miércoles, 28 de noviembre de 2018

294/ Del desarraigo

Pocos reconocerán un poema de Pombo. La sombra de su prosa es alargada; no así la de su verso. Aquí, un ejemplo de la poesía que don Álvaro (ojo: no de Luna) escribe: 

Yo no soy de esta ciudad ni de ninguna. 
He venido por casualidad y me iré por la noche
aquí no tengo primos ni fantasmas.
Ahora veré los árboles despacio la calle entre dos casas
neutras
que conduce a un parque vacío.
He visto ya en otros sitios cómo el viento
hace huir un papel de periódico
y sé que la lluvia será hermosa desde esa taberna de provincia desierta.
Cenaré temprano y antes de que salgan del cine las parejas de novios
habré dejado de ser en la mirada enumerativa
de la estanquera.
Y habrán fregado ya mi taza de café
y mi tenedor y mi cuchillo y mi plato
en la Fonda sustituible.

     La composición arriba copiada pertenece a Variaciones. Año 78. En ella el poeta aborda el tema del desarraigo. Juzgo desdramatizada la perspectiva que adopta el sujeto poético. Éste se regodea en lo desenraizado que le procura cierta felicidad inducida, un punto, por la belleza de la lluvia y por la temporalidad. Sabe que “la lluvia será hermosa” y que abandonará la ciudad “por la noche”. Él no es “de esta ciudad”. Él no es “de ninguna ciudad”. Soledad y nocturnidad parecen disociadas. El tiempo transcurre inexorable en tanto que el sujeto poético, de ello, ni se jacta ni se duele. Tengo por natural y fluido este modélico poema de Pombo. En él la melancolía da paso a la nostalgia. Últimamente rechazo la tristeza en aras de la simple contemplación del Buda. 

martes, 13 de noviembre de 2018

293/ "Arte de las putas"

Bienquiero a la incorrección política. Ella es mi Dios. Mi libertad es ella. No obvio la ocasión en que pugna por nacer para ejercer yo de matrón. Está resuelto: soltaré la rienda a Spirit. Que trote, loco, por el valle. Que relinche. Que brinque. Que juegue. 
     El ilustrado presenta una cara “be” ciertamente jugosa. Esta: “Ya fuera para criticar, ya por el mero gozo del intelectual que se observa a sí mismo mirando a través de los quevedos, los reformadores se sumergían en la muchedumbre a ver pasar brujas encorvadas cabalgando a lomos de los borricos del Santo Oficio, iban a los toros, presenciaban ejecuciones en la plaza pública, disfrutaban de las fantasmagorías de linternas mágicas y titirimundis, frecuentaban a las putas para contarlo en latín en sus diarios, observaban al majerío de alto y bajo copete, y escuchaban con hervor de risa las prédicas de los frailes gárrulos que intentaban disimular su ignorancia revistiéndola con los brillantes harapos de la retórica barroca, centelleante de metáforas y enigmas. Luego, aquilatado todo y reducido a decoroso esquema destilaban la normalidad y la lejía neoclásica con que había que limpiarse el pringue de la sucia cabezota de la República. Por allí quedaban las virutas de la mugre y los pelos sobrantes para hacer tratados de putas y otros juguetes con que pasar el rato en las tertulias, entre lecturas de memoriales científicos y recitado de tragedias patrióticas. Aquella gente sabía divertirse y no le faltaban ocasiones, aun en medio de la desolación y el desgobierno” (el garabato que rubrica las líneas arriba copiadas es: Pilar Pedraza. Se encastillan, éstas, en el prólogo al libro heterodoxo de Nicolás Fernández de Moratín intitulado: Arte de las putas).
     Dos señalamientos. Uno: la escasa altura literaria de la obra de Moratín el viejo (¿acaso habría que endosarle al adjetivo `viejo´ este otro término de su misma especie: `verde´?). Y dos: ¿por qué la prologuista no enuncia, a las claras, que don Nicolás se definió en su Magnum Opus como pederasta y sí lo que sigue: “Dice que en Madrid se pueden conseguir niñas, pero no lo recomienda. Es preferible buscarlas mocitas, que hayan cumplido el tercer lustro”? 
     Léase el siguiente pasaje: “¡Oh, cuántas brazas de hondo tiene el coño/ de la Pepa la larga, a quien circunda/ tosco cañaveral de ásperas cerdas!;/ y así no es mucho que en silencio pase/ aunque no digna de él, a la Casilda/ ni a la Tola, que tiene entre las piernas/ un famoso rincón de apagar hachas;/ a la una y otra hermana Aragonesas,/ la Paquita Sangüesa y la Cañota,/ que lo daba por uvas de su viña;/ a la Tecla y Liarta que aún es niña,/ a la Rafaelilla y Micaela,/ y a la lujuriosísima Fermina,/ que no repara mucho en el dinero,/ cual otra castellana Mesalina:/ y la Chiquita, a quien el Padre Angulo/ le pegó purgaciones en el culo”. Y todavía más adelante: “Así la inimitable Laventana/ se dio a un servidor vuestro en dos pesetas/ siendo niña, aún casi doncella y sana”. 
     A lo largo y ancho del libro hay más botones de muestra. ¡Ojo!: incorrección ética e incorrección política no son pintiparadas. 
     Diré, ahora, que Sopitipandos no conoce la censura ni la autocensura. Me repugnan muchos versos del citado Arte de las putas de don Nicolasín Fernández de Moratín: un bufón que sabía rimar palabras. Entiendo que son versos. Entiendo que tras esos versos no hay nada.
     El Buda dijo: “Más vale una sola palabra que otorgue paz, que miles inútiles”. 
     Que entienda quien pueda entender.