La intencionalidad del autor puede llegar a definir la calidad de la obra. Esto, dicho así, suena drástico y también absurdo. Sería, sin duda, una impresión falsa. No es absurdo, no es drástico, y de ello existe un ejemplo palmario en la novelística española. A saber: Eduardo Mendoza y su Tres enigmas para la Organización. Novela fantoche (o paparrucha), novela excelsa (quiere decirse: en lo <<cómico>>, de <<cómic>>. Risas), ni lo uno ni lo otro. Este servidor de (casi) nadie, al leerla, ha tenido la impresión de haber tirado el dinero y desperdiciado su tiempo como nunca antes lo había hecho. Sólo Ikigai, el fallido libro de Héctor García y Francesc Miralles (Urano), posee el dudoso privilegio de anteponerse al (en potencia) bodrio de Mendoza en la escala jerárquica de despropósitos literarios de todos los tiempos. Qué desespero. Y qué sopor. Qué ganas de acabar la página, arribar al punto final del bodrio, de la chamba. Nunca antes había experimentado una abulia lectora tan potente y penetrante al unísono. Pregunto: ¿Por qué Mendoza habrá escrito algo así? ¿Para hacer caja? ¿Por entretenerse? Yo no sé.
Sé (como planteo al inicio de este otro bodrio: el post que estás, lector, leyendo cuando podrías estar haciendo lo propio con un autor o autora de renombre que no de relumbrón), que Mendoza ha podido escribir el bodrio que nos ocupa con toda la intencionalidad del mundo; es decir: a sabiendas de los intersticios sin sentido que dejan al lector <<loco>>, las casualidades (que no causalidades) fuera de toda lógica, la cadena deslabonada que (a pesar de ello, hay que decirlo…) no propicia que la novela caiga y se rompa la crisma contra el empedrado de la intolerancia del lector. ¿Y los personajes? ¿Y la trama? De cómic, digamos de Ibáñez, Mortadelo y Filemón a la vanguardia. Todo, en suma, supeditado a la omnipotente voluntad del autor. De ser así, sí, Tres enigmas para la Organización sería una obra maestra del humor. Yo (permítaseme que disienta) le niego la mayor.
Sudor y sangre (de alma) me ha costado leer el bodrio. Lo peor de todo: induje a una amiga, lectora voraz, a que lo leyese. Mis excusas, mademoiselle Lute, no fue mi intención hacerle perder el tiempo… Risas. Y en estas…, premios van…, premios vienen… y, entretanto, textos horripilantes conquistan el corazón de los lectores incautos (o no tanto).
La segunda novela cómica de Mendoza que leo y la segunda vez que me aburro como una ostra, no esbozo una sonrisa franca (ni siquiera ligera), y… ¡Y que la historia se acabe por Dios y por todos los santos! Dicen que <<No hay dos sin tres>>. Yo, en cambio (tergiversando otro famoso dicho popular), diré: <<Dos, y no más, santo Tomás>>. Pues eso.