jueves, 30 de marzo de 2023

407/ Mujer no revolucionaria

He hallado en los <<Diarios>> de Zenobia una entrada con la que no puedo estar más en sintonía; una entrada con la que no puedo <<identificarme>> más de lo que ya estoy. Indagaré algo: ¿quién no se ha preguntado alguna vez si es o no es revolucionario? ¿Y quién, si es o no es reaccionario? ¿Quién, si es o no es conservador, progresista…? Quiero pensar que todo hijo de vecino lo habrá hecho en algún momento de su vida; no hacerlo atentaría, quizá, contra la propia salud mental. La duda, como precursora del conocimiento, es algo a lo que hay que agarrarse sin perjuicio de que a uno lo tilden de inseguro. Cierto nivel de inseguridad puede resultar beneficioso. No hablo, por supuesto, de <<inseguridad enfermiza>>. Esa mejor no menealla. A Zenobia no le duelen prendas en reconocer algo que (sobre todo en aquella época, 1936) podía no estar demasiado bien visto: no era revolucionaria. Subrayaré algo: por entonces Zenobia residía junto a su marido, Juan Ramón Jiménez, en Cuba. ¡Ojo! He dicho: Cuba.

     La entrada en cuestión es la que sigue:


     <<[1936] 14 de mayo. Viernes


     Sin lugar a dudas no nací para revolucionaria. Prefiero sacar provecho de las circunstancias existentes mejorándolas en vez de virarlo todo al revés, corriendo el riesgo de que funcione o no el nuevo experimento. El problema es que soy escéptica en cuanto a todos estos rimbombantes programas políticos para redimir a la humanidad. Y, sin embargo, supongo que si no hubiese algunos reformadores tercos para espolearnos no progresaríamos mucho. He estado trabajando todo el día corrigiendo pruebas y me gustaría dejarme hundir holgazanamente en un hueco. No, definitivamente, el mundo no progresaría mucho si tuviera que depender de mí, pero por otra parte no soy un estorbo, por estar muy ocupada con mis propios asuntos.>>


     El mundo habría ido (iría hoy) mucho mejor, Zenobia, con gente como tú. Tus propios asuntos eran los asuntos de todos en muchas ocasiones. Tú estabas para todos. Pero, ¿quién estaba para ti? Ay.

jueves, 23 de marzo de 2023

406/ La vida no vivida

"La vida no vivida 

es una enfermedad 

de la que se puede morir" 

(Carl Young)


Cada vez tengo más claro que <<realidad>> y <<modo de percibir la realidad>> no siempre coinciden, cualitativamente, en los seres humanos: una cosa es la realidad y otra, distinta, la manera en que la percibimos. Digo esto a colación de una lectura que se me antoja no solo interesante sino, además, instructiva: la de los <<Diarios>> de Zenobia Camprubí Aymar; concretamente el tomo I (Cuba). En él deja Zenobia sentada la idea de que su vida es (así lo percibía ella) <<vegetativa>>; es decir: una vida no vivida. Y, ahora, habría que añadir la siguiente coletilla: <<de la que se puede morir>>. Young hizo referencia al carácter enfermizo de <<la vida no vivida>> con su famosa cita; la misma que encabeza este post. El caso es que al lector de estos <<Diarios>> le queda justo la sensación contraria, la de vida no solo vivida sino a lo mejor hasta demasiado vivida, respecto al modo de transitar Zenobia su día a día. Yo no conozco nadie cuya rutina iguale siquiera en intensidad y variedad a la de la esposa de Juan Ramón Jiménez. Repito: nadie. Cabe preguntarse por qué Zenobia tenía esa percepción de su propia vida. Auguraré, aquí, una posible respuesta: porque nada (o casi nada) de los que hacía le aportaría una verdadera realización personal. Un exceso de actividad, per se, no produce en el hacedor la capacidad de valorarse positivamente a sí mismo. Para ello sería necesario que esa actividad fuese motivadora; y yo conjeturo: no sería el caso. Otra posibilidad: Zenobia añoraba, cuando residía en Cuba con Juan Ramón, la vida en Nueva York (ambos contrajeron matrimonio el año 1916 en la iglesia católica de St. Stephen de la ciudad de los rascacielos) y sorprendería en tal caso que un solo hecho (vivir en Nueva York) pudiese invalidar infinitud de otros con base en la añoranza sólo. Luego, leyendo la letra de cada día vivido por Zenobia, el lector se percata de la pasión intelectual y sensitiva que la autora ponía en cada proyecto que acababa emprendiendo. Lo cual entra en conflicto directo con nuestra apreciación de unas líneas más arriba; a saber: que Zenobia no se sentiría realizada con aquello que hacía. Llegado a este punto no sé, ya, qué pensar y qué no. Acaso el carácter difícil de su marido no contribuyó demasiado al bienestar general de la autora. Pero ese es otro cantar. Juzgo a Zenobia Camprubí Aymar mujer hiperactiva, resolutiva y comprometida (además de adelantada) con su época, lo que se me antoja suficiente (aunque no necesario) para hallar la realización personal en la vida. A  Zenobia le faltaría algo. Lamentablemente qué sea o deje de ser ese algo no está en nuestra mano conocerlo. Así que mutis por el foro y a otra cosa.               

martes, 14 de marzo de 2023

405/ De nuevo, Galdós (II)

<<LOS CAMINOS DE LA LITERATURA SON INESCRUTABLES>>


En ocasiones uno da con un libro por circunstancias que tienen que ver menos con el azar que con el carácter (con el carácter de uno). Quiero decir con esto que <<carácter>>, finalmente, puede ser <<destino>>. Lo sé, lo sé…, no siempre. Anhelar tener conocimientos históricos está más en la órbita del carácter que en la del azar (o flujo del azar: especímenes hay que fluyen con el devenir de los acontecimientos sin oponerles resistencia ni, mucho menos, <<empujarlos>> a su realización final). Leí, la semana pasada, sobre la <<piedra llorosa>>. Lo hice movido por un deseo fuerte de conocer la historia de ese mojón (está en Sevilla) y no tanto porque sí. Algunos creen que se trata de una leyenda. Yo no milito en ese equipo de escépticos. Lo cierto es que la <<piedra llorosa>> condujo mi lectura hacia los <<Episodios nacionales>> de Benito Pérez Galdós; concretamente: <<O´Donnell>>.

     La historia de la <<Piedra…>>, a grandes rasgos, es la que sigue: El 29 de junio de 1857 una marcha capitaneada por el coronel Joaquín Serra y dirigida por Cayetano Morales y Manuel Caro, todos ellos liberales, se echó al monte del Arahal en protesta por la dura realidad por que entonces (y cuándo no) atravesaban el campo andaluz y el español. Con base en este hecho el Presidente del Consejo de Ministros de España, Ramón María Narváez y Campos (Narváez a secas), mandó fusilar a los revolucionarios que se habían envalentonado aventurándose monte través. Un hombre intentó impedirlo: García de Vinuesa, a la sazón, Alcalde de Sevilla. Fracasó de Vinuesa. Quiso, este, deshacerse de su frustración sentándose a llorar en una piedra que halló a su paso por lo que hoy es la <<Puerta Real>> de Sevilla. Dicen que De Vinuesa exclamó: <<¡Pobre ciudad, pobre ciudad!>>, después de los fusilamientos y ya sentado en tan <<legendaria>> piedra…

     Hasta aquí los hechos verídicos.

     Ahora, la secuencia de hechos no menos verídicos que me condujeron a <<O´Donnell>>, de Galdós; muy simple: búsqueda, divagadora, de información en Internet; hallazgo y subsiguiente lectura de un artículo donde se habla de la <<piedra llorosa>>, en cuyo cuerpo (del artículo) se menciona el Episodio Nacional de Galdós: <<O´Donnell>>, que a su vez menciona los hechos históricos en que se enmarca la historia de la <<piedra…>>; localización y lectura del mentado Episodio Nacional con toda su parafernalia y tropel de cascadas lingüísticas tan propio de don Benito…

     Alucinante es poco. 

     Valgan las siguiente líneas para justificar el adjetivo arriba apuntado: 

     <<Cuando se hicieron públicos los graves sucesos del Arahal, una revolución más agraria que política, (…), no podía el buen hombre [don Mariano, personaje del Episodio Nacional que traigo a colación aquí] contener su ira, y en medio de la calle con descompuestos gritos expresaba su protesta contra la bárbara represión de aquel movimiento. (…) Ante el auditorio (…) rompió con estas furibundas declamaciones:

     –¿Qué pedían los valientes revolucionarios del Arahal? ¿Pedían libertad? No. ¿Pedían la Constitución del 12 o del 13? No. ¿Pedían acaso la desamortización? No. Pedían pan… pan… quizá en forma y condimento de gazpacho… Y este pan lo pedían llamando al pan “democracia”, y a su hambre “reacción”… quiere decirse que para matar el hambre, o sea la reacción, necesitaban democracia o llámese pan para mayor claridad… (…)>> (Benito Pérez Galdós. <<Episodios Nacionales>>. Espasa, 2008. Pág., 133). 

     Y heme ahora aquí yo leyendo, con fruición, <<O`Donnell>> varios años después de su llegada a una balda de mi librería…

     ¿Son o no son inescrutables los caminos de la literatura?...

     Pues eso.          

viernes, 3 de marzo de 2023

404/ De nuevo, Galdós (I)

<<SOMOS, MAL QUE LE PESE A ALGUNOS, LENGUAJE>>


Galdós, una y mil veces. Mil y un millón de veces,  Benito Pérez Galdós (mejor: su literatura) deleitará a ciento y la madre. Lo digo sin exaltarme un punto. Sé que parece lo contrario. Y es que no deja de asombrarme la maestría desarrollada por este canario de tan melódico trino en su magnum opus <<Episodios Nacionales>>, y además, como quien no quiere la cosa. El lector tiene la sensación (diría yo más: la certeza) de que al autor no le costó esfuerzo escribir lo que finalmente escribió en tan galanas páginas: párrafos perfectamente trabados cuyo léxico, exquisito, hará las delicias de todo quisque. Y luego están las descripciones. No soy yo muy dado a estas. Las galdosianas las juzgo de un nivel tan elevado que aún proponiéndomelo no podría hacerles ascos; refiero las paisajísticas y las caracterológicas. 

     Botón de muestra: <<Guillermos de Aransis, marqués de Loarre por sucesión directa, conde de Sámanes y de Perpellá por su parte en la herencia de San Salomó, era un joven de excelentes prendas, corazón bueno, inteligencia viva; prendas, ¡ay!, que se hallaban en él ahogadas o por lo menos comprimidas debajo del avasallador prurito de elegancia. Resplandor de la belleza es la elegancia, y como tal, no puede negársele la casta divina; pero cuando al puro fin de elegancia se subordina toda la existencia, alma, cuerpo, voluntad, pensamientos, sobreviene una deformación del ser, horrible y lastimosa, aunque, en apariencia, no caiga dentro del espacio de la fealdad. Dotado de atractivos, hermosa figura, palabra fácil y seductora, no vivía más que para agregar a su persona todos los ornamentos y toda la exterioridad que había de darle brillo y supremacía evidentes entre los individuos de su clase>> (<<Episodios Nacionales>>, <<O´Donell>>. Espasa, 2008. Pág., 58).

     Con las líneas precedentes el lector podrá hacerse una idea despejada del perfil del personaje. Sí, lector, acertaste: Guillermo de Aransis es un narciso; no de los peligrosos quizá, pero narciso al fin y al cabo, con mayúscula. Y, ¡ojito con estos especímenes! Manipuladores con mala baba son todos ellos. 

     Continúa Galdós de esta guisa: <<Exaltado de su amor propio, no reparaba en medios para obtener tal supremacía y hacerla indiscutible; sus trajes habían de ser los más notorios por el sello de la personalidad, siguiendo la moda con el pretexto sutil de acatarla sin parecerse a los que ciegamente la seguían. Había de ser lo suyo distinto de lo general, sin disonancia, o con solo una disonancia que, por muy discreta, llevaba en sí la deseada y siempre perseguida superioridad. Se preciaba, o de inventar algo en el arte de vestir, o de ser el primero que importase de los talleres parisienses las formas nuevas, cuidando de presentarlas modificadas por su gusto propio antes que el uso de los demás las generalizara. En todo esto, para que resultase verdadera elegancia, la naturalidad sin estudio alejaba toda sombra de afectación>> (op. cit.).

     <<Alejaba toda sombra de afectación>>. Así es, y desde luego, ocultando su verdadero ser: la prepotencia del narciso. Ocultando tal cosa y, por añadidura, su inseguridad. Esto se desprende de las teorías psicológicas actuales sobre narcisismo: el narciso oculta su baja autoestima simulando superioridad, <<enfermiza>> diría yo, con el fin único del aprovechamiento ajeno. 

     Concluyo ya. Quienes crean que leer a Galdós supone caer de hinojos en un sopor de antigualla que vayan haciéndoselo mirar. Los clásicos lo son (clásicos) por algo; no es capricho (excepciones hay) de la industria editorial. Acaso Galdós sea, por encima de Cervantes incluso, el mejor novelista español de todos los tiempos. Pero no nos quedemos sólo con el escalafón de maestría literaria en nuestra perspectiva mental. Quedémonos, también y además, con el deleite que una prosa como la galdosiana renta al lector de buen entendimiento (el otro lo tendrá más difícil). Un deleite que a todas luces sobrepasa, con creces, al que puedan ofrecer hoy la totalidad de novelistas españoles vivos. Una vez más se pone de manifiesto el valor que en literatura tiene no sólo el fondo, pues la forma le va en zaga a este, el lenguaje le va en zaga a este…

     Cuidemos (mimemos) el lenguaje; en su haber está nuestra alma identitaria. Somos, le pese a quien le pese, lenguaje. Nadie lo olvide. Convendría cuidarlo (el lenguaje) y, de paso, utilizarlo mejor. Nadie nace sabiendo; sí, con capacidad de aprendizaje (cada uno la suya), me parece. 

     Pues eso.