viernes, 13 de febrero de 2015

178/ Valor intrínseco

Arbitrariamente abro Historia de la literatura española (de J. L. Alborg). Página 350. Leo: “La producción dramática de Montalbán, que alcanza la no pequeña cantidad de medio centenar de obras, está falta sin duda de un estudio suficiente que establezca su valor real”. De inmediato busco el referente. Juan Pérez Montalbán. Discípulo de Lope. Notario de la inquisición. Loco al final de sus días. Dejó de respirar en mil seiscientos treinta y ocho. Repito de viva voz: Mon-tal-bán. Ni una sola línea de su factura he tenido el albur de leer. Reflexiono en el aserto de Juan Luís. Un estremecimiento recorre mi columna vertebral. Se me revuelven los mondongos. De resultas: malestar generalizado. Una obra de alcurnia con menos valor del merecido por no ser objeto de estudio hondo. Siempre me he sentido refractario a esa idea que postula que la literatura no es hasta no ser leída. Algo similar sucede, me parece, con el valor intrínseco. Éste no debería mermarse nunca. Pero el bisturí de la erudición deja maltrecho mi discurso. Un drama, un poema, un cuento adquiere nombradía con la pluma del erudito. Eso no significa que antes de la escisión dicha nombradía no existiese. Estaría bajo un velo. A la espera de ser rescatada de la ignorancia. Como rescatado de la mía ha sido Juan Pérez Montalbán. Sobre éste escribió Quevedo un sarcástico epigrama: “El doctor tú te lo pones,/ el Montalbán no lo tienes,/ con que quitándote el don/ vienes a quedar Juan Pérez”. Lo hizo en alusión a las supuestas pretensiones de hidalguía de Juanito. Todo porque éste silbó una comedia quevedesca. Aequam memento rebus in arduis servare mentem. Y don Francisco no se aplicó el ungüento.    

jueves, 5 de febrero de 2015

177/ Saber vs. conocer

Savater, sabio distraído, a un servidor: “La sabiduría (…) vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos”. O sea: todo cuanto conlleve mi mala vida no es sabiduría. Tendríamos que saber saber. Como tendríamos que aprender a aprender. En función de lo que sabe, no de lo que conoce, el sabio elige correctamente. Hay que vivir... ¡Un momento!: ¿vivir o sobrevivir? Más lo segundo. El conocimiento (nunca a secas éste) en mitad de una floresta puede insuflarme hálito. A veces lo instrumental deviene crucial. Un ramaje provisto de púas posee atributos defensivos. Y no lo ha creado el conocimiento (no el humano). Chimpancés y gorilas sobreviven mejor que yo en un ambiente selvático-hostil. Ellos gozan de conocimiento. No de sabiduría. ¿O sí? Sostener la sabiduría de un chimpancé equivale a afirmar que el sabio comparte identidad con el bicho, casi humano, de marras. No soy tanto (sí tonto, a veces, de capirote), ni poco, ni único. Me figuro a un sabio (encaramado a un bejuco) emitiendo el alarido de Tarzán y no puedo por menos que sonreírme. Salvemos al salvaje. El niño que lo fue, salvaje, aprendió. ¡Salvémosle! Él nos salvó a nosotros.