viernes, 25 de julio de 2014

153/ Afectuosa diatriba

Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la Hemiplejía moral. (José Ortega y Gasset)

Opinar y no contradecirse es una proeza. Máxime cuando el juicio se emite con el corazón: dejándose llevar quien opina por una inspiración momentánea. Un inciso. Mi ideología política, para evitar suspicacias en lo venidero, es la que sigue: ninguna. Lo repetiré por si hay alguien que no da crédito a lo que acaba de leer: ninguna. ¿Otra vez? Sea. La última ya, eh: ninguna. Se puede (creedme) no tener ideología política y no ser, por ello, tonto de capirote. Como se puede ser puñeteramente libre si por “libertad” entendemos la ausencia de influencias políticas de partido. Yo no hago acopio de ideologías en mi caletre. Sí de ideas. Consecuentemente no me someto a nada ni a nadie. Más aún: no soy ni de derechas ni de izquierdas ni de centro ni de nada que se le parezca. Y soy de derechas y de izquierdas y de centro y de todo lo que se le asemeje un punto. Soy y no soy. No soy y soy. Yo lo llamo: Individualismo anárquico. No comulgo ni con el PP, ni con el PSOE, ni con IU, ni con la madre que los trajo a la luz a todos. Pero voté y votaré a cualquiera de estas agrupaciones por extrema y manifiesta necesidad. Lo ruego encarecidamente: déjeseme tranquilo con mis pensamientos líricos y no se acuerde nadie de que existo. La política profesional me la trae al pairo. Soy novelista y poeta. Solo me atengo a mi vocación definida y clara y lúcida y de toda la vida: la literatura. ¿Queda claro? Fin del inciso. Quería yo decir que Iñaki Gabilondo no es modelo del opinador que opina sin corazón. Tampoco lo es el de su libro El fin de una época (Barril & Barral. Barcelona, 2011). Sin embargo algunos juicios recogidos en éste parecen emitidos a contrapelo del discurso del autor. Verbigracia: “(…) el periodismo tiene (…) el problema de haber creído que su misión es vigilar y por lo tanto no ser vigilado” (P, 90. Op. Cit.). Unas páginas atrás asegura Gabilondo que el periodismo es, a secas, vigilante y-punto-en-boca-hombre-ya. Otro ejemplo puede verse en las páginas 92 y 93 de la obra citada. No lo transcribiré. Diré que si de verdad hay que opinar objetivamente, ¿a qué sacar a colación aquí el caso suyo (de Gabilondo) y de Jiménez Losantos? El autor (creo) se deja llevar por el despecho. Y lo airea. Sinceramente: no me gusta Iñaki Gabilondo (el periodista. No el hombre). Estoy de acuerdo con él en numerosísimas cosas. En otras tantas no. Afirmar que una televisión privada (Intereconomía) hace “terrorismo informativo” (P. 89. Op. Cit.) lo juzgo decir demasiado sin pensar, ni un poco, en lo que se dice. ¿Informadores terroristas en España? ¡Oh, mon Dieu! Todas las cadenas de TV (incluida la pública) manejan la información como les sale del escroto a sus endiosados mandatarios. Los periodistas de a pie, Iñaki, no son superhéroes. Ni el periodismo la panacea del siglo XXI. No te apartes, querido colega, de la mama que te amamantó. No digas que hay que ser independiente y hagas luego coincidir casi al cien por cien tus opiniones con la letra grande y chica del programa del Partido Socialista Obrero Español. ¿Hemos de creerte? ¿He de creerte yo? Tampoco tú estás libre del vicio de la incongruencia. Aunque no por vía de kokoro (corazón) sino de pautas intelectuales de comportamiento profesional.   

jueves, 17 de julio de 2014

152/ Studia humanitatis

Unos versos de Petrarca que no amo sino idolatro por su forma y su fondo son estos: “Podrán tal vez, pasadas las tinieblas,/ volver nuestros lejanos descendientes/ al puro resplandor del siglo antiguo (…)/ Resurgirán entonces los ingenios,/ los ánimos despiertos, eminentes (…)”.  Yo creo (con Guarino Veronese) que nada hay más loable que aprender artes y ciencias con el fin de ser felices. Él estampó en letra impresa: “Nam, ¿quid praestabilius cogitare et consequi possumus quam eas artis, ea praecepta, eas disciplinas quibus nos ipsos, quibus rem familiarem, quibus civilia negotia regere, disponere, gubernare liceat?” En román paladino: “Pues, ¿qué objetivo más meritorio cabe concebir y alcanzar que las artes, las enseñanzas, las disciplinas que nos permiten poner guía, orden y gobierno en nosotros mismos, en nuestra casa, en la sociedad?”. Esa era la meta fundamental del Humanismo. ¿Por qué duró éste “solo” tres siglos (del Trescientos al Quinientos)? Francisco Rico apunta lo siguiente: “(…) al volverse los studia humanitatis programa escolar generalizado la figura que los representa a los ojos de la mayoría no es ya el singular intelectual que acomete empresas brillantes y anuncia grandezas para mañana, sino el maestro anodino, mejor o peor preparado, más o menos voluntarioso, que gasta las horas en desasnar adolescentes. Con otra preparación y otros objetivos, pero al cabo el mismo pobre `gramático´ de siempre. El común de las gentes no ve otra figura que ese modesto dómine, cuya misión no discute, que antes bien aplaude, pero que le resulta escasamente atractiva. A los horizontes utópicos suceden las rutinas de la enseñanza cotidiana; al desafío de la novedad, a las grandes promesas, las limitaciones y las miserias de la pedagogía” (El sueño del humanismo. Crítica. P. 77. Barcelona, 2014). A mi ver la pedagogía no debería adocenarse ni, menos aún, mudarse en miserable. Más al contrario: ofrecerse generosa y elevada al mundo tendría que ser su único designio. Acribíllese la mediocridad (hoy se le rinde culto) y abrácese la excelencia (hoy se le mata). Convirtámonos unos y otros para el bien de la sociedad en humanistas del Dos Mil. Harto inalcanzable este deseo mío. Lo sé. Sin embargo tenía que airearlo. Y, pues, aireado queda.      

martes, 8 de julio de 2014

151/ Querer y no poder

Muchas veces he manifestado mi aversión (y mi asco) a la guerra civil española del 36. Pocas contiendas me han entristecido tanto como esa. Estamparé aquí un romance apócrifo de autor no menos apócrifo recogido en una obra verdadera: Las bicicletas son para el verano; de mi querido Fernán Gómez. El romancillo de marras es este: “Quiero estar siempre a tu lado,/ quiero a tu lado estar siempre,/ aunque se pasen las horas,/ aunque se vayan los trenes,/ aunque se acaben los días,/ y aunque se mueran los meses./ Quiero estar frente a tus ojos,/ quiero a tu lado estar siempre./ Quiero estar frente a tus labios,/ quiero estar frente a tus dientes./ La mariposa se va,/ la mariposa no vuelve./ Sé como la golondrina/ para que siempre regreses,/ que los caminos del cielo/ los encuentra y no los pierde”. Lo escribe y dedica Luisito a Charito poco antes de deflagrar la vergonzosa guerra in-civil. Luisisto no volvió a ver a Charito. El lector/espectador ignora si la muchacha fallece o no en el transcurso de la guerra. Ambos (Luisito y Charito) son adolescentes. La contienda impide que el cuerpo del romancillo se materialice y se haga realidad. Luisito y su familia deben arrostrar los estragos de la lucha fratricida. Y fue entonces el trueque. El vergonzante trueque. Luisito a Don Luis (su padre. Refiriéndose aquél a la madre de un amigo suyo): “(…) piensa que a lo mejor puede cambiar las botellas de vino por garbanzos o por algo así. (…)” Y fue entonces el hambre. El vergonzante hambre. Don Luis a María (excriada. Refiriéndose aquél a su nieto): “Mira, María, no hay que andarse con pamplinas: el niño está hecho un fideo. Ahora veremos si con la maizena que nos has traído…” Sí. El vergonzante y asqueroso hambre. Un inciso. Nota a pie de página. Autor: Eduardo Haro Tecglen: “Las lentejas se convirtieron en el símbolo de la resistencia: `Píldoras de la resistencia del Dr. Negrín´, fueron llamadas. Bien porque en la zona republicana continuaba su cultivo, bien por importaciones masivas, fueron la alimentación besuca del Madrid cercado, junto con las chirlas (almejas pequeñas), los chicharros (pescados de baja calidad) y algunas hortalizas”. Fin del inciso. Y todo para llegar a una supuesta paz. Luisito a Don Luis: “Hay que ver… Con lo contenta que estaba mamá porque había llegado la paz…” Don Luis a Luisito: “Pero no ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la victoria. (…)” Asco (lo he apuntado). Vergüenza (lo he apuntado). Sorpresa (lo apunto ahora) por actitudes que algunos, hoy, se empeñan en eternizar… Pobre España. Y pobres españoles. Para que luego digan que el teatro… En Las bicicletas son para el verano se aprende (más se siente) España. O lo que fuera España del 36 al 39 del siglo (casi recién extinguido y aún en vigor) XX. Ay.          

viernes, 4 de julio de 2014

150/ "Aprendiz de todo, maestro de nada"

Tres versos de Jorge Manrique hallaron eco en todo el orbe. Me estoy refiriendo a: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar,/ que es el morir.” (de Coplas por la muerte de su padre). Dejaré constancia de su reverberación en uno de nuestros poetas infra-leídos que más influyó en el batiburrillo literario de su época. Abro paréntesis. Menos por poeta que por mecenas. Cierro paréntesis. Aludo a Manuel Altolaguirre. Junto a Emilio Prados fundó Litoral. Y Poesía en Málaga. Reunió (según muchos) a la Generación del 27. Con Concha Méndez contrajo esponsales. Tradujo a Shelley. Editó a Salinas y a Cernuda. Aprovechando sus ratos libres (¿pocos?) compuso poemillas. En Soledades juntas (1931) dejó escrito: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar al espejo/ sin porvenir de la muerte.” Para acabar estampando en negro sobre sepia (y en el mismo texto) lo que sigue: “Estar lejos de la muerte/ es no verse, es estar ciego,/ con la memoria perdida,/ nublado el entendimiento,/ sin voluntad caminando,/ volubles, desconociéndonos.” Estar muerto: no tener porvenir. Estar vivo: permanecer lejos de los más queridos (¡tate!: justo lo contrario de lo que opinaba Gabito). Vivir: confundirse, sentir abulia, ser inconstante. Desconocerse. Juzgo la poesía de Altolaguirre desgarrada y con demasiados altibajos. Alimento agridulce. Saxo (no sexo) afinado que, de golpe y porrazo, suena desafinado. Agua de mar con fondo de algas. Un querer y poder esporádico. Pregunto: ¿Requiere la poesía toda la atención del poeta? Editar e imprimir y, en ocasiones, escribir (no sé si leer) producirá una obra literaria mediocre que habría podido atesorar grandezas. La España del 27 no heredó el espíritu renacentista de la Italia del siglo XV. La España actual un poco sí. ¿O no? Dispersión y exquisitez artística (conjeturo) raras veces van de la mano.