lunes, 5 de enero de 2015

173/ Embaucando es gerundio

Sun Tzu, allá por la centuria quinta antes de Cristo, escribió: El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando [el general] es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, (…) inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si (…) lejos, aparentar que (…) está cerca (…). Y también: [El general debe] golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está seguro en todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo. Y todavía: Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado, y aparece cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria para el estratega. Algunos gurús sostienen que este texto es aplicable al mundo de la empresa. Pregunto: ¿Y al de la vida? Lo digo, sobre todo, pensando en aquellos que rehúsan desentonar entre energúmenos y maleantes y crápulas y pájaros de pico curvo y de apetito atrasado. Era Sun Tzu hombre sibarita (yo, claro es, le alabo el gusto). Repare el lector en lo siguiente: La gran sabiduría no es algo obvio, el mérito grande no se anuncia. Cuando eres capaz de ver lo sutil, es fácil ganar (…). ¿Conocía el señor Tzu el Nosce te ipsum del templo de Apolo en Delfos? Aparte de lo arriba transcrito, escribió: Si conoces a los demás y te conoces a ti mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces a los demás, pero te conoces a ti mismo, perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces a los demás y no te conoces a ti mismo, correrás peligro en cada batalla. Y más aún: Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo; aguardar para descubrir la vulnerabilidad del adversario significa conocer a los demás. Jamás creí, dado mi pacifismo recalcitrante, que leería una sola línea de una obra tan calculada (y calculadora) y de encrespado pelaje como la aquí comentada: El arte de la guerra. Ha devenido en un interesante descubrimiento. Pero creo que la olvidaré pronto. Se predica con el ejemplo y yo nunca he pretendido ser ejemplar.  

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