miércoles, 30 de diciembre de 2015

213/ Aquel 21

2015 ha sido, para un servidor de casi nadie, un año intenso de principio a fin. Es verdad que habría de hacer especial hincapié en su segunda cuota: esa que abarca los meses comprendidos entre junio y diciembre. Subrayo, ahora, los tres últimos: octubre, noviembre y diciembre. Lo hago por razones varias que no voy a airear aquí. Circunscribo el último: diciembre. Y marco con una equis el día 21. Jornada, ésta, en que crecí exponencialmente. Reflexioné. Temblé. Me inmolé (simbólicamente hablando). 
     Al cabo me alegré.
     Difícil día aquel 21 y día, por lo demás, espléndido. El olvido no podrá hacer de las suyas con él. Queda, pues, grabado a fuego en mi memoria. Dije “te quiero” y no mentí. Exalté la belleza de una sonrisa de mujer y no exageré ni una pizca. Recriminé cierta actitud y lo hice porque sentía lo que decía y lo que se siente va a misa de ocho. Aquella sonrisa, por cierto, fue tildada por mí de “maldita”. Siempre desde el cariño.
     Hoy tengo el pensamiento desembarazado y el ánimo a flor de conciencia. He dormido siete horas. Lo cual, creo, se entenderá como algo significativo. Cuando uno confiesa un sentimiento avasallador, y es respetuosamente escuchado, uno sabe del vacío. De lo que significa liberarse. También sabe de la “resignación”… 
     Lo bueno sería que ésta, la resignación, fuera acompañada de conmutadores de juegos verbales que accionaría quien te obligó a resignarte. A veces (común es) en forma de mensajes de texto contradictorios que, por serlo, dan alas a la desalada esperanza. Esto, como digo, es lo mejor. Lo conozco de primera mano. Me ha sucedido. 
     ¡C`est la vie! Lo sé, lo sé. Y ahora, ¡no queda otra!, a otra cosa. Esperaré 2016 a puerta gayola. ¡Y que Krishnamurti me pille confesado!

domingo, 20 de diciembre de 2015

212/ Palabra de Alistair

Vayan, aquí, unas sabias palabras. No puedo estar más de acuerdo con ellas. Portadoras de paz y de felicidad son. También generan autoconfianza. Y, por supuesto, realismo en cantidades industriales. Reza una sentencia búdica: Respira, sonríe y ve despacio
     Pues eso. 
     Las transcribo, no sin antes especificar el nombre propio de quien las ideó y la obra donde el mismo sujeto las encastilló: Alistair Shearer y Buda: mitos, dioses, misterios (Debate. Madrid, 1993), respectivamente. 
     Son las que siguen:  
     “De una forma o de otra, la vida nunca es como a nosotros nos gustaría que fuera. A pesar de todos nuestros esfuerzos, parece haber algo en la misma naturaleza de las cosas que frustra nuestro deseo de que todo vaya (…) `bien´. Esta incorregible perversidad de la vida es una de las ideas (…) capitales del budismo. La palabra pali con que se designa es dukkha, un concepto que no tiene fácil equivalente en castellano. [Suele traducirse] por `dolor´ o `sufrimiento´, [pero] dukkha implica también [`inconstancia´], `insatisfacción´ e `imperfección´. La traducción de este término por `sufrimiento´ ha provocado el concepto erróneo de que la perspectiva de la vida desde el budismo es (…) pesimista y que [éste] la considera un trámite doloroso y lleno de miserias. De hecho, en su análisis de las penurias humanas, el budismo adopta una postura de calmado realismo, mientras que en su visión de las posibilidades de la consciencia humana es de un optimismo glorioso. Si bien es indudable que en las escrituras del Theravada se percibe un tono de cierta sobriedad, esto no se debe a un inherente pesimismo, sino al hecho de que los theravadenses vivían en comunidades monásticas imbuidas del inquebrantable deseo de alcanzar la Iluminación, que implica el rechazo tajante a cualquier forma de evasión de las verdades incómodas y a todo falso consuelo. El mismo Buda no fue, bajo ningún concepto, desgraciado; uno de los epítetos que frecuentemente se le aplicaban era [el de] `sonriente´, y en los textos a menudo se alude a su paz imperturbable, cuyo origen no es la indiferencia sino el entendimiento. Las representaciones pictóricas y escultóricas del Shakyamuni invariablemente presentan un semblante sereno y radiante, desprovisto de cualquier sombra de melancolía. Además, la impresión que causan muchas culturas e individuos que practican la vía budista es la de un gran gozo y una elevada espiritualidad humana, que se originan al verse liberados del peso de las doctrinas basadas en el pecado y la culpa”.
     ¡Amén!      

lunes, 14 de diciembre de 2015

211/ Del arte de trovar

Por cortesía de Renacimiento y de Luis Alberto de Cuenca, esforzado poeta y traductor, he llegado a Guillermo de Aquitania. A su Poesía completa (es, ésta, trovadoresca). A su manera de encontrar y de contar y cantar. A su lujuria en verso. A su, en definitiva, tramposa sencillez. Porque a veces lo aparentemente fácil peca en exceso de complejo. Es el caso que nos ocupa. 
     No había trovador que cantara obviedades por muy diáfana que resultase su expresión. Idea que Luis Alberto enarbola. Como también que la palabra joi es “motivo omnipresente” en este género de poesía. Se traduciría la misma por “alegría”, unas veces, otras por “gozo”. Pero deviene “intraducible”. Distinta acepción de tan misterioso vocablo sería: “Entusiasmo del poeta por sus propios sentimientos”. Los cuales habitan su interior, los cuales conforman el subjetivismo. 
     Guillermo (IX duque de Aquitania) nació el año 1071 y murió en el 1127. Fue el gran precursor de esta manera de poetizar. Su obra, íntegra, contiene once canciones. Lástima que no se canten y acompañen hoy, como marcaban los cánones de la época, con el violín y el laúd. Lástima que ya nadie lea esos versos. Lástima que el mundo gire en torno a lo post-moderno (léase: a lo superficial y anodino y surrealista y cacofónico). 
     Allá, digo yo, cada quisqueSarna con gusto…

miércoles, 9 de diciembre de 2015

210/ Definición de la alegría

La que sigue: “(…) agradable emoción del alma que consiste en el gozo que siente [ésta] por el bien que las impresiones del cerebro le presentan como suyo”. Me agencio el subrayado. Lo que con ello pretendo significar es que Descartes (autor de las líneas definitorias que anteceden a la que en estos momentos barre con sus ojos el lector) diferenció entre alegría pasional y alegría intelectual. Respecto a la segunda escribió que “llega al alma solo por la acción del alma [sin objeto que valga, o medie, ni mucho ni poco ni regular]”. Y concluye: “(…) tan pronto nuestro entendimiento descubre que poseemos algún bien, (…), la imaginación no deja de causar alguna impresión en el cerebro, de la que se deriva el movimiento de los espíritus que excita la pasión de la alegría”.
     Lo anterior es cuerpo de artículo, el 91 para más señas, de Las pasiones del alma que pergeñara tan insigne franchute. Lógicamente, resumido, signado y subrayado… El texto original es muy soso. O por decirlo a la manera bachiller de mi época: infumable.
     Dos tipos, pues, de alegría. Y más de lo mismo: emoción e idea. Sentimiento y pensamiento. Blanco y negro. Vida y muerte…
     O tanto monta: Eros (“amor que se fue”) y Thanatos (“callada y solitaria sombra que se queda”). 
     Javier Sardá confeccionó una novela titulada así: Eros, Thanatos y su puta madre. Tal cual. No la he leído. Pero con ese título siento el ansia, viva, de devorarla. Conjeturo que en el transcurso de su lectura hallaría yo la carcajada. Es verdad que no lo sé a ciencia cierta. Tampoco creo que se trate de un dramón. Mi tocayo es un cachondo cerebral. Aunque con Thanatos, por ahí, haciendo de las suyas… 
     La alegría pasional es gozo. Vale. ¿Vale? ¡En absoluto! La pasión requiere algo a cambio (más de sí misma) y eso es fuente de sufrimiento. La alegría intelectual es gozo suscitado por la propiedad de un bien. Esto sí que sí. Pero… 
     ¡Tate! Ahora que lo pienso…, ¿no alberga sentimientos de propiedad el amor acostumbrado, al uso, desgastado por éste y tan pasional como condicionado?
     Evitemos hablar, aquí, del amor. Carece, el mismo, de hueco. La alegría (por pasional o intelectual que ésta sea) lo supera de corrido y también de firme.
     Parafraseando el refrán, diré: ande yo alegre, ríase la gente. La alegría es contagiosa.
     Y al amor que le den cicuta.      

jueves, 3 de diciembre de 2015

209/ División del ser

Estoy enfrascado en la lectura de Esos días azules, cuyo subtítulo reza: Memorias de un niño raro (Planeta), de Fernando Sánchez Dragó. En la página 403 me topo con lo que sigue:
     “Todos los bípedos implumes (…) tenemos un cuádruple denominador común (…).
     Somos cuerpo, articulaciones, músculos, materia, entropía, propiedades, anhelo de poder…
     Somos corazón, sentimientos, afectos, apegos, risas, lágrimas, emociones, anhelo de compañía…
     Somos sexo, concupiscencia, libido, energía, origen del mundo, explosión e implosión, anhelo de placer…
     Y somos cabeza, inteligencia, reflexión, lógica, cálculo, memoria, anhelo de saber…”.
     Sienta el autor que a estos cuatro factores habría que añadir un quinto (el de la vocación) para que el hombre llegue a ser persona. Yo no entraré en ese jardín. 
     Nota: Marina niega que exista la vocación. Allá cada cual… 
     Donde sí entro (y entraré a la mínima oportunidad) es en el intrincado laberinto del cuerpo y de la mente. Ciertamente lo es: intrincado. Pero también necesario para sentir uno, a fin de cuentas, que está vivo y aún colea. La disyuntiva entre lo que debo y quiero hacer constituye, a mi juicio, el quid de la existencia de toda criatura. Esto también lo dice Dragó unas cuantas páginas más adelante de la 403. Estoy de acuerdo. No puedo no estarlo. ¿Deber? ¿Querer? Mejor: poder. Debo (o no), quiero (o no. Aunque en este caso dudo sea verdad aquello de “no sé qué quiero” que muchos enuncian como una salmodia), puedo (o no. Otra materia de incertidumbre por mi parte, dado que aquel que piensa “no puedo” suele ser capaz, y si no hace aquello que puede hacer es porque no sabe que es capaz de hacerlo). No tiene cabida en mí la expresión “no puedo”. Y sí una que otra sustituta de ésta. Por ejemplo: “lo intentaré”, “no ha podido ser”, “puede que pueda o no pueda…”. Cualquiera de ellas, menos “no puedo”, que deviene tajante y sin opción a réplica.
     Lo malo es que donde digo digo, digo Diego, y donde digo Diego digo digo: cuerpo, corazón, sexo y cabeza… Se sabe.
     Yo me quedo con el sexo. Y con la cabeza. El corazón me hace sufrir. No lo quiero. El cuerpo… ¡Bah! El cuerpo lo cuido y él me lo agradece. Punto.
     El resto es humo.