Quien
me desincruste de estos poemillas, milagroso desincrustador será: y es que incrustado
hasta el tuétano me hallo en Rubaiyat,
de Omar Khayyam, y de ahí ya no me sacan ni con agua hirviendo. Transcribiré
dos poemas suyos. Uno: “Nuestro tesoro es el vino y nuestro palacio la taberna.
La sed y la embriaguez son nuestros fieles compañeros. Ignoramos el miedo
porque sabemos que nuestras almas, nuestros corazones, nuestros cálices y
nuestras ropas manchadas, nada tienen que temer del polvo, del agua ni del
fuego” (VII). Y otro: “Cuando tuve
sueño, la Sabiduría
me dijo: <<Las rosas de la Felicidad nunca han
perfumado el sueño de nadie. En vez de abandonarte a este hermano de la Muerte , ¡bebe vino! ¡Tienes
la eternidad para dormir!>> (XXXV). Me desgañito gritando: ¡Bravo, bravísimo! Ahora
haré míos estos sabios renglones del no menos sabio (cuando no malabarista
lingüístico) y preclaro Fernando Sánchez Dragó: “Las palabras son como el vino:
necesitan pátina y poso, hay que sobarlas y resobarlas, tienen que fermentar y
decantarse en cubas de roble viejo” (Sentado
alegre en la popa. Barcelona, 2004. Planeta. P. 27). Todo un paralelismo
óptimo y muy bien avenido con la causa lectora. O eso creo yo. La palabra embriaga
y salvaguarda del miedo a la
Muerte. ¡Correcto! Leer confronta la diminuta muerte diaria
que es el sueño. ¡No sé, no sé! Dormir es a morir lo que a vivir es leer.
¡Vaya, hombre, siempre tan incisivo mi querido y respetadísimo Omar!: como una
vaharada de rosas silvestres en mitad de un prado. Incisivo y, ¡oh, Alá mío!,
barbudo y no menos aturbantado. ¿Es que el angelito era persa?...
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