Hay en la obra de Federico una persistencia inquietante y, pues, alarmante: la prefiguración por el granadí de su propia muerte. Léase el siguiente “espeluznante” poema encastillado en “Poeta en Nueva York”: Cuando se hundieron las formas puras /bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados. Otras dos composiciones “espeluznantes”, de esa misma obra, son esta (titulada “Vuelta de paseo”): Asesinado por el cielo./ Entre las formas que van hacia la sierpe/ y las formas que buscan el cristal/ dejaré crecer mis cabellos.// Con el árbol de muñones que no canta/ y el niño con el blanco rostro de huevo.// Con los animalitos de cabeza rota/ y el agua harapienta de los pies secos.// Con todo lo que tiene cansancio sordomudo/ y mariposa ahogada en el tintero.// Tropezando con mi rostro distinto de cada día./ ¡Asesinado por el cielo! Y esta otra (titulada “Asesinato (Dos voces de madrugada en Riverside Drive)”: –¿Cómo fue?/ –Una grieta en la mejilla./ ¡Eso es todo!/ Una uña que aprieta el tallo./ Un alfiler que bucea/ hasta encontrar las raicillas del grito./ Y el mar deja de moverse./ –¿Cómo? ¿Cómo fue?/ –Así./ –¡Déjame! ¿De esa manera?/ –Sí./ El corazón salió solo./ –¡Ay, ay de mí! Finalmente en “Doña Rosita la soltera” (acto tercero. Habla el Ama a la Tía) puede leerse: Pero esto de mi Rosita es lo peor. Es querer y no encontrar el cuerpo; es llorar y no saber por quién se llora (…) Es una herida abierta que mana, sin parar, un hilito de sangre y no hay nadie, nadie del mundo, que traiga los algodones, las vendas o el precioso terrón de nieve. Federico García Lorca fue tocado por una gracia. Por un favor divino. El del vaticinio. Y sin la gracia (como concepto) muere la belleza y se menoscaba la perfección. Esto último lo recolecto del huerto de Baltasar Gracián (quien en breve se asomará a esta bitácora). El insigne aragonés no reparó en que de la imperfección, a veces, nace la belleza. Con un único condicionante: el genio. La obra de Federico, me parece, ejemplifica esto que digo en sumo grado.
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