La primera novela que escribió (o publicó. Lo ignoro) la Matute, a saber: Pequeño teatro, logró hacerse con el Planeta (el galardón, no el <<cuerpo celeste sin luz propia>>, como es lógico). Yo (motivos tendré a porrillos. ¡Eso, ay, quiero pensar!) no he logrado empatizar con ella. La juzgo novela en exceso abstracta, casi fábula, pero fábula oscura y (lo peor de todo) aburridísima. Tanto es así que muy por encima de ella he valorado el prólogo que rubrica yo no sé qué año (¿quizá dos mil uno?) Soledad Puértolas para la edición de BIBLIOTEX S.L. que es la que un servidor de (casi) nadie maneja. ¡Qué esfuerzo lector vano!
Sudor y sangre me ha costado leer la novelita de marras. Normalmente, otorgo cuartelillo de treinta o cuarenta paginas al libro que tenga entre manos; al tratarse de uno de apenas ciento sesenta, en buena lógica, resolví (¿desacertadamente?) arribar a puerto. ¡Una y no más, santo Tomás! De ella (hay que ser honesto) he extraído una satisfacción sobresaliente: el descubrimiento de un término maravilloso que hará las delicias de todo buen amante del cuento: `Chiribitil´: <<Desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho>>. Sólo por ello ha merecido el esfuerzo (titánico. Créanme…) leer la novelita de la Matute. Luego, dos aciertos más o menos memorables he hallado entre sus páginas. Uno: la complejidad caracterológica de los personajes que las pueblan. No son, los mismos, planos; tampoco, redondos. Menos tendentes me parecen a una redondez compleja que a una complejidad redonda: a veces, no se les ve la curvatura; sólo se intuye. Y dos: el hábil juego discursivo que convierte personajes de pellejo sobre hueso calcinado en marionetas de madera desbastada o sin desbastar. En descargo de la autora diré, ahora, que tenía 17 en su aljaba cuando escribió Pequeño teatro. También he hallado (como de ello deja constancia la prologuista) algún <<reflejo juvenil>> en la prosa de Pequeño teatro. Nada que no supiésemos ya quienes hemos leído textos de Ana María Matute posteriores a éste. Aunque he de subrayar lo siguiente: la prosa desplegada en la mentada novelita no es propia de una adolescente; todo lo contrario (sin obviar los fogonazos juveniles…). No sé por qué no empatizo con la (eso dicen) narrativa excepcional de la Matute. Lo intento (¡Buda sabe que lo intento!); no lo logro. ¿Habré de achacarlo al lenguaje utilizado, de ordinario, en sus libros? ¿O será la carencia de fórmula de continuidad cuando el narrador (o narradora) pasa de lo verosímil a lo inverosímil y viceversa? ¡Habemus, sí, mysterium!