El dicho, en reversa, es: <<Lo breve, si bueno, dos veces breve>>.
Esa, y no otra, ha sido la jugarreta.
El micro-estudio sobre la historia de la novela de aventuras que pergeñó Manuel Rodríguez Rivero, encastillado a modo de introducción en la obra La hija del capitán (Alexandr S. Pushkin. Ediciones Generales Anaya. Madrid, 1983), deviene tan bueno que a su vez deviene perjudicial su brevedad (¡esto a carta cabal! Perdón por la rima triple) para el letraherido. Dos veces breve sería, así, el micro-estudio mentado. Y qué gozada auténtica, de toda autenticidad, leerlo. Y qué pedagogía literaturizada con tintes academicistas, sí, pero solidaria con el lego en la materia; no es lo ordinario.
Estos son los hitos fundamentales del micro-estudio de Rodríguez Rivero:
Uno: La esencia del relato de aventuras.
Dos: Características de la narración de aventuras.
Tres: Presentación y punto de vista.
Cuatro: Una necesaria limitación.
Cinco: El mundo griego: épica y aventura.
Seis: La Edad Media: a la búsqueda de la aventura.
Siete: El ciclo bretón.
Etcétera.
Yo no fui lector de <<Aventuras>>. Yo escuché (yo leí) infinidad de diatribas contra la novelística juvenil; tachada, ésta, de sub-literatura. Incluso algún Premio Nobel acogió ese tipo de paparrucha… Me agencié, mal que me pese, opiniones varias en dicha línea auto-destructiva. Hoy, reniego de todas ellas. Yo vindico la novela de aventuras (ejemplo, al aire, de esa supuesta sub-literatura. Otra rima… Mis excusas) como vehículo no sólo de evasión sino, también, de diversión y (lo más subrayable) de conocimiento histórico. Es el caso de La hija del capitán, de Pushkin, escritor ruso y no sólo un ruso que sabia unir palabras… Vaya: el mejor escritor ruso de todos los tiempos (según algunos gurús de las letras universales).
La novela transcurre en la época del reinado de Catalina II (1762-1796); es decir: en plena expansión del Imperio Ruso. Hay, en ella, algo de comedia de enredo; sabiendo, como sabe el lector <<desatento>>, que el quid de la cuestión es trágico. Algunos personajes (la mayoría) son planos. Esto, me parece, no resta interés a la obra. Los procesos psicológicos a que se ven abocados todos y cada uno de ellos están estructurados en fases. No hay concesiones al tiempo: las anécdotas suceden con prontitud.
Un hecho singular se produce: el narrador protagonista narra, en un pasaje anecdótico, un duelo a espada entre él y su antagonista. La anécdota ficticia se convertiría en categoría real cuando Pushkin fuera muerto en un duelo con arma de fuego a la temprana edad de treinta y ocho y a raíz de una supuesta deslealtad cometida por su esposa. Ficción y realidad quedarían, aquí, enlazadas. A veces, la ficción no es sino agorera, o simplemente una mala pécora (dicho sea con todo el apego o inclinación imaginable).