lunes, 5 de octubre de 2015

205/ Silencio, se escribe

Escribir en tanto que escucho música no es algo que haga a menudo. La razón es bien sencilla: adoro la música y, por adorarla, cuando ésta suena no hay nada más en el mundo. Aquí, por una vez, “ella” no es La joven de la perla. Es la mús(ic)a. Y es una musa: Euterpe. 
     Escribo este post en silencio. Muy relajado yo. Muy feliz. Así suelo aporrear, de ordinario, las teclas de mi ordenador. El silencio concentra la atención. Euterpe la dispersa y enajena y acelera el ritmo cardiaco de quien escucha su discurso en papel pautado. Efectos, los traídos a cuento en este capítulo, que procuran perjuicio al escritor. ¿Por qué? Porque engendran pensamientos distorsionados. Si escribiese (alguna vez lo he hecho) escuchando música, seguro estoy, ésta sería instrumental. No letrada. No gusto de pobrerío de ingenio ni de ripios gusto ni gustaré nunca. Es lo que digo: ¿qué canción hay, hoy, cuyos versos sean dignos de ser escuchados (o leídos)? ¡Bah! Ya no se escriben canciones. Nota: alguna excepción hay. La mayoría de ellas (más sus letras), hoy, son bocetos necios que propenden a instaurar en el oyente el afán por un pasatiempo tonto: escuchar mala música. 
     La industria del son (esa arpía mentecata y malandrina. Así la llamaría don Quijote) es como un gorrión, en el nido, a la espera de condumio. El pico abierto de par en par, pensando: ¡a ver cuándo viene mamá gorriona! Esa mamá gorriona somos todos los que abonamos el costo del cedé o de la pieza digital que hayamos adquirido (musical, se entiende). Yo, por si las moscas o los moscardones, seguiré escribiendo en silencio. Y que el sol de las discográficas salga por donde quiera. Renuncio, una y mil veces, a la postmodernidad. O (tanto monta): a la distracción. O (tanto monta aún más): al ruido. Una mente distraída es una mente desaprovechada. Pero no renuncio, en modo alguno, a la música. Que conste en acta. Ojalá nadie malinterprete mis palabras.     

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