Vayan, aquí, tres citas extraídas de La verdad de las mentiras (Alfaguara. Madrid, 2011).
Una: “Eran años de bonanza y francachelas, de alegre inconsciencia y espléndida creatividad. Florecían todas las vanguardias estéticas y los surrealistas encantaban a los modernos con su imaginería poética y sus `espectáculos provocación´.”
¿Y no es esto lo mismo que sucede hoy a cuento de los gustos e ideas y perspectivas tristemente derivados de la post-modernidad? Por ejemplo: los que atesoran aquellos poetas veinte y treintañeros que publican en sellos humildes. Todos geniales.
Dos: “(…) en él [en Nabokov], como en Borges, había un escéptico, desdeñoso de la modernidad y de la vida, a las que ambos observaban con ironía y distancia desde un refugio de ideas, libros y fantasías en el que permanecieron amurallados, distraídos del mundo gracias a prodigiosos juegos de ingenio que diluían la realidad en un laberinto de palabras y de imágenes fosforescentes”. Y como cola: “En ambos escritores, tan afines en su manera de entender la cultura y practicar el oficio de escribir, el arte eximio que crearon no fue una crítica de lo existente sino una manera de desengranar la vida, disolviéndola en un fulgurante espejismo de abstracciones”.
Celebro que así fuera. La vertiente crítica me la repampinfla. En la abstracción (con lógica) radica el divertimento. Ella exalta la imaginación del lector. Hay que buscarle los tres pies a cada pasaje. Y no lo que fabrican los post-modernos. A saber: abstracciones sin pies ni cabeza cuyo sentido se oculta porque no existe. ¡Bah! Reniego de esa ralea. Tan urbanista ella. Tan superficial. Tan afín al "postureo" intelectual y artístico. Tan “cultureta”.
Y tres: “Espejismo, no espejo de la vida, una novela puede (…) traicionar la realidad que conocemos embelleciendo alguno de sus aspectos y ennegreciendo otros, embrollando sus jerarquías y otras manifestaciones. Ese espejismo nos enriquece pues aumenta nuestras vidas y haciéndolas soñar (…) empobrece la vida que vivimos y nos enemista con ella. Sin esa enemistad que agudiza nuestras antenas hacia los defectos y miserias de la vida, no habría progreso y la realidad sería (…) un hermoso paisaje inmóvil”.
La tesis central del libro. También es mala pata (de palo) que no podamos progresar si no descreemos de nuestra propia vida. Qué dolor. Ay.
La primera cita transliterada se encastilla en la página 166. La segunda en la 333. La tercera en la 348. El autor de tamaño ensayo no es otro que Mario Vargas Llosa. Éste desgrana en él treinta y cinco comentarios metaliterarios. Cada uno de ellos se refiere a una novela escrita (o publicada) entre 1902 y 1994. Abre la lista El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad). La cierra Sostiene Pereira (Antonio Tabucchi). ¿Y en medio? Un mundo.
Leyendo esta obra he visto, de nuevo, la luz. Ya empezaba a descreer de la literatura “moderna”. Tanto cliché. Tanto tópico. Tanto entretenimiento. Tanta historia. Tanto vampiro. Tanto Grey. Tanto espectáculo. Tanta vaciedad. Tanta nimiedad. Tanta espontaneidad. Uf. Qué hartazgo.
Menos mal que siempre nos quedará París. El de las letras (¿cuál si no?). Lo conjeturo. No: lo espero. Mejor: lo deseo fervorosamente.
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