Una manera enormemente eficaz que tiene el ser humano de conseguir aquello que se propone es empleando la fuerza. La desembocadura de esta no está lejos de la crueldad. Pocos asfaltos no fueron barrizales. Las criaturas vivientes del fango se ven, a sí mismas, inmaculadas. Sin embargo exhiben un aspecto horrible en según qué contextos (un conflicto armado, un calabozo, un parque solitario a media noche…). Desde la mitra papal hasta el bastón de mando del Emperador, pasando por la retribución del correveidile de turno, han contribuido a la crueldad en algún momento de nuestra evolución. O de nuestra involución. Hoy la vaina es idéntica. La nacionalidad no influiría. Ni la religión. Ni la raza. Ni la condición sexual. Conclusión: el hombre no conoce escrúpulo cuando de emplear la fuerza se trata. Hasta en la época más fructífera, en términos de avance cultural (el Renacimiento), cometió actos repugnantes en nombre de Dios o de yo no sé qué.
Hay quien atribuye al papel y al metal la responsabilidad de esos hechos. Algún desarreglo genético (conjeturo) prima. La perversión no entiende de finanzas. Habríamos de “reiniciar” al hombre para librarnos de su fuerza, de su violencia, de su crueldad. Esta sería inducida por la negación más horrible de que el mismo es capaz: la de su propia humanidad. Barrington Moore escribió (rescato la cita de Biografía de la humanidad. Historia de la evolución de las culturas. Ariel): “(…) En términos de sus efectos sobre el sufrimiento humano, lo más significativo (…) fue el proceso global de creación de una aprobación moral de la crueldad. Para ello, es necesario definir al enemigo contaminado como elemento no humano o inhumano (…)”.
Aprobación moral de la crueldad. Dantesco. Refiere Moore, creo, el infiel. O aquel que no abraza un credo determinado sino otro distinto. Lo cual viene sucediéndose desde que el mundo es mundo y seguirá sucediéndose hasta que el mundo deje de ser mundo. “Los alborotadores franceses de 1572 arrojaban criaturas por las ventanas en medio de explosiones de rabia. En 1942 los soldados alemanes disparaban contra niños a sangre fría”.
Javier Rambaud, en el libro arriba citado, ha escrito: “Los ingleses cazaban a los tasmanos como deporte. (…) Robespierre aprobó el Terror para conservar la pureza revolucionaria. (…) En 1560 los calvinistas condenan a Miguel Servet a ser quemado vivo juntamente con sus libros. (…) Hale, en la Europa del Renacimiento, piensa que el trato continuo con la violencia produce insensibilidad. Se mutilaba y descuartizaba a los criminales en público, ante los espectadores excitados. En 1488 los ciudadanos de Brujas aullaban para que el espectáculo se prolongara tanto tiempo como fuera posible. Huizinga cita el caso de los habitantes de Mons, que `compraron un bandido a un precio muy elevado por el placer de verlo descuartizado, ante lo cual el pueblo disfrutó más que si un nuevo cuerpo sano hubiera surgido del muerto´”.
Todo fundamentalismo (del tipo que este sea) acarrea comportamientos humanos reprobables. He dicho: “humanos". Y no: “inhumanos”. La cara be de la humanidad no es la inhumanidad sino otra humanidad menos afable. Un reverso mitológico. Pregunto: ¿Cuantos seguidores tiene, hoy, Tarantino? ¿Y cuántos la película, de Stanley Kubrick, La naranja mecánica? El hombre sigue regocijándose en la crueldad cuyo valor intrínseco dista mucho de la principal virtud del Budismo: la compasión. Solo cabe reconocerlo y no pasar a otra cosa. É, sencilla y lamentablemente, cosí.