miércoles, 6 de agosto de 2014

154/ Recuerdo anejo a un soneto

Leyendo los Sonetos completos de Rubén Darío estoy. El nº 98 (“Melancolía”) dice: “Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía./ Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas./ Voy bajo tempestades y tormentas/ ciego de ensueño y loco de armonía.// Ese es mi mal. Soñar. La poesía/ es la camisa férrea de mil puntas cruentas/ que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas/ dejan caer las gotas de mi melancolía.// Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;/ a veces me parece que el camino es muy largo,/ y a veces que es muy corto…// Y en este titubeo de aliento y agonía,/ cargo lleno de penas lo que apenas soporto./ ¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?”. A este soneto tuvimos que enfrentarnos por una vez mis compañeros de Filología Hispánica y yo. Acaeció el hecho en clase de Teoría de la Literatura. Impartía ésta la esbelta Ninfa. Éramos los de entonces Guadalupe, Inés, Jesús, Juan Manuel, Manolo y yo. Cuando leí el soneto de marras ya no sería nunca más un servidor de nadie (como dice F.S.D.) el mismo. Recuerdo los quebraderos de cabeza suscitados por repetidos e inútiles intentos de dilucidar qué había querido significar el poeta con aquello de: “camisa férrea de mil puntas cruentas”. Y a Inés (y su alegría) despotricando contra Machado. Y a Jesús abatido en la décima o undécima fila del aula. Y a Juan Manuel componiendo poemas nerudianos en la misma hilera de sillas que Jesús. Y a Manolo consagrado en alabar sin remilgos a Javier Marías. Y a Guada (dilemas sentimentales aparte…) y su sueño de convertirse en lo que, finalmente, se convirtió: en profesora de Lengua y Literatura. Era la única del grupúsculo (junto conmigo) que adoraba a Juan Ramón: ¡cuántas veces no mencionamos ambos la rosa que no hay que tocar ya más porque es así…! Yo no logré ser filólogo. No era lo que ansiaba. Quería imbuirme de literatura. E hice, guiado por mi querencia, también realidad mi sueño: escribir. El paso por aquellas aulas me ayudó a conseguirlo. Y hallar en ellas afines. Demasiada Lingüística aireaban los planes de estudio para que yo resolviera seguir ligado a esa facultad. Hoy evoco a mis compañeros de entonces: vaya donde yo vaya siempre vendrán conmigo. Los evoco y los querría aquí. Aquí y ahora. Ahora y aquí per omnia saecula saeculorum. Acaso ellos oigan caer las gotas de mi melancolía.  

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