lunes, 26 de junio de 2017

268/ Del género epistolar (con un añadido)

Hoy he leído un viejo artículo de Santiago de Mora-Figueroa sobre las fórmulas de salutación y despedida empleadas, todas, en cartas. Algunas son tremendamente originales. Elijo esta: “Achuchones”. Es sustitutiva del actual “abrazos” de final de texto. Pero más tierna. Más íntima. Luego están las tradicionales del XVIII o del XIX y otras… Un ejemplo: “Yo soy, Señor, de VE su más humilde servidor”. Otro: “Yo quedo para servir a VE con la más segura voluntad, y deseo lo guarde Dios muchos años. Besa la mano de VE su más atento servidor”. El último: “Dios guarde a Ud. muchos años”. Las mías, que no desvelaré aquí, solo las conocen mis allegados. Daré una pista: se sitúan a mitad de camino entre las aristocráticas del XVIII y las populares del XXI.
     Juzgo estas fórmulas aptas como remate discursivo. Me gustan. Me divierten. No acuso su habitual falta de sinceridad. Lo anterior lo sostienen algunos. No yo. Yo aprovecho y agradezco su no menos habitual literaturización. Ya sé: literatura e insinceridad van de la mano. No siempre. Hay, incluso, quien las echa en el olvido. Tampoco yo: la amabilidad nunca me pareció innecesaria.
     Sí el uso del “usted”. Y este es el añadido... 
     Javier Marías, insigne escritor y lumbrera de la lumbrería universal de no sé qué escuela de modales, opina al respecto de la sacrosanta batalla entre el tuteo y el usteo esto.
     “Carcas” y “horteras” del mundo: el tuteo es respetable, confiable, aconsejable. Combatirlo es propio de gentes de mal vivir. Percatadse: confundís las churras con las merinas. Es decir: la intención del hablante con las palabras que éste emplea en sus textos orales o escritos. Acaso tú, Javier Marías, harías bien reciclándote una pizca. Sinceramente creo que eso es más importante que aprender a escribir un correo electrónico.

jueves, 15 de junio de 2017

267/ "La mejor originalidad es la vuelta al origen"

Uno hace mal atribuyendo invenciones originales a un autor. Siempre alguien ha acometido con anterioridad tal empresa. Lo cual no impide que uno sienta, de golpe, decepción. ¿Queda otra? Partir de las alturas no es bueno. Quiero decir: elevar a un escritor al Olimpo de los Dioses sin hacerle morder el polvo que sus zapatos tendrían que haber levantado, antes, en la tierra. Tampoco lo es sentar culos en tronos de reyes y de emperadores y pretender, por eso, que defequen miel. Nadie es lo que parece. O: pocos parecen lo que son. Nos negamos a aceptar esto porque no hallamos argumentos a favor y sí (muchos) en contra. Es el caso de Borges. Yo no puedo argumentar sobre su mal hacer literario por la sencilla razón de que ese literario hacer fue cualitativamente intachable: rozó la perfección en pasajes y estrofas por todos conocidos y apreciados. No obstante esto: ¿quién iba a decirme a mí que Fray Antonio de Guevara (S. XVI) anticipó la labor de Borges (S. XX)? Esta idea la sostuvo el bonaerense. Y con fundamento (por lo que yo sé. Mejor: por lo que yo leo). El referido fraile escribió una historia imaginada del emperador Marco Aurelio e inventó citas. Borges inventó un autor: Pierre Menard. Borges inventó un mundo: Tlön. Ello no obscurece la alta y clara consideración que le tengo al argentino (a su obra). Al contrario: lo (la) abrillanta. Convierte a Borges en humano: éste se acogió al derecho (al arte) de redescubrir lo ya descubierto por otro. Con una nota a pie de frase: que él superó a ese otro. Yo juzgo casi toda su obra inmejorable. Con este pensamiento me retiro del mundanal ruido (¡calor a manta en el valle!) y soy, de nuevo, feliz.       

domingo, 11 de junio de 2017

266/ Una máxima vital

Leyendo un artículo (2010) de Vila Matas he dado con este nombre: Aleister Crowley. Me gusta leer prensa inactual por razones del todo literarias: el tiempo la convierte (o eso me parece a mí) en ficción. Y donde se ponga Ficción que se quite Realidad. Yo no me avengo con aquello de que “a veces, la realidad supera a la ficción”. ¿Me reiré? Lo juzgo una patochada. 
     Ignoraba la existencia del portador del nombre (y el nombre en sí) mentado y también de la secta que aquél lideraba. No (mágicos caminos zigzagueantes los de la literatura) su máxima: “Haz lo que quieras”. La leí en El sendero de la mano izquierda (Fernando Sánchez Dragó). Inmediatamente la hice mía. Lo que ni Dragó ni Vila Matas airean (que yo recuerde) es la segunda parte de la sentencia “diabólica”. A saber: “Tu voluntad es la única ley. La ley es el amor”. ¡Ojo! Cito de ¿des-memoria? San Agustín (siglo V) vino a decir lo siguiente: “Ama y haz lo que quieras”. 
     Enrique: “haz lo que quieras”, sin añadidura, no. Yo acojo en mi seno la Regla Áurea.

domingo, 4 de junio de 2017

265/ Aspiración

Es cosa de ver cómo nuestros esquemas mentales supuestamente inamovibles, un día, se mueven y nos dejan estupefactos. ¿Que por qué lo digo? Por esto: “Conseguida la unidad nacional por los Reyes Católicos, Carlos –que es también el heredero del imperio de los Habsburgo– lleva a cabo una política europea. La presencia de las tropas españolas en Italia conllevará el conocimiento de la poesía italiana por parte de los jóvenes poetas” (Carlos Alvar, José-Carlos Mainer y Rosa Navarro. Breve historia de la literatura española. Alianza Editorial. Madrid: 2005). 
     Subrayaré lo siguiente: la presencia de las tropas españolas en Italia conllevará el conocimiento de la poesía italiana por parte de los jóvenes poetas. 
     La milicia trayendo poesía nueva a España… 
     Pregunto: ¿hallará en este hecho histórico su caldo de cultivo el discurso de las armas y las letras de Don Quijote? Y: ¿los soldados, hoy (ay), leen poesía?