lunes, 18 de marzo de 2019

301/ Clamando Filosofía

Una verdad extendida es esta: No somos libres. Yo lo vengo denunciando desde tiempos inmemoriales. El populacho cree lo contrario. Igualmente el poderoso. El empoderado no constituye ninguna excepción. Nadie (con ene mayúscula) es libre. Sostener la propia libertad significa que quien lo hace no es, por ventura, libre: recuérdese la caverna de Platón. La culpa recaería sobre los hombros de los hombres. O sobre los Mass Media (la TV al frente. La prensa le va en zaga) y los partidos políticos. También las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación). Estaríamos tecnificados y mecanizados en exceso. Acaso juzgo óptimo lo primero (tecnificados). Lo segundo (mecanizados), hiriente. El sistema educativo no quedaría lejos. Así la cultura, de que este se nutre, de apoco muy muy prescindible: tan posmoderna ella. Yo no sé qué está pasando. Yo sí sé que falta Filosofía y sobran ideologías. 
     Buscaré un texto ajeno… 
     ¡Cáspita! Lo he encontrado y, por ello, copio: 
     “Nos convertimos (…) en pequeños bloques ideológicos o, mejor dicho, en insignificantes maquinarias a las que incorporamos, como si realmente fuesen estímulos mentales, una serie de estereotipos virtuales sin idealizad y libertad. Lenguajes falsos, pues, que nos llenan con la terrible lógica de la falsedad. Porque esa lógica se hace de los retazos que sostienen pasiones egoístas, soluciones incompletas a los problemas de la vida y de la sociedad. Una lógica de la incoherencia que, sin embargo, cohesionamos con los quebrados fragmentos de la `publicidad´ política e ideológica que nos sirven, efectivamente, para la total enajenación. Todo esto nos conduce a un hecho fundamental de la sociedad de nuestros días. Los individuos que componen esa sociedad no pueden ser personas, seres autónomos y reales, si no tienen posibilidad de desarrollar su propio pensamiento por muy modesto que sea. Un pensamiento que solo se nutre de libertad” (Emilio Lledó. Sobre la educación. Fragmento del “capitulillo” intitulado: Necesidad de la literatura. Taurus. Madrid, 2018).
     ¡Chapó! 
     Señores políticos: déjenme vivir en la verdad. Entiéndanme: no quiero la mía. Y que me disculpe el poeta del limonero… 
     Anotaré algo:    
     –Podemos (hipócrita).
     –Ciudadanos (tremendista).
     –Izquierda Unida (utópico).
     –Partido Popular (perturbado).     
     –Partido Socialista Obrero Español (orgulloso. En demasía).
     –Vox (fanfarrón. Risas).
     Y ahora…
     –Parménides (impulsor).
     –Platón (visionario).
     –Aristóteles (agudo).
     –Kant (inteligente).
     –Schopenhauer (profundo).
     –Wittgenstein (lógico).
     Para qué seguir. Compárese y si se encuentra algo mejor, por Buda, léase.

miércoles, 6 de marzo de 2019

300/ Defensa del Barroco (y que no sirva de precedente)

Asiento, aquí, una columna fascinante cuya firma (“Fernando Aramburu”) es del todo conocida: https://www.elmundo.es/opinion/2019/02/17/5c681901fdddff9f4f8b45f6.html. No parece, esta, exenta de una malicia buena. La razón es de plomo: silencia nombres de escritores barrocos cuyo estilo es ponderado por colegas de oficio. ¡Mal, don Fernando, muy mal! 
     Un tocayo del artífice queda en descarte: el apellidado Sánchez Dragó. Barroquísimo él. El mejor escritor español vivo. Esto último a mi juicio. Otro descartado es Juan Eduardo Zúñiga. El Buddha me libre de insinuar siquiera que este comete el deplorable crimen de ser barroco. No. Zúñiga tiene voluntad de estilo. Mi opinión al respecto es la que sigue: todo autor que carezca de la mentada voluntad no pasará de ser un mero narrador o redactor o componedor de versos. Eso es todo. Eso no es poco. Pero eso es insuficiente. Este jamás será artista, jamás poeta, dado que literatura y arte van de la mano de manera inexorable. Lo sé: no siempre. Pío Baroja tenía poco (muy poco) de artista. Como poco (muy poco) de ello tenía Galdós. No así (otros descartados) Azorín o Pedro Antonio de Alarcón. Abro paréntesis. Perdón por la rima. Cierro paréntesis: maravilloso romántico el de Guadix (apunte necesario. Acaparó grandes dosis de realismo). Maravillosa romántica (descartada igualmente) fue Rosalía de Castro: tenía voluntad de estilo. 
     ¡Tirón de orejas a don Fernando!
     Permítaseme una aclaración: yo no recurro, aquí, al estridente timbre de ninguna ideología política. Yo recurro, aquí (y en cualquier lugar. Siempre), a la literatura. También a la filosofía. Punto. 
     Los descartados eran escritores re-pensantes de palabras y frases y dinamizadores de efectos y todo lo que convierte a la literatura en un artificio formidable. Justamente lo contrario de lo que siente (a veces hasta piensa) el lector cuando lee textos de tantos (no tontos) autores que parecen decir lo mismo con palabras insulsas. Juzgo verosímil que la insulsez radique en un mal ejecutado arte combinatorio de las mismas (de las palabras). La conjetura, me parece, no es infundada. 
     ¿Existe algo superior al aburrimiento “literario” que desprende el libro Últimas tardes con Teresa? No quiero (con Cervantes) recordar aquellas horas de tediosa lectura. Lo que escribe Marsé podría escribirlo Manolo Pérez o Antonio López (no el pintor). ¿También lo que mal que bien garrapatea Juan Manuel de Prada? ¿Y lo que Enrique Vila Matas (barroco a su modo. O sea: con base en un estrangulador encadenamiento de referencias eruditas, librescas, infinitas)? 
     A los quisquillosos: solo hablo de literatura. Y de filosofía. Punto.    
     Los alquimistas dijeron: Obscurum per obscurius, ignotum per ignotius ("A lo oscuro por lo más oscuro, a lo desconocido por lo más desconocido”). Discúlpenme mis amigos posmodernos por haber recurrido al latín. 
     Machado escribió: "Oscuro, para que todos atiendan. /Claro como el agua, claro,/ para que nadie comprenda”.
     Vivimos tiempos de elefantiásica mediocridad literaria. ¿Tendrá algo que ver en ello la industria editorial? ¿Y la escuela? ¿Y las nuevas (menos de apoco) tecnologías? Cada quisque que piense lo que quiera. Probablemente, ahora, tendría que disculparme por haber empleado la palabra “quisque”. No lo haré. Quien quiera saber que arreé. Y perdón, tercera y última disculpa ya en lo que va de post, por la rima. 
     Ea. A otra cosa.