jueves, 10 de noviembre de 2022

390/ Leer para creer

A veces la imaginación se solapa con la realidad y es entonces cuando el imaginativo corre un riesgo importante: confundir ambos planos (el ficticio y el real). Si el imaginativo no es más que un niño, el episodio puede adquirir tintes siniestros, tremendamente dolorosos. Una imaginación infantil recurrente es la del <<Hombre del Saco>> en sus múltiples variantes. Una de estas variantes múltiples aparece descrita en el libro <<El miedo de los niños>> (Antonio Muñoz Molina. Seix Barral. Barcelona, 2020). Y es: el pedófilo que rapta a un niño para abusar de él. Horripilante.

     Botón de muestra:

     <<–Ese maestro no tenía que haberlo dejado salir solo. Con lo tranquila que estaba yo sabiendo que iba a la escuela y volvía con Esteban.

     […] Quizá Bernardo se había perdido, porque se ponía a pensar en sus cosas y se despistaba con facilidad […]. Quizá se había perdido o se había puesto a jugar a las cristalas o a las estampas con alguien. […].

     Eran las diez de la noche y Bernardo no había aparecido. […]>>. (op. cit. Págs. 64-65).

     Decía que confundir planos puede acarrear una tragedia en toda regla. Cuando en la mente del imaginativo lo real pasa por ficticio, si lo ficticio ordinariamente es considerado algo inofensivo, la realidad de que se trate pierde entidad (o tanto monta: peligrosidad). Justo lo que le sucede a uno de los protagonistas del <<Miedo…>> (de nombre Bernardo). Sin embargo Bernardo sabe defenderse y logra escapar a tiempo. Es lo que interpreta el lector optimista de este fantástico cuento largo. Otro, pesimista, podría interpretar algo muy distinto. Se llama ambigüedad de la obra de arte: o riqueza que atesora la literatura de alto vuelo.

     Otro botón de muestra:

      <<–Qué patada le di, primo. Con lo grande que era se cayó redondo al suelo. Se derrumbó como una vaca cuando le parten las patas de delante en el matadero. La cabeza le rebotó en el suelo como una pelota. […] Le vi el pelo empaparse de sangre. Se quedaron pelos pegados en la punta de la bota pero yo no me paré a limpiarme y salí corriendo>> (op. cit. Pág. 78).

     Cómo el cuento fue escrito usando una sintaxis que no irrita, no aburre, no deja <<neutro>> al lector (sobre todo viniendo de quien viene: Antonio Muñoz Molina) me parece digno de mención y de alabanza. ¡Bendito sea el Señor, Dios del Universo, por iluminar al autor de <<La noche de los tiempos>> (Seix Barral. Barcelona, 2009) cuya lectura se me antojaba estimulante al principio y soporífera después (al cabo, por suerte, logré finiquitarla) y eso que empezó prometiendo tanto tanto! En fin. <<La noche…>> pudo ser obra maestra (acaso lo sea) pero quedó en una macro-descripción del final de la II República y comienzo de la guerra incivil española del 36. Esto a mi juicio. <<El miedo…>>, también a mi juicio, pudo no serlo (obra maestra) pero acabó siéndolo. Del <<Minimalismo>>, claro.  

     Señoras y señores: leer para creer.

     Antonio: mi gratitud.           

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