A Gabriel Cruz
“Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad del mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
–¡Ayúdame a mirar!” (Eduardo Galeano).
El texto arriba copiado me ha conducido al mágico terreno de la ambigüedad. Hay gente que no lee (¿por qué?). Literatura y belleza casan. Aquella no rehúsa lo pluralmente significativo, ni la música, ni la pintura. Ni el deleite. Ni el conocimiento. Este (el conocimiento) no es prerrogativa suya (de la literatura). Tampoco debe serlo. Quizá el ensayo se haga eco de ello. Y qué. Estaría, el conocimiento digo, cojo. Por subjetivo (¿no es así?).
Cuántas veces he sentido el asombro de Diego ante la inmensidad de la vida. Juzgo inefable lo que, para mí, supuso abrir la puerta de la literatura. Accedí a la dependencia que tras ella sucede y ya no quise partir de ahí nunca.
El texto arriba copiado me ha conducido al mágico terreno de la ambigüedad. Hay gente que no lee (¿por qué?). Literatura y belleza casan. Aquella no rehúsa lo pluralmente significativo, ni la música, ni la pintura. Ni el deleite. Ni el conocimiento. Este (el conocimiento) no es prerrogativa suya (de la literatura). Tampoco debe serlo. Quizá el ensayo se haga eco de ello. Y qué. Estaría, el conocimiento digo, cojo. Por subjetivo (¿no es así?).
Cuántas veces he sentido el asombro de Diego ante la inmensidad de la vida. Juzgo inefable lo que, para mí, supuso abrir la puerta de la literatura. Accedí a la dependencia que tras ella sucede y ya no quise partir de ahí nunca.
Eduardo (dondequiera que estés. Y como dice el Loco): mi gratitud.
Gabriel (dondequiera que estés, ángel, ángel blanco): tú juega…