jueves, 17 de noviembre de 2022

391/ Los derroteros

La novela de la inmigración bien podría pasar por la novela de la violencia. Suena raro. Hasta un punto xenófobo suena. <<Una tarde con campanas>>, de Juan Carlos Méndez Guédez, indaga esta línea discursiva. Los ojos de un niño venezolano cuya familia ha emigrado a España, recalando al cabo esta en Madrid, acaban constituyéndose en dos faros formidables que alumbran el espacio (sórdido) y el tiempo (congelado) a que tendrá que enfrentarse impepinablemente el lector. El lector no será otro que este niño venezolano. El lector (dondequiera y comoquiera que este respire) será llevado por el autor a mirar el mundo que le ha tocado en suerte como lo mira un niño de yo no sé cuántas primaveras. Era hora de que esto acabase produciéndose. <<Planicio>> (José Luis Olaizola) y <<El miedo de los niños>> (Antonio Muñoz Molina), por ejemplo, caminan sobre esa línea en ocasiones difusa que separa la manera ingenua (y, por qué no, despierta) de mirar del niño y la sofisticada y pamplinosa y embustera del adulto. El caso que nos atañe nada tiene de pamplinoso ni de embustero. Más al contrario: la crudeza de la inmigración (cuando no está, esta, bañada en oro. La inmensa mayoría de casos no lo están: hay dolor, hay penuria, hay escasez: nada sobra más allá de lo mentado) permanece sin velo que valga durante el curso de toda la narración. Yo diría: en estado puro. Yo diría todavía más: en estado honesto. La novelita de marras desprende honestidad a raudales. 

     El niño narrador, un mal día, presencia lo que sigue: 

     <<Justo enfrente, un hombre estaba dándole una patada a Ismael. Lo empujaba, lo cacheteaba, lo pateaba. Augusto salió al balcón a gritarle a aquel hombre que dejara en paz al chico, pero él respondió que era el padre y que se fuera a tomar por culo.

     Luego creo que mamá llamó a la policía, pero durante todo ese tiempo a Ismael lo estuvieron batiendo contra el suelo y su cabeza sonaba como un coco lleno de agua. Traca, trac, traca, trac. A mí me parece que Ismael tenía los ojos muy abiertos, como si pensara que así le dolerían menos los golpes. Pero después de un rato parecía como dormido y uno de los brazos le quedó colgando entre la rejas del balcón>>.

     El niño narrador, otro mal día, decide acosar a Ismael: 

     <<Algunas veces, los otros chicos de la calle me aplauden cuando le acierto a Ismael en medio de la cabeza. Entonces yo los saludo y después en el recibo de la casa hago un avioncito como esos futbolistas que marcan el gol en el último minuto>>. 

     El niño narrador, después de todo, tampoco se libra: será acosado.

     A veces la narración adquiere rasgos benévolos de ternura, de fantasía, de regocijo. A veces. 

     Siempre, ¡siempre!, el sometimiento a la cruda realidad será un hecho.      

jueves, 10 de noviembre de 2022

390/ Leer para creer

A veces la imaginación se solapa con la realidad y es entonces cuando el imaginativo corre un riesgo importante: confundir ambos planos (el ficticio y el real). Si el imaginativo no es más que un niño, el episodio puede adquirir tintes siniestros, tremendamente dolorosos. Una imaginación infantil recurrente es la del <<Hombre del Saco>> en sus múltiples variantes. Una de estas variantes múltiples aparece descrita en el libro <<El miedo de los niños>> (Antonio Muñoz Molina. Seix Barral. Barcelona, 2020). Y es: el pedófilo que rapta a un niño para abusar de él. Horripilante.

     Botón de muestra:

     <<–Ese maestro no tenía que haberlo dejado salir solo. Con lo tranquila que estaba yo sabiendo que iba a la escuela y volvía con Esteban.

     […] Quizá Bernardo se había perdido, porque se ponía a pensar en sus cosas y se despistaba con facilidad […]. Quizá se había perdido o se había puesto a jugar a las cristalas o a las estampas con alguien. […].

     Eran las diez de la noche y Bernardo no había aparecido. […]>>. (op. cit. Págs. 64-65).

     Decía que confundir planos puede acarrear una tragedia en toda regla. Cuando en la mente del imaginativo lo real pasa por ficticio, si lo ficticio ordinariamente es considerado algo inofensivo, la realidad de que se trate pierde entidad (o tanto monta: peligrosidad). Justo lo que le sucede a uno de los protagonistas del <<Miedo…>> (de nombre Bernardo). Sin embargo Bernardo sabe defenderse y logra escapar a tiempo. Es lo que interpreta el lector optimista de este fantástico cuento largo. Otro, pesimista, podría interpretar algo muy distinto. Se llama ambigüedad de la obra de arte: o riqueza que atesora la literatura de alto vuelo.

     Otro botón de muestra:

      <<–Qué patada le di, primo. Con lo grande que era se cayó redondo al suelo. Se derrumbó como una vaca cuando le parten las patas de delante en el matadero. La cabeza le rebotó en el suelo como una pelota. […] Le vi el pelo empaparse de sangre. Se quedaron pelos pegados en la punta de la bota pero yo no me paré a limpiarme y salí corriendo>> (op. cit. Pág. 78).

     Cómo el cuento fue escrito usando una sintaxis que no irrita, no aburre, no deja <<neutro>> al lector (sobre todo viniendo de quien viene: Antonio Muñoz Molina) me parece digno de mención y de alabanza. ¡Bendito sea el Señor, Dios del Universo, por iluminar al autor de <<La noche de los tiempos>> (Seix Barral. Barcelona, 2009) cuya lectura se me antojaba estimulante al principio y soporífera después (al cabo, por suerte, logré finiquitarla) y eso que empezó prometiendo tanto tanto! En fin. <<La noche…>> pudo ser obra maestra (acaso lo sea) pero quedó en una macro-descripción del final de la II República y comienzo de la guerra incivil española del 36. Esto a mi juicio. <<El miedo…>>, también a mi juicio, pudo no serlo (obra maestra) pero acabó siéndolo. Del <<Minimalismo>>, claro.  

     Señoras y señores: leer para creer.

     Antonio: mi gratitud.