jueves, 28 de octubre de 2021

363/ La soberbia de Mr. Calatayud

OPINIÓN


<<En comunión con sus colegas europeos, los ilustrados españoles comprendieron que la mejora de la enseñanza era un paso previo a cualquier reforma política y confiaron al estado el encargo de dirigir la empresa pedagógica>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 384).

     Dejar en manos del Estado la educación, per se, no reporta beneficios. Dependerá más del tipo de Estado que la ostente (o detente) que de otra cosa. Que se lo digan, si no, a nuestros padres o abuelos: ellos tuvieron que soportar el paso, poso y peso, de unos años vividos en Dictadura en cuya nómina habría que incluir el lavado de cerebro. He de decirlo sin rebozo: tampoco tengo claro que hoy no nos laven el cerebro. Ponerse a salvo del maquiavélico fregoteo, a veces, ni es tan fácil como a priori pudiera pensarse ni tan hacedero. No hay mejor educación, en términos motivacionales, que la autodidacta. Es lo que pienso y, pues, lo digo. Llevo toda la vida posicionado en el autodidactismo. Esa es mi religión y esa es mi ideología. Rechazo de plano el principio de autoridad como inductor del aprendizaje. Yo furrulo de otro modo: el axioma <<dadme una palanca y moveré el mundo>>, en mi caso, se llama: `aprendizaje por descubrimiento´ y/o `aprendizaje por ensayo y error´. También (en un sentido figurado): `Hostia con la mano abierta´ y `golpazo contra un muro de hormigón´ si uno anda despistado. No conozco mejor manera de aprender que las dos arriba mentadas. El error está infravalorado. La sociedad actual lleva el éxito a un nivel que, a mi juicio, no le corresponde: el de la emoción dura y pura. ¡Bah!, el éxito no emociona, solo rinde réditos. Equivocarse, sí: aparece la frustración, la ira, el encono… Tres puertas abiertas a la acción. ¿Acaso no es actuar aprender? Acabemos con esta loca lacra. Dejemos que el niño se equivoque y resuelva, luego, acertar. Démosle el beneficio del error. Abro paréntesis. Al docente ideologizado: ¡Cállese y rectifique de una puñetera vez! Cierro paréntesis. Bendito desahogo.

     La educación habría que dejarla en manos del Anarquismo Espiritualista. Aquello que criticaba el señor Juez de menores de Granada, Emilio Calatayud (un iluminado de todas todas), `aprender a aprender´, es justamente lo que habría que procurar. Y, de paso, dar menos cancha a un togado metido a marisabidilla y más a un docente no ideologizado y partidario de la libertad de pensamiento y de expresión y de estilo de aprendizaje (minoría, por desgracia, hoy). Si Juan de Mairena levantara la chorla… Torres Villarroel, por su parte, no emulaba a Calatayud: criticó el dogmatismo de la vieja cultura y responsabilizó a esta del fracaso del reino. Calatayud critica el nuevo estado de cosas movido por una supuesta beneficencia derivada de la vida de antaño. Qué carca el señor Juez... Mr. Calatayud debería aprender a aprender a no meterse en jardín espinado sin pretender salir de él todo llenito de púas... Ay, señor juez de menores de Granada, cuándo aprenderá a aprender usted…

     Dejemos, ya, tranquilo a Mr. Calatayud. Yo quería hablar de educación. Giner de los Ríos y Ortega agradecerían cenáculos en torno a lo educacional a todo trapo y rato y razón no les faltaría. Debatimos poco, en general, y de educación menos. Esto no es recomendable. Dialoguemos (incluso tirémonos los trastos a la cabeza, si con ello logramos sacar algo en claro, y hablemos de una maldita vez de lo que importa. Por ejemplo: ¿El talento debería sobreponerse a la condición social? O: ¿Contradecir al profesor debería reportarle a este un estímulo para seguir mejorando e investigando y no lo que, usualmente, le reporta: la idea de ego minusvalorado? O: ¿El docente debe desgajarse, por completo, de su yo discente?…

     Para qué seguir).

     Aprendizaje autodidacta, con  cierto auxilio, sí. Lavado de cerebro, porque el Estado lo ordena, no. Mil veces no.

viernes, 22 de octubre de 2021

362/ Imbecilidad congénita

No hay institución más absurda, e inoperante, que la Monarquía. El cuento de la lechera de la clamoreada diplomacia y de la marca España supuestamente gestionadas en el extranjero por nuestro Borbón es macabeo y ya no se lo cree, que dirían donde yo me sé, naide. No es algo nuevo. Venimos arrastrando la imbecilidad congénita desde tiempos (casi) inmemoriales. Entretanto seguimos sin voz en el himno porque Izquierdas y Derechas no se avienen a acordar una melodiosa y armoniosa y hasta lustrosa letrilla que atribuya sustancia a esa voz rota por la brecha ideológica. Ridículo. Sin embargo, como digo, nada supera la estulticia de la Monarquía. Tendríamos que hacérnoslo mirar.

     En pleno siglo XVIII se sucedieron cambios en el Estado español que beneficiaron a la sagrada (nótese la ironía) institución, <<pero el poder político siguió sujeto a la voluntad real, zarandeada a menudo por desequilibrios mentales de Felipe V y la apatía de Fernando VI>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 330). A buen entendedor…

     Alguien (¡olé por él o ella!) concibió, por entonces, una décima sin desperdicio que viene a cuento y cuya letra dice:

     

     <<Al rey tenemos demente,

     una reina con temor,

     un infante cazador,

     y los tres no saben niente;

     un Consejo irresolvente,

     con los ministros de Estado,

     cada cual más apocado;

     unos grandes sin grandeza:

     ¡pobre reino sin cabeza,

     que te verás acabado!>>.


     Hoy el reino español vive y colea. Barrunto que más pronto que tarde acabará por no hacerlo...

     Sic erat scriptum.

jueves, 7 de octubre de 2021

361/ El martirio

Los perseguidos serán, siempre, perseguidos. Ay. Y, ¿cómo sacudirse de encima tan desalentadora certeza? Negros y gitanos fueron repudiados en España, a fines del XV, <<so pena de cien azotes y destierro la primera vez y que les corten las orejas cuando los tornen a desterrar la segunda vez>> (Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 267).

     Hoy, gitanos y negros siguen padeciendo desvelos en forma de micro-racismo o racismo a secas, maquillado con el empaste de estadísticas oportunistas y no sé si falsas que uno que otro partido político (¿secta maquiavélica?) y uno que otro escritor (¿zoom politikón?) y también uno que otro periodista (¿bocachancla ilustrado?) ensalzan y elevan a los altares de la socorrida (digo por sus rendimientos políticos) alarma social.

     No las orejas, ciertamente, pero sí las manos y los senos fueron cortados a Santa Olalla. Federico se hizo eco del brutal episodio. Lo estampó en Romancero gitano. Le atribuyó (no sé si él o su editor o quién) el nº 16 II bajo el título El martirio. Y dice así:


 EL MARTIRIO    

     

     Flora desnuda se sube

     por escalerillas de agua.

     El Cónsul pide bandeja

     para los senos de Olalla.

     Un chorro de venas verdes

     le brota de la garganta.

     Su sexo tiembla enredado

     como un pájaro en las zarzas.

     Por el suelo, ya sin norma,

     brincan sus manos cortadas

     que aún pueden cruzarse en tenue

     oración decapitada.

     Por los rojos agujeros

     donde sus pechos estaban

     se ven cielos diminutos

     y arroyos de leche blanca.

     Mil arbolillos de sangre

     le cubren toda la espalda

     y oponen húmedos troncos

     al bisturí de las llamas.

     Centuriones amarillos

     de carne gris, desvelada,

     llegan al cielo sonando

     sus armaduras de plata.

     Y mientras vibra confusa

     pasión de crines y espada,

     el Cónsul porta en bandeja

     senos ahumados de Olalla.


     A los orgullosos de la raza y, ya de paso, de la patria y su disparatada idolatría: ¡Ptrrr!