viernes, 26 de abril de 2024

448/ De la matraca de la utilidad (o inutilidad) del arte

De un tiempo a esta parte pienso un punto en exceso en la utilidad (o inutilidad) del arte. Más concretamente: en la utilidad (o inutilidad) de la literatura. Marito (a saber: Mario Vargas Llosa) dedicó un prólogo entero a esa inquietud del alma que anida en todo fabulador sensitivo; su título: <<La verdad de las mentiras>>. No entraré, ahora, en análisis vanos. Sólo apuntaré brevemente un convencimiento: la sinrazón grande de endosarle al arte (a la literatura) la obligación de ser útil. No, no, literatura y utilidad no siempre van de la manita (refiero la literatura pura o de ficción; la otra, ensayística y/o carente de fantasía e imaginación, chapotea en aguas con un pH espiritual diferente).

     En <<Crítica de la razón estética: el ejemplo de J.R.J.>> (Arturo del Villar. Los libros de Fausto. Madrid, 1988) hallo un fuerte espaldarazo a la percepción de la literatura (de la poesía, en este caso, juanramoniana) como algo en última instancia inútil. Y es el abajo transcrito: 

     <<No hace falta explicar que el artista sublima sus impulsos instintivos por medio de proyecciones simbólicas. Las inquietudes, las preocupaciones, los complejos y los temores pasan al objeto artístico para liberar a su autor de las tensiones acumuladas en su vida. Los conflictos habituales en toda relación vital piden dirigirse contra la salud psíquica en determinadas personas consideradas predispuestas naturalmente a ello, o bien compensarse gracias a la creación artística.

     De esta manera, el artista modula sus sueños diurnos para presentar simbólicamente sus pulmones, y si lo realiza con la suficiente habilidad consigue una obra capaz de consolar o producir goce estético a otros. Así, las represiones quedan grabadas en ella, y basta examinarla con atención un momento para descubrirlas>> (op. cit. Pág., 74).

     La obra de arte útil per se. No existiría, así, una sola obra de arte que no aportase valor a la vida espiritual o psíquica del Hombre. Juzgo esplendorosa la idea. Pero enseguida me asaltan incertidumbres: ¿Será, la inutilidad, una invención del ser humano? Llegado el caso podríamos afirmar: <<Toda acción produce una reacción>>. ¿Es, esto, suficiente para considerar a pie juntillas que el arte (que la literatura) acaba siendo siempre verdaderamente útil? 

     Que el lector indague, si lo desea, la respuesta. 

     Yo, por hartazgo…, ¡a otra cosa!      

miércoles, 17 de abril de 2024

447/ La pelusilla...

José Hierro escribió (profiriéndole a JRJ un tirón de orejas): <<Tu fin no está en ti mismo (“Mi Obra”, dices), olvidas / que vida y muerte son tu obra. // Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día / por la música de otras olas>>. Arturo del Villar afeó a Hierro la mostrada referencia así: <<La alusión es tan oportunista como malévola; resulta absurdo hacer ese reproche a quien pasó gran parte de su vida pensando en la muerte y escribiendo sobre ella para vencerla>> (Arturo del Villar: <<Crítica de la razón estética: El ejemplo de J.R.J.>>. Los libros de Fausto. Madrid, 1988. Pág., 22).

     A Hierro le escocería la arrogancia intelectual de JRJ. No creo que don José registrara la envidia, como pasión del alma, cuando se representaba la Obra (con mayúscula inicial) del moguereño. No, no lo creo… Sin embargo, tampoco puedo descartarlo… Qué querría decir Hierro con eso de que: La obra de un hombre radica en su vida y su muerte. Lo juzgo, en parte, una perogrullada. Por eso mismo pregunto: ¿Qué querría decir, exactamente, Hierro con eso? La escritura de JRJ, tanto en verso (y versal) como en prosa (y prosaica), bebía constantemente de su tirantez psicológica (y de otro tipo).

     Refrendo, pues, la apreciación de Villar sobre la extravagancia de la alusión de Hierro.

jueves, 28 de marzo de 2024

446/ A contra Realismo

Una que otra vez me he posicionado, en esta bitácora, contra el Realismo a secas (o sea: el Realismo marchito, opaco, gallogallina). Quiero decir: me he posicionado frente a esa manía indócil de reflejar la realidad con los mimbres de la propia realidad. Pregunto: Para qué. ¡Bah! A mí lo que me mueve es inventar una realidad paralela (o no tanto) a la real. ¡¿A qué mostrarle al lector lo que el lector ya conoce?! No. Describir lo conocido con palabras disímiles a las que otro (u otra) utiliza con el mismo fin lo juzgo, cuando menos, inútil; pero no…, no es inútil, al parecer. Ahí están las listas de ventas (éxitos editoriales a troche y moche. Realismo. España. O viceversa: España, Realismo…). ¡Bah!

     Fíjense en lo que escribió Juan Ramón al respecto:

     <<Ambiente inadecuado, indiferente, hostil como en España no creo que los encuentre el poeta, el filósofo en otro país de este mundo. Acaso esto conviene y corresponde al tan cacareado sentido realista español. Que en España la ciencia haya sido y sea escasa y discontinua, concesionario el arte, se debe a la erizada dificultad que cerca a quien quiere cultivarlos en lo profundo. (…) Todo contribuye a que el hombre español viva triste>> (<<Poesía en prosa y verso, 1902-1932…>>. Diputación Provincial de Huelva, 2008. Pág., 109-110).

     Cultivar, <<en lo profundo>>, el arte implica ir más allá de lo meramente establecido. Atreverse a relatar el misterio de la inspiración y de la búsqueda incansable de la forma en aras del fondo (o del fondo en aras de la forma). Inventar. Imaginar. Hallar (tras gozosa búsqueda) la música del lenguaje y no el lenguaje sin música del Realismo a secas. <<¡Una miaja de mixtura!>>, claman, clamamos los soñadores…

     Pero sin excesos. Sin traspasar el Rubicón de la verosimilitud. Sin dar, por ello, alas al Surrealismo: ese <<Luzbel de fuego>>, que podría haber dicho (o escrito) JRJ, perfectamente. Y, <<¡Qué no daría yo por que empezase de nuevo!>>. La historia de la literatura española, quiero decir. Ay.

jueves, 21 de marzo de 2024

445/ El espejo (III)

No sé cómo he hallado otra reminiscencia (así quiero creerlo yo) en el libro de JRJ: <<Poesía en prosa y verso (1902-1932)…>> (Diputación de Huelva), esta vez con Borges de telón de fondo. Sucede aquélla en el poema en prosa: <<El estrañero>> (op. cit. Pág., 100). Y Dice así:

     <<Me lo encontraba, de pronto, en cualquier sitio (…) Era alto y albino (…) Sacaba su librajo (…) y me decía (…) unas cosas “inintelijibles”, en un castellano inconexo, judío>>.

     Ahora, Borges…

     Del cuento: <<Utopía de un hombre que está cansado>>: <<Me abrió la puerta un hombre tan alto que casi me dio miedo>>.

     Del cuento: <<El libro de arena>>: <<Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados>>. Y más adelante (parlamento del hombre alto): <<Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese>>.

     Hasta aquí.

     Los hitos son: un hombre alto, misterioso, y un libro no menos misterioso que el hombre alto que lo porta. Un hombre alto que infunde miedo y un libro en exceso raro. Todo lo raro, por cierto, es hondo; más, en estos tiempos que corren…

     Otra reminiscencia borgiana de <<El estrañero>>:

     <<Nadie lo vio entrar>>, con respecto a: <<Nadie lo vio desembarcar>>; sí… <<en la unánime moche>> (<<Las ruinas circulares>>). 

     JRJ y JLB fueron contemporáneos. Ignoro si se leyeron mutuamente. Yo quiero pensar que sí, por afán de una imaginación un punto calenturienta, por la magia de una azarosa y al mismo tiempo sutil convergencia de genios...

miércoles, 13 de marzo de 2024

444/ El espejo (II)

¡Turno, ahora, de Ramón María del Valle Inclán! Quiere decirse: una nueva reminiscencia he hallado en <<Poesía en prosa y verso…>> (Diputación de Huelva), de Juan Ramón Jiménez, que apunta directamente al gallego. Se trata, cómo no, del <<Esperpento>>. Ya saben: esa deformación sistemática de la realidad cuando ésta es vista a través de un espejo cóncavo (o convexo; según…). Escribe Juan Ramón en la obra arriba mentada (o sugerida): <<Y como el panadero de casa se llamaba Fernando, y era raro, desgarbado, borrachín, negrucio, sordo, clavado para soñar en él y trastornarlo, yo veía a Fernandillo en los sueños de mi sueño como un Fernando el panadero “visto en la bola de cristal azul de la escalera, pequeño y deformado”, y a propósito para escurrirse por el adorno vano del sostén de la lámpara del comedor y entrárseme por el rabillo del ojo>> (pág., 49). 

     Y, de nuevo, salta a los ojos la pregunta de rigor: ¿Quién lo <<concibió>> antes?: el <<Esperpento>>. ¿Fue Ramón o Juan Ramón? La Historia de la Literatura aboga por el primero (¿1920?). Pero, ¿y si fuese Juan Ramón (la obra mentada congrega poemas escritos entre 1902 y 1932), contemporáneo de aquél, quien se aventuró a concebir (sin saberlo. O sabiéndolo…) como recurso literario la deformación de la realidad que es vista a través de un espejo cóncavo (o convexo; según…) y hubiese dejado constancia de ello en este poema prosístico (que no prosaico) de <<Fernandillo>>? Nunca lo sabremos. Imaginarlo, no obstante, es tan tan sugerente…