Me pregunto por qué escribo. Hallo una respuesta bifronte. Frente nº 1: para no enfermar. Frente nº 2: para ser yo o no ser yo. Nada más convincente para ser uno mismo que no ser uno nadie distinto de quien desea ser en un momento determinado. O sea: alguien (pero en toda su plenitud), nadie (pero en toda su contrición), ni lo uno ni lo otro. Lo visible y lo invisible se darían la mano con la escritura (acaso todo acto escritor sea merecedor de ese apéndice humano…) como se la dan vida y muerte en un tiempo que César Aira no dudaría en calificar de este modo: “inexistente”.
El escritor Fernando Aramburu, al respecto de la escritura (¿al respecto del olvido?), ha escrito:
“Con idéntica tenacidad, con las mismas breves esperanzas, he sido después, hasta la fecha, un hombre entregado al arte laborioso (que es oficio y es pasión y es juego) de expresarse por escrito. Sé desde la niñez que nada humano perdura. Más pronto o más tarde, cuanto uno ha construido lo arrastrarán las olas del tiempo. Hoy son las palabras la arena que remuevo. Hoy la vasta dimensión marina que se extiende ante mí, donde todo a la postre se disgrega, es el olvido que aguarda imperturbable. No conozco montaña menos consistente que el propósito de persistir en la memoria ajena ni eternidad más corta que prolongarse en el nombre cincelado sobre una piedra. Y, no obstante saberme perecedero, no hay día en que no reanude la tarea con la obstinación gozosa del niño que escarbaba feliz, feliz de ser feliz, de levantar un montón alegre de arena con su pala (Aramburu, F.: Autorretrato sin mí. Tusquets Editores. Barcelona, 2020).
Al cabo escribir aporta, sí, felicidad. Léase: identidad. Y que cada quisque entienda lo que pueda. Tú y yo, Fernando, sabemos de qué felicidad (acaso esta sea múltiple. O no) hablamos aquí. De qué identidad. Has fabricado una obra maestra: Autorretrato sin mí. Ciento ochenta y dos páginas que se sobrepondrán a esas `tropecientas´ de Patria y que, malicio, pocos frecuentarán y todavía menos lo harán con el deleite con que yo las he frecuentado. Qué a gusto entre esos renglones tuyos. Inmenso, Fernando, inmenso.
Mi gratitud.