“Joana estaba afectada por el síndrome de Rubinstein-Taybi, una deficiencia a la vez física y psíquica que implicaba problemas motores que la obligaban a utilizar muletas y silla de ruedas. Ella comprendió que su bienestar dependía del afecto de quienes la rodeaban y aprendió muy pronto que el afecto genera más afecto. De la vida de Joana hablan muchos poemas extendidos por mi obra, y quizá los más claros sean “Los ojos del retrovisor”, un canto a su belleza que es su bondad perteneciente al libro Aguafuertes, recogido en el volumen El primer frío. Los otros dos son “Noche oscura en la calle Balmes”, un poema del libro Estació de França que habla del nacimiento de Joana en 1970, y el poema “Tchaicovsky”, también del libro Aguafuertes, que narra y analiza unos hechos que no pude afrontar poéticamente (es decir, realmente) hasta mucho más tarde.
Treinta años después, la historia acabó en los últimos ocho meses de la vida de Joana, que son el tema del libro que lleva su nombre. Siempre estuvo presente la angustia al imaginar su indefensión una vez que el padre y la madre hubieran desaparecido. La paradoja es que ellos dos son los huérfanos” (Joan Margarit. Acerca de Joana).
Este “prologuillo” de Joan Margarit es ilustrativo de su genio. Así con todos los poemas que escribe: sabe concluirlos como nadie sabe. Yo lo he conocido en entrevista. Yo lo he reconocido en un ramillete de composiciones de alto vuelo literario y práctico.
Margarit: poeta serio.
Margarit: poeta de oficio.
Margarit: poeta de acento encantado.
Léanlo. No se arrepentirán. No es posmoderno ni lleva sombrero ni emboca su voz un micrófono en algún figón de la ciudad nocturna (y que entienda quien pueda).
Sus poemas le averiguan.
Sus poemas le averiguan.