jueves, 25 de junio de 2020

327/ Ponerle puertas al campo

¡Bendito sea Gautama! Llegó el ansiado momento. Me dispondré a hacer aquello que creo debo hacer cuando algo me parece injusto: denunciarlo. En el sentido de "dar noticia de ello" (DLE). De modo que allá voy: ¡Ancha es Castilla! El señorito Gomá Lanzón echa leña al fuego de la homosexualidad del modo más infeliz en su micro-ensayo La domesticación del Romanticismo. O sea: no queriendo ver la realidad. Un filósofo que no quiere ver es un filósofo infeliz. Ya lo dice el dicho popular: “No hay más infeliz que quien no quiere ver”. Tampoco creo que lo popular esté dentro del universo mental del señorito Gomá Lanzón. La fe, sí. Y eso que la fe es popularísima.
     ¿Pero cómo hace este crédulo “torpón” para venir a decir: la homosexualidad no es más que una opción equivocada y evitable? El hermano Romaguera habría introducido la respuesta a esa pregunta de un modo directo: “Yo te diré…”. Díganos, hermano, díganos: somos todo oídos. Y el hermano Romaguera habría dicho algo parecido a lo que el señorito Gomá Lanzón ha escrito: “Cuando nace el yo moderno (…) el conflicto social es inevitable. Porque la sociedad reclama la integración de ese yo individual dentro de la economía productiva –oficio y casa, producción y reproducción– mientras que él anhela (…) seguir con fidelidad las leyes de su corazón. Desafía el orden constituido, que se le presenta como una amenaza (…), y a la postre sucumbe aplastado por el superior peso de la inclemente mayoría social. Para narrar ese conflicto se inventa (…) la novela moderna. Desde Cervantes a Thomas Mann las novelas recrean con mil variaciones esa conflictividad no resuelta.
     (…) Las dos opciones en pugna son: de un lado, la ética del trabajo y las reglas del matrimonio burgués (oficio y casa); de otro, una vida (…) elevada y apasionada, los derechos del artista genial y los deseos infinitos del corazón”.
     Y aquí parece querer concluir no ya como un señorito Gomá sino como todo un caballero Lanzón (lanzado): “El primer amor de Thomas Mann, muchacho de catorce años, Armins Martens, (…) humilló los delicados sentimientos [de Thomas] (…), lo que le llevó [a Thomass] a replegarse en sí mismo aún más que antes. (…) Diez años después empezó a tratar a Paul Ehrenberg (…), el novelista era ya un hombre seguro de sí, (…). En 1901 escribe a su hermano Heinrich que ha descubierto en sí `una felicidad sentimental indescriptible´ (…) que le había enseñado `que en [su] vida todavía queda algo sincero, cálido y bueno y no sólo la ironía, que en [sí] aún no todo se había visto devastado, desnaturalizado y carcomido por la maldita literatura´. Esta experiencia personal será decisiva para la superación del Romanticismo, por que en ella el artista lúcido, en lugar de desdeñar ese lado `sincero, cálido y bueno´ de su corazón en nombre de la fría pasión de la literatura, maldice de ésta y extiende confiado los brazos para palpar la `felicidad sentimental´ como lo haría cualquier burgués ingenuo. Ya no más opciones vitales incompatibles, o el arte o la vida (…). Como congruente culminación de este proceso, en 1905 Thomas Mann contrajo matrimonio con Katia Pringsheim, hija de un adinerado profesor judío (…)”.
     Por fin concluye más abajo: “[En] Tonio Kröger [novela de Mann], [Tonio] revela a su amiga [Lisaveta Ivanovna] que el arte proporciona lucidez al artista pero que él se halla fatigado de esas `náuseas de conocimiento´ que estragan lo humano residente en él”.
     Ya está. Fin del intratable texto. Uf.
     Yo lo “veo” así. Yo lo entiendo asá: el señorito Gomá "Lanzado" no acepta una verdad incuestionable: que el corazón tiene razones que la razón no entiende. No como la mía ni como la de otros muchos que sí las entienden (las razones del corazón). La suya estará en menesteres de pelaje más académico. O más frío. O más abstracto. O más inhumano. Yo no sé.
     En granadino: ¡Pobretico!
     Nótese que la homosexualidad se relaciona con el Romanticismo en tanto que la heterosexualidad con el Realismo. O lo que es idéntico: la homosexualidad con el arte y la heterosexualidad con la vida. ¿Exclamaré ¡chapó!? Nótese que la homosexualidad es una “amistad homoerótica”. Ahora sí exclamaré algo: ¡Tócate los óvalos! No: la homosexualidad es homosexualidad. Esto hasta donde a mí se me alcanza. Nótese, además, que renunciar a la homosexualidad supone abrazar `lo sincero, cálido y bueno´. No: a quienes son homosexuales les sucederá justo al revés. Yo no lo soy. Nótese, también, que el final de todo el proceso es uno y solo uno: la renuncia por Thomas Mann del amor homosexual en favor del heterosexual. ¿Pero qué proceso, caballero de largos y empañados lentes, tan filósofo y miope a la vez? ¿Quiere decírmelo? No hay proceso que valga. Hay realidad valedera. Ni siquiera romántica. Valedera. Yo diría que hasta realista. Métaselo en la cabezota, señorito Gomá Lanzón, de una santa vez. Seguro estoy de que el adjetivo `santa´ será de su agrado. La homosexualidad no es una enfermedad ni un desvarío ni una opción equivocada por más que su brillante mente de filósofo crea lo contrario. Igualmente lo cree la del Papa Francisco. ¡Asombrado estoy! ¿Francisco con ideas del Opus (tan perversas ellas)? Usted concluye su micro-ensayo de este modo: “El lema de la nueva época no será otro que aquel que se dio a sí mismo Goethe: `Limitarse es extenderse´". ¡No me diga! Pues usted debe estar en todas partes (como Dios). Querrá imitarl(e). Sí, por más que le escueza, género neutro. “Limitadito con sifón” lo veo, amigo mío, de los que ya no hay. Digo: filósofos. Limitarse es ponerse uno límites. Limitar es poner uno límites a los otros. Usted parece querer ponerle puertas (límites) al campo. Federico concibió el mejor octosílabo de la historia de nuestra poesía: “Verde que te quiero verde”. Y que entienda quien pueda. 

lunes, 22 de junio de 2020

326/ Las tragicomedias del escritor

     Tragicomedia nº 1 (La familia y la sociedad no valoran su trabajo)

     César Aira escribe en el libro Cumpleaños (Literatura Random House): “El éxito nunca me importó… Eso lo dicen todos, y suele no ser cierto. A mí me importó bastante, pero solo para tener la justificación familiar y social que me permitiera seguir escribiendo. De otro modo tendría que haber seguido haciéndolo en secreto, lo que habría sido deprimente”.
     Lo verdaderamente terrible, para quien escribe, es necesitar una “justificación familiar y social” que le permita seguir escribiendo sin distracciones. El resto de la humanidad que no escribe no lo entenderá. O quizá sí. Yo no sé. La otra parte lo sufre. Y es aniquilador. Socialmente el escritor no está visto con buenos ojos. Solo lo estará si ha publicado y alcanzado popularidad en los medios o en círculos más o menos cerrados o ganado algún certamen prestigioso o en vías de serlo. Si no es el caso, será tenido por un holgazán, o lo que es peor: por alguien con “pajaritos en la cabeza”. Qué graciosa expresión. A mí me la han colgado de la chepa una que otra vez. Como si fuera un castigo: la mala baba que chorrea da para llenar una palangana. ¿Vivir para contarlo? No. Vivir (vivirlo) para creer. O mejor: creerlo. Nadie sabe que la frase no es un castigo sino un premio. E cosí
     El sentido economicista de la sociedad actual no permite respirar a gusto a quien considera el arte una actividad por encima de (casi) todo. Luego hay algún filósofo Cum Laude que razonablemente demuestra el acierto de la postura contraria. Por ejemplo: Javier Gomá Lanzón. ¡Con su pan se lo coma! Habrá ocasión de poner en negro sobre blanco lo que este humilde pajarero cuerdo y servidor de nadie piensa sobre algunas ideas del caballero Gomá Lanzón. Ahora haré un pareado: qué decepción.
     Y oye: me he quedado tan pancho.

     Tragicomedia nº 2 (Él no es como los otros)

     Aira escribe más abajo: “Fuera de la literatura, me era en extremo difícil vivir, así que no dejé casi nada fuera. Aun así, al mismo tiempo, todo está fuera, desde que me levanto hasta que me acuesto, porque tengo que vivir como todo el mundo”.
     En efecto. El escritor tiene que vivir como todo el mundo. Y el escritor no puede vivir como todo el mundo. Es decir: le cuesta vivir como todo el mundo. Esto, creo, lo entiende hasta el perro pachón de la familia. ¡Para el carro, Javielito, no corras tanto: “a donde tienes que ir es a ti mismo” (Juan Ramón lo dijo)! No todos entienden esto. Menos lo comparten. Yo sigo erre que erre: la mente del escritor no es como las otras mentes. Ni mejor ni peor: es distinta. Se deja deslumbrar por aquello que a los demás les pasa inadvertido. Se deja intimidar por aquello que a los demás no solo no intimida sino que, por añadidura, satisface. Por ejemplo: el ocio y el bullicio ocioso. El escritor no entiende de bullas ni de ocios. Pero se queda prendado de la belleza (del tipo que sea). Los demás tratan la belleza como especie de pasaporte al entretenimiento. Y del entretenimiento a la infantilidad no hay un trecho demasiado grande. Continuamente lo veo en la caja tonta y en la calle con más tontos que esquinas (Carlos Herrera es el padre de la humorada. Esto me han dicho).

     Tragicomedia  nº 3 (Él trabaja de sol a sol y los demás no lo admiten)

     Aira escribe más abajo aún: “Los inconvenientes y problemas y angustias y parálisis que entran en la literatura vueltos máquinas de felicidad dejan atrás (afuera) una prole innumerable a la que hay que aplicarle el mismo tratamiento… Con el paso de los años se necesitan inventos cada vez más raros y recargados; por suerte cada vez se me hace más fácil, y además ahí también la Historia me justifica, porque hace creer que evoluciono, que profundizo en mi mundo interior… Muchas veces me he preguntado en qué ocupa su tiempo la gente normal, cuando a mí el trabajo de seguir con vida me ocupa hasta el último minuto, y apenas si me alcanza”.
     ¡Ave César! Tienes, Aira, más razón que un santo. La vida del escritor, le pese a quien le pese, consiste en escribir y en leer. Punto. Leer y escribir con un anclaje: la vida. He ahí el conflicto. Vida real y vida libresca se arañan y muerden y acarician mutuamente. Otra cosa es vivir: salir a pasear, acudir a una feria o romería, contar chistes o conversar pamplinas. Esto el escritor lo deja para el bufón (casi siempre de medio pelo. El otro, el profesional de la bufonería, no abunda. En su lugar tenemos al charlatán adscrito al yo y yo y yo y solamente yo soy el mejor y tengo razón en todo y destaco en esta o aquella faceta y la gente me rinde pleitesía por mi cara bonita y mi verborrea fácil y mi personalidad chistosa y mi capacidad de liderazgo). Y así podríamos estar hasta mañana.
     Criaturita

     Nota aclaratoria: hablo del escritor vocacional. O sea: ese que se raja de arriba a abajo pecho y abdomen, sin miedo ni esperanza, en tanto que los otros le ven las vísceras al descubierto. Esto, estimado lector, es escribir. Y que no te cuenten cuentos macabeos. 

lunes, 15 de junio de 2020

325/ Virtú vince fortuna

A mi querido amigo Juan Diego Vidal Gallardo, 
periodista y escritor, de quien tanto tanto tomo


"Virtú vince fortuna: el viejo lema de los humanistas cívicos florentinos indica solamente que la virtud incrementa las posibilidades de conseguir aquellos bienes que requieren esfuerzo, trabajo y sacrificio, pero desgraciadamente no garantiza nada."


Legión son quienes creen que esforzarse es suficiente para materializar todo tipo de logros en la vida. Si al esfuerzo sumamos constancia, ya tenemos la fórmula mágica del triunfo, y de todas todas seremos triunfadores todos. Casi. No hay logro sin fortuna. A nadie se le escapa la importancia del talento. Pocos serán quienes no tengan presente la del azar. Azar y talento van de la mano en el prólogo del libro más vendido de la historia y titulado así: Muerte. Prólogo válido para quienes creen en la existencia de una vida más allá del último aliento en la tierra. Rescatar ejemplos de esto que vengo diciendo no es imposible. Hombres y mujeres conocemos mujeres y hombres que han cruzado la meta de sus propósitos mediando, en ello, azar. Y no solo esfuerzo. Y no solo una inteligencia afilada e intuitiva. Y no solo la adquisición en la niñez o en la edad más tonta (la adultez) de unos valores conducentes a la Pragmática y a la Ética: valores humanistas. Valga un ejemplo: el de la desideologización o despolitización del ser. Nadie se escandalice. No lo digo en sentido filosófico (¿podría hacerlo? Yo no sé) sino psicológico. No. Nada de eso basta. Hay que tener suerte. No hay logro sin fortuna. Hasta en la vejez se puede triunfar movido por Fortunata (perdón: Fortuna). Yo y tú, lector, somos meros azares. No será necesario explicar este punto.
     ¡Pero cuidado con el perro que está suelto! Obsesionarse con la idea del azar como causante esencial de todos nuestros logros encierra un peligro de muerte. Valga otro ejemplo: la creencia a pies juntillas de lo innecesario que resulta hacer o deshacer ya que la vida está absolutamente orquestada de antemano por Fortunata. Un disparate como otro cualquiera. Sin embargo no es fácil contrarrestar con argumentos eficaces los emitidos por la diosa entre las diosas. Ni siquiera Jacinta (la constancia en el esfuerzo) quien, hoy, es despreciada e insultada por los azarosos puros conseguiría algo así. Estos (los azarosos puros) son una secta. Huyan de ellos si se ven en la necesidad de enfrentarlos prestándoles oído. La vida holgazana es una vida no vivida. Y ya saben lo que, al respecto, dijo Carl Jung: “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. No hay placer sin voluntad de placer. Tampoco hay progreso si, al nacer, nos colocan un pan de pueblo bajo el brazo. ¡Avanti popolo alla riscossa bandiera rossa! Parafrasearé la frase de este modo: adelántense, criaturas, a la bandera roja. De lo contrario no viajarán y quien no viaja, lo escribió Neruda, muere lentamente. (Insisto: qué dificultad grande conlleva contrarrestar con argumentos ejemplares el discurso de Fortunata. No lo tomemos como propio si lo que pretendemos es sobrevivir).
     De lo arriba expuesto me habló, ayer, Javier Gomá Lanzón en el micro-ensayo Diosa Fortuna. Rescato unas líneas del mismo para animarles a curiosearlo: “Conocerse es reconocerse que los éxitos parciales obtenidos en el curso del tiempo, aun los más estimados, han dependido en gran medida de un encadenamiento de circunstancias que escapaban al control propio y son por tanto indiferentes al mérito personal”.
     Gomá Lanzón no menciona en su `ensayito´ los éxitos absolutos. Ello ha propiciado que yo escriba este breve texto. He entrevisto en el de Gomá cierto riesgo interpretativo y, por ello, resuelto escribir una suerte de aclaración para quienes posean el gen de la holgazanería. Ojalá tú, lector, no engordes esa lista. Tampoco es tan vergonzante. Yo (si lo fueras: holgazán) me apiadaría de ti. Eso es todo. La regla benedictina reza: “Ora et labora”. Yo prefiero la mía: “Lee y haz”. O esta medio ajena: “Apaga (el receptor de los prejuicios y pensamientos erróneos) y lee”. No lo olviden: leer es hacer. Sobre esto último no nos asiste duda. Y que no les venza el poder de la suerte. O peor aún: el de la muerte.  

miércoles, 10 de junio de 2020

324/ Diatriba de amor contra un realismo sentado

Una idea me ronda la cabeza hoy. Esta: inventar para ocultar ingenuidades. No es mía. Yo no sé de quién es. César Aira la expresa en el libro Cumpleaños (Literatura Random House): “El único miserable consuelo que podía darme era que estas distracciones fueran el precio con el que pagaba mi atención a otras cuestiones. Que el ahorro de actividad mental en un punto sirviera para concentrar lucidez sobre otros. (…) Quizá debí ignorar demasiado para darme la latitud de invención que necesitaba para cubrir otras ignorancias. (…) Todos mis trabajos los hice con el único propósito de compensar mi incapacidad de vivir, y apenas si alcanzaron para mantenerme a flote” (Op. cit. p., 13).
     El subrayado es mío. Hay algo de verdad en esa idea. Lo saben bien quienes escriben ficción sin el absurdo e inútil deseo de copiar o reflejar la realidad que les rodea o no. Personalmente estoy de realismo hasta los gemelos. No los de las piernas. Al escritor le asisten maneras más estimulantes y bellas y todavía honrosas de escribir. Por ejemplo: inventando realidades paralelas a la realidad “real”. No hablo de la virtual sino de otra convergente con la que todos conocemos pero divergente, en según qué casos y cosas, con ella. Aira y Vila y Allende y Martín Gaite (una vez. Esto que yo tenga noticia) y Pombo y yo no sé cuántos más la inventan y re-inventan de continuo y qué gustirrinín da todo aquello que tiene poco o nada que ver con el puro y blandengue realismo. Lo que, ya, me faltaba por ver es a Fernandito Sánchez Dragó pifiándola. ¿Cómo? Metiendo en exceso el hocico de lobo feroz que cree que tiene (menos lobos, caperucito, dónde se ha visto un lobito con dioptrías) en un redil en que el lector bosteza y no tardará en mandarlo a tomar ventoleras rapidito: la política. Un momento: ¿ese lector hará rebaño? Hummm. Yo no sé. Yo sí sé lo que Mafalda haría. Esto: ¡Puagh! Paciencia. Vendrán, quiero creer, tiempos mejores. Unos en que los novelistas inventen y hallen en el lenguaje una manera de deleitar en tanto ofrecen trazos de pintura y notas musicales además de vanidades semánticas. Y no hablo de la Vanguardia. ¡Que le zurzan a la Vanguardia! La belleza no es patrimonio exclusivo de ella ni de la poesía. Una frase puede acariciar el alma (y la entrepierna. ¡Solo faltaría!). España es un país de realistas sentados (también asentados). Nota: repárese en el orden de los adjetivos. Y Dragó, lástima de criaturica, a la cabeza de ellos. ¡Pero dónde quedó Gárgoris y Habidis! El otro día escribió el COVID en vez de la COVID. El escritor confundió el género del acrónimo tan en auge últimamente. Puede comprobarse aquí.
     Ya no hay respeto por quien inventa. Ayer sí lo hubo. Kafka lo fue: respetado. Igualmente Poe. Gabo no iba a ser menos. Y qué decir de Cortázar. Vargas inventó de lo lindo y obtuvo felicitaciones por ello. En la actualidad todo eso se ha extinguido. La novela realista e histórica y de aventuras copan el espacio habido y por haber en el pandemonio literario. Si Paco levantara el cabezón. Umbral. No Paquito “El chocolatero”. Menos aún “el chiquitajo del Pardo”. No pienses, lector querido, mal de mí. Incluso los poetas han sido mordidos y triturados por incisivos, caninos, premolares y molares realistas. ¡Diez siglos de realismo y aún resistimos al empacho! Hay quien lo expulsa en forma de eructo. Muchos lo regurgitan. Pocos son quienes acaban vomitándolo. ¡Quita! En ese caso habría que hacer lo propio con toda la literatura española. Qué horror. No. Qué error. Yo no hablo de escuelas y sí de una actitud: la realista: máquina (suenan ratatás. ¿Reverte?) de hacer dinero verdadero. Perdón por la rima (-ero). Dos excepciones dignas de lectores exigentes hallo: Carmen Martín Gaite (mencionada) y Antonio Muñoz Molina. La obra de este último aburre someramente. La narrativa que ejercita es de alto vuelo. ¡Y pare usted de contar! El resto aburre sin gracia. La peor manera, esta, de aburrir.                  

viernes, 5 de junio de 2020

323/ Del vicio de leer

Juzgo pocas cosas en la vida tan estimulantes como el impulso de leer un libro en tanto se está leyendo otro. Tal es el fundamento del lector voraz. Otro prototipo hay: aquel que lee varios títulos sin aguardar a completar la lectura de ninguno para continuar leyendo cualquiera de ellos cuando lo estime oportuno. He conocido pocos lectores con este talante. Alguno respira aún. Mi amigo Alberto Pareja Campos viene al caso. Él es un monomio en toda regla. Lo digo en un sentido de excepción y salida a escape si ronda cerca el hombre masa. Yo le alabo el gusto.
     Mi estilo lector es otro: enlazo títulos pero subyugándome al yugo de la maravillosa dictadura del punto final. Nadie vea un oxímoron de mal gusto o ideológico, ¡Siddhartha Gautama me libre!, en la expresión “maravillosa dictadura”. No existe este. Téngase presente la acepción sexta del segundo término: “Predominio, fuerza dominante”. Conque…
     Decía que no hallo nada semejante a la felicidad que produce el impulso lector al unísono con otro impulso lector en quien lee con (o sin) asiduidad. Hombres y mujeres los poseen (impulsos) de variadísimo pelaje. Comprar. Vender. Entrar. Salir. Apechugar. Huir. Amar. Odiar. No seré yo quien les niegue eficacia y entusiasmo. Ninguno podrá compararse con el lector: saldría escaldado.
     Yo ya le he echado el ojo izquierdo al libro que sucederá en mi sacro tiempo de lectura al nefasto La carta esférica de Arturo Pérez Reverte que con el derecho (con el ojo derecho) leo. Silenciaré su título. Impepinable: el lector propone y la vida dispone. Para qué consignarlo aquí si, a lo mejor, no puedo acometer la lectura de lo que se encastilla tras él. A veces andorreo andurriales de dudosa moral estilística (páginas heterodoxas del alma mía).
     Cristina Pardo enunció la otra tarde esta frase: “Los escritores debéis seguir escribiendo para que los lectores podamos seguir leyendo”. O similar. Parafrasearé a Cristina así: Los escritores debemos seguir escribiendo para que los lectores podamos seguir leyendo (Juan Palomo dixit).
     No de cualquier manera. Fernando Alberca menciona en el libro Pequeños grandes lectores (Vergara) “once operaciones que componen el proceso de la lectura correcta”. Y son…
     Uno: Velocidad.
     Dos: Comprensión.
     Tres: Imaginación.
     Cuatro: Conocimiento referencial.
     Cinco: Lectura textual de signos de puntuación y de otras marcas gráficas.
     Seis: Expresión (articulación, pronunciación y entonación).
     Siete: Hábitos posturales.
     Ocho: Movimientos de los ojos.
     Nueve: Concentración.
     Diez: Retención.
     Y once: Acierto en el proceso mental.
     ¡Cuidado!: el mentado libro atufa a Opus Dei. Elitismo. Exclusividad de uno o del familiar de uno y no del otro. Amor divino. Poder. También lo que sigue: el placer (con todas sus letras y en mayúsculas niqueladas: P-L-A-C-E-R) puesto bajo sospecha de continuo. Lo que en modo alguno constituirá impedimento para disfrutar su lectura. O para sacarle a esta provecho. Tanto monta. Eso sí: más interesará al pedagogo que a ningún otro.