jueves, 17 de julio de 2014

152/ Studia humanitatis

Unos versos de Petrarca que no amo sino idolatro por su forma y su fondo son estos: “Podrán tal vez, pasadas las tinieblas,/ volver nuestros lejanos descendientes/ al puro resplandor del siglo antiguo (…)/ Resurgirán entonces los ingenios,/ los ánimos despiertos, eminentes (…)”.  Yo creo (con Guarino Veronese) que nada hay más loable que aprender artes y ciencias con el fin de ser felices. Él estampó en letra impresa: “Nam, ¿quid praestabilius cogitare et consequi possumus quam eas artis, ea praecepta, eas disciplinas quibus nos ipsos, quibus rem familiarem, quibus civilia negotia regere, disponere, gubernare liceat?” En román paladino: “Pues, ¿qué objetivo más meritorio cabe concebir y alcanzar que las artes, las enseñanzas, las disciplinas que nos permiten poner guía, orden y gobierno en nosotros mismos, en nuestra casa, en la sociedad?”. Esa era la meta fundamental del Humanismo. ¿Por qué duró éste “solo” tres siglos (del Trescientos al Quinientos)? Francisco Rico apunta lo siguiente: “(…) al volverse los studia humanitatis programa escolar generalizado la figura que los representa a los ojos de la mayoría no es ya el singular intelectual que acomete empresas brillantes y anuncia grandezas para mañana, sino el maestro anodino, mejor o peor preparado, más o menos voluntarioso, que gasta las horas en desasnar adolescentes. Con otra preparación y otros objetivos, pero al cabo el mismo pobre `gramático´ de siempre. El común de las gentes no ve otra figura que ese modesto dómine, cuya misión no discute, que antes bien aplaude, pero que le resulta escasamente atractiva. A los horizontes utópicos suceden las rutinas de la enseñanza cotidiana; al desafío de la novedad, a las grandes promesas, las limitaciones y las miserias de la pedagogía” (El sueño del humanismo. Crítica. P. 77. Barcelona, 2014). A mi ver la pedagogía no debería adocenarse ni, menos aún, mudarse en miserable. Más al contrario: ofrecerse generosa y elevada al mundo tendría que ser su único designio. Acribíllese la mediocridad (hoy se le rinde culto) y abrácese la excelencia (hoy se le mata). Convirtámonos unos y otros para el bien de la sociedad en humanistas del Dos Mil. Harto inalcanzable este deseo mío. Lo sé. Sin embargo tenía que airearlo. Y, pues, aireado queda.      

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