Mi Rafael escribió en Cal y canto (1926-1927):
No si de arcángel triste ya nevados
los copos, sobre ti, de sus dos velas.
Si de serios jazmines, por estelas
de ojos dulces, celestes, resbalados.
No si de cisnes sobre ti cuajados,
del cristal exprimidas carabelas.
Si de luna sin habla cuando vuelas,
si de mármoles mudos, deshelados.
Ara del cielo, dime de qué eres,
si de pluma de arcángel y jazmines,
si de líquido mármol de alba y pluma.
De marfil naces y de marfil mueres,
confinada y florida de jardines
lacustre de dorada y verde espuma.
Título del soneto arriba copiado: Araceli. Me pregunto cuántas Aracelis habré conocido hasta hoy. Cuántas mujeres con textura (léase: con piel) de piedra. Cuántas, confinadas…
Haré una breve reflexión. Hay seres que nunca escarmientan de los enterramientos en vida. Se echan la “batamanta” a la cabeza y ya no quieren saber nada del mundo sensible. Ni del otro. Rectifico ahora: a lo mejor del otro sí. Son seres “de mármoles duros, deshelados”, que abundan acá en el valle. El valle, dicen, de la alegría…
Pero qué alegría.
Ay.