Bienquiero a la incorrección política. Ella es mi Dios. Mi libertad es ella. No obvio la ocasión en que pugna por nacer para ejercer yo de matrón. Está resuelto: soltaré la rienda a Spirit. Que trote, loco, por el valle. Que relinche. Que brinque. Que juegue.
El ilustrado presenta una cara “be” ciertamente jugosa. Esta: “Ya fuera para criticar, ya por el mero gozo del intelectual que se observa a sí mismo mirando a través de los quevedos, los reformadores se sumergían en la muchedumbre a ver pasar brujas encorvadas cabalgando a lomos de los borricos del Santo Oficio, iban a los toros, presenciaban ejecuciones en la plaza pública, disfrutaban de las fantasmagorías de linternas mágicas y titirimundis, frecuentaban a las putas para contarlo en latín en sus diarios, observaban al majerío de alto y bajo copete, y escuchaban con hervor de risa las prédicas de los frailes gárrulos que intentaban disimular su ignorancia revistiéndola con los brillantes harapos de la retórica barroca, centelleante de metáforas y enigmas. Luego, aquilatado todo y reducido a decoroso esquema destilaban la normalidad y la lejía neoclásica con que había que limpiarse el pringue de la sucia cabezota de la República. Por allí quedaban las virutas de la mugre y los pelos sobrantes para hacer tratados de putas y otros juguetes con que pasar el rato en las tertulias, entre lecturas de memoriales científicos y recitado de tragedias patrióticas. Aquella gente sabía divertirse y no le faltaban ocasiones, aun en medio de la desolación y el desgobierno” (el garabato que rubrica las líneas arriba copiadas es: Pilar Pedraza. Se encastillan, éstas, en el prólogo al libro heterodoxo de Nicolás Fernández de Moratín intitulado: Arte de las putas).
Dos señalamientos. Uno: la escasa altura literaria de la obra de Moratín el viejo (¿acaso habría que endosarle al adjetivo `viejo´ este otro término de su misma especie: `verde´?). Y dos: ¿por qué la prologuista no enuncia, a las claras, que don Nicolás se definió en su Magnum Opus como pederasta y sí lo que sigue: “Dice que en Madrid se pueden conseguir niñas, pero no lo recomienda. Es preferible buscarlas mocitas, que hayan cumplido el tercer lustro”?
Léase el siguiente pasaje: “¡Oh, cuántas brazas de hondo tiene el coño/ de la Pepa la larga, a quien circunda/ tosco cañaveral de ásperas cerdas!;/ y así no es mucho que en silencio pase/ aunque no digna de él, a la Casilda/ ni a la Tola, que tiene entre las piernas/ un famoso rincón de apagar hachas;/ a la una y otra hermana Aragonesas,/ la Paquita Sangüesa y la Cañota,/ que lo daba por uvas de su viña;/ a la Tecla y Liarta que aún es niña,/ a la Rafaelilla y Micaela,/ y a la lujuriosísima Fermina,/ que no repara mucho en el dinero,/ cual otra castellana Mesalina:/ y la Chiquita, a quien el Padre Angulo/ le pegó purgaciones en el culo”. Y todavía más adelante: “Así la inimitable Laventana/ se dio a un servidor vuestro en dos pesetas/ siendo niña, aún casi doncella y sana”.
A lo largo y ancho del libro hay más botones de muestra. ¡Ojo!: incorrección ética e incorrección política no son pintiparadas.
Diré, ahora, que Sopitipandos no conoce la censura ni la autocensura. Me repugnan muchos versos del citado Arte de las putas de don Nicolasín Fernández de Moratín: un bufón que sabía rimar palabras. Entiendo que son versos. Entiendo que tras esos versos no hay nada.
El Buda dijo: “Más vale una sola palabra que otorgue paz, que miles inútiles”.
Que entienda quien pueda entender.