Siempre he sostenido en esta bitácora (y en otros ámbitos de uso) que el poeta que más admiro, por encima de todos, no es otro que Juan Ramón Jiménez Mantecón. Pero hoy, más; no a él, a su obra. Habría que hacer una distinción clara y rotunda entre poeta y obra a sabiendas de que el uno nutre a la otra y ésta, a su vez, refleja tornasoladamente al artífice que la parió. ¡Un guirigay de no te menees!
A lo que iba: la calidad humana puede producir calidad artística (no todo va a ser nefasto en estos juanramonianos lares…). Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta (y legataria) del poeta, da cuenta de ello en el Prólogo: <<Sus dos hijos>>, al libro: <<Poesía en prosa y verso (1902-1932) de Juan Ramón Jiménez, “escojida” para los niños por Zenobia Camprubí Aymar>> (Diputación Provincial de Huelva, 2008. Facsímil de la edición de Signo, Madrid, 1932). Y lo hace con una prosa un punto deliciosa, un punto afectada, un punto equidistante…
Botón de muestra: <<De todos es sabido el enorme amor que Juan Ramón sintió siempre por su familia, que ha quedado reflejada en toda su obra como un estigma, como una impronta indeleble. Él, que siempre buscó lo más alto, lo más idílico, lo más perfecto, supo alcanzar en el amor a los suyos el sumo grado, y lo mantuvo por encima de todo: ruina, distancia, guerra y ausencia. El poeta, que había gozado del mayor amor de su familia, quiso corresponderles inmortalizándolos en su obra y regalándoles sus frutos>>.
Uno de esos frutos, obrados por la obra y la gracia de la pluma del mejor poeta que ha existido jamás, es este librito <<simpaticote>> a la vez que alegre y triste y también lleno de la nostalgia y la melancolía que siempre rezumó el Nobel onubense. Basta corroborar la dedicatoria en cuerpo mayor (y rojo): <<A Juan Ramón Jiménez Bayo y Paco Hernández Pinzón-Jiménez, primos amigos inseparables. En Moguer (1932)>>.
He dicho: <<Basta corroborar la dedicatoria>>. ¿Por qué? Dejemos que responda la propia Carmen Hernández-Pinzón (hija de uno de los primos de la dedicatoria: Paco Hernández Pinzón-Jiménez):
<<El Nobel siempre sintió una gran devoción por los niños, y estos sobrinos, que no habían quedado inmortalizados en su más famoso libro: <<Platero y yo>>, como los otros, por haber nacido después que él escribiera tan bella elegía, se convirtieron para él en los hijos que nunca tuvo, y siempre siguió sus pasos, sus estudios, sus ideales>>. Y todavía más adelante: <<El día 15 de febrero de 1938, en el frente de Teruel, muere uno de estos niños, Juan Ramón Jiménez Bayo, a los 22 años. Al igual que su primo íntimo, Paco, había dejado la carrera de Leyes, para alistarse en el ejército, imbuidos de unos ideales, que aunque no compartía el poeta, siempre admiró, como lo hacía con todos aquellos que luchaban por un idea de vida y muerte. La muerte de Juanito Ramón, sumió a Zenobia y Juan Ramón en una profunda pena>>.
Fabricar un libro (pergeñar un libro) para alguien es uno de los gestos más nobles que puede acometer el ser humano. Quien manufactura un libro para un otro concreto tiene, a priori, la entraña limpia. O eso quiero pensar yo. Juan Ramón, seguro estoy, la tenía. Sí, con sus trifulcas y su neurosis, pero la tenía: limpia de polvo y paja la entraña…