jueves, 17 de diciembre de 2020

342/ Del ¡bah! al ¡beee!

El 4 de enero de este año se cumplieron cien de la muerte de Benito Pérez Galdós. Yo, hoy, lo homenajeo íntimamente leyendo el nº 3 de sus Episodios Nacionales. Este: El 19 de marzo y el 2 de mayo. Ignoro si conseguiré mi propósito. Lo cierto es que no hay vez que lea a tan ilustre canario (y escuche su trino) que no caiga rendido a sus patas. Por la maestría narrativa que siempre demostró. Por su profundidad de miras política y social. Aunque, es claro, he de pasar por alto ciertos errores propios de la época que le tocó vivir para llegar a la admiración. Con `épocas´ refiero la “real” y la literaria. Más la literaria. Por ejemplo: el machismo y la inverosimilitud. 

     Botón de muestra: “Sintiendo el auxilio de la ingratitud, la turba se envalentona, se cree omnipotente e inspirada por un astro divino, y después se atribuye orgullosamente la victoria. La verdad es que todas las caídas repentinas, así como las elevaciones de la misma clase, tienen un manubrio interior, manejado por manos más expertas que las del vulgo” (Episodios Nacionales, primera serie. P., 70. Espasa. Madrid, 2008).

     Otro botón: 

     “–¡Miedo! ¡Que yo tengo miedo! –exclamó el mancebo con un repentino arrebato que le puso encendido como la grana–. ¿A dónde vas, Gabriel?

     –A la calle– respondí saliendo–. A pelear por España. Yo no tengo miedo” (Op. cit. P., 187).

     Gabriel, protagonista del Episodio Nacional que me atarea, habla en sendos botones brillantes y bien cosidos pero en el segundo entra en escena otro personaje ambivalente donde los haya: Juan de Dios. Volvamos un punto a Gabriel. Gabriel es un hombre que abraza dos ideas a priori contrapuestas. De un lado: el rechazo de la actitud borreguil del pueblo que sigue a su líder (o líderes) sin cuestionarse nada. De otro lado: el convencimiento de que hay que luchar, codo con codo con los demás “borregos”, para salvar la patria. Del ¡bah! al ¡beee! sin más fórmula de continuidad que unos cuantos asesinatos callejeros perpetrados en Madrid en 1808…

     Nuestro pensamiento puede cambiar de la noche a la mañana o, incluso, antes. No hay que temer (así lo dicen en Granada. O, ya puestos, en Graná) “naíca”. Al contrario: hasta hay que desearlo. Aquel que adopta una postura inamovible en cualquier ámbito de la vida está condenado a achicharrarse en el fuego no sé si eterno de la caldera de Satán, o qué, del aburrimiento. Ese, creo, no será hombre resuelto (perdónenme las feministas “enfolliscás” que no emplee, aquí, el lenguaje inclusivo. En la próxima ocasión lo haré. ¡Prometido! Pereza, ya saben, mal congénito de varones...).

     Lean a Galdós. Háganme caso. Y déjense de pamplinas seudo-históricas, seudo-novelísticas, que ni lo uno (novela) ni lo otro (historia) son.

     ¿Y ustedes dicen ¡bah! o ¡beee!?

martes, 3 de noviembre de 2020

341/ El maestro Antonio (IV)

LEER Y CALLAR


Este es un post para políticos en ejercicio. Un post para anti-políticos sin ejercicio. Y, finalmente, un post para apolíticos que ni ejercen ni dejan de ejercer nada porque ellos y ellas (la plebe feminista, ya, asfixia un poco: démosle gusto) están por encima del bien y del mal y de lo que se tercie. Un post sorpresivo por traer a escena un texto breve del maestro Antonio sin desperdicio ni (im)permanencia. Digámoslo de este modo: el Santo Grial de la inteligencia dialogante. O: la palabra sagrada del sumo sacerdote de Eleusis que rodeado de Abascales, Iglesias, Monasterios y Monteros habla sin nudos ni pollos en la garganta. Entretanto hay burros que en platós televisivos y tribunas de prensa, y de otro tipo, dan coces a diestro y siniestro… ¡Bah!

     Lean y aprovechen el texto abajo transcrito quienes posean una miaja de sentido común en la mollera. ¿Vendrá alguien, ahora, con la cantilena de “el sentido común es el menos común de los sentidos”? ¡Vade retro, Satana! En ese caso diré: Yo apuesto por lo más común (en potencia) del sentido escasamente común hoy: la palabra ajustada. A ti, ideólogo, te “sugiero” a punta de palabra: ¡Lee y calla!

     La rima es adrede.

     Yo también me callo.

     El texto: 

     “Nadie debe asustarse de lo que piensa, aunque su pensar aparezca en pugna con las leyes más elementales de la lógica. Porque todo ha de ser pensado por alguien, y el mayor desatino puede ser un punto de vista de lo real. Que dos y dos sean necesariamente cuatro es una opción que muchos compartimos. Pero si alguien sinceramente piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos de nada. Ni siquiera hemos de exigirle la prueba de su aserto, porque ello equivaldría a obligarle a aceptar las normas de nuestro pensamiento, en las cuales habrían de fundarse los argumentos que nos convencieran. Pero estas normas y estos argumentos sólo pueden probar nuestra tesis; de ningún modo la suya. Cuando se llega a una profunda disparidad de pareceres, el onus probandi no incumbe realmente a nadie” (Antonio Machado. Juan de Mairena. P., 134. Espasa Calpe. Madrid, 1986).

     Amén.

miércoles, 21 de octubre de 2020

340/ El maestro Antonio (III)

Qué hartura debe atravesar, como cuchillo, al hombre cuando este cae en lo chabacano y deshonroso y áspero y feo y todo en tanto “trabaja”. Repito por lo altini: ¡Qué hartura! Sin duda será, esta, atípica. Acaso demasiado atípica para someterla a moderación. Yo no sé. Lo cierto es que al lector le duelen los ojos cuando se topa con una salida de verso tan basta y espantosa, estéticamente, como la que sigue:


     “Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos (…)”.

     

     Nadie se escandalice con que no me escandalice semejante (ad)verso. Mejor aún: con que lo comprenda. “El ceño de la incomprensión (…) es, muchas veces, el signo de la inteligencia, propio de quien piensa algo en contra de lo que se le dice, que es, casi siempre, la única manera de pensar algo”. Palabra del maestro Antonio (de Juan de Mairena. Espasa Calpe. P., 82. Madrid, 1986).     

     Pues eso: torpón soy. 

     Nadie creerá que la frase arriba copiada y descontextualizada, contextualizada, pertenece al mismo hombre que escribió el poema abajo transcrito (su título: Madrigal al billete del tranvía):


     “Adonde el viento, impávido, subleva

     torres de luz contra la sangre mía,

     tú, billete, flor nueva,

     cortada en los balcones del tranvía.

     Huyes, directa, rectamente liso,

     en tu pétalo un nombre y un encuentro

     latentes, a ese centro

     cerrado y por cortar del compromiso.

     Y no arde en ti la rosa, ni en ti priva

     el finado clavel, sí la violeta

     contemporánea, viva,

     del libro que viaja en la chaqueta”.

     

     El poema sale de Cal y canto. El verso adverso, de Con los zapatos puestos tengo que morir. A ti, sublime Rafael, poeta Alberti de mis entretelas: se equivocó el palomo... (así dirán).

     Yo te perdono. 

viernes, 16 de octubre de 2020

339/ El maestro Antonio (II)

Política y mentira van de la mano. Precisaré para que no se me echen encima los mamelucos (Fernandito Sánchez Dragó los llama “tertuli-asnos”) de cualquier mesa de plató televisivo montado a efectos de crear opinión pública exaltada y escorada. Sobre todo esto último: escorada. Ideológicamente hablando. ¿Ideología? ¡Bah! ¡Con su pan se lo coman! Voy, pues, con la precisión: a menudo política y mentira van de la mano. ¿Correcto? Vale. Sigo.

     El problema es hablar demasiado. O: La hiper-verborrea. O: Hablar cuando habría que callar. Juan Ramón Jiménez escribió: “Lo que más indigna al charlatán es alguien silencioso y digno”. 

     A los políticos: ¡Cállense, reflexionen y aprendan algo, por amor de Buda!

     Tiene, ahora, la palabra el maestro Antonio…

     

     “Se miente más que se engaña;

     y se gasta más saliva

     de la necesaria…”.

     

     Y todavía…

     

     “Si nuestros políticos comprendieran bien la intención de esta sentencia de mi maestro [refiere Abel Martín], ahorrarían las dos terceras partes, por lo menos, de su llamada actividad política” (Juan de Mairena. Espasa Calpe. Pág., 55. Madrid, 1986).

     

     Palabra de Dios.

jueves, 8 de octubre de 2020

338/ El maestro Antonio (I)

No colgar, aquí, el texto abajo copiado se me antojaba inoportuno. Por su literalidad. También por su libertad. O tanto monta: por cuanto denota y connota. El litoral de lo literal (léase: lo figurado) tiene mucho que decir y poco que callar. Perdón por la rima. Podríamos afirmar que en breve procederemos a poner en práctica un sano y, a mi juicio, poco defendido oportunismo. 

     El texto referido habla de “política”, de “políticos”, de “máscaras”...  

     A qué apuntar más. 

     Callo y copio: 


     “Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín –habla Mairena a sus discípulos de Sofística– que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas aparte –añadía–, reparad en que no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedias, en que nadie sabe su papel.

     Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan –que os la impongan– vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan importas e impermeable que os sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara”.


     El subrayado no es mío. Tampoco el texto lo es. ¿Su autor? Antonio Machado. Para más señas: Maestro de escuela. Para más señas aún: Poeta y medio filósofo. El texto ha sido extraído del libro Juan de Mairena (Espasa Calpe. Madrid, 1986). Nadie sospeche de la intencionalidad que nos ha llevado a extraerlo y copiarlo y colgarlo de mil amores aquí. ¿Habrá en España clase más recta que la política? Tenemos unos políticos de estratosférico nivel intelectual y ético. ¡Salta a los ojos! Ellos (añadiré ahora: “y ellas”. Así no se dislocará demasiado la plebe feminista y, de paso, contradigo lo que de machista pueda haber en la literalidad del texto) siempre dan la cara.

     ¡Pero Siempre! 

     Risas. (Este subrayado sí es mío).

martes, 29 de septiembre de 2020

337/ Alberti inextinguible

Mi Rafael escribió en Cal y canto (1926-1927):


     No si de arcángel triste ya nevados

     los copos, sobre ti, de sus dos velas.

     Si de serios jazmines, por estelas

     de ojos dulces, celestes, resbalados.

     No si de cisnes sobre ti cuajados,

     del cristal exprimidas carabelas.

     Si de luna sin habla cuando vuelas,

     si de mármoles mudos, deshelados.

     Ara del cielo, dime de qué eres,

     si de pluma de arcángel y jazmines,

     si de líquido mármol de alba y pluma.

     De marfil naces y de marfil mueres,

     confinada y florida de jardines

     lacustre de dorada y verde espuma.


     Título del soneto arriba copiado: Araceli. Me pregunto cuántas Aracelis habré conocido hasta hoy. Cuántas mujeres con textura (léase: con piel) de piedra. Cuántas, confinadas…

     Haré una breve reflexión. Hay seres que nunca escarmientan de los enterramientos en vida. Se echan la “batamanta” a la cabeza y ya no quieren saber nada del mundo sensible. Ni del otro. Rectifico ahora: a lo mejor del otro sí. Son seres “de mármoles duros, deshelados”, que abundan acá en el valle. El valle, dicen, de la alegría…

     Pero qué alegría.

     Ay.

lunes, 24 de agosto de 2020

336/ La huella de Vila en el valle (II)

Cuántas veces me habré preguntado si no estaré un mal día fuera de la realidad y sin probabilidad de volver a ella. Refiero estando vivo. Lamentable cuestión esta. Muy del lado del escritor de ficción. No tanto del de no ficción. Menos aún, del de auto ficción. Ellos nunca sabrán lo que es crear un mundo paralelo al real e infinitamente más interesante que este pero al mismo tiempo menos proclive a dejar a su artífice a salvo de la enfermedad mental. Ficción literaria y cordura no irían de la mano. Es sabido: hay casos y casos. Ernest Hemingway, Edgar Poe, Lovecraft constituyen algunos extraordinarios.
     Y qué decir del escritor de andar por casa que a pesar de todo acabará como una chota. Nadie habla de él. El genio no siempre desemboca en locura (¿y no será al contrario?). Vale. Hay personalidades e inteligencias e instintos y sensibilidades estandarizados que sí lo harán. La locura ladra "a lo loco". Fíjense: todos los escritores locos han sido, antes de ser mordidos por esa perra, genios. O eso nos han hecho creer. Yo apuesto por esto otro: todo aquel que decida dedicar su vida a la escritura debería considerar la posibilidad, muy seria, de llegar a ser un loco de atar. Y todo sin conocer del genio. 
     ¡Crucemos, por si las moscas, índice y corazón! 
     Escribe Vila en Mac y su contratiempo: “Volver sobre lo sucedido aquel día –acabé averiguando que a la joven le habían comunicado la muerte de un ser querido– me ha hecho ver que aquella transeúnte estaba en la vida y tenía sentimientos y yo estaba, como ella, en la misma vida, pero con menor capacidad de sentir, de sentir de verdad, quizá solo sabía sentir con la imaginación. Y no solo me ha hecho percibir esto, sino que a ella he empezado a verla como una persona admirable y hasta envidiable, porque solo contaba con su vida y nada más, y quizá por eso sentía con tanta verdadera fuerza su dolor, mientras que yo iba dibujando el humo de un mundo paralelo que me dejaba algo incomunicado de la vida real”.
     ¿Algo?...

jueves, 20 de agosto de 2020

335/ La huella de Vila en el valle (I)

Enrique Vila Matas es un autor al que, de un tiempo a esta parte, vengo siguiendo. No solo leo sus artículos (acaso post). También hago lo propio con sus libros. O mejor dicho: con El Libro. Mac y su contratiempo, creo, es obra característica del estilo de Vila y como tal voy a tratarla aquí: con la expectativa del lector “de recorrido” y con la sospecha del escritor "libre". Es decir: yo espero de Vila algo diferente a lo que los demás ofrecen y me doy con algo, por experimentado, no tan original o no tan apropiado para serlo. Aunque la mejor originalidad sea, siempre, la vuelta al origen. Gaudí lo dijo.
     ¡Al lío del monte Pío! No habrá un solo escritor en la Tierra que no se haya formulado alguna vez esta pregunta: ¿Qué significa ser escritor? Muchos habrá, incluso, que no sepan responder a ese interrogante. O no quieran aprender a responderlo. O no puedan (váyase a saber). Sin embargo la respuesta más certera es sumamente fácil de concebir y sencilla de enunciar. No, no, no daré rodeos. La respuesta a tan rimbombante y, en el fondo, vulgar pregunta es una y clara. Esta: ser escritor significa dedicar la vida a no hacer otra cosa distinta de escribir. Lo demás son simulacros y pamplinas. Una cosa es tenerse uno por escritor y otra, muy distinta, escribir sin plantearse si es o deja de ser uno esto o aquello.
     Vila, en la obra mentada, escribe: “ (…) Uno puede pasarse años y años considerándose escritor y seguramente nadie va a tomarse la molestia de ir a visitarle para decirle: desengáñate, no lo eres. Ahora bien, si un día esa persona se decide a debutar y a poner toda la carne en el asador y a escribir por fin, lo que ese atrevido principiante notará enseguida, si es honesto consigo mismo, es que su actividad no tiene la menor relación con la grosera idea de considerarse escritor. Y es que, en realidad, lo quiero decir sin perder más tiempo, escribir es dejar de ser escritor”.
     El subrayado es mío.
     Nótese la ironía: “Escribir es dejar de ser escritor”. No viene todo esto a cuento de ese sinnúmero de criaturas que hoy se dan en escribir sin cuento. A este paso habrá, me parece, más escritores que lectores. Mejor aún: viene a cuento de esos otros que no escriben pero hacen el intento de escribir y debido a ese monumental esfuerzo se tienen por lo que no son: escritores.
     “Escribir es dejar de ser escritor”, además, porque para escribir hay que vivir. Esto piensan algunos. Risas. Y es sabido que los peores vividores que hay sobre la Tierra son los escritores. Alguna excepción habrá. La mayoría encaja en ese perfil malo. Y aquí no habría ironía que valiese. Pero vivir y escribir parecen excluirse mutuamente. O se escribe o se vive. Víctor Hugo escribió (no sé si vivió): “Leer es vivir dos veces”. Vale. ¿Y escribir? ¿No es vivir dos veces escribir? Voy a desahogarme: escribir es vivir infinidad de veces. No dos. No, no, dos no. Insisto: infinidad de veces. Porque el escritor con cada palabra que escribe congrega su ser y también otros seres. Escribir es cobijarse bajo la sombra del árbol genealógico. O, simplemente, podar el árbol genealógico para revitalizarlo. Quiero pensar.
     Quiero pensar que tras el acto creador (escritura) respiran ancestros. No así tras el acto re-creador (lectura). Pero esto es solo una intuición mía. Y las intuiciones, lector paciente, intuiciones son. El gato solo tiene cuatro pies.
     En fin. 

miércoles, 12 de agosto de 2020

334/ Un crimen de "lesa intimidad"

Un poeta es, a menudo y por desgracia, un libro. O mejor (en mayúsculas): El Libro. Aquel por el que medio mundo, y parte del otro, lo conoce y reconoce. Un poeta será, a partir de ese libro, quien escribió (en mayúsculas) El Libro. La Obra según la cual nació un individuo singular donde los haya: un poeta. Marinero en tierra representó y aún representa allá dónde preguntemos a Rafael Alberti. Indudablemente lo representará por encima de cualquier otra obra. Es este un libro bello. E inigualable. Un libro profundo. Un libro musical: medido. Un libro que al lector podrá cambiarle la vida (de lector y la otra).
     Sin embargo algo debió escribir Rafael antes de traer a la luz semejante prodigio poético. Serán versos que en sí mismos recojan la esencia de lo que, más tarde, el poeta del Puerto entregaría al mundo: una poesía elevada al alcance de pocos. Qué guardaría Rafael para ser capaz de fabricar un universo lógico y surrealista que a día de hoy solo Juan Ramón y Federico han sido capaces de igualar o (no es improbable por imposible que parezca) superar. Qué guardaría Rafael Alberti… Qué.
     ¿Serían versos que dirían… 

Al mar
al mar
la serpentina azul de esta canción
Revientan las bengalas
y un cohete pirata asalta las estrellas
Suéltate los cabellos
mi corazón navegará por ellos
Las algas de la noche ya están verdes
y pronto va a volver el sueño

…y todo sin ser, aún, conocido de todos su autor? ¿O versos del tipo…

La noche ajusticiada
en el patíbulo de un árbol
Alegría arrodilladas
lo besan y ungen las sandalias
Vena
suavemente lejana
–cinturón del Globo–
Arterias infinitas
mares del corazón que se desangra

…tan desajustados pero sustanciosos y llenos, ya, de Alberti hasta salirse de madre?
     Lo digo por aquello de que la raíz nunca desaparece. En ocasiones tengo la impresión de que quien hace públicos textos anteriores a la primera gran producción de un autor estuviera cometiendo un crimen de “lesa intimidad”. El publicador, de este modo, humillaría al pobrecito autor. Ocurre con las cartas de escritores. Yo no sé hasta qué extremo debe preponderar el afán de conocimiento a la intimidad que nunca fue escrita para publicarse...
     El caso traído aquí no es “humillante”. Obviamente no encontramos en los versos arriba copiados la maestría que luego demostraría su autor en libros posteriores. Pero tampoco desmerecen. Quizá Rafael haya tenido suerte. Otros, en cambio, no tanto. Quizá él fuera más genial que el resto. Sea como fuere todos cometemos “crimen de lesa intimidad” cuando no nos aseguramos de que lo que estamos aireando responde al deseo del autor de airearlo. Nos reconforta un pensamiento inexacto: que estamos haciendo un bien a la humanidad en perjuicio solo de una individualidad. Y concluimos: no puede ser tan grave. Luego pensamos en los legítimos descendientes del autor cuya intimidad hemos invadido…

viernes, 7 de agosto de 2020

333/ "Todo se olvida"

Carmen. Carmen Guaita. Carmen Guaita Fernández. Pero ella firma de este modo: Carmen Guaita. ¿He dicho ya que en las portadas de sus libros se lee el nombre Carmen Guaita en vez de Carmen Guaita Fernández? Discúlpenme tan socorrida repetición. Lo confieso: la he empleado con toda la idea del mundo. Retengan ese nombre en su memoria. Acudan a los libros que bajo su capa han sido escritos y editados en diversos sellos. O, simplemente, acudan al libro entre los libros de Carmen Guaita. Este: Todo se olvida (Ediciones Khaf. Madrid, 2019).
     Todo se olvida. Literatura de vuelo profundo. Literatura del sentimiento higiénico. Literatura del intelecto al servicio del perdón. Vital, esta, para aquel que desee rendir cuentas a la vida por un afán de obsesiva e impertinente insatisfacción crónica. Probablemente “equivocada” insatisfacción crónica: creemos ser el centro del universo hasta cuando nos percatamos de que hay criaturas más desdichadas que nosotros y, encima, en continuo silencio. Así es: sin decir ni mu. Todavía más: sin que nadie les auxilie por no decir ni mu. Hacía mucho que no leía una historia con tanta carga emotiva y un nivel de escritura tan tan elevado que, según mi juicio de lector siempre hambriento de renglones, roza la pura excelencia.
     Para muestra un botón: “En el transcurso de tu carrera conocerás a muchos como nosotros. Verás que coqueteamos con las mujeres y nos gusta sentirnos deseados por ellas, pero nuestra verdad es otra y por eso damos lugar a malentendidos en las más solitarias y sensibles. En las que son como tú, mi cantarina, herida, introspectiva Allodola. Por tus ojos hinchados y el desgaste de tu voz he visto lo que has sufrido. En tus apuntes sobre los personajes tachaste con rabia la frase `Norma y Adalgisa están enamoradas del mismo hombre´. Has llorado por mi culpa y eso no me lo perdono. Sin embargo me dolería indisponerte contra Bogdan. Es un buen artista, con una gran voz de bajo cantabile, producto natural de su tierra eslava. Dentro de nada os encontraréis por los teatros, será tu Colline, tu Fra Guardiano… Un camarada en escena. Olvida por tanto, y cuanto antes, esta ilusión imposible. El amor llegará a tu vida, querida niña. Y créeme si te digo que ni Bogdan es mi futuro ni yo significo nada en su vida. Simplemente es que, de vez en cuando, me acerco a los espejismo del amor aunque solo me hacen daño” (op. cit. pág., 122).
     El pasaje copiado es una minúscula muestra del arte escritural de Carmen Guaita. Podría decirlo en referencia, ladeada, a la cantidad pero lo digo refiriéndome a la calidad en sentido recto. Ahora haré una breve mención al efecto extremo que la “calidad” provoca. Pocas (muy pocas) novelas poseen la inadvertida virtud de poder salvarle la vida a alguien. Yo me atrevo a afirmar que Todo se olvida tiene ese poder. En dos ámbitos (el segundo es conjetural): en el de la ficción y en el de la vida real. Novela, pues, “divina”. Permítanme la exageración. La estructura externa de la novela acumula e-mails, cartas, apuntes y conversaciones telefónicas (también viéndose, quienes conversan, las caras sin pantallas "móviles" de por medio). La carta nº 52 da cuenta de un suicidio frustrado. El de una ex monja que no halla su sitio en la sociedad y, tras algunas idas y venidas, opta por regresar al convento que una vez la acogió y del que decidió desertar libremente. La salvación de la mujer corre a cargo del nacimiento de un niño sin brazos. Ella no llamará sino María a la madre (primeriza) del niño…
     Carmen Guaita será mujer creyente cuya fe subirá a las tablas del teatrillo de la vida y de la literatura a la mínima oportunidad. En esa carta de ficción (¿de ficción?) la vena religiosa de la autora saldría a escena sin restricciones. A lo largo y ancho de la novela sucedería algo parecido. Pero es en esta carta donde la capacidad de sugestión del sentimiento religioso la percibiría el lector con más claridad e intensidad. Aunque sin llegar nunca al hartazgo. Cualquier ateo o agnóstico disfrutará de esta novela igual que lo hará un creyente convencido o no tanto.
     Otro botón de muestra: “El infierno es un lugar de increíble belleza: una joya cercana al mar donde la brisa despeina y la sombra procede de un volcán que tiene el cabello largo y nevado. La antesala del infierno es una casa palaciega, blanca de cal y de flores, donde todo parece perfecto. Sobre el dintel de su puerta hay una frase de la Divina Comedia: `Dejad toda esperanza quienes entráis aquí´, pero la han escrito con tinta invisible y nadie se da cuenta. Allí la muchacha condenada disfruta de una semana tranquila: visita Nápoles y escucha sus canciones populares, que se le anclan en el alma; un día descubre Pompeya con su hálito eterno; otro, la caldera del Vesubio, bella muntagna. Siempre lleva a su lado, siempre, a dos personas: Mazzé, una mujer silenciosa que actúa como doncella, y René Marugán, el ayudante para todo, con su voz metálica y sus ademanes fatuos” (op. cit. pág., 272).
     Todo se olvida debería ser lectura obligada en escuelas, en Institutos, en Universidades. Habría, creo, que invertir un punto en educación sentimental. La gente del común (mayoritaria) resultamos demasiado ignorantes sentimentalmente hablando. Ya Gustave Flaubert apuntó algo al respecto en el libro La educación sentimental. La protagonista de Todo se olvida (Criptana Senzi) emprende un viaje iniciático a lo humano. En el trayecto encontrará vida y muerte, alegría y tristeza, y lo más puntiagudo: castidad indeseada y sexo deseado y quizá perverso. También, respeto y abuso, cargo de conciencia y conciencia descargada a partes (casi) iguales. Con el apunte extraordinario de que el lector no será menos que la protagonista: igualmente acometerá un viaje iniciático a cuya vuelta ya no será el mismo.
     Criptana Senzi es una diva. Y en la actualidad de la novela, año 2005, residente perpetua en un geriátrico. Su mal: Alzheimer. La carga humana de Todo se olvida reside en la protagonista, en su hermana (Aurora Mateo), y en la monja y después ex monja (Cinta Torrals). Los demás personajes acaparan una humanidad vacilante por momentos o no tan lineal como la de los tres mencionados (todos ellos sublimes). Para Kant lo `sublime´ era “aquello en comparación con lo cual toda otra cosa es pequeña”. El filósofo puso el foco en la cantidad. Yo lo pondré en la calidad. Esta novela la rebosa por los cuatro costados. La cantidad es la que es y no puede ser otra: cuatrocientas ochenta y tres páginas de literatura de alta calidad cálida. En el tratado de retórica Sobre lo sublime, atribuido a Longino, se lee: “Es grande solo aquello que proporciona material para nuevas reflexiones y hace difícil, más aún imposible, toda oposición y su recuerdo es duradero e indeleble. En una palabra, considera hermoso y verdaderamente sublime aquello que agrada siempre y a todos”. La novela de Carmen Guaita agradará, me parece, siempre. La razón es sencilla: su lectura acaba siendo imborrable. Yo no sé si agradará o no a cualquier lector. Sí sé que quien se le oponga debería pensar en matricularse en la escuela de Flaubert…
     Antes he apuntado que Criptana Senzi es una diva. Esto significa que el conocimiento operístico está presente en la novela desde la línea primera hasta la última. Ojo: ¿Qué autor se molestaría en poner al final de su libro, a modo de notas aclaratorias, una lista con los personajes y con las personas de carne y hueso (y no solo de imaginería) que interpretan o han interpretado ópera en todo el mundo para que al lector le quede claro cómo canta la protagonista y otros personajes de aquel? ¿Pocos? ¿Ninguno? Carmen Guaita lo hace. La voz de Criptana Senzi es la de “cuatro cantantes legendarias” de ópera. Una: Renata Tebaldi. Otra: Leyla Gencer. Otra: Pilar Lorengar. Y la última: Rosa Poncelle. Acabaré este post con una fórmula que quiere ser quiasmo (y ley metafísica): Todo se olvida si se recuerda todo. 

viernes, 31 de julio de 2020

332/ Cantad, cantad, benditos...

Su Divina Gracia A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada reflexiona sobre la ley de acción y reacción en el libro Samsara (La rueda del destino). Su Divina Gracia es fundador de la Asociación para la Conciencia de Krisna. Ello no le resta una pizca de credibilidad. Tampoco se la da. Este señor es (o fue. Falleció en 1877) quien es o fue y yo, lector, soy quien soy exclusivamente. Todavía vivo y coleo. ¡Y que sea por muchos calendarios! Jesús de Nazaret me oiga.
     Entre los estantes de mi librería solo hay un libro cuya autoría pertenece a Su Divina Gracia: el mencionado más arriba. He dicho: “Pertenece”, como si la autoría fuese algo material, y no. ¡Pero re-no! Es algo espiritual. Justo sobre esto escribe el autor del libro traído, aquí, a colación: lo material y lo espiritual eternamente enfrentados. Recurriré al latín (más bello): lo material y lo espiritual enfrentados per saecula saeculorum. Parece cierto que toda evolución lleva consigo aparejada algún tipo de involución. O dicho de otro modo: que todo progreso produce retroceso. 
     Veamos qué dice al respecto Su Divina Gracia…

     KARMA, LA LEY DE ACCIÓN Y REACCIÓN     

     Cuanto más se canta, más se disipa la oscuridad de muchas vidas. (…) Por el hecho de cantar, podemos limpiar el polvo del espejo de la mente y percibir las cosas de forma muy definida. De esa manera, sabremos lo que somos, lo que es Dios, lo que es el mundo, cuál es nuestra relación con Dios, sabremos vivir en este cuando, y cómo será nuestra siguiente vida. Esa clase de conocimientos no se enseña en las escuelas; ahí solo se enseña a fabricar o a adquirir productos para la complacencia de los sentidos. Existe una ardua lucha constante, la lucha del hombre por dominar la naturaleza material. Sin embargo, por cada comodidad que logra producir, hay un inconveniente que la acompaña. (…) De modo que estamos desperdiciando nuestro tiempo en construir muchísimos dispositivos que nos brindan una comodidad temporal y artificial al precio de una cantidad proporcional de inconvenientes. Todo esto es parte de la Ley del Karma, la ley de acción y reacción. Para todo lo que hacemos hay una reacción por la cual nos enredamos.
     
     Me lo temía: lo que parecía cierto es, en realidad, verdadero. A cada paso que damos hacia adelante le siguen dos hacia atrás. Esto en lo espiritual. No en lo material. Nuestra saca está rebosante por momentos (la que lo esté. Ay). Nuestro corazón, no. Y nuestra alma, menos. Tendríamos que hacer algo para arreglar tan horrible situación. ¡Tate! Su Divina Gracia A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada lo dice alto y claro: cantar.
     Cantemos, pues, y bailemos al son del cante.
     Yo propongo esta aria de Mimí en La Bohème de Puccini: “Vivo sola, solita, en una habitación pequeña/ desde donde miro el cielo,/ mas cuando llega el deshielo,/ el primer sol es mío,/ el primer beso de abril es mío…”.
     Aquel que posee “el primer beso de abril” y “el primer sol” posee, ya, mucho. Incluso más de lo imaginable. Posee, por así decir, la vida. 

lunes, 27 de julio de 2020

331/ Extremos irreconciliables

A veces en la vida hallamos dos actitudes enfrentadas entre sí: la de quien lo quiere todo y la de quien no quiere nada. Entre ambas cabe un mar de posibilidades actitudinales. Sin embargo el interés a menudo recae en los extremos. En el caso que nos ocupa, estos: el del individuo agonía y el del espléndido. Ejemplo de agonía: el especulador. O aquel que teniendo dinero a escala industrial quiere más y más y más y para ello no duda en perjudicar al prójimo con el propósito último de beneficiarse él. Así consigue amasar una fortuna. Ejemplo de espléndido: el misionero. O aquel que lo da todo en favor del prójimo sin pedir nada a cambio. Este es el santo actual. Lo digo con la extraña certeza de que no puedo equivocarme. Los misioneros (y los científicos) merecerían todas las condecoraciones y premios habidos y por haber. Y no (y no solo) el artista o el actor o el escritor o el periodista de turno. ¡Bah!
     Pregunto: ¿Por qué no se premia al misionero? ¿Por qué no, a quien aporta a la sociedad en un día más de lo que cualquier artista (o periodista. O escritor. O actor) llega siquiera a soñar con poder aportar no ya en uno sino en muchos (en muchísimos) años? Las manos del misionero más mediocre rivalizan en dignidad con las del mejor intelectual y con las del mejor obrero. En algo aventaja aquel a estos dos: su intelecto está al servicio de la comunidad de que no forma parte natural y de toda la humanidad que sufre de soledad, de hambre, de frío. El misionero alfabetiza. Él aporta modelos “nuevos” de ética que en determinadas sociedades tienen capacidad para preservar alientos. También, de organización social. También, de vida. Él predica…
     (Lo sé. Pero en este caso la Iglesia lleva a cabo una labor admirable. África e Hispanoamérica tendrán algo que decir al respecto).
     Cambiando, ahora, de tercio (pero no de tema) diré: quiero creer que para mi admirado Joaquín Sabina negar es desprenderse. Canta Joaquín: “Lo niego todo, aquellos polvos y estos lodos. Lo niego todo, incluso, la verdad”. Abro paréntesis. Tengo entendido que la letra de esta maravillosa “coplilla” corre a cargo de Joaquín Sabina, José Conejero y Benjamín Prado, quedándome yo al saberlo más planchado que un pañuelo. Cierro paréntesis. Y quiero creer que para Javier Gomá Lanzón quererlo todo es afirmar. Javier escribió en el micro-ensayo titulado ¡Lo quiero todo! e incluido en el libro Filosofía mundana (Galaxia Gutemberg) lo siguiente: “Y entonces se me ocurrió lo que dice determinado personaje de una novela de Jane Austen: que `por haberme comportado prudentemente en la juventud, me voy haciendo romántico con la edad´. Por supuesto, no tengo intención ni mucho menos de renunciar a cuanto ya he elegido, ¡no tengo intención de renunciar a nada! Pero recuerdo que la gente me decía: `No lo puedes tener todo; tienes que elegir´, y ahora estoy en condiciones de responder a la gente y responderme a mí mismo con potente voz: No, no quiero elegir. ¡Yo lo quiero todo! (…) Lo grande y lo menudo, la ebriedad y la rutina, la pasión y la felicidad, el placer y la virtud, la vulgaridad y la ejemplaridad, la vocación y la profesión, esta vida y la otra, la altura y el peso, la gravedad y la gracia, la ingenuidad y la lucidez, la experiencia y la esperanza, la altura [¡pero ya lo sabemos!] y la profundidad, el norte, el sur, el este y el oeste (…).
     Aquí Gomá está, creo, sembrado. En estas líneas da muestras de una actitud contraria a la exhibida en otros micro-ensayos y deja en entredicho algunas de mis palabras a contra-Gomá (de corazón, Lanzón, de corazón lo digo). Justo es reconocerlo y así lo hago. Bravo, Javier, por este cambio de aires. Como suele decir nuestro “Loco de la colina”: “Mi gratitud, hermano, sea contigo”. De “hermano” en adelante es añadido mío. Me parece. 
     Yo milito en el equipo de Joaquín. Por consiguiente: lo niego todo. O sea: no quiero nada. Solo vida. Solo tiempo. Solo amigos…
     Solo literatura.
     Y en esas seguimos.

martes, 14 de julio de 2020

330/ No te lo crees tú ni harto de "Malafollá"

A colación del micro-ensayo (pero no tan micro) Visión culta y corazón educado. Lecciones de la crisis, encastillado en el libro Filosofía mundana (Galaxia Gutenberg), de Javier Gomá Lanzón.

Dice un viejo proverbio chino: “Nunca mates una mosca sobre la cabeza de un tigre”. Hablar mucho y sin control, hacer o deshacer a nuestro antojo, capitanear un barco o salir sin un rasguño de una pelea a muerte: aventuras y desventuras del hombre. Ojo: del hombre (no del robot). Quien nunca lanza ganchos a izquierda y derecha ni ordena que alguien agarre el timón de un barco ni da rienda suelta a la verborrea de bocachancla trasnochado no sabrá, a su pesar, lo que es vivir. Hay un caballero Gomá de la estirpe de los Lanzón que parece metido en salmuera a juzgar por la frialdad y el falso autocontrol de que hace gala y que, casi siempre, conduce a la represión mudada en zambombazo. Seguro estoy: este caballero no mataría una mosca sobre la cabeza de un tigre ni tampoco sobre la punta de un iceberg.
     Pienso. 
     Léanse estas líneas de don Javier referidas a la penúltima crisis económico-social sufrida por todo hijo de vecino: “La educación del corazón se ha manifestado en la ausencia de violencia callejera, el estoicismo crítico entre los recortes sociales, el perfecto funcionamientos de densas redes de solidaridad con los perjudicados o la admirable superación empresarial (…) Lo cual tiene aún mayor mérito si se tiene en cuenta la negligencia de una opinión pública dominada por el histerismo atolondrado y el papel desempeñado por el estamento intelectual, la gran decepción del drama”.
     ¿Ausencia de violencia callejera? ¿Redes solidarias perfectas? ¿Admirable superación empresarial? ¡Cáspita! Estaría alto el guindo…
     Pero todo no van a ser bofetadas con la mano abierta (en sentido metafórico). También hay caricias que de vez en cuando se materializan en el careto del intelectual de turno. Venga, Javier, vaya ahora para ti una merecidísima por estos renglones tuyos tan ilustradores (e ilustrados. ¡Albricias!):  “Hemos visto cómo (…) el coro de intelectuales que surcaron con júbilo y desenfado las olas de la prosperidad, al llegar las horas malas, olvidados del éxito colectivo, se abandonaron a una orgía de censura en todas las direcciones, censura de cortas miras y condicionadas por la posición ideológica y la circunstancia personal del opinado de turno, quien, con las enormidades enfáticas que profería, aumentaba la angustia y la desesperación de la desconcertada ciudadanía alentándola a buscar chivos expiatorios en los que tomarse venganza”.
     Chapó. La ideología no es buena. Totalmente de acuerdo.
     Ahora otra bofetada. Escribe el caballero Gomá: “De súbito, se disparó el índice de culpabilidad de los otros (…) Primero, las instituciones: partidos, sindicatos, comunidades autónomas, la Unión Europea, el mercado o Alemania. Pero siempre que se pudo se prefirió la personalización del odio: la casa real, los funcionarios, lo políticos, los banqueros”.
     Sí, hombre, sí. Lo que tú digas. No te lo crees ni harto de Malafollá, crianza de 2009, un tinto granadino de lo mejorcito que ha dado la tierra del moro Boabdil.
     Aquí, Javier, la has pifiado ¡pero bien! Ay de ti.
     Haré un alto en el camino en esos tres nobilísimos caserones: a) La casa real, b) los políticos, c) los banqueros. Los funcionarios son unos mandados. Dejémosles hacer su trabajo lo mejor que sepan o puedan. Y a los flojos ¡que les zurzan! Yo no sé si será la mayoría o no.
     a) La casa real víctima del odio. ¿De qué odio? ¿De quien no llega a final de mes? ¿De quien no es tontaina y se da perfecta cuenta de cuanto sucede en este país (¡se dice España!)? Si yo fuera el “ciudadano Borbón” (frase acuñada por un comunista republicano que vestido con un impecable trajecito y una formidable corbatita aplaudió alegremente al monarca no hace mucho: Alberto Garzón) haría mi maletita forrada en piel de cordero e intentaría imitar al señor Fox. Eso sí son unas vacaciones con gastos pagados como Dios manda. Y no las que tiene ahora, también con gastos pagados, pero no tan buenas porque debe hacer como quien trabaja un poco…
     b) Los políticos víctimas del odio. ¡No me lo puedo creer! ¿Han hecho algo merecedor de semejante sentimiento autodestructivo? ¿Han sido corruptos? ¿E inmorales? ¿Sí?… ¿Una miaja?… Vaya. Yo a los políticos les aconsejaría que fuesen al Instituto de Pensadores Orientales. Un poquito de Lao Tsé por acá, un poquito de Confucio por allá, un poquito de Xiaoping por acullá y ya tenemos hecho el milagro de la Iluminación. Estoy seguro.
     c) Los banqueros víctimas del odio. Cuidado: “banquero” no es sinónimo de “empleado de banca”. Mucho anestesiado hay, ahí fuera, que así lo cree. En granaíno: Animalico. Mi recomendación para los banqueros es que viajen a países del África profunda o de Latinoamérica en(red)ada. Yo no he viajado a ninguno de esos lugares. El hecho inobjetable de que no soy banquero me justifica. De ese modo se curarían de espanto. Como los españoles nos hemos curado, alguna vez, gracias a ellos. ¿Serán los banqueros unos mártires de la posmodernidad?
     Yo no sé en qué mundo vive Javier Gomá Lanzón. Yo sí sé que debe ser uno muy alejado del de otros muchos mortales como el menda lerenda: incultos, sí, pero de corazón educado. No helado. Y es que no hay ejemplo más palpable de lo que, de un tiempo a esta parte, vengo tratando de decir en este sacrosanto espacio para la libertad mía (que no liberticidio mío. O eso espero. Sopitipandos): la decepción grande que me ha supuesto descubrir a un pensador que me fascinó en una entrevista televisiva y al que, una vez leído, no hallo más gracia que la del lenguaje elevado al servicio de unas ideas (que diría mi amiga Analba) insulsas de toda insulsez.
     Estimado lector: no te dejes convencer por las apariencias de momento y vistazo cortos. Ponles freno. Echa mano del refranero español: “Aunque la mona se vista de seda…", del Opus Dei se queda, o similar.

jueves, 9 de julio de 2020

329/ Las Hermanitas de la Caridad Mediática

OPINIÓN

Haré de mi capa un sayo. Desde que amanece apetece. Pero, primero, dos aclaraciones no por sabidas menos pertinentes. Una: No estoy a favor del insulto. Y dos: No estoy en contra del insulto. Ahora una tercera aclaración referente a las dos anteriores: No trato de tomarle el pelo a nadie. Cuanto voy a decir, aquí, va a misa de ocho. No admito que se dude de mi palabra escrita por una sencilla razón: Porque es imposible que se la lleve el viento malo de la hipocresía. Lo juro: ¡Por estas! De modo que atiéndanse a las tres negaciones arriba apuntadas (una: No al insulto. Dos: No al no al insulto. Y tres: No a la tomadura de pelo). ¿Está clarita el agua? Pues eso.
     Voy ya, pues, al meollo del insulto. Perdón: Del indulto. Perdón otra vez: Del asunto. Se me encasquilla el sustantivo. Después de todo el asunto es el del insulto. Una pregunta previa: ¿Por qué la gente se indigna tanto cuando alguien (que hace gente) la insulta? Y otra: ¿Qué es eso de insultar? El DLE (Diccionario de la Lengua Española. Desarrollo las siglas traídas a cuento aquí porque, de seguro, habrá quien las desconozca) dice que insultar es lo mismo que ofender. Vale. ¿Y qué con eso? Pues que insultar equivaldría a humillar el amor propio o la dignidad de alguien o ponerlo (a ese alguien), de hecho o de palabra, en evidencia. Muy bien. ¿Y por esta insignificancia tanto `tonto´ con micrófono delante o pegado al pecho rasurado la tarde antes protestando como si no hubiera un mañana? Yo no creo que sea para eso. Digo: Para tanto (acaso propio de `tontos´). El insulto es una palabra resguardada bajo la capa de una evolución etimológica tan digna de estudio como la de cualquier otro término biempensante. En el fondo embarrado de la cuestión hay un ego sublimado (la expresión se la debemos a Alejandro Jodorowsky. El chileno se la aplicó a su buen amigo Fernando Sánchez Dragó). Nada más. Pero nada menos. Nadie está por encima del bien y del mal. Cualquiera puede caer en las garras del insultador. Y, claro, salir fuertemente arañado. Ay, qué pupita mala me han hecho insultándome, por qué a mí: ¡Por qué! Eso no significa que el insultador no esté haciendo un uso legítimo, y hasta rico-riquísimo, del español. Si español es. O si en español habla y/o escribe. Sin embargo se le acribilla (sobre todo en los medios: Nidos de `chupópteros´ creciditos que pasaron por la Facultad de Comunicación o de Empresariales o de Economía o váyase a saber de qué y se consideran a sí mismos salvadores del mundo: Articulistas y columnistas y otras criaturas de lomo un punto (con be) basto y pelaje a modo de alfileres en punta. Dragó (tan periodista él) llama a estos últimos `tertuliasnos´. Nótese la ocurrencia: Una composición con dos términos (tertuliano y asno). Da eso: `Tertuliasno´. Algún bloguero hay también por ahí que no se escapa ni con alas de avioneta. Más ahora que son los propios periodistas (yo lo soy: Me titulé en Periodismo) quienes soportan el peso y poso de las palabrejas de turno que otros lanzan como lanzas envenenadas al prójimo. No oigo yo a estos hacer autocrítica cuando sueltan por el micrófono o en negro sobre blanco una (en andaluz) jartá de imbecilidades ideológicas con el fin único de derrocar a quien esté moviendo los hilos de no sé qué empoderamiento. Este es el periodismo que tenemos hoy. No busca él, no, la verdad. Quédese eso para la Filosofía. Ahora lo que se estila es el buenismo, la corrección política, el ensanche del ego y vaya usted a por uvas si no le gusta lo que digo o escribo. Graciosísimo todo. Para mondarse de risa. Y no menos repugnante de toda repugnancia. Yo (miope) lo entreveo así: Un periodista puede hacer uso de la libertad de expresión pero un nini, carne de red social, no. Que alguien me lo explique.
     Diariamente “veo” a periodistas hacer política en vez de periodismo. Esto para mí es insultante. Diariamente “veo” a periodistas utilizar el insulto fino como medio para lograr un fin. Ejemplos de este tipo de insultos son: `Hortera´, `ruin´, `zopenco´. Ejemplo del fin que persigue el insulto es este: Echar por tierra o arrojar cuchilladas traperas a alguien. 
     Yo tengo el insulto por ejemplo vivo de riqueza lingüística independientemente del significado que arrastre. La capacidad de insultar no la tiene la palabra o expresión en sí. Esa debe otorgársela el insultado. No insulta quien quiere sino quien puede. Mis disculpas: Retiro la soplapollez que acabo de escribir. El periodista no es Dios. Los Medios de Comunicación de Masas no son el Olympo. Por consiguiente (así diría el muchacho que, me dicen, iba a la antigua Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla con la zona de carga de la furgoneta atestada de cántaras de leche allá por la década del sesenta. Un tal Felipe González Márquez) no son intocables y no son, desde luego, Hermanitas de la Caridad Mediática. Ojo: Tampoco los políticos lo son. Cada palo aguante su vela
     (Una lista de insultos maravillosos podría ser la siguiente: 1. `Mamacallos´; 2. `Abrazafarolas´ (su padre fue periodista: José María García. Alias `Butanito´. Un `enterao´ muy crack); 3. `Gaznápiro´; 4. `Besugo´; 5. `Mentecato´; 6. `Estulto´; 7. `Chiquilicuatre´. ¿Sigo?).
     Los medios y sus biempensantes a sueldo se rasgan las vestiduras sin razón. Yo no utilizo insultos en mi día a día. Y no me quedo a gusto. Para compensarlo diré que me aplico los de `piltrafilla´, `gazmoño´ y `tocapelotas´, así: A secas. ¿Habrá algo más liberador en el mundo que insultar y que le insulten a uno para acabar desembocando en la realidad de las cosas (o de la cosa asignada)? Quien haya buscado en el DLE `mamacallos´ y `gazmoño´ estará en el buen camino (el de apreciar el valor del insulto elegante). ¡Mi enhorabuena!

jueves, 2 de julio de 2020

328/ Perimengano

Hoy me ha dado en pensar que no somos tan libres como querríamos. Parece que todo estuviera fijado de antemano. Una comida. Un paseo nocturno bajo la luz de la luna (o del tendido eléctrico público. Total…). Una cita. Un lío. Una discusión. Un campo de amapolas. Una alegría. Una sinrazón. Un reloj de cuarzo suizo. Ah, el tiempo, qué de sinsabores nos provoca el tiempo. Y, algo todavía peor, la originalidad. La lista podría ser infinita. Quién sabe.
     Haré un alto en el último apunte: la originalidad. Pregunto: ¿adónde fue? ¿Qué ha sido de ella? Yo no sé hasta qué punto existe, ha existido, existirá. No tengo la más remota idea. Hay quien afirma que existe. Estos la habrán visto. Otros dicen que solo existe a medias. Otros la niegan rotundamente: jamás existió. Y lo que no existe no puede llegar a existir. Obviamente estos no la habrán visto ni por casualidad. Pregunto: ¿qué está pasando con la originalidad literaria? ¿Es tan difícil de conseguir como pronostican algunos lumbreras (yo entre ellos)? ¿O resulta más fácil hallarla de lo que nos creemos? No sé, no sé, no debe ser muy fácil cuando nadie (o casi nadie) la pone en práctica. Sin el “casi”. Últimamente tengo la impresión de que todas las novelas que leo son la misma novela. La coincidencia va más allá del ámbito de la forma (con ser este, ya, agobiante). Ideas que se repiten hasta el hartazgo. Argumentaciones simples y mega extendidas. Tramas clonadas. Personajes “espejo”. Caracteres igualitarios (o igualados). Anécdotas semejantes cuando no idénticas. Como diría Jodorowsky: para qué seguir. Un despropósito todo.
     Antonio Gaudí, dicen, dijo: “La mejor originalidad es la vuelta al origen”. Tenía razón. El mejor arquitecto de la Historia de la Arquitectura tenía razón. Una novela es un entramado de elementos que debidamente ensamblados acaban conformando una construcción en construcción. ¿Se imaginan un pueblo o una ciudad o un país con los mismos edificios a todo lo largo y ancho? Antes he dicho que pertenezco al grupo de lumbreras que “intuye” que la originalidad no existe. Diré, ahora, que ella posee algo de lo que enorgullecerse grandemente: ha existido. A todos se nos vienen a la cabeza títulos de novelas originales (las novelas. No los títulos). Vale. ¿Qué pasó después? Pues un tren con aspecto de veloz (tan aerodinámico él) y una maquinaria fabricada en China y ruidosa y lenta y contaminante a más no poder: la Posmodernidad. Me desahogaré un punto: ¡al cuerno con ella! Fue entonces cuando las novelas empezaron a clonarse unas a otras hasta extremos insospechados. Yo no hablo de plagio. Yo hablo de intertextualidad. Lo que me quita el sueño es: ¿llega a ser esta (la intertextualidad) reflejo de falta de capacidad del novelista o, por el contrario, de su conocimiento libresco? Yo no sé. Me rasco el cogote. Miro al cielo. Suspiro. Me pregunto: ¿será la época? ¿Será la globalización? ¿Será, en definitiva, el realismo? Uf. Qué desidia.
     De todo esto da cuenta en el libro Cumpleaños el único novelista cuya obra íntegra es original: César Aira. ¿Cómo lo consigue? Obvio: dando la espalda al sacrosanto Realismo. No solo al Realismo en sí. También al sistema que soporta el Realismo en sí: el de los “rasgos circunstanciales”. Lo explica el propio Aira en este pasaje de su novela: “A la larga me di cuanta de dónde estaba el problema: en la que se ha llamado la invención de `rasgos circunstanciales´, es decir, los datos precisos del lugar, la hora, los personajes, la ropa, los gestos, la puesta en escena propiamente dicha (…).
     En realidad no tengo nada contra los rasgos circunstanciales. No tienen nada de malo, al contrario, les agradezco casi todas mis mejores lecturas. (…). El autor inventa un personaje, y para hacerlo actuar en la ensoñación consiguiente, la ensoñación-novela, tiene que hacerlo caminar por una calle, o quedarse sentado en un sillón, entrar a una casa, seguir el vuelo de una mosca, sentir frío o calor, en ese momento ladra un perro, canta un gallo, la ventana está entreabierta, o abierta de par en par, o cerradla corbata es… verde… Muy bien, muy bien. Todo eso, y mucho más. hay que hacerlo, no queda más remedio. ¡Pero que lo haga otro! (…)”.
     Sí. Que lo haga otro. Y que nosotros hagamos otra cosa. Aventurémonos. No agachemos la cerviz para que nos pongan el yugo del Realismo. A estas alturas de la película (de Charlotte) no creo sea muy hacedero pero dicho queda. Somos la copia de Jim Carrey en El show de Truman.
     Señores novelistas: imaginen, fantaseen, jueguen. Háganlo, por amor de Buda, de una vez. Sabemos cómo vive y piensa y qué siente Fulano y Mengano y Zutano porque nosotros mismos somos Zutano y Mengano y Fulano. Inventen ustedes a Perimengano. Para ello no es necesario desembocar en la ciencia-ficción ni en las utopías. Basta con eso: querer jugar. La mejor literatura de todos los tiempos, la infantil (no la juvenil. La infantil), juega e invita a jugar al lector continuamente. Imítenla. Digo: ya que la originalidad no es posible. Qué hartura (que no altura), Padre cura, ¡qué soberana hartura!

jueves, 25 de junio de 2020

327/ Ponerle puertas al campo

¡Bendito sea Gautama! Llegó el ansiado momento. Me dispondré a hacer aquello que creo debo hacer cuando algo me parece injusto: denunciarlo. En el sentido de "dar noticia de ello" (DLE). De modo que allá voy: ¡Ancha es Castilla! El señorito Gomá Lanzón echa leña al fuego de la homosexualidad del modo más infeliz en su micro-ensayo La domesticación del Romanticismo. O sea: no queriendo ver la realidad. Un filósofo que no quiere ver es un filósofo infeliz. Ya lo dice el dicho popular: “No hay más infeliz que quien no quiere ver”. Tampoco creo que lo popular esté dentro del universo mental del señorito Gomá Lanzón. La fe, sí. Y eso que la fe es popularísima.
     ¿Pero cómo hace este crédulo “torpón” para venir a decir: la homosexualidad no es más que una opción equivocada y evitable? El hermano Romaguera habría introducido la respuesta a esa pregunta de un modo directo: “Yo te diré…”. Díganos, hermano, díganos: somos todo oídos. Y el hermano Romaguera habría dicho algo parecido a lo que el señorito Gomá Lanzón ha escrito: “Cuando nace el yo moderno (…) el conflicto social es inevitable. Porque la sociedad reclama la integración de ese yo individual dentro de la economía productiva –oficio y casa, producción y reproducción– mientras que él anhela (…) seguir con fidelidad las leyes de su corazón. Desafía el orden constituido, que se le presenta como una amenaza (…), y a la postre sucumbe aplastado por el superior peso de la inclemente mayoría social. Para narrar ese conflicto se inventa (…) la novela moderna. Desde Cervantes a Thomas Mann las novelas recrean con mil variaciones esa conflictividad no resuelta.
     (…) Las dos opciones en pugna son: de un lado, la ética del trabajo y las reglas del matrimonio burgués (oficio y casa); de otro, una vida (…) elevada y apasionada, los derechos del artista genial y los deseos infinitos del corazón”.
     Y aquí parece querer concluir no ya como un señorito Gomá sino como todo un caballero Lanzón (lanzado): “El primer amor de Thomas Mann, muchacho de catorce años, Armins Martens, (…) humilló los delicados sentimientos [de Thomas] (…), lo que le llevó [a Thomass] a replegarse en sí mismo aún más que antes. (…) Diez años después empezó a tratar a Paul Ehrenberg (…), el novelista era ya un hombre seguro de sí, (…). En 1901 escribe a su hermano Heinrich que ha descubierto en sí `una felicidad sentimental indescriptible´ (…) que le había enseñado `que en [su] vida todavía queda algo sincero, cálido y bueno y no sólo la ironía, que en [sí] aún no todo se había visto devastado, desnaturalizado y carcomido por la maldita literatura´. Esta experiencia personal será decisiva para la superación del Romanticismo, por que en ella el artista lúcido, en lugar de desdeñar ese lado `sincero, cálido y bueno´ de su corazón en nombre de la fría pasión de la literatura, maldice de ésta y extiende confiado los brazos para palpar la `felicidad sentimental´ como lo haría cualquier burgués ingenuo. Ya no más opciones vitales incompatibles, o el arte o la vida (…). Como congruente culminación de este proceso, en 1905 Thomas Mann contrajo matrimonio con Katia Pringsheim, hija de un adinerado profesor judío (…)”.
     Por fin concluye más abajo: “[En] Tonio Kröger [novela de Mann], [Tonio] revela a su amiga [Lisaveta Ivanovna] que el arte proporciona lucidez al artista pero que él se halla fatigado de esas `náuseas de conocimiento´ que estragan lo humano residente en él”.
     Ya está. Fin del intratable texto. Uf.
     Yo lo “veo” así. Yo lo entiendo asá: el señorito Gomá "Lanzado" no acepta una verdad incuestionable: que el corazón tiene razones que la razón no entiende. No como la mía ni como la de otros muchos que sí las entienden (las razones del corazón). La suya estará en menesteres de pelaje más académico. O más frío. O más abstracto. O más inhumano. Yo no sé.
     En granadino: ¡Pobretico!
     Nótese que la homosexualidad se relaciona con el Romanticismo en tanto que la heterosexualidad con el Realismo. O lo que es idéntico: la homosexualidad con el arte y la heterosexualidad con la vida. ¿Exclamaré ¡chapó!? Nótese que la homosexualidad es una “amistad homoerótica”. Ahora sí exclamaré algo: ¡Tócate los óvalos! No: la homosexualidad es homosexualidad. Esto hasta donde a mí se me alcanza. Nótese, además, que renunciar a la homosexualidad supone abrazar `lo sincero, cálido y bueno´. No: a quienes son homosexuales les sucederá justo al revés. Yo no lo soy. Nótese, también, que el final de todo el proceso es uno y solo uno: la renuncia por Thomas Mann del amor homosexual en favor del heterosexual. ¿Pero qué proceso, caballero de largos y empañados lentes, tan filósofo y miope a la vez? ¿Quiere decírmelo? No hay proceso que valga. Hay realidad valedera. Ni siquiera romántica. Valedera. Yo diría que hasta realista. Métaselo en la cabezota, señorito Gomá Lanzón, de una santa vez. Seguro estoy de que el adjetivo `santa´ será de su agrado. La homosexualidad no es una enfermedad ni un desvarío ni una opción equivocada por más que su brillante mente de filósofo crea lo contrario. Igualmente lo cree la del Papa Francisco. ¡Asombrado estoy! ¿Francisco con ideas del Opus (tan perversas ellas)? Usted concluye su micro-ensayo de este modo: “El lema de la nueva época no será otro que aquel que se dio a sí mismo Goethe: `Limitarse es extenderse´". ¡No me diga! Pues usted debe estar en todas partes (como Dios). Querrá imitarl(e). Sí, por más que le escueza, género neutro. “Limitadito con sifón” lo veo, amigo mío, de los que ya no hay. Digo: filósofos. Limitarse es ponerse uno límites. Limitar es poner uno límites a los otros. Usted parece querer ponerle puertas (límites) al campo. Federico concibió el mejor octosílabo de la historia de nuestra poesía: “Verde que te quiero verde”. Y que entienda quien pueda. 

lunes, 22 de junio de 2020

326/ Las tragicomedias del escritor

     Tragicomedia nº 1 (La familia y la sociedad no valoran su trabajo)

     César Aira escribe en el libro Cumpleaños (Literatura Random House): “El éxito nunca me importó… Eso lo dicen todos, y suele no ser cierto. A mí me importó bastante, pero solo para tener la justificación familiar y social que me permitiera seguir escribiendo. De otro modo tendría que haber seguido haciéndolo en secreto, lo que habría sido deprimente”.
     Lo verdaderamente terrible, para quien escribe, es necesitar una “justificación familiar y social” que le permita seguir escribiendo sin distracciones. El resto de la humanidad que no escribe no lo entenderá. O quizá sí. Yo no sé. La otra parte lo sufre. Y es aniquilador. Socialmente el escritor no está visto con buenos ojos. Solo lo estará si ha publicado y alcanzado popularidad en los medios o en círculos más o menos cerrados o ganado algún certamen prestigioso o en vías de serlo. Si no es el caso, será tenido por un holgazán, o lo que es peor: por alguien con “pajaritos en la cabeza”. Qué graciosa expresión. A mí me la han colgado de la chepa una que otra vez. Como si fuera un castigo: la mala baba que chorrea da para llenar una palangana. ¿Vivir para contarlo? No. Vivir (vivirlo) para creer. O mejor: creerlo. Nadie sabe que la frase no es un castigo sino un premio. E cosí
     El sentido economicista de la sociedad actual no permite respirar a gusto a quien considera el arte una actividad por encima de (casi) todo. Luego hay algún filósofo Cum Laude que razonablemente demuestra el acierto de la postura contraria. Por ejemplo: Javier Gomá Lanzón. ¡Con su pan se lo coma! Habrá ocasión de poner en negro sobre blanco lo que este humilde pajarero cuerdo y servidor de nadie piensa sobre algunas ideas del caballero Gomá Lanzón. Ahora haré un pareado: qué decepción.
     Y oye: me he quedado tan pancho.

     Tragicomedia nº 2 (Él no es como los otros)

     Aira escribe más abajo: “Fuera de la literatura, me era en extremo difícil vivir, así que no dejé casi nada fuera. Aun así, al mismo tiempo, todo está fuera, desde que me levanto hasta que me acuesto, porque tengo que vivir como todo el mundo”.
     En efecto. El escritor tiene que vivir como todo el mundo. Y el escritor no puede vivir como todo el mundo. Es decir: le cuesta vivir como todo el mundo. Esto, creo, lo entiende hasta el perro pachón de la familia. ¡Para el carro, Javielito, no corras tanto: “a donde tienes que ir es a ti mismo” (Juan Ramón lo dijo)! No todos entienden esto. Menos lo comparten. Yo sigo erre que erre: la mente del escritor no es como las otras mentes. Ni mejor ni peor: es distinta. Se deja deslumbrar por aquello que a los demás les pasa inadvertido. Se deja intimidar por aquello que a los demás no solo no intimida sino que, por añadidura, satisface. Por ejemplo: el ocio y el bullicio ocioso. El escritor no entiende de bullas ni de ocios. Pero se queda prendado de la belleza (del tipo que sea). Los demás tratan la belleza como especie de pasaporte al entretenimiento. Y del entretenimiento a la infantilidad no hay un trecho demasiado grande. Continuamente lo veo en la caja tonta y en la calle con más tontos que esquinas (Carlos Herrera es el padre de la humorada. Esto me han dicho).

     Tragicomedia  nº 3 (Él trabaja de sol a sol y los demás no lo admiten)

     Aira escribe más abajo aún: “Los inconvenientes y problemas y angustias y parálisis que entran en la literatura vueltos máquinas de felicidad dejan atrás (afuera) una prole innumerable a la que hay que aplicarle el mismo tratamiento… Con el paso de los años se necesitan inventos cada vez más raros y recargados; por suerte cada vez se me hace más fácil, y además ahí también la Historia me justifica, porque hace creer que evoluciono, que profundizo en mi mundo interior… Muchas veces me he preguntado en qué ocupa su tiempo la gente normal, cuando a mí el trabajo de seguir con vida me ocupa hasta el último minuto, y apenas si me alcanza”.
     ¡Ave César! Tienes, Aira, más razón que un santo. La vida del escritor, le pese a quien le pese, consiste en escribir y en leer. Punto. Leer y escribir con un anclaje: la vida. He ahí el conflicto. Vida real y vida libresca se arañan y muerden y acarician mutuamente. Otra cosa es vivir: salir a pasear, acudir a una feria o romería, contar chistes o conversar pamplinas. Esto el escritor lo deja para el bufón (casi siempre de medio pelo. El otro, el profesional de la bufonería, no abunda. En su lugar tenemos al charlatán adscrito al yo y yo y yo y solamente yo soy el mejor y tengo razón en todo y destaco en esta o aquella faceta y la gente me rinde pleitesía por mi cara bonita y mi verborrea fácil y mi personalidad chistosa y mi capacidad de liderazgo). Y así podríamos estar hasta mañana.
     Criaturita

     Nota aclaratoria: hablo del escritor vocacional. O sea: ese que se raja de arriba a abajo pecho y abdomen, sin miedo ni esperanza, en tanto que los otros le ven las vísceras al descubierto. Esto, estimado lector, es escribir. Y que no te cuenten cuentos macabeos.