestro de maestros. Un visionario. Un auténtico “crack”. Acertar, lo que se dice acertar, acertó mucho. O sea: falló algo. Un lector de este siglo no puede pasar por alto esa quisquilla: que fallasen o acertasen sus vaticinios. Falló (si mi cómputo es justo y por justo yo lo tengo) hasta en seis ocasiones. Son las que siguen. P. 23: el ejército del S. XXI estaría formado por profesionales y por soldados de reemplazo. P. 40: la cultura que todos los pueblos del mundo querrían imitar en pleno S. XXI sería la occidental. P. 45 (contradicción flagrante con lo anterior): habría en pleno S. XXI guerras culturales en Occidente. P. 49: el S. XXI sería el más racista (quizá en esto no fallara...) de todos. P. 77: la convivencia entre los hombres se haría imposible y las ideologías difuminarían sus perfiles. P. 91: la eterna juventud sería una quimera en el S. XXI. ¡Bravo! Para más inri salpimentó la olla de su discurso con una pizca de racismo y otro tanto de homofobia. Léase, si no, esto (p. 141: se refiere el sabio de El Vellón al Socialismo como sistema ideológico): “Tienen [los socialistas] (…) sus bestias negras, hacia las que encauzan la indignación popular: la raza blanca, ese `cáncer de la humanidad´, sin recordar lo que la humanidad le debe en progreso, libertades y confort”. ¡Bravísimo! ¿Habrá que ponerle una estatua al maestro? Tras varias patochadas más, escribe: “(…) Los socialistas se presentan como el amigo, el defensor, el hermano del hombre normal, el ciudadano de a pie. Cuando en realidad sienten un enorme despego hacia él. Sólo quieren su voto. Luego, le olvidan, y siempre, le desprecian. En cambio, sienten una enorme ternura, una auténtica pasión por el individuo atípico, por el marginado, por el inadaptado o anómalo: el delincuente, el homosexual, el disidente (siempre que no sea en sus filas), el excéntrico, el raro. Cosa lógica, pues como todos éstos, el socialista no siente como suya la sociedad en que vive, la odia en el fondo como todos esos individuos. Se siente excluido de ella, como Alfonso Guerra se sentía excluido de la sociedad sevillana. Lo que desea es destruirla, no importándole que en el fuego purificador perezcan los miembros normales que la integran.” Y más adelante: “Otra de las paradojas socialistas: pese a aumentar considerablemente los aparatos de represión y control al llegar al poder, no suelen utilizarlos mayormente contra esos elementos `asociales´). El subrayado es mío. ¡Bravo-bravísimo! Pregunto: ¿para decir semejante sarta de sandeces hay que estudiar Náutica, Filosofía y Letras, y (¡vaya por Dios!) Periodismo? Como diría mi amigo Antonio, el gitano, atípico según Mr. Vaina: ¡Válgame el Señor! ¡Qué mala baba tiene este payo! El mismo que cree que el homosexual es un “anormal” y que al negro no habría nada bueno que reconocerle en este o en aquel mundo de más allá. ¿Tampoco al amarillo? ¿Ni al cobrizo? Yo le preguntaría a Mr. Vaina: ¿Sabe usted quién fue Martin Luther King? ¿Y Mahatma Gandhi? ¿Y Lao Tsé? Todo un “crack” que habla de la libertad individual como bien común. Y, ¿no es libre quien elige la tendencia sexual que le da la real y sacrosanta gana? ¿Hace cualquiera acopio de “anormalidad” por ser homosexual o bisexual o, llegado el caso, pansexual? ¿Es “anormal” un transexual (el cual siempre enarbola por defecto la bandera de la libertad)? ¿Y no será Mr. Vaina el único “anormal” aquí? Hoy estoy de humor. Me despediré de don José María Carrascal con una sonora y fugaz pedorreta. Esta: ¡Ptrrr!