Hay una circunscripción territorial misteriosa (por desconocida) de la literatura en la que nadie ha puesto jamás un pie. Otras circunscripciones afines son la del historiador y la del teórico literario. Las mismas que pueden (o no) corresponderse con esa por la que el lector se incursiona cuando le dejan o se deja. Aquella (la circunscripción misteriosa) queda en el limbo de lo por venir (pero nunca viene): ni el más avispado erudito podrá rozarla siquiera con la punta del zapato. Queda, pues, en el ámbito profundamente oculto de la mente y del espíritu del autor.
Defiendo a pie juntillas la existencia de una literatura distinta a la escrita y leída por todos y por todos descuajaringada y analizada hasta el micro-detalle e interpretada a la luz de la conciencia. El escritor la lleva consigo a la tumba. Y entonces, dicho sea al modo galo, c`est fini. O tanto monta: nada sabremos, ya, de su verdadera intención (la de la obra o la del escritor: ambas pueden divergir) ni de sus orígenes por cercanos o remotos que sean. La explicación es menos enrevesada que profunda: el autor no tendrá la certeza absoluta de haber dicho lo que, en efecto, dijo o quiso decir en última instancia.
Carlos Fuentes dixit: “escribir un poema es como hacer una carambola cuando jugamos billar”. O algo así. Cito de memoria. Yo digo: “escribir literatura es aproximarse a lo que uno pretende escribir cuando escribe, o cree que escribe, literatura”.