Ana María Matute ganó el Nadal el año 1959 con Primera memoria. He leído la novela y no salgo de mi asombro. Algo hay en ella que se dice sin decirse. Que se insinúa ocultándose. Que zamarrea y retrotrae hasta la infancia y la adolescencia con sus paroxismos y sus declives. Y ese algo desconcierta. Algunos envuelven esta historia con el papel-regalo de una metáfora genérica: la de la perversión de la inocencia operada en unos chicos de población isleña (e indefinida) en el 36. Pero hay más. No voy a detallarlo todo. Solo mencionaré dos cuestiones de mi des-interés personal. Una: el exceso de descripciones naturalistas vía subsunción de lo exterior por el mundo interior de la narradora-protagonista. Ejemplo: las nubes vaticinan hechos (o pensamientos o emociones o…) sombríos. Otro ejemplo: el sol excesivo castiga las conciencias. Otro: la luz permite pensar lo oculto. Y dos: el análisis de la condición humana inscrito en un halo de misterio a que rehusa el lector racionalista. Incómodo halo. Incómodo y aburrido halo. La trama se presta a otro juego impertinente: el de tiempo y espacio desdibujados. El recuerdo de quien narra la historia se regodea en ello. Algo singular me ha acontecido leyendo esta novela: al principio me elevó hasta el Olimpo (el de la obra maestra) para luego descenderme al Averno (el de la obra convencional). Primera memoria es el segundo título de la Matute a que me enfrento. El otro fue Aranmanoth. Ninguno me ha satisfecho. A A.M.M. se le ha considerado (y se le considera) una de las más grandes voces narradoras de nuestro tiempo. Ergo: yo debo ser uno de los peores lectores. Ojalá. Cuando se nos cae un mito (yo había mitificado a la Matute sin haberle leído) el sentimiento de orfandad es profundo. El oficio de novelar es arduo. A veces el novelista desconoce cuál es el tempo narrativo exacto e idóneo. Y repite constantes innecesarias una y otra vez. Naturalmente el lector acaba cansándose. Justo lo que me ha ocurrido a mí con Primera memoria. Conozco el oficio. No daré más bombo a mi hastío. De modo que aquí lo dejo.
viernes, 22 de agosto de 2014
jueves, 14 de agosto de 2014
155/ Del mal del bien
Yo no sé si Nietzsche tendría o no razón en lo referente al bien o buenismo. ¡La duda me corroe! Andrés Sánchez Pascual señala en su Introducción a Más allá del bien y del mal (Alianza Editorial. Madrid, 2012. Pág., 12) lo siguiente: “Nada queda a salvo de la sospecha, sobre todo lo denominado `bueno´, tras cuya engañosa máscara se oculta, según Nietzsche, el resentimiento, o sea el cristianismo, o sea el platonismo, o sea las `ideas modernas´”. Lo moderno y lo platónico y lo cristiano: puro resentimiento. Pregunto: ¿Resentimiento de qué? ¿Y en qué sentido? ¿En el de flaqueo? ¿En el de pesar? ¿En el de enojo? A mi ver la religión católica es dolorosa y triste (a pesar de la alternancia de la Epifanía con la Cuaresma y la Pascua). Es pasional. Hay quienes argumentan lo contrario: que es alegre y refractaria al dolor. Conjeturo que no hay pasión sin dolor. Y el dolor es triste. Y lo triste no es bueno.
miércoles, 6 de agosto de 2014
154/ Recuerdo anejo a un soneto
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