martes, 29 de abril de 2014

140/ De aquellos polvos...

Juzgo Historia universal de la infamia obra menor de Borges. Un compendio de nueve narraciones exiguas pertenecientes a la primera época del bonaerense. Un garbeo por el estilo barroco sin demasiada enjundia literaria que resaltar. El propio autor, refiriéndose al libro en lid, lo enuncia en el prólogo a la edición de 1954: “Patíbulos y piratas lo pueblan y la palabra infamia aturde en el título, pero bajo los tumultos no hay nada”. Me pregunto: ¿por qué acometer su lectura entonces? La respuesta válida es: porque constituye un ejemplo de cómo Borges logra extraer belleza universal de la particular maldad humana. O cómo del odio deriva la heroicidad. Y de la heroicidad el terror. Y del terror la perspicacia. Y de la perspicacia la aventura. Y de la aventura la sangre que se derrama y hiede. Y de la sangre que se derrama y hiede el renombre. Y del renombre, otra vez, el odio. Y del odio la religiosidad (no al contrario). Y de la religiosidad la superstición (no al revés). Y de la superstición la imaginación (nunca a la inversa). Justicia es afirmar que la imaginación tergiversadora de lo real informa toda la obra. La provee de sustancia. La aúpa al pedestal de la grandiosa (más gran Diosa) literatura. La ennoblece en suma. Solo por eso habría que enfrentar su lectura. Y porque (dicho en sentido positivo) de aquellos polvos vienen estos lodos: toda la ulterior producción literaria de JLB. La cual no es trivial. Ni tampoco fútil.           

viernes, 18 de abril de 2014

139/ Se fue el mejor...

Ayer, 17 de abril, murió Gabo. Abril-Gabriel. Abril-Javier. Tal día como ese, del setenta y ocho, nací yo. Treinta y seis años después (misma jornada y misma cuota anual) expira él. ¡Huérfano he quedado de maestros vivos! Me corrijo: solo F. aún colea y da la matraca con sus libros y sus artículos a contra-Discurso de Valores Dominantes. Los otros tres (Gabo, como digo, es uno y el principal) ya se fundieron con el oxígeno y con el dióxido de carbono del aire de la atmósfera terricolaria. No consignaré aquí el nombre (sí su inicial, acabo de transcribirla, F.) de aquel que todavía inspira y espira éstos gases sobre todo abdominalmente y en ocho tiempos. Es decir: a la manera budista. Quien últimamente haya siquiera ojeado esta bitácora sabrá sin dubitación a quién me estoy refiriendo. Hoy, aquí y ahora, no tiene cabida su baqueteado nombre. Hoy es el de Gabriel García Márquez el que, mal que me pese, copa este (por una vez y que no sirva de precedente) luctuoso espacio. Maestro: jamás de los jamases he sido tan feliz como leyendo cualquiera de tus célebres obras. Abro paréntesis. ¿Te acuerdas, Alberto, lo que tertuliábamos tú y yo acerca de Gabo y de sus Cien años de soledad? Cualquier tascucio (por decirlo a la manera de mi cuarto y coleante y viajante y apremiante y contradictorio maestro) era bueno para ese menester. Horas y horas de cafés bien conversados (así lo expresaría el de Aracataca). Se nos fue, Alberto, ay. Y ay, Ana, se esfumó mi esperanza de conocerlo en persona. ¿Recuerdas cuando te propuse ir a Barcelona, aprovechando que él recaló allí, para estrecharle la mano y agradecerle tantas y tantas páginas de inigualable (por magistral) y altísima literatura? Cierro paréntesis. ¡Corta muerte y larga reencarnación (siempre que ésta devenga felicísima) al mejor novelista de todos los tiempos! Sí, he dicho: de todos los tiempos. Así lo creo. Así lo veo y lo suelto. Así lo aireo. Ahora en tu honor, maestro, escucharé el Réquiem de Mozart y entre corchea y corchea me sumergiré en la lectura con miras a olvidar parcialmente tu fatal e intempestivo (siempre es intempestiva la muerte de un maestro) deceso. Yo te leeré de nuevo y contigo conversaré de tú a usted y en clave de indisoluble hermandad literaria. ¿Puedo pedirte que saludes de mi parte, si tienes ocasión, a Aureliano Buendía y a Úrsula y a Amaranta y al coronel y a…? Por cierto: ¿recibió éste, a la postre, su misiva? ¿Y Florentino Ariza? ¿Y Fermina Daza? ¿Están ahí contigo? Ah. Que aún viven y, en consecuencia, mueven y remueven la colita. Que no han querido acompañarte en el viaje definitivo. Que todavía tenían una misión que cumplir en la tierra: la misma desde el día en que los concebiste y trajiste a la luz de la Realidad Mágica (así, con mayúsculas) y no siempre doliente. Vale. Yo seguiré en la brecha, maestro, sempiternamente encontrándome con ellos y leyéndote. Cómo si no. Me despido ya así: hasta siempre (hasta cientos de taumatúrgicas y gozosas páginas). Que el ángel de los narradores (si lo hay) te acoja entre sus vaporosos (digo yo que lo serán…) brazos. Y que la bienaventuranza sea contigo. Amén.     

jueves, 17 de abril de 2014

138/ Memoria lírica y confesa

A ti, Titania, doquiera que estés.

Durante años guardé para mí lo que JRJ no solo no guardó sino que aireó en su Tercera Antología Poética para uso y disfrute de sus lectores. O de quienes tuviesen el feliz albur de recalar en la costa de aquellas páginas de la recopilación de poemas a que acabo de aludir más arriba sin constituirse, por ello, más que en "hojeadores" de paso de la misma. Se trata de dos (¡y qué dos!) de estos poemillas… Oberón habla, en el primero de ellos, a Titania y dice así: “Mar en calma, la noche plateada/ se ofrece inmensa a mi amargura;/ ruta total de puro azul/ para ultraocasos solos de ventura última.// ¡Si a ti yo llegara,/ nadando en esta despejada luna!” El subrayado es mío: azul por ser azul mi desdicha... En el segundo es la voz de Oberón, quejumbrosa y vagabunda, la única que se oye. Ésta enuncia lo que sigue: “No te he tenido más en mí,/ que el río tiene al árbol de la orilla;/ yo, pasando, me estaba siempre en tu alma;/ tú, estando en mi alma siempre, nunca te venías…/ Bastaba un cielo vago, un pobre viento,/ para que desaparecieras de mi vida”. Sendas composiciones, que yo leí y releí en la Tercera, hoy las leo y releo en Idilios. Fueron las que más me deleitaron de aquélla. Son las que más me placen de éste. Las ojeaba y cursaba con mis ojos como si de dos bellas flores silvestres se tratase, tanto olor lírico expelían…, y tanto dictaban el color de mi propio sentimiento suscitado por Ella siempre. A nadie los leí. Jamás los recité a nadie. Se dio la circunstancia que no quise compartirlos. JRJ los cantó con mi corazón sin sordina cuando por él fueron concebidos y puestos, luego, en negro sobre sepia. Nunca se lo dije a LPR (la Ella de entonces, y de…) y nunca los olvidé del todo. ¡Si a ti yo llegara, nadando en esta despejada luna! (dixit JRJ). No sé él. Pero yo llegué a LPR. Algo acaeció en la Asturias costera... ¿Fue en Cudillero…? Un plenilunio septembrino y una cabina de teléfono... La voz de Ella…El mar en calma y la noche plateadaAmargura por no tenerla allí, conmigo... Los dos versos más elocuentes de lo que por aquel tiempo borbotaba en mi interior en forma de pensamientos y de sentimientos, son (ya se apuntaron) estos: (…) yo, pasando, me estaba siempre en tu alma;/ tú, estando en mi alma siempre, nunca te venías… Ella se esfumó de mi vida y a mí ello (o aquello) me rentó la malandanza de tener que ver las hojas de los árboles del amor esparcidas, por un pobre viento, sobre mi alma pobre… ¡Delírium trémens!

martes, 15 de abril de 2014

137/ Nostalgia

Entre lectura y lectura de Sentado alegre en la popa (volando voy…), volando vengo a Idilios y en el camino yo me entretengo y aventuro mi plumaje y mis alas por La luz en la pintura (Carroggio, S.A. de Ediciones. Barcelona, 1998) cuyas luminiscentes páginas guardan cuantiosas obras maestras del arte del pincel. Entro entonces en un estado mental transitorio en que me desborda la sensualidad de imágenes y palabras cuasi confundidas entre sí. Pondré un ejemplo… Leo un verso juanramoniano, tipo: “Te quedaste indefensa con mi jesto (así, con jota)”, y al rato ya Dragó me está instruyendo motu proprio sobre la India. Más explícitamente: sobre los usos y costumbres de la India. Pero ahí no queda la cosa y el caso... De seguido, cansados mis ojitos por el barroquismo dragoniano que pone en un brete al lector nada dado a buscar en el diccionario el significado de términos ignotos para él, se topan éstos (mis ojitos) con Ia Orana Maria (de Paul Gauguin) expuesto en el “Metropolitan Museum” de Nueva York. E inmediatamente, no sin antes descifrar (y asimilar junto a la que le sigue y le precede) esta estrofa de JRJ: “Mudó la tarde de color las cosas/ y todo fue distinto./ Ya no correspondía/ tu pelo a tu vestido, /tu última carne no cubierta/ a tu primer –ya en otra luz–,/ a tu primer suspiro”, escruto Virgen de las rocas (de Leonardo da Vinci) colgado en un muro de la Nacional Gallery de Londres en la cual tuve la suerte o el acierto (era mi intención ir allá) de poder estar junto a Alejandra Quintanal Fernández-Escandón el año 2007. Tal día como ese ambos quedamos embelesados frente por frente a Los girasoles (de Vincent Van Gogh)… Transcurrieron cinco o diez minutos imborrables para mí y, supongo, para ella. Me pregunto si no se habrá olvidado… ¡Ya ha llovido! También palabra e imagen se mixturaron en aquella ocasión: nuestros comentarios hechos a tan extraordinaria pintura salieron de dos bocas extasiadas que pretendían teorizar sobre la belleza que atesoran unos simples girasoles colocados en el interior de un jarrón común. Cosas del arte pictórico. Y de la nostalgia. Ay.  

viernes, 11 de abril de 2014

136/ Melancolía

Intercambio de impresiones entre poetas con sonsonete juanramoniano

Hoy he tenido la dicha de poder entablar un breve diálogo con Federico García Lorca y con Luis Cernuda Bidón. Ha acontecido el coloquio en el patio de mi casa (que no es particular). Un limonero enano rezumaba vaharadas de azahar allí y luego, ya instalado yo en mi cuarto de trabajo, oí una voz que dijo… Se sabrá al final. O no. Ahora voy a transcribir de memorieta lo que, más o menos, nos dijimos unos a otros con la excepción del poeta granadí que no hizo partícipe de su canción sino a quien con él iba: una tal Alma. Empezaré por el principio. Abajo, en el patio… García Lorca a esa tal Alma: “¡Alma,/ ponte color naranja!/ ¡Alma,/ ponte color de amor!” ¿Y qué más? Yo a García Lorca: En la mañana azul de rubicundo aire extrafino quise, Federiquillo, ser yo y no lo logré… ¿Y qué más? Luis Cernuda a mí y solo a mí: “Como él mismo extranjero,/ como el viento huyo lejos./ Y sin embargo vine como luz.” ¿Y qué más? Yo a Luis Cernuda: Si algún día, Luis, pudiese este poetilla de 2º nivel escribir algo siquiera parecido a eso… ¿Y qué más?, ¿y qué más?... Diré que los tres (Lorca, Cernuda y un servidor) marchamos de donde tan aquietadamente estábamos, hacia ninguna parte. Yo, con Canciones y con Un río, un amor bajo la sobaquera. Ellos, chorreando belleza propia... O, tanto monta: versos y más versos sobre el borde cristalino del cuenco de la poesía, envolviendo éste, rebosándolo y traspasándolo y anegándolo de ritmos. Arriba, en el cuarto… Una voz lastimera a nemo (a nadie): "Y nos fuimos (los tres) de allí. Y nos vinimos (los tres) aquí". ¿Y qué más? Otra voz apagada y triste a... ¿Quién, qué? Lo previsible. Ay. Pues eso. Y, ahora, a otro menester…      

jueves, 10 de abril de 2014

135/ Palpitaciones

Hace días oí en un programa televisivo que todo en esta vida (incluida la crisis actual) es ideado y prefijado por misteriosas (acaso no tanto...) cúpulas de poder. De resultas, mi frente, mis axilas y mis manos transpiraron eau de terreur abundantemente. Entonces pensé: ¡Tate! Alguien, o alguien más alguien más alguien y así hasta no sé (¿quién puede saberlo?) cuántos “alguien”, moviendo los hilos del orbe en un despacho (o en varios) a prueba de espías y de localizadores electrónicos e intentando hincar el diente al Mal con miras a procurarse a sí propio (o a sí propios) bien. Es decir: poder y platita de ley. Brrr. Nótese la eme mayúscula que conceptualiza el mal generalizándolo y la be minúscula que particulariza el bien como bien de alguien y solo de alguien. Prosigamos. Expertos y visitadores del programa de TV que tanta congoja y desazón me inoculó vía auditiva y óptica argumentaron que la única salida a la dramática situación que atravesamos hoy no es otra que el Capitalismo pete, se haga añicos y sus partículas se volaticen en el espacio infinito e, incluso, más allá de éste. En tal caso se instauraría inter nos (a la manera del crack del 29) una especie de pobreza vivificadora y redentora del espíritu que, al parecer, nos vendría a todos de perilla. ¿Segundo brrr? No estoy seguro. Pues hoy 10 de abril de 2014, sorprendido y complacido al par por el poder de la literatura, leo lo siguiente: “¿Cuándo despuntará por el horizonte un político lo suficientemente audaz, innovador y subversivo como para atreverse a proponer a los electores un programa basado en la necesidad de que la economía se desplome y cese de una vez por todas el genocidio del desarrollo?” Lo firma Fernando Sánchez Dragó, el año 2000, en su “Dragontea” (Sentado alegre en la popa. P., 365. Barcelona, 2004. Planeta). Nadie se sulfure. Nadie se tire de los pelos. Nadie monte en cólera. Subrayaré lo esencial: un desarrollo genocida que requiere un desplome de la economía, espoleado (dicho desplome) por el programa electoral de un partido político liderado (entiendo que Don Fernando con “un político” se refería al líder de esa agrupación ideal de monipodios sinvergonzones y sin escrúpulos…) por alguien con talante subversivo. ¡Ahí es nada! Pregunto: ¿guarda alguna similitud lo oído por mí el otro día en la caja tonta con lo garrapateado por el novelista, ensayista y columnista de marras catorce primaveras antes? ¿Y con la actualidad socio-económica que atraviesa no sólo la piel de toro sino también el resto de la vieja Europa y una parte, por cierto, no exigua en largura (que no de miras, ay) y anchura del mundo mundial? Júzguelo quien lo deseé. ¡Y que Buda nos pille confesados! Por lo que pueda (o no) acaecernos improvisamente.       

miércoles, 9 de abril de 2014

134/ Autodefinición

Quiero hacer mías estas palabras que exhuman (¿todas…?) una filosofía de vida monástica o meta-monástica. No en vano hablan de un priorato (el de los independientes) que se ubica dentro de otro priorato (el de los aislados) que se ubica dentro del monasterio de la orden de los felices… ¡Y hasta aquí el esparcimiento de muñecas chinas! Ahora los términos a que aludo: “Nací raro, nací esquivo, nací silencioso, individualista, insociable y solitario. Mis parientes me lo reprochaban. Mis profesores y mis condiscípulos, también. Nadie parecía entender mi irrefrenable tendencia a huir del grupo, a preferir la lectura a la conversación, a jugar a solas, a sentirme intensamente feliz cuando no había nadie en mis alrededores ni en los alrededores de mis alrededores”. (Fernando Sánchez Dragó. Sentado alegre en la popa. P. 248. Barcelona, 2004. Planeta). He dicho que anhelo hacer mías las palabras arriba transcritas. No he dicho que éstas respondan en su totalidad hoy, y en lo que a mí respecta, a verdad. Donde dice “mis profesores y mis condiscípulos, también”, no habría de aparecer nada. Y donde “nadie”, habría que decir: “había quien no…”. Sí resultan, en lo tocante al resto, del todo afinadas. Qué le voy a hacer: nací chicharra y moriré cantando. O gallo ¡vaya!, y cacareando la espicharé. Pero no, en modo alguno, borrego y en consecuencia no me iré de este inmundo mundo así balando: Bee... O eso espero. Que Krishnamurti se apiade de mí.

martes, 8 de abril de 2014

133/ Difamador, ¡oh, Fabio!, estoy...

Cada vez me siento menos periodista y más escritor. Y no lo digo por decir. Sino por sentir (ambos oficios: Periodismo y Literatura) y por sentirlo (que cada día…). Mejor dicho: por creerlo a pie juntillas. Y con un canto en los dientes me doy cuando, alguien que ejerció y aún ejerce la labor de unos y de otros (adictos a la esclavitud del tiempo y del espacio y quienes propenden a la libertad de la imaginación) como es Fernando Sánchez Dragó, escribe en su “dragontea” lo siguiente: “Son (…) los periodistas –ese hatajo de canallas. Lo dice un hombre por cuyas venas corre tinta de rotativa– quienes nos han acostumbrado a pensar que lo malo siempre interesa y que lo bueno nunca es noticia. Allá ellos y quienes les ríen la gracia. Yo, precisamente por ser hijo, nieto, sobrino y sobrino nieto de periodistas, estoy inmunizado frente a los virus de la mencionada epidemia” (Sentado alegre en la popa. P., 311-312. Barcelona, 2004. Planeta). Si mi estimado Fernando lo dice, y de consuno yo así lo creo y lo siento, verdad será. Tampoco es mentira que, aún sintiéndome yo escritor, no por ello estoy ni estaré nunca obligado a considerarme miembro integrante del grupo de los escritores. Ni de ningún otro grupo. Soy individualista. No comulgo con las ruedas de molino del colectivismo ni, menos aún, del corporativismo. Tampoco del estilo imperante en función (caso de la Literatura, ¡uy, perdón!, quería decir del Periodismo. Pero, ¿no es éste un género de la Literatura fantástica…?) de una ideología política o de una estética encorsetada por Lo Igual. Detesto las modas suscitadas en cada época. Yo ni me tengo por clásico ni por moderno ni por posmoderno (¡esto, Dios me libre, menos que nada!), ni por surrealista ni por realista ni por ultraísta, ni por simbolista ni por vanguardista ni por todo lo contrario. Yo vengo a ser lo que buena o malamente soy, es decir: nada, y eso es así precisamente gracias (entre otras cosas) a la gran indiferencia que, hoy por hoy, dispenso a mi pobrecita obra. No me duelen prendas (nunca me han dolido) en censurarla. Por lo que censurar (siempre juiciosamente) la de los demás me resulta poco menos que pan de corteza blanca y miga blanda servido en la mesa y comido (por mí) a lo tragaldabas. Y es que debería estar restringido por la ley publicar cuando lo publicado ha sido engendrado y parido por alguien con menos de veinte o treinta primaveras de experiencia como escritor o (ay de quienes se miran y remiran el ombligo…) como poeta. Yo no sé a qué esperan los editores para devolver al oficio de la Literatura (en la parcela que a ellos, y solo a ellos, les corresponde) el prestigio de que siempre gozó y nunca debió perder. Las creaciones de aquellos que hoy no superan los 30 abriles me parecen (con algunas excepciones) muy deficientes (casi tanto como las mías, que ya es decir) y merendárselas una auténtica pérdida de tiempo. No alimentan. No llevan el suficiente nutrimento. Más escasez de hidratos de carbono y de proteínas, y demasiadas grasas saturadas o trans, que otra cosa aducen las mismas. En vez de eso, ¿no sería mejor echarse a la vida…? Para escribir necedades, mejor (si supuran diversión) hacerlas, ¿no? En fin. Ahí queda eso… Y ahora que me ponga verdegreen (como dice el Príncipe de Azulandia) quien quiera y, de paso, que me eche a los leones. ¡Me lo merezco! Por deslenguado, por exagerado, por…   

martes, 1 de abril de 2014

132/ Sol, a ratos...

Continúo leyendo Sentado (lo estoy en mi silla de trabajo) alegre (¡qué más quisiera yo!: ando algo tristón) en la popa (incorrecto: me envuelve la atmósfera de la bodega del navío de las letras…): una recopilación de crónicas exógenas y endógenas rubricadas por el ilustrísimo Fernando Sánchez Dragó. He arribado a la del 29 de octubre del año 1999. El autor divaga en ella. Literalmente ahí (y en clave de sonsonete) enuncia: “Llueve, y yo divago”. Pues bien: mi pluma escribe “a ratos sale el sol, y yo entristezco”. Hoy, como aquel día y mes y año de autos (el de la lluvia) le ocurriese a Dragó, tengo el caletre vagando sin ton ni (es claro) son. La causa estriba en varias cuestiones que no vienen a cuento: Sopitipandos no es bitácora poético-lírica-biográfica sino literaria y filosófica, a secas, fundamentada en la lectura de textos filosóficos y literarios. Aunque más lo segundo. ¡Y punto en boca! ¿O, acaso, hay literatura sin filosofía y viceversa? No sé, no sé. Lo cierto es que en estos momentos no estoy yo para literatas ni filosóficas parrandas. Aunque ya que he mojado la pluma en el tintero, enunciaré algo: un párrafo de la obra arriba subrayada y de la crónica un poco más abajo (de arriba) aludida me ha llamado poderosamente la atención. Es éste: “Alguien, en alguna parte, estará ahora sufriendo por mi causa, y yo creeré que es por mi culpa. O quizá lo contrario: yo sufriré ahora por causa de alguien, y ese alguien creerá que la culpa es suya” (Op. Cit. P., 303. Barcelona, 2004. Planeta). Lamentablemente yo hoy estoy en disposición de afirmar un parafraseo de la primera oración del acápite transliterado. A saber: que alguien sufre por mi culpa y no por mi causa. Y lo lamento muchísimo. Sí, hoy sale a ratos el sol, y yo entristezco. Hoy mi caletre se incursiona por sendas que a ningún lugar conducen. Hoy no se me ocurre nada más que contar y, coherente conmigo mismo, aquí me atajo. Hasta nuevo impulso. ¡Quiera Buda que éste sobrevenga pronto! Amén.