domingo, 31 de diciembre de 2017

277/ Habla, poeta

Parece, creo, de recibo despedir 2017 con un pasaje de la Égloga I de Garcilaso. Amor y Navidad casan como desamor y melancolía o reencuentro y júbilo. Lo uno se eterniza. Lo otro se posterga. El resto se olvida: ese malvado al que llaman “amor”. ¿Quién lo trajo a la luz? Más largo que ancho, desde luego, se quedaría el sujeto (¿o debería decir predicado?): un estropicio causó. Siempre lo digo: más vale querer que amar. Más besar y abrazar y acariciar que amar. A los respondones: lo mentado no es amar. El amor trae disgusto. Lo trae aquí: es pasional. Allí, en Oriente, no lo es. Por algo los Magos vienen de Oriente…
     Lo prometido es deuda. La Égloga I (vv. 352-379):

“Tengo una parte aquí de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño                   
enternecer me siento que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan,
con sospiros calientes,
más que la llama ardientes,                        
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.                   

Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta ánima mezquina
con la memoria de mi desventura
Verte presente agora me parece.                     
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda,               
me parece que oigo, que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?”.
     
     La muerte para pies, aniquila rencores acumulados, dice: “¿A qué estás jugando? Perdona y a otra cosa”. Lástima que solo lo diga ella.

domingo, 26 de noviembre de 2017

276/ Cuatro tópicos literarios

Cuatro tópicos literarios sobre la mujer, para exhumar, hay. Uno: Descriptio Puellae (Descripción de la Amada). Dos: Belle Dame Sans Merci (Bella dama sin Piedad). Tres: Donna Angelicata (Mujer Angelical). Y cuatro: Amorosa Visione (Visión Amorosa). La traducción no es mía.  
     Arriesgaré un breve comentario: los tópicos enunciados, salvo el segundo, alaban a la mujer con todas las de la ley. Tres a favor y uno en contra. Pero el uno resulta contundente (¿acaso no lo es la falta de piedad?). Ya en la Biblia vemos una ruda misoginia: Eva acarrea la responsabilidad de la perdición de Adán. 
      ¿A qué esta visión de la mujer?

domingo, 29 de octubre de 2017

275/ Una pifia

Hasta el más listo de la clase puede ser el más tonto si se lo propone. C. H., acertado, dice que “hay tontos que dan a dos calles”. Doy fe. Ramón Menéndez Pidal no era tonto. Estudió el Ms. del Poema de Mio Cid con hondura y tenacidad de picapedrero. Erró el tiro después. La pifió. Esto ha escrito: “Por fortuna, la tinta usada en tales repasos es tan mala que se puede hacer desaparecer fácilmente con la goma de borrar, dejando limpia la primera escritura del copista. Yo empleé, bajo la inteligente dirección de Antonio Paz y Melia, el sulfhidrato amónico en los diversos lugares que expreso en las notas a mi edición. Sólo en tres ocasiones usé el prusiato amarillo de potasa y el clorhídrico…”. 
     Pregunto: ¿la Paleografía permitía entonces tales excesos? Los reactivos químicos dañaron el Ms. del Poema irreparablemente. ¿En qué pensaban eruditos y estudiosos? ¿En qué Administraciones y políticos? Ahora con retintín: y, ¿no tiene la búsqueda del conocimiento paleográfico un límite infranqueable: el no empeoramiento del estado general del documento original (valga la rima)?

miércoles, 18 de octubre de 2017

274/ "Mi mejor obra es mi constante arrepentimiento de mi obra"

Lo escribió Juan Ramón Jiménez. Además de: “Se habla demasiado de mi sistema de corrección. Si se corrije lo de ayer, lo de hace un año, dos, tres, cinco, ¿por qué no corregir lo de veinte, treinta, cincuenta? En buena lógica lo que necesita más corrección es lo más lejano, ya que la vida nos ha dado más tiempo de llevarlo con nosotros, y lo importante es que una cosa sea bella. Siempre he respetado en mi corrección la idea, el sentimiento, el sentido, el acento, el carácter de mi escritura y la mayor parte de la redacción que suponía un hallazgo. He suprimido lo más inútil o lo más vano y he procurado dejarle su verdad a cada cosa.
     Al corregir reviviéndolos mis poemas antiguos, les dejo lo anecdótico que tenían de fundamento, o lo imaginado, con el acento original. Lo que les quito es el añadido tonto, y a cambio de la sustitución verdadera; que, aunque no la señalé entonces, quedó grabada en mi recuerdo como pidiéndome que la salvara.
     Y estoy contento de haber podido salvarla”. 
     Palabra, a mi juicio, que va a misa. Lo copiado refleja una filosofía del esfuerzo literario. La escritura es esforzada. No automática. Los seguidores de Breton (léase: post-modernos de hoy) sostendrían lo contrario. Risas. ¿Quién escribe, en la actualidad, así? ¡Legión son! “Lo importante es que una cosa sea bella”. Esto sí: con la belleza se quedan los post-modernos más anchos que largos. Y no con esto: “suprimir lo más inútil y lo más vano”. 
     Puedo admitir que la literatura es inútil y es vana y es bella (contraviniendo, en parte, a Jiménez). Automática no. Eso nunca. Hay que pensarla y re-pensarla y requetepensarla para procurarle decencia artística. Muchos olvidan lo aquí apuntado: escribir sería jugar… Vale. Pero no pretendan “hacer” literatura de vuelo alto. Inevitablemente este les saldría rasante.  
     Es sabido: a pájaro que de esa guisa vuela… tiro certero del cazador. 
     Conque…        

miércoles, 20 de septiembre de 2017

273/ El poder de lo modélico

Volvamos, un punto, la mirada a Bécquer. A su Rima quincuagésimo segunda…

Olas gigantes que os rompéis bramando 
en las playas desiertas y remotas, 
envuelto entre la sábana de espumas, 
¡llevadme con vosotras! 

Ráfagas de huracán que arrebatáis 
del alto bosque las marchitas hojas, 
arrastrado en el ciego torbellino, 
¡llevadme con vosotras! 

Nube de tempestad que rompe el rayo 
y en fuego ornáis las sangrientas orlas, 
arrebatado entre la niebla oscura, 
¡llevadme con vosotras! 

Llevadme, por piedad, a donde el vértigo 
con la razón me arranque la memoria. 
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme 
con mi dolor a solas!
  
     Cuatro serventesios de pie quebrado formidables. La lírica es uno de los tres grandes géneros literarios (¿los otros dos? Épica y dramática). No siempre fue así. Aristóteles se mostró reticente a incorporarla a esa tríada. Creía que no cumplía con las exigencias de la mimesis. Platón, quizá a regañadientes, sentó cátedra en su República (libro X): “Toda poesía es mimética”. 
     Recordarlo no está de más.  

domingo, 13 de agosto de 2017

272/ Literatura bajo sospecha

Yo sigo erre que erre con lo mismo. Señores escritores: ¿por qué se lían ustedes más que la pata de un romano? ¿No se percatan de que pueden expresarse sin tanto retruécano ni vuelvo y revuelvo ni… bla, bla, bla? Se abusa del discurso literario. Cada cual que escriba como quiera o pueda. Pero respétese al lector. No se le contraríe con rimbombantes frases ni (lo supuestamente contrario a las rimbombantes frases) vacíos “legislativos” de orden lingüístico. Está feo. Es descortés.  
     Va por vosotros, poetas y narradores post-modernos de chicha y nabo, publicadores allá donde os dejan. O: en "nidos" de no sé qué holgazanes de la palabra y “currantes" del lápiz. Sus ilustradores pasan por genios. Lo son. Sus autores parecen (no digo que lo sean. ¡Buda me libre!) holgazanes. Ni lo uno (complejidad innecesaria) ni lo otro (simpleza insultante) lo juzgo deseable. Como muestra un botón: Déjame morir/sé volver (en clara referencia a una oración de Alejandra Pizarnik que dice: Me iré y no sabré volver). No mencionaré el nombre del autor de esos trabajados versos. Tampoco la editorial que los airea. Para mayor inri: tales versos constituyen un poema. ¿Su título (creo que lo tiene. No está claro si es primer verso)? Los post-modernos reniegan de los títulos poemáticos y del carácter unitario de los poemarios que fabrican. El esfuerzo intelectual del poeta salta, aquí, a la vista. No emplea, éste, signos de puntuación. Una moda como cualquier otra. ¿Por qué tendrán los post-modernos aversión al punto? ¿Y a la coma? ¿Y al punto y coma? ¿Y a los dos puntos? Claro: es el genio y donde hay “Genio” sobra “Esfuerzo”. Todo sale del tirón y sin esfuerzo. Acaso el problema radique en los filtros. ¿Qué filtros (y quién los limpia) aplican estos "nidos" para afirmar o negar la calidad y calidez (o no) de una obra? ¿Hay entre sus filas expertos? ¿Filólogos? ¿Lingüistas? ¿Autores con legitimidad artística y moral? ¿Quién corrige las pruebas? Enuncian a los cuatro vientos que veneran el libro. No solo como tal sino también como objeto de culto. Ahí está la trampa. Los textos que publican son tan deficientes que los dibujos que les anexan se catapultan solitos al estrellato. Pobres poetas creídos poetas y pobres narradores entusiasmados e incapaces de discriminar. Con su pan se lo coman. Espero que esta no sea la literatura que nos depara el futuro. Aunque sea (sé que lo es) presente. Léase: versos y frases de urbanitas con sombrero y micrófono hedonistas y vanguardistas (¿me reiré? ¿Delante de quiénes van?) y trasnochados. ¿”Cul-tu-re-tas”? Moderna de Pueblo retrató a los “culturetas” en Cooltureta (Lumen) a las mil maravillas. Lo diré sin tapujos: falta excelencia. Tanto monta: Superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo.  

miércoles, 2 de agosto de 2017

271/ Café y cháchara

A Ana Alba: 
cafetera de pro.

Confieso ser cafetero. En según qué épocas el café ha tenido mala prensa. Siempre rondaba al consumidor la ansiedad o el infarto de miocardio. Hoy la toma de café no solo no está mal vista. También, se juzga necesaria para un mejor funcionamiento de la memoria y de los neurotransmisores empeñados en regular el quisquilloso e impertinente flujo anímico (serotonina. Dopamina. Endorfina). Es otra época. Corren otros tiempos. Unos más benignos… 
     Quienes tiran de Historia pueden argumentar algo. Por ejemplo: que el café dio “carta de naturaleza” a las tertulias del XIX. Gozaban éstas de prestigio. Alguna boca crítica echaba sapos y culebras al hablar de ellas. Clavijo ha escrito (en El pensador): “Si estas asambleas habían sido de provecho en algún tiempo, yo había tenido la desgracia de conocerlas demasiado tarde y que sólo podía andar detrás de ellas algún ocioso, que pensase en recoger materiales para pintar al natural el abuso de las letras, o escribir el elogio fúnebre de la urbanidad”. 
     Probablemente Clavijo pensaba (sin saberlo) en los cafés del XX o del XXI al escribir lo más arriba copiado. Nidos, todos ellos, de lenguaraces y de alcahuetes. Todos no. Alguna excepción hay. La diferencia entre el XIX y el XX o XXI es fácil de tragar y difícil de digerir: en las dos primeras centurias el café era pretexto para conversar. En el XXI la conversación lo es para cafetear. En plena era post-moderna se habla (por hablar) demasiado. El ignorante habla (por hablar) demasiado. El docto habla (pero no por hablar) demasiado. Se habla (por hablar) demasiado y se habla mal por tanto hablar cuando toca callar. Una duda me corroe: ¿Por qué quienes fatigan la sin hueso o no leen (algunos leen poco. Cierto) o no escriben? Habrá quien crea que del mismo modo se escribe demasiado y mal. Mejor sería leer demasiado (aunque se leyese mal). El mundo, me parece, con ese defectillo sin importancia sería mejor de lo que es.   

domingo, 9 de julio de 2017

270/ Altos vuelos técnicos

Deseo dar muestra de un trepidante estilo literario cinematográfico. No mío. Pedro Antonio de Alarcón es su artífice. Y El final de Norma la novela donde éste ejercita esa escritura. Expresar, aquí, lo que a nivel técnico supone esta obra lo juzgo un punto inapropiado. Demasiado extenso sería mi excitante discurso. Quédense tranquilos los lectores de esta pobrecita bitácora. No lo haré. Sin embargo apuntaré algo. Uno: la sencillez lingüística empleada por quien fue un gran intelectual de su época y miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Ignoro si esto último refuerza mi impresión sobre el autor o la debilita. Dos: la plena ejecución de una trama y un argumento sencillamente perfectos. Esto es crucial y solo comparable a los que fabricara Pío Baroja en Las inquietudes de Shanti Andía. Nota: no mencionaré novelas largas para ejemplificar lo que quiero decir. Imaginar un argumento impecable sin desquerer a la psicología o a la filosofía o a la cultura (no de masas. Sí de escasa recepción) lo entreveo como un milagro. Y tres: la construcción de un equilibrado tiempo interno. Hacía mucho que no leía algo parecido. He tenido la impresión lectora de que un día narrado en un puñado de líneas se corresponde exactamente con un periodo de 24 horas. Un día u otras unidades de tiempo. Algo así solo lo logran los grandes novelistas. Algo así se llama: “literatura de altos vuelos técnicos”.   

sábado, 1 de julio de 2017

269/ Oficio difícil

“Quiero reflexionar. ¿Pero sobre qué? Veamos… Sobre la vida. Poco original. ¡Da lo mismo! La vida (firmado: yo). Puedo reflexionar sobre la vida porque estoy vivo. Condición, ésta, indispensable para el propósito que me he impuesto. Un muerto no reflexiona. O sí. ¿Quién sabe? Dudar. Expresar. Sentir. Todo esto forma parte de la vida. Es una reflexión sobre la vida. Una cosa está clara: el individuo que siente o expresa o duda, para lograrlo, tiene que pretender dudar o sentir o expresar. ¡Ya no quiero seguir reflexionando! 
     ...Y despertó al tumbarse en la cama”.
     El escritor vive en un continuo estado onírico. Se cree dormido cuando está despierto y despierto cuando está dormido. ¿Pero a quién le interesa? ¿Y a quién contárselo? Fácil: a otros escritores. El resto de la humanidad no lo entendería. Mejor: no querría entenderlo. 
    Otra marca del oficio: la soledad. Dicen: “los escritores son solitarios sin remedio ni afán de rectificación”. Pregunto: ¿y por qué iban a rectificar? No. Solitario será el que lo sea y bien hará en regar (en cuidar) su soledad: terreno abonado con la semilla de la evolución interior. Geneviève Rodis-Lewis ha escrito: “(…) Descartes anheló pronto retornar a su soledad para mejor `progresar en la búsqueda de la verdad´". Descartes (¿alguien lo niega?) era escritor. 
     ¿Escribir acompañado? No. ¿Escribir solo? Sí. El “haraquiri” (símil de la escritura) es el acto individual e intransferible a que debe enfrentarse el escritor una y otra vez. ¡Cuidado!: si pretende escribir como Buda manda, si no, siempre puede rodearse de gentes y procurarse cosquillas en la barriga. ¿Y qué texto fabricará entonces? Habrá quien responda a esto: “al menos se reirá”. ¿Añadiré yo: “lo que ya es mucho”? Sencillamente no.    

lunes, 26 de junio de 2017

268/ Del género epistolar (con un añadido)

Hoy he leído un viejo artículo de Santiago de Mora-Figueroa sobre las fórmulas de salutación y despedida empleadas, todas, en cartas. Algunas son tremendamente originales. Elijo esta: “Achuchones”. Es sustitutiva del actual “abrazos” de final de texto. Pero más tierna. Más íntima. Luego están las tradicionales del XVIII o del XIX y otras… Un ejemplo: “Yo soy, Señor, de VE su más humilde servidor”. Otro: “Yo quedo para servir a VE con la más segura voluntad, y deseo lo guarde Dios muchos años. Besa la mano de VE su más atento servidor”. El último: “Dios guarde a Ud. muchos años”. Las mías, que no desvelaré aquí, solo las conocen mis allegados. Daré una pista: se sitúan a mitad de camino entre las aristocráticas del XVIII y las populares del XXI.
     Juzgo estas fórmulas aptas como remate discursivo. Me gustan. Me divierten. No acuso su habitual falta de sinceridad. Lo anterior lo sostienen algunos. No yo. Yo aprovecho y agradezco su no menos habitual literaturización. Ya sé: literatura e insinceridad van de la mano. No siempre. Hay, incluso, quien las echa en el olvido. Tampoco yo: la amabilidad nunca me pareció innecesaria.
     Sí el uso del “usted”. Y este es el añadido... 
     Javier Marías, insigne escritor y lumbrera de la lumbrería universal de no sé qué escuela de modales, opina al respecto de la sacrosanta batalla entre el tuteo y el usteo esto.
     “Carcas” y “horteras” del mundo: el tuteo es respetable, confiable, aconsejable. Combatirlo es propio de gentes de mal vivir. Percatadse: confundís las churras con las merinas. Es decir: la intención del hablante con las palabras que éste emplea en sus textos orales o escritos. Acaso tú, Javier Marías, harías bien reciclándote una pizca. Sinceramente creo que eso es más importante que aprender a escribir un correo electrónico.

jueves, 15 de junio de 2017

267/ "La mejor originalidad es la vuelta al origen"

Uno hace mal atribuyendo invenciones originales a un autor. Siempre alguien ha acometido con anterioridad tal empresa. Lo cual no impide que uno sienta, de golpe, decepción. ¿Queda otra? Partir de las alturas no es bueno. Quiero decir: elevar a un escritor al Olimpo de los Dioses sin hacerle morder el polvo que sus zapatos tendrían que haber levantado, antes, en la tierra. Tampoco lo es sentar culos en tronos de reyes y de emperadores y pretender, por eso, que defequen miel. Nadie es lo que parece. O: pocos parecen lo que son. Nos negamos a aceptar esto porque no hallamos argumentos a favor y sí (muchos) en contra. Es el caso de Borges. Yo no puedo argumentar sobre su mal hacer literario por la sencilla razón de que ese literario hacer fue cualitativamente intachable: rozó la perfección en pasajes y estrofas por todos conocidos y apreciados. No obstante esto: ¿quién iba a decirme a mí que Fray Antonio de Guevara (S. XVI) anticipó la labor de Borges (S. XX)? Esta idea la sostuvo el bonaerense. Y con fundamento (por lo que yo sé. Mejor: por lo que yo leo). El referido fraile escribió una historia imaginada del emperador Marco Aurelio e inventó citas. Borges inventó un autor: Pierre Menard. Borges inventó un mundo: Tlön. Ello no obscurece la alta y clara consideración que le tengo al argentino (a su obra). Al contrario: lo (la) abrillanta. Convierte a Borges en humano: éste se acogió al derecho (al arte) de redescubrir lo ya descubierto por otro. Con una nota a pie de frase: que él superó a ese otro. Yo juzgo casi toda su obra inmejorable. Con este pensamiento me retiro del mundanal ruido (¡calor a manta en el valle!) y soy, de nuevo, feliz.       

domingo, 11 de junio de 2017

266/ Una máxima vital

Leyendo un artículo (2010) de Vila Matas he dado con este nombre: Aleister Crowley. Me gusta leer prensa inactual por razones del todo literarias: el tiempo la convierte (o eso me parece a mí) en ficción. Y donde se ponga Ficción que se quite Realidad. Yo no me avengo con aquello de que “a veces, la realidad supera a la ficción”. ¿Me reiré? Lo juzgo una patochada. 
     Ignoraba la existencia del portador del nombre (y el nombre en sí) mentado y también de la secta que aquél lideraba. No (mágicos caminos zigzagueantes los de la literatura) su máxima: “Haz lo que quieras”. La leí en El sendero de la mano izquierda (Fernando Sánchez Dragó). Inmediatamente la hice mía. Lo que ni Dragó ni Vila Matas airean (que yo recuerde) es la segunda parte de la sentencia “diabólica”. A saber: “Tu voluntad es la única ley. La ley es el amor”. ¡Ojo! Cito de ¿des-memoria? San Agustín (siglo V) vino a decir lo siguiente: “Ama y haz lo que quieras”. 
     Enrique: “haz lo que quieras”, sin añadidura, no. Yo acojo en mi seno la Regla Áurea.

domingo, 4 de junio de 2017

265/ Aspiración

Es cosa de ver cómo nuestros esquemas mentales supuestamente inamovibles, un día, se mueven y nos dejan estupefactos. ¿Que por qué lo digo? Por esto: “Conseguida la unidad nacional por los Reyes Católicos, Carlos –que es también el heredero del imperio de los Habsburgo– lleva a cabo una política europea. La presencia de las tropas españolas en Italia conllevará el conocimiento de la poesía italiana por parte de los jóvenes poetas” (Carlos Alvar, José-Carlos Mainer y Rosa Navarro. Breve historia de la literatura española. Alianza Editorial. Madrid: 2005). 
     Subrayaré lo siguiente: la presencia de las tropas españolas en Italia conllevará el conocimiento de la poesía italiana por parte de los jóvenes poetas. 
     La milicia trayendo poesía nueva a España… 
     Pregunto: ¿hallará en este hecho histórico su caldo de cultivo el discurso de las armas y las letras de Don Quijote? Y: ¿los soldados, hoy (ay), leen poesía?

domingo, 28 de mayo de 2017

264/ ¡Literatura infantil de mi vida!

¿Pere Gimferrer firmando en un stand?
¿Una poetisa (imagino) post-moderna 
recitando algunos de sus poemas?
¿Un novelista promocionando su última obra
que toca (¿y no retoca?) el “poco tocado" tema 
de la Guerra "Incivil" Española del 36?
¡Bah! Libros. Solo libros. Cuantos más mejor. 
Libros olorosos a papel y con lomo. 
Los escritores (poetas incluidos) 
que los han escrito, al parecer,
nos la refanfinfla… 

El pasado domingo visité la feria del libro de Sevilla. No fui solo. Me acompañó Ana. Ambos nos allegamos a todos los puestos con la intención de buscar (y capturar) obras maestras. Ella adquirió cuatro o cinco ejemplares y me regaló uno fantástico: 12 poemas de Federico García Lorca (Kalandraca). Abro paréntesis. La mini antología referida está enfocada al niño pero se deja leer por el adulto. Cierro paréntesis. 
     Ana y yo somos aficionados a la literatura infantil de altos vuelos. Nuestro unánime parecer es el siguiente: “estas obras son artísticas más que literarias y divinas más que artísticas”. De sobra lo demuestran su lenguaje sencillo y sonoro y precioso y sus originales e inigualables y, en definitiva, geniales ilustraciones. Por no hablar de su humanismo (no humanitarismo) visible desde lejos. Jamás pecan (a diferencia de otras muchas pensadas y escritas para adultos) de inútiles: todos los temas sensibles son abarcados por ellas. Por ejemplo: las pérdidas nocturnas de orina. O: la discapacidad física y/o mental. O: mil y una maneras de gestionar las emociones. 
     Concluyo ya: la literatura infantil (no digo “juvenil”. Digo “infantil”) merece engrosar la lista de cosas necesarias para vivir plena y felizmente durante toda la vida. 

jueves, 11 de mayo de 2017

263/ ¿Evolución o involución?

Que “un hombre es todos los hombres” me parece idea errónea (hoy. Ayer le di crédito). Todos los hombres compartimos esencia. Más allá de ésta podemos encontrar desemejanzas no siempre llamativas. Algunas permanecen ocultas. Por exquisitas. Por frágiles. Por leves. Por sutiles. Por vaporosas. Por insignificantes. La lectura ilustra esto. Cada hombre lee de un modo que tiene que ver más con él mismo que con el Otro. Habría tantas lecturas como hombres hay. La interpretación de un texto no es para tomarse a la ligera. Muchas consecuencias pueden derivarse de ella. Y a todos los niveles (social. Psicológico. Artístico). Susan Sontag decía que “la interpretación es la venganza del intelecto contra el arte”. O algo así. Cito de memoria. No estoy de acuerdo (hoy. Ayer lo estuve). Distinto es leer El Quijote como una novela picaresca que como una de aventuras que como una burladora de las de caballerías que como una mezcla de todos esos tipos. Un lector instruido no leerá igual que uno embrutecido o que uno atontado o que uno alocado: no verán ni oirán las mismas palabras (aunque éstas sean las mismas). La mente de un hombre solo refleja un cosmos: el suyo. Que lo acabe compartiendo con el prójimo tampoco goza de demasiada relevancia. El prójimo está en sí mismo como yo estoy en mí y tú, querido lector, estás en ti. Argumentar lo contrario podría significar la muerte de la literatura. Si “un hombre es todos los hombres” también una novela es todas las novelas o un poema todos los poemas. El parecido entre obras de diferentes autores y de una misma época (y género) parece claro. De ahí a establecer que todas ellas (todas las obras) son una sola va un trecho sobresaliente. O eso quiero creer yo. A veces lo descreo. Apelo a la esperanza si creo, al miedo, si descreo. Ejemplo de lo primero: los De regimine principum de Santo Tomás de Aquino y los de Gil de Roma. Ejemplo de lo segundo: el 90% y el 50% de todas las novelas y poemarios post-modernos escritos y publicados (o no) en España respectivamente.           

jueves, 20 de abril de 2017

262/ ¿Quién se hace llamar "escritor"?

Un detalle de Góngora alabo por encima del resto: su afán por no imprimir. Lo sostiene Angelina Costa Palacios. Escribe ésta: “Sus obras circulaban proporcionándole fama y popularidad; pero no imprimía, ni dejaba imprimir apenas. Le interesaba solo escribir para pocos, y solo de esos aceptará con modestia la corrección y el consejo. Busca la perfección de la obra en sí, por eso retoca y pule. Los imperativos editoriales y el contexto que la rodeaban eran ajenos a sus intereses como escritor” (Cisne andaluz en forma peregrina: prólogo a una Antología poética no vendible de Luis de Góngora). 
   El verdadero escritor no quiere publicar. El verdadero escritor quiere escribir. Punto. Cuando, donde, como sea. Pero escribir. Lo demás (salvo leer) le trae sin cuidado. Creo que la literatura prosperaría mucho si cada escritor hiciera suya esta regla: escribir para uno y no para otro. O esta de aquí: escribir para la minoría. 
     Juan Ramón dedicó su Segunda Antología Poética “a la minoría siempre”. Así procedió don Luis de Góngora y Argote. Así deberíamos proceder todos. Pregunto: ¿Qué ocurriría si desaparecieran las editoriales? ¿Quedarían escritores? ¿O irían, todos, escopetados a otros menesteres? Más lo segundo. Con una corrección: no “todos” y sí “la mayoría”. 

jueves, 13 de abril de 2017

261/ Sencillez. No simplicidad (II)

Luis Alberto de Cuenca escribió un poema modélico: La rosa en la urna. Leerlo y buscarle mil y una interpretaciones no es difícil. Sí lo es encontrarle errores. Yo iría más allá y diría: casi imposible. Dieciocho versos como dieciocho caricias. O dieciocho deseos. O dieciocho alegrías. Lo calco: 
     "Maldición de una bruja o bendición de un hada,/ la rosa nos contempla desde la transparencia/ del cristal que la guarda. Y nosotros, ajenos/ a todo salvo a ella, la miramos absortos,/ prendados de su forma y del húmedo brillo/ que desprenden sus pétalos. ¿Cuánto tiempo ha pasado/ desde que está en la urna? ¿Un milenio? ¿Un minuto?/ Da la impresión de que Alguien, muy oscuro o muy alto,/ le impuso la ucronía, para que nuestros ojos/ no la contaminasen con su perecedero/ asombro, ni pudiese constatar nuestra vista/ el más mínimo signo de vejez o de muerte/ en su belleza inútil y perfecta. Esa rosa/ no es una rosa más: es la Rosa. Algún mago/ la trajo del país donde el sol no se pone,/ metida en una urna, y nos la regaló/ para siempre. Y mirándola se nos pasa la vida/ en un vuelo, y morimos sin dejar de mirarla".
     ¿Qué representará la Rosa? ¿El arte? ¿El amor? ¿El tiempo? 
     Juan Ramón Jiménez dejó escrito (quizá solo dicho) que “la perfección está en la sencillez y en la espontaneidad”. Yo no sé si Luis Alberto escribió espontáneamente su poema o no. Sí sé que éste es sencillo. Y no (por ello) malo. Y no (por ello y con más motivo aún) olvidable.      

jueves, 6 de abril de 2017

260/ Sencillez. No simplicidad

Últimamente releo más que leo y ya empiezo a sentirme cansado: los versos y frases que enriquecieron mi vida caen al suelo y se despachurran como huevos crudos. No todos. 
     Preciso cambiar de aires. ¿Una novela? ¿Un cuento? ¿Un drama? ¿Un ensayo? ¿Una columna? Cualquier cosa. ¡Pero distinta! ¡Algo sugerente! ¡Algo extravertido! ¿Extravertido? Sí: que impulse no solo a “pensar” y a “sentir” sino a “hacer”. Y no hablo de literatura comprometida. Hoy he releído un poema de Luis Alberto de Cuenca anticipado, en parte, por El Principito de Sant-Exupéry. Éste:

SOBRE UN TEMA DE BÜCHNER

Todos se habían muerto. No quedaba
nadie vivo en el mundo salvo un niño
que lloraba y lloraba día y noche.
La Luna lo miraba tan risueña
que quiso visitarla, pero cuando
llegó a la Luna, vio que solo era
un trozo de madera putrefacta.
Y se fue al Sol entonces, y el Sol era
un girasol reseco, y las estrellas
unos mosquitos de oro diminutos.
Y regresó a la Tierra, que era como
una olla al revés, y estaba solo, 
y se sentó a llorar, y todavía 
sigue sentado y está solo hoy,
llorando amargamente día y noche.

     Sé que el poema copiado no es extravertido. Sé que no es sugerente. Tampoco, distinto. Sé que Luis Alberto es hombre culto y literato y da gusto oírle hablar. Sé que su poesía ha sido (y es) blanco de la crítica. Una broma fina: su Caja de plata (1985) obtuvo el Premio de la Crítica. Sé que quizá aciertan aquellos que tachan sus poemas de “simples”.
     También sé que la oscuridad poética me seduce y convence cada vez menos. Una cosa es la ambigüedad deseable y hasta deseada y otra la oscuridad innecesaria. De un texto debería poder decirse que es formalmente sencillo y profundo y complejo su fondo a la vez. Otra broma fina: lo cual no tiene necesidad de conllevar ausencia de luz. Escribir para todos sobre temas reservados a unos pocos no es imposible. ¿Me llamarán hereje? ¿Me echarán a los leones? ¿Me torturarán en las redes sociales? Da lo mismo. Digo lo que pienso. A veces hasta digo lo que siento. Y ya.   

lunes, 3 de abril de 2017

259/ Del hipérbaton

Ayer fue indicio de poesía. A qué el hipérbaton hoy. Sin rebozo: no le veo la gracia. Cuál será la intención del autor al emplearlo. La confusión se apodera del lector cuando éste se da de bruces con el hipérbaton. ¿Y el esfuerzo que el escritor demanda a quien leyere? Uno singular: el orden del periodo. Lo cual forma parte de las atribuciones de aquél cuando ejerce su oficio radicalmente comprometido con su obra. Y consigo mismo. Y con el prójimo. Un ejemplo, éste, como otro cualquiera de lo absurda que puede llegar a ser la literatura en según qué época. Uno se cansa del sinsentido a troche y moche. Uno se cansa de la complejidad innecesaria y también de la simplicidad impertinente. Lo primero (blanco) es una propuesta del barroco. Yo la apoyé. Lo segundo (negro) es una propuesta de la postmodernidad. Yo nuca la apoyé. Quedémonos (gris) con lo de en medio. Y esto lo dice un hombre de extremos. O un proyecto inacabado (y embustero) de Nicanor Parra. Así, ¡rediós!, soy yo: contradictorio hasta la fatiga.  

lunes, 27 de marzo de 2017

258/ Un mal prólogo

Leer prólogos resulta costumbre perniciosa. Escribirlos es un arte. Pocos conocen las aberraciones de ese arte. Unos yerran al procurar quedar por encima del autor del texto que prologan. Otros se jactan falsamente de conocer la obra prologada y su hacedor. Otros traicionan al lector: revelan el argumento cuando se trata de una novela o de un relato. ¡Horror de horrores!
     Peri Rossi forma parte del último grupo. Un libro prologado por ella es: Moderato cantabile. Autora: Marguerite Duras. No voy a irle en zaga. No me asomaré a la balconada de este extraño edificio de la Duras. Peri Rossi detona los cimientos fácticos del mismo con un explosivo prólogo. Transcribiré dos pasajes del mismo. Uno: “Moderato Cantabile es el relato de una fascinación. Como toda fascinación, se resiste al análisis racional, a la lógica (…)”. Por esto deviene significativo el argumento de la obra. Peri Rossi lo revienta. También revela el contenido simbólico de los personajes. ¡Mon dieu! Un texto “ilógico” y carente de argumento es poético y es surrealista. Allá donde haya surrealismo (literario. El pictórico me embelesa) no estaré yo. Y el otro: “En esta novela sobre los deseos más ocultos y reprimidos, no sobra ni falta una palabra”. Acaso en ella no. En el prólogo sobran muchas. Lo certifico. 
     Días atrás empecé a leer Moderato cantabile. Lo hice por el prólogo. Dos después abandoné mi lectura. Corrijo, ahora, la frase del principio: leer "malos" prólogos resulta costumbre perniciosa. 

miércoles, 15 de marzo de 2017

257/ Los cerdos de Orwell

El principito es uno de mis libros de cabecera. Muchas veces lo he frecuentado. Leído ha sido por mí como un niño y como un hombre. La primera lectura me encandiló. La última la cursé ayer. Y me salió al paso esto (Cap., IV): “Si intento describirlo aquí es para no olvidarlo. Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo”. También esto otro (Cap., XXI): “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Y todavía esto (Cap., XXV): 
     “–En tu tierra –dijo el principito– los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín… Y no encuentran lo que buscan…
     –No lo encuentran…– respondí. 
     –Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua…
     –Seguramente– respondí. 
     Y el principito agregó:
     –Pero los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón”.  
     Hay una sentencia que aireo y que hallé, a modo de rótulo del pórtico del templo de El camino del corazón (Fernando Sánchez Dragó. Éste la rescata del Popol-Vuh), que dice: “Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca”. Cierto. Doy fe. Puede ocurrir, además, que el amigo no elija el mentado camino. Lo desprecie. Opte por otro. El de la propia conveniencia. El de la tranquilidad inter pares. El del ocultamiento de sentimientos (e ideas) en aras de esa tranquilidad inter pares. Alguien sufre. Sí. Alguien sufre. Ese alguien puede reaccionar y abandonar el camino del Popol-Vuh. Obviarlo. Elegir uno distinto... 
     Ouroboros. 
     Y así transcurren horas. Días. Semanas. Meses. Años. Y así llega a término una amistad.
     ¿Quién es culpable de ello? Yo no sé. Pero acción-reacción-repercusión es tríada con, me parece, sentido. Enuncio: nos revolcamos por el piso de la porqueriza de nuestras ideas y de nuestros sentimientos como los cerdos de Orwell.

miércoles, 8 de marzo de 2017

256/ Galimatías

Solo una nota estamparé hoy, aquí, a modo de trampolín especulativo. Y es: Mercedes Torrevejano (Razón y metafísica en Kant. Narcea, S. A. de Ediciones. P, 12. Madrid: 1982) sostiene que el pensador de Königsberg diferenciaba entre razón y entendimiento: la primera “es caracterizada como`la facultad de los principios´” en tanto que la segunda “es caracterizada como`la facultad de las reglas´”. Nada nítido. Y más abajo: “Si el entendimiento es la facultad de la unidad de los fenómenos según reglas, la razón es la facultad de la unidad de estas reglas del entendimiento según principios”. Ergo (¿obvio?): la regla es ulterior al principio. Pregunto: ¿cabe una inferencia del tipo: si la razón es la facultad de la unidad de las reglas del entendimiento según principios, ¡oh my God!, Dios es la facultad de la unidad de los principios de las reglas del entendimiento según Él Mismo?       

lunes, 6 de marzo de 2017

255/ La filosofía poética de Parménides

El archiconocido poema de Parménides da alas a la paradoja. Nadie puede negarle lo que tan poco abunda hoy entre los post-modernos: profundidad. Vuelas, si lo lees, hacia abajo. Aquélla era otra época. Una en que la filosofía se mezclaba con la poesía (acaso la primera sea una suerte de literatura fantástica. Borges dixit). Una en que el vocablo genérico que abrazaba a poeta y filósofo era “creador”. El mentado poema debiera ser (como el If. Como el Bhagavad Gita. Como el Tao Te King) por cada quisque leído. No digo comprendido. Digo leído. Toda lectura deja un reguero de posibilidades… 
     El pasaje (a mi juicio) más significativo y digno de elucubración es este:   
     “(…)
     Pero ven, y te diré, y tú retén las palabras oídas, qué únicos caminos de busca son pensables. El uno, que es y que no es posible que no sea, es la vía de la Persuasión, pues sigue a la Verdad. El otro, que no es y que necesario es que no sea, éste, te digo, es un sendero ignorante de todo. Porque ni puedes conocer lo que no es, pues no es factible, ni expresarlo. 
     Pues una misma cosa es la que puede ser pensada y puede ser.
     Necesario es que aquello que es posible decir y pensar, sea. Porque puede ser, mientras que lo que nada es, no lo puede. Esto te pido consideres. De este primer camino de busca, pues, te aparto, pero también de aquel por el que mortales que nada saben yerran bicéfalos, porque la inhabilidad dirige en sus pechos el errante pensamiento, y así van y vienen, como sordos y ciegos, estupidizados, raleas sin juicio, para quienes es cosa admitida que sea y no sea, y lo mismo y no lo mismo, y de todas las cosas hay una vía de ida y vuelta.
     Pues jamás domarás a ser a lo que no es. Pero tú, de este camino de busca aparta el pensamiento que pienses.
     Una sola posibilidad aún de hablar de un camino queda: que es. En este hay muchísimos signos de que lo que es no se ha generado y es imperecedero, pues es de intactos miembros, intrépido y sin fin. Ni nunca fue, ni será, puesto que es, ahora, junto todo, uno, continuo. Porque ¿qué origen le buscarás? ¿cómo, de dónde habría tomado auge? De lo que no es, no te dejaré decirlo ni pensarlo, pues no es posible decir ni pensar que no es. Y ¿qué necesidad le habría hecho nacer después más bien que antes, tomando principio de lo que nada es? Así, necesario es que sea totalmente, o que no sea.
     (…)”.
     El término “estupidizado” no lo recoge el DRAE. ¿Existe? Practiquemos a Parménides. Si puede ser pensado, obviamente, existe. También persuade. ¿Se ha generado? ¿Es que nunca fue (ni será) porque es? ¿Y qué es? ¿Un todo? ¿Un continuo? Pero el lenguaje, ay, no existió en un tiempo (¿o siempre existió?): habemus, sí, habemus (¡bendita sea ésta!) paradojam.

lunes, 27 de febrero de 2017

254/ "Confesiones" (de Thomas De Quincey)

La costumbre de retrotraerse, un escritor, al pasado no fue ajena a Thomas de Quincey. La cursó y amparó en una buscada (¿y anhelada?) heroicidad individual sin cuyo concurso poco o nada sugeriría al lector la primera parte de la introducción de sus Confesiones de un comedor de opio inglés. Concretamente se retrotrajo tres centurias (a la hora inhumana en que un tal Lázaro de Tormes justifica, en el siglo XVI, sus Confesiones). Léase lo que sigue para corroborarlo: “Baste decir, al menos por el momento, que mi único sustento fueron unos pocos pedazos de pan de la mesa del desayuno de una persona (que me imaginaba enfermo, pero que no sabía hasta dónde llegaba mi necesidad), y ello a intervalos irregulares. Durante la primera parte de mis sufrimientos (es decir, habitualmente en Gales, y de manera constante durante mis dos primeros meses en Londres) estuve sin casa, y rara vez dormía bajo un techo. Atribuyo sobre todo al encontrarme constantemente al aire libre el no haber sucumbido a mis tormentos. Posteriormente, sin embargo, cuando hizo más frío y el tiempo fue más inclemente, y cuando, por la duración de mis sufrimientos, comenzaba ya a languidecer, tuve la suerte de que la misma persona a cuya mesa del desayuno tenía acceso me permitiera dormir en una gran casa desocupada de la que él era inquilino”. Lo entrecomillado se encastilla en la página 29 de la obra aludida. Sello: Santillana. Categoría: Taurus (Grandes Ideas). 
     He escrito “Lázaro”. Podía haber escrito: Guzmán de Alfarache. O: Pablos. O: Estebanillo González. Válgame subrayar: cualquier experto en pasar gazuza a la intemperie. Cualquier pícaro. Hay temas que un género se atribuye y otros que encajan en todos los géneros. El hambre es novelística y es pícara. Como el humor. La sangre es novelística y es negra y/o policiaca. Como la ceguera y la sordera. La rosa es poética y es (cómo si no) lírica. El sueño es cuentista y es fantástico… Thomas de Quincey, mil setecientos ochenta y cinco (Mánchester) y mil ochocientos cincuenta y nueve (Edimburgo), narra los prolegómenos de sus Confesiones como si se tratase de un cuento. Más una pesadilla. No tanto un ensayo. Thomas de Quincey (el hombre Thomas de Quincey) permanece ausente a lo largo de ese introito. El presente (por actuante) es el escritor Thomas de Quincey. Un hombre no analiza tanto. No de manera tan detallada. Su reflejo, su otro yo, sí. El estilo de Thomas De Quincey es analítico hasta el gozo.       

martes, 21 de febrero de 2017

253/ Dos polos poéticos

No me resigno a no airear en esta bitácora el prólogo que Borges escribió para La Cifra (1981). Un poemario, éste, acaso inaudito en la obra del bonaerense. He aquí el breve texto:
     “El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no a merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos limites. Al cabo de los años, he comprendido que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento. Mi suerte es lo que suele denominarse <>. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos. Así lo hace Platón en sus diálogos; así lo hace también Francis Bacon en su enumeración de los ídolos de la tribu, del mercado, de la caverna y del teatro. El maestro del género es, en mi opinión, Emerson; también lo han ensayado, con diversa felicidad, Browning y Frost, Unamuno y, me aseguran, Paul Valéry.
     Admirable ejemplo de una poesía puramente verbal es la siguiente estrofa de Jaimes Freyre.

     Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores,
peregrina paloma imaginaria.
     
No quiere decir nada y a la manera de la música dice todo. 
     Ejemplo de poesía intelectual es aquella silva de Luis de León, que Poe sabía de memoria:

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.

     No hay una sola imagen. No hay una sola hermosa palabra, con la excepción dudosa de testigo, que no sea una abstracción. 
     Estas páginas buscan, no sin incertidumbre, una vía media”.
     Borges firma el prólogo transcripto el 29 de abril de 1981.
     Infinidad de veces me he formulado la misma pregunta. ¿Cabe una percepción (por decirlo de algún modo) bipolar de la poesía? ¿Es, ésta, vigilante o es onírica? ¿La que cursa ideas o la que sensaciones? Luego existe esa vía media de que habla el maestro: las ideas salpicadas de música. O: la música salpicada de ideas. Pienso, ahora, en Federico y en Juan Ramón. El de Fuente Vaqueros prodigó versos más sensitivos que intelectuales. El de Moguer, quizá, defina a la perfección al poeta que opta por la vía media. Pienso en Rosalía de Castro (igualmente paradigma de ese camino de en medio...). ¿Y no hay otro? ¿O se es sensitivo, o se es intelectual, o se es un híbrido de ambas tendencias? Borges escribe en el curso de su prólogo (en referencia a una estrofa rescatada por él) una frase contundente: “No quiere decir nada y a la manera de la música dice todo”. Yo juzgo terrorífico escribir un poema que no dice nada. Que solo es música. Que solo es un mero juego. Yo juzgo erróneo hacer una música que abraza algo más que melodía y armonía… 
     Concluyo: son legión los poetas que no toman conciencia de que la poesía no es solo una pirueta verbal. Sino mucho más. La poesía da voz a las empresas inefables. Una es: verbalizar lo que no se puede (o cuesta mucho) verbalizar. Pero no tanto desde el juego cuanto desde la necesidad (ineludible) del poeta de verbalizarlo.
     Esta es, equivocada o no, mi tesis.