Yo no sabía quién era Jorge Fernández Díaz (refiero el escritor argentino, no el político español, obviamente). Agostina Lute me lo descubrió. Nunca podré agradecérselo lo suficiente. Ambos (fieles a nuestro afán de examinar libros conjuntamente) desgranamos Mamá (Alfaguara, 2024) como si de las cuentas de un rosario fraseológico (literario) se tratara.
Novela inigualable ésta; novela mayor.
Hacía mucho (muchísimo) que yo no leía literatura de tan alto vuelo (según la perspectiva del escritor) ni de tan altas cotas (según la perspectiva del lector); lo cual, últimamente, no es excepcional. En todos los aspectos, por mínimos que éstos sean, del examen pormenorizado de una novela (forma y fondo genéricos y detalles particulares de ese fondo y forma genéricos) Mamá se sale de la escala.
Prosa deliciosa ésta; prosa primordial.
Hay un ritmo equilibrado de la prosa primordial; un equilibrio rítmico, deleitante, de los perfiles de los personajes en la prosa deliciosa; estructura soberbia (bien apuntalada para que no acabe derruyéndose el edificio) de la prosa deliciosa y primordial…
Un edificio moderno: digno del mejor constructor actual. Y, a la vez, clásico. Un clásico (por así decir) moderno.
Valga un botón de muestra (los dos primeros párrafos de la novela):
<<Mi madre ya no llora con esas cartas. Pero no acierta a recordar cuándo ni dónde las guardó, ni por qué será que prácticamente las da por perdidas. Son las cartas de Mimí. Y vienen de Ingeniero Lartigue, una aldea de treinta casas y cien labriegos, que alguien olvidó en Asturias, muy cerca y muy lejos de León, en un monte escarpado y silencioso que era zona de hambruna en la posguerra.
La hermana del padre de Mimí había probado suerte en la tierra prometida. Se llamaba Herminia, vivía en la Argentina de Perón, y aconsejaba con vehemencia que sus sobrinos cruzaran el Atlántico y se hicieran la América. Mimí y Jesús fueron elegidos entre siete, con amor y pragmatismo, como una valiente avanzada familiar y como una suerte de último salvataje de la miseria. En 1948 abordaron un buque de bandera incierta y veinte días después desembarcaron en una prosperidad de cartón: Herminia no podía tener hijos y no trabajaba, y su marido era un motorman de tranvía. Los cuatro vivieron veinte años en una sola pieza de cinco por cinco, al final del patio de un inquilinato de Palermo pobre>>.
Pero Mamá es, también, novela <<social>>. Entiéndase el término. `Social´: Denunciante de una circunstancia (el hambre en la posguerra española. Coyuntural) y de un fenómeno (el machismo de época, la emigración, asimismo de época quizá) que perjudicaban a las personas hasta extremos insospechados y que, ayer como hoy, son susceptibles de murmuración incisiva (feroz). Mamá es, por lo demás, novela emotiva; mucho (en según qué pasajes, incluso, demasiado).
Y Mamá, al cabo, es novela que se queda en la retina del lector con independencia del recorrido trascendental (vital) que éste tenga; de su sensibilidad intelectual y anímica; de su conocimiento adquirido a lo largo y ancho del mundo (el de Aquí y el de Allá), el cual deja poso en aquellas almas puntiagudas, hechas para el deleite del verbo. Nunca un artefacto literario tan cargado con dinamita de sentimientos puros y humanísimos, como el que ahora y aquí nos convoca, no ha deflagrado al (aunque no menor) mínimo impacto del transponer páginas…
Obra, repito (o mejor: afirmo con absoluta rotundidad), maestra del escritor y periodista nacido en Palermo (Buenos Aires) el año de la rata: 1960.
(Nota: los arrojados a la luz bajo el signo de la rata son individuos sabios y <<familiares>>).
Jorge: mi gratitud.