viernes, 23 de enero de 2015

176/ Ayer como hoy II

Leído El arte de la prudencia, de Gracián, observo una constante. A saber: el empleo, por parte del vividor, de una estrategia en el vivir. Vivir sin ton ni son no sería de recibo. Vivir fría y calculadamente, sí. Yo no sé hasta qué punto comparto esta idea. Las mentes cuadriculadas que operan en una cuadrícula pueden devenir desaprovechadas. El “no” sistemático a la pasión me escama. El sí, me aterra. Y al contrario: embriagarse uno, hasta la ebriedad comatosa, con lo racional. Una racionalidad exacerbada, acaso, tampoco sea de recibo. Creo de un modo fehaciente que la condición humana no ha cambiado. La del s. XVII sigue siendo la del s. XXI que será, conjeturo, la del s. XXV. Es la sensación que en mí reina tras descifrar la obra del conspicuo aragonés. Ayer como hoy. Hoy como mañana.     

viernes, 16 de enero de 2015

175/ Ayer como hoy

Hombre y contradicción son, me parece, una y la misma cosa. Yo y tú, lector, somos contradictorios. Sí. Lo eres (te pongas como te pongas). Todos somos contradictorios. Mentiría (cual bellaco) quien negara serlo. Ése indefectiblemente se emparentaría con una máquina. ¿En qué cabeza, humana, cabe la coherencia del ser humano? ¿En cuál su inmutabilidad? El sabio dijo: “Todo cambia, nada permanece”. Por esa mudanza, conjeturo, respira la contradicción. Es ésta temporal. Su inarmónica esencia no es sino tiempo. Solo se es contradictorio viviendo y coleando. Basta un parpadeo para cambiar de opinión (contradictoriamente). Lo crucial no es la opinión en sí misma sino la voluntad de opinar. Yo sostengo que hay que tener voluntad de contradicción. Para mí ese es el loable camino hacia la sabiduría. La coherencia rígida no es madre de la verdad. Ésta, no se olvide, es multiforme y no sé si hasta múltiple. Sea como fuere tampoco hay que hacerle ascos al cientificismo. ¿Para qué? Todo lo dicho viene a cuento de aquello que escribió el insigne Baltasar Gracián en El arte de la prudencia: Duélase [el hombre] de que sus cosas agraden a todos, que eso es señal de que no son buenas, pues es de pocos lo perfecto. Para, unos aforismos más abajo, añadir: No quedarse solo en condenar lo que agrada a muchos. Algo hay de bueno, pues satisface a tantos; y, aunque no se explica, se goza. La singularidad siempre es odiosa; y cuando es errónea, resulta ridícula. Nota: lo transcrito en este post es (o pretende ser) una adaptación de Pedro Antonio Urbina al castellano de hoy. Sigamos… Digo que, a veces, los escritores nos creemos el centro del universo cuando en realidad somos su periferia. ¿Es original nuestra obra? Imposible serlo. ¿Es mejor por gustar a una minoría? No. ¿Es peor? Tampoco. Es menos democrática y, con serlo, no hay que acribillar a estacazos a su creador. Pero como (mal que me pese) yo soy democrático aquí dejo esta última “perlita" de don Baltasar y conste, por Buda, que no me aplico el ungüento: No tenga espíritu de contradicción, que es cargarse de necedad y molestia para los demás; se conjura contra él la cordura. Bien puede ser ingenioso poner dificultades en todo, pero no deja de ser necio lo porfiado. Estos convierten en guerra la dulce conversación, y así son enemigos más de los familiares que de los que no les tratan. Gustos hay para todos y para todos los gustos hay medios de supervivencia. A Siddharta Gautama gracias todo es discutible.       

viernes, 9 de enero de 2015

174/ Tocado por un favor divino

Hay en la obra de Federico una persistencia inquietante y, pues, alarmante: la prefiguración por el granadí de su propia muerte. Léase el siguiente “espeluznante” poema encastillado en “Poeta en Nueva York”: Cuando se hundieron las formas puras /bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados. Otras dos composiciones “espeluznantes”, de esa misma obra, son esta (titulada “Vuelta de paseo”): Asesinado por el cielo./ Entre las formas que van hacia la sierpe/ y las formas que buscan el cristal/ dejaré crecer mis cabellos.// Con el árbol de muñones que no canta/ y el niño con el blanco rostro de huevo.// Con los animalitos de cabeza rota/ y el agua harapienta de los pies secos.// Con todo lo que tiene cansancio sordomudo/ y mariposa ahogada en el tintero.// Tropezando con mi rostro distinto de cada día./ ¡Asesinado por el cielo! Y esta otra (titulada “Asesinato (Dos voces de madrugada en Riverside Drive)”: –¿Cómo fue?/ –Una grieta en la mejilla./ ¡Eso es todo!/ Una uña que aprieta el tallo./ Un alfiler que bucea/ hasta encontrar las raicillas del grito./ Y el mar deja de moverse./ –¿Cómo? ¿Cómo fue?/ –Así./ –¡Déjame! ¿De esa manera?/ –Sí./ El corazón salió solo./ –¡Ay, ay de mí! Finalmente en “Doña Rosita la soltera” (acto tercero. Habla el Ama a la Tía) puede leerse: Pero esto de mi Rosita es lo peor. Es querer y no encontrar el cuerpo; es llorar y no saber por quién se llora (…) Es una herida abierta que mana, sin parar, un hilito de sangre y no hay nadie, nadie del mundo, que traiga los algodones, las vendas o el precioso terrón de nieve. Federico García Lorca fue tocado por una gracia. Por un favor divino. El del vaticinio. Y sin la gracia (como concepto) muere la belleza y se menoscaba la perfección. Esto último lo recolecto del huerto de Baltasar Gracián (quien en breve se asomará a esta bitácora). El insigne aragonés no reparó en que de la imperfección, a veces, nace la belleza. Con un único condicionante: el genio. La obra de Federico, me parece, ejemplifica esto que digo en sumo grado.   

lunes, 5 de enero de 2015

173/ Embaucando es gerundio

Sun Tzu, allá por la centuria quinta antes de Cristo, escribió: El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando [el general] es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, (…) inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si (…) lejos, aparentar que (…) está cerca (…). Y también: [El general debe] golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está seguro en todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo. Y todavía: Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado, y aparece cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria para el estratega. Algunos gurús sostienen que este texto es aplicable al mundo de la empresa. Pregunto: ¿Y al de la vida? Lo digo, sobre todo, pensando en aquellos que rehúsan desentonar entre energúmenos y maleantes y crápulas y pájaros de pico curvo y de apetito atrasado. Era Sun Tzu hombre sibarita (yo, claro es, le alabo el gusto). Repare el lector en lo siguiente: La gran sabiduría no es algo obvio, el mérito grande no se anuncia. Cuando eres capaz de ver lo sutil, es fácil ganar (…). ¿Conocía el señor Tzu el Nosce te ipsum del templo de Apolo en Delfos? Aparte de lo arriba transcrito, escribió: Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás y no te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla. Y más aún: Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; aguardar para descubrir la vulnerabilidad del adversario significa conocer a los demás. Jamás creí, dado mi pacifismo recalcitrante, que leería una sola línea de una obra tan calculada (y calculadora) y de encrespado pelaje como la aquí comentada: El arte de la guerra. Ha devenido en un interesante descubrimiento. Pero creo que la olvidaré pronto. Se predica con el ejemplo y yo nunca he pretendido ser ejemplar.