Contaba yo dos decenas de abriles cuando leí un libro de Carmen Martín Gaite. Han caído chuzos de punta. La lista unimembre ha engrosado: son, ya, dos libros de Gaite. Impresión mía: fascinación sin tacha. El segundo es este: El cuarto de atrás (obra maestra). El primero fue este: Irse de casa (una obra más).
El cuarto de atrás no es hacedero. Entraña el mismo la dificultad de manejar (no manosear. ¡Buda me libre!) la propia biografía para ejecutar arte con ella. Un riesgo veo: la posible (no probable) falta de interés del lector. ¡Oh!
Escribir auto-ficción es arriesgado desde diversos flancos. Uno: la incomprensión ajena. Otro: la vulnerabilidad del autor ante la sandez ajena. Otro: la indiferencia ajena. La vida de los escritores no interesa a todo quisque. Cuando esa vida se cifra en pensamientos y sentimientos (no en acciones) todo adquiere otro cariz.
Merece la pena (creo) pasar el Rubicón.
Permítaseme una apostilla (no quisiera sembrar la duda en el corazón de nadie): juzgo El cuarto de atrás una agudeza de la auto-ficción y de la metaliteratura. Nada más (nada menos). Cada párrafo genera un cúmulo de ideas y sensaciones difícilmente “maleable” para el lector medio. Otro riesgo es este: perderse en desvaríos espacio-temporales que a ningún sitio (y a todos. ¡Hablamos de alta metaliteratura!) conducen. Un viaje psicodélico (casi) en toda regla.