¿Pere Gimferrer firmando en un stand?
¿Una poetisa (imagino) post-moderna
recitando algunos de sus poemas?
¿Un novelista promocionando su última obra
que toca (¿y no retoca?) el “poco tocado" tema
de la Guerra "Incivil" Española del 36?
¡Bah! Libros. Solo libros. Cuantos más mejor.
Libros olorosos a papel y con lomo.
Los escritores (poetas incluidos)
que los han escrito, al parecer,
nos la refanfinfla…
El pasado domingo visité la feria del libro de Sevilla. No fui solo. Me acompañó Ana. Ambos nos allegamos a todos los puestos con la intención de buscar (y capturar) obras maestras. Ella adquirió cuatro o cinco ejemplares y me regaló uno fantástico: 12 poemas de Federico García Lorca (Kalandraca). Abro paréntesis. La mini antología referida está enfocada al niño pero se deja leer por el adulto. Cierro paréntesis.
Ana y yo somos aficionados a la literatura infantil de altos vuelos. Nuestro unánime parecer es el siguiente: “estas obras son artísticas más que literarias y divinas más que artísticas”. De sobra lo demuestran su lenguaje sencillo y sonoro y precioso y sus originales e inigualables y, en definitiva, geniales ilustraciones. Por no hablar de su humanismo (no humanitarismo) visible desde lejos. Jamás pecan (a diferencia de otras muchas pensadas y escritas para adultos) de inútiles: todos los temas sensibles son abarcados por ellas. Por ejemplo: las pérdidas nocturnas de orina. O: la discapacidad física y/o mental. O: mil y una maneras de gestionar las emociones.
Concluyo ya: la literatura infantil (no digo “juvenil”. Digo “infantil”) merece engrosar la lista de cosas necesarias para vivir plena y felizmente durante toda la vida.