miércoles, 24 de julio de 2019

305/ Al abrigo del lenguaje

El más bello y afamado inicio de novela de la historia de la literatura es, creo, este: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que `muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo´”.
     Huelga aclarar el libro a que pertenece y el nombre del autor. 
     Leí por vez primera las líneas arriba copiadas el dos. Hoy, 24 de julio del diecinueve, me topo con lo siguiente: “Experimento esta variedad de operaciones como un dominio sobre el objeto. Me he dirigido hacia él, y `al colocar la palabra´ como una bandera, en la que está toda mi memoria lingüística, `he tomado posesión de él´, como los alpinistas de una cima” (Marina, J. A.: Teoría de la inteligencia creadora. Compactos Anagrama. Barcelona, 2006. Pág., 76). Y con esto otro: “El sujeto no tenía conciencia de los comportamientos regulados por el hemisferio izquierdo, que es el hemisferio lingüístico. En cambio, aunque la inteligencia computacional de su hemisferio derecho dirigía correctamente los comportamientos, el sujeto no era consciente de ello. `Todo sucedía como si al no poder nombrarlos, no pudiera tampoco hacerlos conscientes´” (Marina, J. A. Op. cit. Pág., 78).
     Somos mundo vertebrado por la `urbanidad´ del lenguaje. La literatura acierta de nuevo. Nadie infravalore ésta. Incurriría en necedad.