martes, 22 de noviembre de 2016

240/ Breve vocabulario

Vagando por las páginas putrefactas del DRAE he hallado deslumbrantes tesoros. Un ejemplo: tetragrámaton. Otro: platinoide. Otro: memorándum. Otro: turíbulo. Otro: tusunco. Otro: vivián. Todos ellos forman parte del español. No solo eso: también conforman el cúmulo de tumbas del cementerio en que se ha convertido el diccionario. Un compendio de palabras muertas. Yo no sé si fue Cortázar quien asimiló el libro de los libros (lo es para cualquier escritor) al camposanto. Sea quien fuere, acertó, maquinando el futuro. Qué lástima.
     Nadie mentalmente sano emplea la voz “vivián” (léase: Persona aprovechada). Nadie “tusunco” (léase: Persona que tiene el pelo recortado). Nadie “turíbulo” (léase: Incensario). Nadie “memorándum” (léase: Librito o cuaderno en que se apuntan las cosas de que uno tiene que acordarse). Nadie “platinoide” (léase: Liga de diversos metales para fabricar bobinas eléctricas de gran resistencia).  Nadie “tetragrámaton” (léase: Palabra compuesta de cuatro letras. Además de: Nombre de Dios).
     Ahí están tales términos. ¿Por qué no se emplean? Todos, exceptuando “platinoide”, admiten sinónimos de uso común. La sinonimia no agota las posibilidades del idioma. A fuer de repetición, una palabra, una idea (verdadera o embustera) se convierte en célebre. Y el populacho la usa. Cuestión distinta es el abuso. Éste conduce al error semántico. Al forzamiento ¿vil? del lenguaje (acción vituperable si no se andorrea por tierras literarias). A la literatura le está permitido todo…
     Juan Ramón Jiménez dejó escrito: "Creemos los nombres.// Derivarán los hombres./ Luego, derivarán las cosas./ Y solo quedará el mundo de los nombres,/ letra del amor de los hombres,/ del olor de las rosas".
     El poeta, sin duda, sabía de lo que hablaba. Yo digo: creemos y usemos los nombres. Y lo hago extensivo a las otras palabras.   

martes, 15 de noviembre de 2016

239/ Una reflexión

Juzgo leer poesía actividad inútil. Ojo: he dicho inútil. No innecesaria. Lo innecesario y lo inútil difieren en esencia. Lo primero pasa inadvertido. Lo segundo puede advertirse y también devenir impracticable. Toda inutilidad tiene algo (puede tener algo) de imposibilidad. Lo innecesario imposible (igualmente se allega a esta cualidad) parece una tautología. Lo innecesario posible, un temor o una esperanza. Ésta y aquél casan (como el amor y el odio). Vengan a mí todos los temores e ignórenme todas las esperanzas. 
     Necesito leer poesía. En ello no hallo ninguna utilidad. Tampoco cabe afirmar que, al frecuentarla, pierda el tiempo. No. Más al contrario: lo gano. De ese modo combato la pesadumbre que resulta de reconocer una vida, la mía, (con i) iliteraria. Quisiera haber nacido personaje de cuento. O de novela. O yo poético de cualquier poema de. Aquí me detengo. ¿El nombre de algún poeta regocijado? Mejor diré: yo antipoético.
     Impresiona el deleite del lector de poesía si se contrasta con la inutilidad de su ejercicio. Es la música implícita en todo verso lo que le sublima. Más que la imagen. Más que la idea. Somos entes musicales. Todo nuestro ser produce música. Un chasquido de dedos. Las palmas que entrechocan. El cabello que es atusado. Los párpados al abrirse y cerrarse y desplazar el aire que los oprime. La tos. El carraspeo que precede a la tos. El estornudo. El roce de la ropa (“(…) como ropa/ sin cuerpo que se cae…”: Dulce María Loynaz) con el cuerpo. Sí: impresiona. Por inútil y necesario al par (acaso por habitual).         

martes, 8 de noviembre de 2016

238/ Nadia y Lamiya

Os hablo: Nadia Murad y Lamiya Aji Bashar. Percibí vuestro rostro contradictoriamente endurecido. Contradictoriamente porque sois jóvenes. Y ya no he podido sustraerme a la extemporánea visión: no debía ser de este tiempo. Lo es (lo sé) por una razón primordial: la iniquidad humana. Lo es (lo sé) por una coincidencia de factores malignos: el destino. 
     Os hablo. Ignoro todo sobre vosotras. Si habéis estudiado o trabajado. Si teníais (¿acaso tendréis?) sueños. Si familia. Si amigos. Si novio. Ninguna de esas ignorancias es óbice para que no os sienta cerca. Ninguna impide lo sustancial del ser humano. Ya lo dijeron Platón y Descartes: homo est anima utens corpore.  
     El pensamiento es libre. También, el sentimiento. Éste no requiere ser explicado. Como la literatura (ay de la que trate de explicarse), hace y dice cuanto quiere decir y hacer, sin rendir cuentas ante nadie. Ni ante nada.
     Os hablo. Y os siento y os digo: os prodigaría abrazos y besos sin parangón. Daros por besadas y abrazadas. Un desconocido os ama sin doblez ni mal fondo: con corazón. Merecéis paz. Merecéis concordia. Y todos los premios del mundo. Y homenajes. Y tributos. Y conciliábulos benignos. Y parabienes. En resolución: buen azar.
     Os hablo. Esta bitácora os habla. Que el mundo os escuche. 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

237/ Aphra: la inglesa lucida y olvidada

Una mujer destrozadora de barreras culturales. Bien habría podido añadírsele al sustantivo “mujer” el siguiente complemento: “por venir”. Se ganó la vida con la escritura. Lo hizo cuando ninguna de su género lograba siquiera imaginar tal empresa. Fue modélica. Porque las otras generaciones de escritoras escoltaron sus pasos. Fue dramaturga, poetisa, traductora. Porque no sabía (conjeturo) desempeñar otros trabajos. Refiero: Aphra Behn. Nació en 1640, en Londres, y falleció (también en Londres) en 1689. ¿Quién la invoca hoy? Nadie. ¿Quién refiere sus versos hoy? Nadie. ¿Quién se inspira en ella (en su obra) hoy? Nadie. Todos leemos otras insignificancias. Más exactamente: Literatura post-moderna. Cuentos y poemas banales. Una frase por acá. Un versito por allá. Y en medio: mucho juego. Palabras que se entretejen para, luego, soltarse. O caerse de la memoria. Se desvanece su rastro, dejando humo, heredando polvo...  
     Amigos post-modernos: ¿no os cansáis de hacer el ganso? Leed a Juan Ramón. A Federico. A Poe. A Baudelaire. A Kafka. Observaréis que su quehacer no estaba demasiado alejado del vuestro... Ellos no ganseaban. Al contrario: se acogían al ardor y rigor a la hora de cincelar (de esculpir) un texto. Uno solo de sus versos (o de sus frases) bastaría para ensombrecer toda vuestra obra. Hacedme caso. Prestadme oído: leedlos. No os arrepentiréis. Aprenderéis a escribir. ¿Y quién rehúsa esto?