jueves, 20 de abril de 2017

262/ ¿Quién se hace llamar "escritor"?

Un detalle de Góngora alabo por encima del resto: su afán por no imprimir. Lo sostiene Angelina Costa Palacios. Escribe ésta: “Sus obras circulaban proporcionándole fama y popularidad; pero no imprimía, ni dejaba imprimir apenas. Le interesaba solo escribir para pocos, y solo de esos aceptará con modestia la corrección y el consejo. Busca la perfección de la obra en sí, por eso retoca y pule. Los imperativos editoriales y el contexto que la rodeaban eran ajenos a sus intereses como escritor” (Cisne andaluz en forma peregrina: prólogo a una Antología poética no vendible de Luis de Góngora). 
   El verdadero escritor no quiere publicar. El verdadero escritor quiere escribir. Punto. Cuando, donde, como sea. Pero escribir. Lo demás (salvo leer) le trae sin cuidado. Creo que la literatura prosperaría mucho si cada escritor hiciera suya esta regla: escribir para uno y no para otro. O esta de aquí: escribir para la minoría. 
     Juan Ramón dedicó su Segunda Antología Poética “a la minoría siempre”. Así procedió don Luis de Góngora y Argote. Así deberíamos proceder todos. Pregunto: ¿Qué ocurriría si desaparecieran las editoriales? ¿Quedarían escritores? ¿O irían, todos, escopetados a otros menesteres? Más lo segundo. Con una corrección: no “todos” y sí “la mayoría”. 

jueves, 13 de abril de 2017

261/ Sencillez. No simplicidad (II)

Luis Alberto de Cuenca escribió un poema modélico: La rosa en la urna. Leerlo y buscarle mil y una interpretaciones no es difícil. Sí lo es encontrarle errores. Yo iría más allá y diría: casi imposible. Dieciocho versos como dieciocho caricias. O dieciocho deseos. O dieciocho alegrías. Lo calco: 
     "Maldición de una bruja o bendición de un hada,/ la rosa nos contempla desde la transparencia/ del cristal que la guarda. Y nosotros, ajenos/ a todo salvo a ella, la miramos absortos,/ prendados de su forma y del húmedo brillo/ que desprenden sus pétalos. ¿Cuánto tiempo ha pasado/ desde que está en la urna? ¿Un milenio? ¿Un minuto?/ Da la impresión de que Alguien, muy oscuro o muy alto,/ le impuso la ucronía, para que nuestros ojos/ no la contaminasen con su perecedero/ asombro, ni pudiese constatar nuestra vista/ el más mínimo signo de vejez o de muerte/ en su belleza inútil y perfecta. Esa rosa/ no es una rosa más: es la Rosa. Algún mago/ la trajo del país donde el sol no se pone,/ metida en una urna, y nos la regaló/ para siempre. Y mirándola se nos pasa la vida/ en un vuelo, y morimos sin dejar de mirarla".
     ¿Qué representará la Rosa? ¿El arte? ¿El amor? ¿El tiempo? 
     Juan Ramón Jiménez dejó escrito (quizá solo dicho) que “la perfección está en la sencillez y en la espontaneidad”. Yo no sé si Luis Alberto escribió espontáneamente su poema o no. Sí sé que éste es sencillo. Y no (por ello) malo. Y no (por ello y con más motivo aún) olvidable.      

jueves, 6 de abril de 2017

260/ Sencillez. No simplicidad

Últimamente releo más que leo y ya empiezo a sentirme cansado: los versos y frases que enriquecieron mi vida caen al suelo y se despachurran como huevos crudos. No todos. 
     Preciso cambiar de aires. ¿Una novela? ¿Un cuento? ¿Un drama? ¿Un ensayo? ¿Una columna? Cualquier cosa. ¡Pero distinta! ¡Algo sugerente! ¡Algo extravertido! ¿Extravertido? Sí: que impulse no solo a “pensar” y a “sentir” sino a “hacer”. Y no hablo de literatura comprometida. Hoy he releído un poema de Luis Alberto de Cuenca anticipado, en parte, por El Principito de Sant-Exupéry. Éste:

SOBRE UN TEMA DE BÜCHNER

Todos se habían muerto. No quedaba
nadie vivo en el mundo salvo un niño
que lloraba y lloraba día y noche.
La Luna lo miraba tan risueña
que quiso visitarla, pero cuando
llegó a la Luna, vio que solo era
un trozo de madera putrefacta.
Y se fue al Sol entonces, y el Sol era
un girasol reseco, y las estrellas
unos mosquitos de oro diminutos.
Y regresó a la Tierra, que era como
una olla al revés, y estaba solo, 
y se sentó a llorar, y todavía 
sigue sentado y está solo hoy,
llorando amargamente día y noche.

     Sé que el poema copiado no es extravertido. Sé que no es sugerente. Tampoco, distinto. Sé que Luis Alberto es hombre culto y literato y da gusto oírle hablar. Sé que su poesía ha sido (y es) blanco de la crítica. Una broma fina: su Caja de plata (1985) obtuvo el Premio de la Crítica. Sé que quizá aciertan aquellos que tachan sus poemas de “simples”.
     También sé que la oscuridad poética me seduce y convence cada vez menos. Una cosa es la ambigüedad deseable y hasta deseada y otra la oscuridad innecesaria. De un texto debería poder decirse que es formalmente sencillo y profundo y complejo su fondo a la vez. Otra broma fina: lo cual no tiene necesidad de conllevar ausencia de luz. Escribir para todos sobre temas reservados a unos pocos no es imposible. ¿Me llamarán hereje? ¿Me echarán a los leones? ¿Me torturarán en las redes sociales? Da lo mismo. Digo lo que pienso. A veces hasta digo lo que siento. Y ya.   

lunes, 3 de abril de 2017

259/ Del hipérbaton

Ayer fue indicio de poesía. A qué el hipérbaton hoy. Sin rebozo: no le veo la gracia. Cuál será la intención del autor al emplearlo. La confusión se apodera del lector cuando éste se da de bruces con el hipérbaton. ¿Y el esfuerzo que el escritor demanda a quien leyere? Uno singular: el orden del periodo. Lo cual forma parte de las atribuciones de aquél cuando ejerce su oficio radicalmente comprometido con su obra. Y consigo mismo. Y con el prójimo. Un ejemplo, éste, como otro cualquiera de lo absurda que puede llegar a ser la literatura en según qué época. Uno se cansa del sinsentido a troche y moche. Uno se cansa de la complejidad innecesaria y también de la simplicidad impertinente. Lo primero (blanco) es una propuesta del barroco. Yo la apoyé. Lo segundo (negro) es una propuesta de la postmodernidad. Yo nuca la apoyé. Quedémonos (gris) con lo de en medio. Y esto lo dice un hombre de extremos. O un proyecto inacabado (y embustero) de Nicanor Parra. Así, ¡rediós!, soy yo: contradictorio hasta la fatiga.