–La vocación es don y látigo.
Oí pronunciar estas palabras bastantes calendarios atrás. Inmediatamente las hice mías. Hoy me formulo una desasosegante pregunta: ¿Qué es el hábito? Abro paréntesis. Todo viene a colación de la lectura. Cierro paréntesis. Me respondo: Una vocación aún no percibida. Llego a semejante conclusión tras haber leído lo que sigue: “A ella le aburrían los libros de texto; desde niña le aburrieron. En este terreno se movía un poco en la quimera. Amaba el libro, pero el libro espontáneamente elegido. Ella entendía que el vicio o la virtud de leer dependían del primer libro. Aquel que llegaba a interesarse por un libro se convertía en inevitablemente en esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector siempre quedaba insatisfecha. Y, al apelar a otros títulos, iniciabas una cadena que ya no podía concluir sino con la muerte. Sentía avidez por la letra impresa. Y me la contagió. Fue ella la que me aproximó a los libros, a ciertos libros y a ciertos autores. En realidad, me abrió las puertas de ese mundo” (Miguel Delibes: Señora de rojo sobre fondo gris).
Yo no sé qué identidad poseerá ella (la mía. No la de Delibes). Ni qué fisonomía exhibirá. Cambió mi vida al completo. La enriqueció. ¡Cuánto la enriqueció! Lo demás se desvirtúa. Cualquier evento situado fuera de ella (de la vida. De mi vida) no me incumbe. A veces la vida (referida pero no mentada: ella) adquiere forma de mujer. Nota: Mujer susceptible de pintarse. Fin de la nota. Delibes lo comprobó con la suya y, creo, aceptó y disfrutó: tan conocido cuadro presidía el cuarto donde trabajaba. También halló beneficio espiritual e intelectual. El libro Señora de rojo sobre fondo gris vendría a corroborarlo.
En otro pasaje de la misma obra se lee: “Fue en esa etapa cuando [García Elvira: trasunto, me parece, de Eduardo García Benito] le pintó el famoso retrato con el vestido rojo, un collar de perlas de dos vueltas y guantes hasta el codo. El vestido, de cuello redondo y sin mangas, lo diseñó él para la ocasión. Mi gran curiosidad por ver cómo resolvía el fondo del cuadro no se vio defraudada: lo eludió, eludió el fondo; únicamente una mancha gris azulada, muy oscura, en contraste con el rojo del vestido, más atenuada en los bordes. César Varelli, cuando lo vio, dijo: Un tipo que es capaz de conseguir estos grises es un pintor. Al oírle me asaltaron unos celos absurdos, un escocimiento que no experimentaba desde mi época juvenil. Acosé a tu madre: ¿Qué le decía García Elvira mientras la pintaba? ¿Se le insinuaba tal vez? Tu madre me miraba con los ojos muy abiertos, pasmada, atónita: Por amor de Dios, Nicolás [el narrador: trasunto, conjeturo, de Delibes], tengo casi cincuenta años. Pero para mí ella no tenía esa edad. La veía en el cuadro, bella, grácil, desenvuelta, las perlas en el cuello, los brazos morenos, tan sensuales. Ya caigo, dijo ella de pronto, tú lo que tienes son celos del cuadro. Y yo creo que era cierto, pero no me di cuenta hasta que un día se lo pidió para exponerlo en Madrid (…)”.
La descripción pictórica arriba copiada es precisa y exacta. Ergo: Miguel Delibes fue un buen conocedor de la "vida". Juzgue el lector de esta pobrecita bitácora. Y que entienda quien pueda.
La descripción pictórica arriba copiada es precisa y exacta. Ergo: Miguel Delibes fue un buen conocedor de la "vida". Juzgue el lector de esta pobrecita bitácora. Y que entienda quien pueda.