viernes, 21 de febrero de 2014

124/ Tras Omar... (I)

Quien me desincruste de estos poemillas milagroso desincrustador será: y es que incrustado hasta el tuétano me hallo en Rubaiyat (Omar Khayyam), y de ahí ya no me sacan ni con agua borbotando. Transcribiré, ahora, dos poemas suyos.

     Uno: <<Nuestro tesoro es el vino y nuestro palacio la taberna. La sed y la embriaguez son nuestros fieles compañeros. Ignoramos el miedo porque sabemos que nuestras almas, nuestros corazones, nuestros cálices y nuestras ropas manchadas, nada tienen que temer del polvo, del agua ni del fuego>> (VII).

     Y dos: <<Cuando tuve sueño, la Sabiduría me dijo: Las rosas de la Felicidad nunca han perfumado el sueño de nadie. En vez de abandonarte a este hermano de la Muerte, ¡bebe vino! ¡Tienes la eternidad para dormir!”>> (XXXV).

     Me desgañito gritando: ¡Bravo, bravísimo!

     Ahora, haré míos estos sabios renglones del no menos sabio (cuando no malabarista lingüístico) y preclaro Fernando Sánchez Dragó: <<Las palabras son como el vino: necesitan pátina y poso, hay que sobarlas y resobarlas, tienen que fermentar y decantarse en cubas de roble viejo>> (Sentado alegre en la popa. Barcelona, 2004. Planeta. P. 27). Todo un paralelismo óptimo y muy bien avenido con la causa lectora (o eso creo yo).

     La palabra embriaga y salvaguarda del miedo a la Muerte. ¡Correcto! Leer confronta la diminuta muerte diaria que es el sueño. No sé, no sé. Dormir es a morir lo que a vivir es leer. ¡Vaya, hombre, siempre tan incisivo mi querido y respetadísimo Omar!: como una vaharada de rosas silvestres en mitad de un prado seco. Incisivo y, ¡oh, Alá mío!, barbudo y no menos aturbantado. Y, ¿es que el angelito era persa?…

     Pues eso.

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