Lo digo a veces y repito ahora: alabo la literatura infantil. Esta supera a la otra en calidad. Acaso lo idóneo no sea situarse en la infancia. Tampoco en la adultez. Sí, en la adulancia: estado del alma de algunos artistas y escritores. No lo experimentan quienes sueñan dormidos. Juzgo impropio del niño no saber qué camino seguir. No así del adulto. Adulto: babieca preocupado eternamente y ajeno a la alegría (aunque él crea lo contrario. ¡Bah!).
A juzgar por este archiconocido pasaje...
“–¿Podría decirme, por favor, qué camino debo tomar?
–Eso depende de a dónde quieras ir – respondió el gato.
–Lo cierto es que no me importa demasiado a dónde… – dijo Alicia.
–Entonces tampoco importa demasiado en qué dirección vayas– contestó el gato.
–… siempre que llegue a alguna parte– añadió Alicia tratando de explicarse.
–Oh, te aseguro que llegarás a alguna parte– dijo el gato– si caminas lo suficiente”.
...la Alicia de Carroll, me parece, no era tan niña.
...la Alicia de Carroll, me parece, no era tan niña.
Y el adulto de Rodari, por su parte, no lo era tanto si nos atenemos al siguiente cuento:
"TAXI PARA LAS ESTRELLAS
Una noche el taxista Compagnoni Peppino, de Milán, terminado su turno de servicio, iba conduciendo despacito para llevar el coche al garaje, abajo, por la zona de Porta Genova. No se sentía demasiado contento porque había hecho pocas carreras y tuvo más de un cliente caprichoso (…). Y en esto un señor le hace una señal.
–¡Taxi, taxi!
–Entre, señor– el Compagnoni Peppino frenó rápidamente–. Pero voy hacia abajo, hacia Porta Genova, ¿le viene bien?
–Vaya donde quiera, pero deprisa".
Lo dicho: seamos "adulantes" (o tanto monta: soñadores vigilantes).