En el vigésimo octavo atardecer de la sexta parte de 2013 rindo, al fin, viaje. Gárgoris y Habidis merece cum laude en excelencia literaria. Mi periplo principió antes de extinguirse el último mes; próximo a consumirse junio, expira. Seis intervalos que no pueden hurtarse a la memoria. Seis coletazos de exógeno tiempo sin tiempo ni espacio, ni endógeno ser. No he leído nada análogo en materia de imaginación: novecientas cincuenta y cinco páginas del más impoluto manierismo. Para muestra baste un botoncillo (pregunto: ¿Quién enunció no sé qué capítulo de Rayuela…?):
<<La otra [la otra verdad], la de los agamenones, pide claves, jeroglíficos, rodeos, aduanas, adverbios disfrazados de nombres propios, sílabas heridas, géneros epicenos, sinécdoques que son metonimia de una prolepsis, irrepetibles trampantojos de sibilantes y guturales haches parlanchinas, iotacismos, triptongos gangosos, ultracorrecciones cacofónicas y paronomásticas ortoépicamente pronunciadas con zazosas apofonías que acurrándose no hacen sino elidir predorsales licuantes e implosivas con la sola finalidad de sincopar la sobresdrújula al quiebro articulatorio del fonetismo sandungueramente interdental proferido con húmeda lasitud por una experta lengua de trapo>> (Fernando Sánchez Dragó. Op.cit. Pág., 417. Ed: Planeta).
El filólogo más docto (o sabidillo) exclamaría: ¡¿Mande?!… Y yo, presuroso, indago: ¿Alguien ofrece más? ¿Alguien posee arrestos para emular, siquiera, el aliento caliente de tan magnus opum? ¡Bah! Yo me descuajaringo ante (y rindo culto a) F. S. D. Y que arreen los que vengan detrás.