martes, 16 de septiembre de 2014

158/ Nadie es uno solo

La vida nos aboca a una batalla desgarradora. En un flanco está la razón. En otro radica el delirio. Ambos (razón y delirio) interactúan y… ¡Hágase el desastre! Nuestra perspectiva de las cosas no es única. Con no serlo, ¿será diferenciada?, pregunto. Los españolitos representamos el cero coma no sé cuánto por ciento de la población mundial. Conque, ¡échensele guindas al pavo! Cuento este cuento a cuento de que he descubierto algo insólito. Me ha acontecido leyendo a Eduardo Punset. Y por citar éste a Stuart A. Kauffman en El viaje al poder de la mente. Se trata de una explicación racional sobre lo que Millás plantea en Lo que sé de los hombrecillos. He aquí mi descubrimiento: que “el primer sistema viviente `surgió a partir de un conjunto auto-catalítico de reacciones que cruzó, en una transición de fase, cierto umbral de complejidad, haciendo posible el automantenimiento y la autorreplicación del sistema, en un rango plausible de tiempo que puede concebirse como aceptable´”. Ha dicho Kauffman: haciendo posible el automantenimiento y la autorreplicación del sistema. (Obviaré la pregunta del millón: ¿quién o qué crea lo primero que vive del primer sistema viviente?) Los hombrecillos de Millás se auto-replican. El principal de ellos es una copia física del protagonista razonable de la historia (un profesor de universidad). Nace de él. De su cuerpo. Contingencia que no impide que sea idéntico al resto de hombrecillos. Los cuales afloran de huevos que expulsa por la vagina una mujercilla. La misma cuya célula reproductora se une a la del hombrecillo réplica del profesor provocándole ésta la fecundación. La novela de Millás deslinda la frontera que separa la razón del delirio. O lo real de lo ficticio. Un Rubicón que nuestra tradición literaria no se atreve a cruzar y desestima. Voy a tomarme la libertad de estallar: ¡Tanto realismo empacha! Yo extraje del libro de Millás mi propia moraleja (la de todos los budistas): que los deseos acaban destruyendo al hombre. Y a su vida. De esa destrucción (la del hombre y su vida) se deriva un gran placer. No hay mal sin hedonismo. Marcos Ana ha escrito: “Era un ser hecho de sol/ y otro ser hecho de luna./ ¡Cómo se amaban los dos!// La sombra del uno era/ sombra del cuerpo del otro:/ sus dos bocas una entera.// En cada vena desnuda/ sangre del otro latía:/ eran dos vidas en una”. Lo escrito y descrito por el poeta y por mí transcrito puede aplicarse al protagonista y su réplica de Lo que sé de los hombrecillos. Con una diferencia: que uno (el profesor. O sea: la razón) llega a odiar al otro (el hombrecillo. O sea: el deseo). Lo que me obliga a concluir que nuestra perspectiva de las cosas es diferenciada. Pero también compartida. ¿Por qué? Porque la materia cambia siempre. Y nadie es uno solo. 

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